¡Gracias, artistas feministas, nos habéis dado alas!
¿En Europa, y concretamente en Euskal Herria, el discurso (trans)feminista que se ha materializado en el campo del arte se ha quedado inscrito en el nivel de la conciencia y acción o se ha popularizado?
Virginia Woolf : “Si el arte se basa en el pensamiento, ¿cuál es el proceso de transmutación?”
Simone de Beauvoir: “No se nace genio, se deviene; y hasta ahora la condición femenina ha hecho imposible ese devenir”.
María Zambrano: “El arte parece ser el empeño por descifrar o perseguir la huella dejada por una forma perdida de existencia”
Sahatsa Jauregi : “Burdina norena da? Herriarena da, ezta? Harria, egurra norenak dira? Denonak. Eta zurea zer da? Ba nireak dira kulero hauek, lore hauek”
Ana Laura Aláez: “Mi estudio es mi cabeza”
¡Gracias! ¡Me habéis dado alas! Olga Lipovskaya nos gritaba extasiada y profundamente agradecida, al tiempo que bailaba feliz, borracha como una cuba, sobre la nieve recién posada en la explanada de Arteleku: “¡Me habeis dado alas, gracias, me habeis dado alas!” Nuestra excéntrica invitada, en un abrir y cerrar de ojos, se había bebido toda la reserva de whisky del festival; quiso embriagarse para celebrar a lo grande el hecho de que, por fin, se había encontrado, en la otra punta del mundo, con su tan deseado y soñado ghetto de amazonas. Bendito ghetto (porque nunca deja de ser maldito) y bendito whisky que nos alientan a sobrevivir juntas y bailando.
Lipovskaya, poeta y presidenta de la Agencia Rusa para Asuntos de Género, participó en aquella post-surrealista IV Edición del Festival de Cultura Feminista, Feministaldia, en 2009, con una ponencia titulada: ‘Arte de las mujeres: Tierra de libertad, ¿o un guetto para las amazonas?’. Comenzó su conferencia lamentándose de que el movimiento político de mujeres en Rusia, que arranca con la Perestroika, había fracasado. Sin embargo, el amplio desarrollo de los Estudios de Género había sido reconocido oficialmente como una disciplina, y estaba bien integrado en el sistema de enseñanza académica en su país, desde la época de Boris Yeltsin. Lipovskaya quiso dejar claro que existe una comunidad de género que se dedica básicamente a las publicaciones de artículos, defensas de tesis y otras discusiones académicas, pero el problema, según ella, es que esa comunidad universitaria no tiene ningún efecto en la vida real de las mujeres: las relaciones de género en la sociedad rusa apenas difieren de las que existían en la época del socialismo soviético. “Desgraciadamente —nos dijo—, las activistas feministas rusas no han ocupado las calles como lo habeis hecho vosotras. Por eso, haberos descubierto, ver que existÍs, me hace tan feliz”.
A pesar de esta realidad, a comienzos de los 90, son las artistas rusas quienes resurgen de las cenizas con un discurso independiente, no por casualidad vinculado a la denuncia de la censura ideológica. Comenzaron a organizar exposiciones que se denominaron exposiciones de arte femeninas, cuestionándose también, pero sin resolver la cuestión, dónde se erige la frontera entre arte femenino y arte feminista. Otra de las discusiones fetiche sin una única salida posible ni deseable, de esas que nos encandilan a las feministas y que nos enconan en una parálisis intelectual y en un estado anímico sufriente, hasta que para salir del embrollo nos acabamos despellejando unas a otras. Nosotras fuimos masocas antes que Sacher-Masoch le diera nombre al masoquismo, ¿vais a negármelo?
Bromas aparte, al hilo de la experiencia relatada por Lipovskaya, sería interesante preguntarnos si en Europa, y concretamente en Euskal Herria, el discurso (trans)feminista que se ha venido materializando en el campo del arte, solo se ha quedado inscrito en el nivel de la conciencia y acción individual (quizá sin salir del ghetto que se forma alrededor de ciertos eventos, foros o galerías de arte más o menos oficiales o alternativos), o si se ha colectivizado, en el sentido de popularizarse. Es decir, si ha llegado a transformar las vidas de las mujeres vascas (y otras allegadas), socializándose y derribando muros simbólicos (androcéntricos, falogocéntricos y etnocéntricos), para finalmente fortalecer nuestro movimiento político y cultural de liberación, haciéndolo más bello, más culto, más alegre y más plural.
Aunque se me ha encomendado la tarea de ilustrar y sintetizar en unos cuantos cientos de caracteres la confluencia entre arte y política (trans)feminista en Euskadi, o Euskal Herria: ecuación delirante donde las haya… siento no tener la respuesta que satisfaga el vacío que deja la pregunta anterior. Este microensayo no es más que un minúsculo relato posible, obviamente es necesario seguir ensayando juntas, al menos para dilucidar algunos de los efectos de fondo y contenido de las obras de arte que hemos dado a luz en sucesivos partos, tanto los más íntimos y viscerales, como los más públicamente expuestos a la comunidad política y cultural.
Lo que si me atrevo a afirmar es que el acontecimiento político, creador y performativo más deslumbrante y magnífico que hemos llegado a materializar, fue, sin duda, la toma de las calles en la primera huelga feminista del 8 de marzo. Fuimos capaces de repolitizar el espacio público a golpe de mensajes (trans)feministas altamente creativos y radicalmente emancipadores. Y además somos tan generosas, que entre otros dones compartidos, le otorgamos el brillo que se merece a la escultura variante ovoide de Oteiza. ¡Que se atrevan ahora a decirnos que no somos unas artistas!
El plano de actuación del arte es un plano de afectos y sensaciones, sensaciones y afectos que poseen el poder totémico de prender la llama de nuestros gélidos corazones en estado pandémico. La obra colectiva que tenemos entre manos siempre recomienza al filo de una urgencia vital, de un instante apresurado, a sabiendas de que no hubo renacimiento para las mujeres, al menos no en el Renacimiento, y de que nosotras no contamos con la paciencia de tener que esperar 100 años más. Sobre todo porque el planeta ya no nos soporta mucho más tiempo.
Hoy, ahora, de nuevo, nos preguntamos esperanzadas: ¿Reside en la voluntad creadora de las artivistas contemporáneas y posmodernas el poder de constituir y recrear nuestro hermoso Renacimiento (trans)feminista, en Euskal Herria y en el mundo entero? Según la filósofa Victoria Sendón de León “es la primera vez que en 5000 años las feministas podemos intentar la aventura de crear un mundo. No sabemos cuál, pero sí con qué interferencias y dificultades. Tenemos el deseo de hacerlo y estamos preparadas. Iremos más allá del orden simbólico patriarcal con el impulso de la creación. Para nosotras crear es engendrar un mundo. Se trata de un desafío total”.
Si traducimos este mensaje al código discursivo de una de las artistas vascas más relevantes, me refiero a Susana Talayero, (porque, entre otras cosas, alcanzar nuestro fin está condicionado a ser capaces de leer e interpretar el sistema semántico complejo que tanto pensadoras como artistas ya vienen desarrollado con las herramientas de la teoría crítica feminista), entonces, la cosa nos queda expresada de este modo: “Transcribo un texto que trata de geologías, desprendimientos, del reciclaje de la materia orgánica y de nosotrxs en medio de un proceso cíclico, sucio y devastador. Repito la operación con otro plástico recolector, esta vez con un texto de carácter delirante. Ambos materiales (plástico y texto), se convierten al cabo de un tiempo en el rígido y tatuado caparazón de un cuerpo que realiza una acción perturbadora. Si el trabajo fluye es porque lo empujamos, y dicho empuje constante nace de la convicción de que es una cosa que se hará durante toda la vida. Entre una sensación de riesgo y deseo de que esa otra cosa suceda, me encuentro ahora”.
La filósofa de la razón poética, Maria Zambrano, llamaba delirios a las cosas íntimas de la vida. Señalaba que hay cosas que no pueden decirse. Pero esto que no puede decirse es lo que se tiene que escribir, y, si fuera posible, (re)crear. Mientras nosotras ponemos todo nuestro amor, intelecto y fuerza afirmativa en la tarea de (re)crear un mundo más bello y justo, las fuerzas reactivas del totalitarismo viril, policial y represor, alentadas por la violenta presencia de los fascismos domésticos, se organizan con el objetivo de hacernos callar, para que la obra que estamos realizando no se llegue nunca a mantener en pie, ni permanezca firme en el tiempo para hacer historia y contrahistoria. Todas las tradiciones patriarcales (también la vasca) nos han infravalorado como artistas, nos han perseguido como activistas, y nos han desautorizado como pensadoras, negando nuestra pertenencia, incluso, a la categoría de lo humano. Pertenecemos sin haberlo elegido a un mundo injusto y terrorífico. Y a veces, dan ganas de callar y no seguir creando ni arriesgando más… pero como afirma Zambrano, lo creamos o no, siempre es preferible una libertad peligrosa, que una servidumbre tranquila. Nuestro Renacimiento (trans)feminista es ahora, ¡al lío y a volar, que alas ya tenemos!
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