Nazario. Viñetas de revolución, represión y polvos

Nazario. Viñetas de revolución, represión y polvos

Nazario Luque Vera, conocido como Nazario a secas, es uno de los máximos exponentes del cómic underground y de la homoerótica, dentro y fuera de la península ibérica. Le entrevistamos en el Salón del Cómic de Getxo 2018, donde fue homenajeado por haber sido un dibujante clave en la contracultura de la transición.

Nazario. / Ilustración de Gorka Olmo.

A sus 74 años, Nazario (Nazario Luque Vera, Castilleja del Campo, 1944) destila sexo por los cuatro costados. Sin pelos en la lengua. Sus anécdotas, como sus viñetas, están repletas de un imaginario donde maricones, chaperos, putas, trans y travestis son las protagonistas. Basta con rascar un poco para descubrir la motivación política de su obra: un compromiso por representar aquello que era invisible, por luchar contra la represión, la censura y el puritanismo.

En los años 80, publicó la mayoría de sus historietas en la emblemática revista El Víbora, entre las que destacan las protagonizadas por Anarcoma, detective travesti que se mueve en el mundo canalla de la Barcelona de los años 70 y 80. Alí Babá y los 40 maricones, considerada su obra cúspide, fue publicada originalmente en la revista Makoki y publicada en formato libro por Ediciones La Cúpula.

Habíamos programado la entrevista en el hotel donde Nazario se hospedaba ese fin de semana. Al final acabamos citándonos en un aula de cultura. De camino, me contó entre risas que había descubierto una casa de alterne en la planta baja de su hotel. Pura casualidad y, sin embargo, pareciera que su submundo le persigue.

¿Te sientes un provocador?
Provocador, transgresor… Es inevitable. Reconozco que a veces he hecho lo posible por que la gente se revolviera un poco. Era consciente de que mi obra no iba a dejar indiferente. Recuerdo cuando escribía La visita, en la que dos hombres heterosexuales acaban follando mientras sus novias se van de compras. Después, el más joven propone que salgan del armario, pero el mayor (que está casado) opina que es mejor el secretismo. Para muchos ese cómic sería provocador, para mí era solo hablar del día a día, hablar sobre represión, revolución y polvos.

Polvos que dibujabas siempre con todo lujo de detalles.
Siempre [ríe]. Una vez, un periodista me criticó, diciendo que mi obra parecía un “muestrario” de sexo gay: folladas, mamadas o comidas de culo y, sin embargo, todo eso ya se dibujaba en el cómic hetero sin ser considerado “provocación”. Cambiaban los protagonistas, no la acción.

¿Crees que tus publicaciones tendrían el mismo éxito hoy en día?
No lo sé. El Víbora o Anarcoma tuvieron esa aceptación, en parte, por su contexto social. Los años 80 fueron un momento muy especial, con la dictadura recién terminada y un ambiente de liberación sexual. De todas formas, me satisface que Anarcoma haya sido nominada por el Festival Internacional del Cómic de Angulema [en Francia, la cita más importante del cómic en Europa] como “personaje universal del cómic”. Ayuda a normalizar la identidad trans. A veces me preguntan si no tenemos suficiente ahora que la homosexualidad está aceptada, pero existen muchos otros colectivos que sufren violencias y la visibilidad trans es todavía una asignatura pendiente.

¿Qué te movió a explorar esos temas, esas realidades?
Hubo un momento en que me propuse criticar la represión que habíamos sufrido los homosexuales por parte de la Iglesia, la familia… En publicaciones como La piraña divina abordaba esa educación castradora que habíamos recibido. Una vez saldada esa deuda, opté por un enfoque más cotidiano de las relaciones homosexuales, retratándolas como un heterosexual lo haría con las suyas: hablando de dinámicas de cariño, de odio, de sexo…

¿Desde dónde prefieres que se entienda tu obra, desde la homoerótica o la política?
Hay gente que no lo ve de ninguna de las dos formas [ríe], que no le pone y además no comparte ese análisis de nuestra vivencia, pero ambas visiones son correctas. Yo disfrutaba dibujando y contando esas historias, y siendo consciente de que a muchos les chocarían. Al mismo tiempo, me sonreiría si alguien me dijera: “No sabes la cantidad de pajas que me he hecho con tus viñetas”. Le respondería que también me las he hecho yo leyendo a Tom de Finlandia [dibujante de homoerótica finlandés]. Me he tocado mucho dibujando [ríe].

Habrás inspirado muchas pajas, estoy segura. Pero también muchas liberaciones.
Me gusta pensar que sí. Anarcoma, por ejemplo, podía llegar a las provincias, donde la gente vivía en un régimen de gran represión sexual, y de pronto un maricón aislado podía ver la homosexualidad retratada con libertad en un kiosco, aunque fuera una visión un tanto sui generis. Creo que generaba una sensación de solidaridad en mucha gente, al hacerles ver que se estaba escribiendo cómic sobre su vida y su deseo. Son estas historias las que encuentro más satisfactorias.

¿Cómo se consigue llegar a tantas personas?
Yo siempre me negué a publicar en revistas exclusivamente gais, prefería hacerlo en publicaciones más libres que quizás se presuponían heterosexuales, de la misma forma que no me gustaban los bares exclusivamente gais. Me gusta cuando hay “de todo”. En El Víbora, por ejemplo, donde la mayoría del contenido era heterosexual, sentía que rompía más patrones y me abría a un público más amplio.

Es que dibujar homoerótica cuando lo hacías tú era intrínsecamente rompedor, pero… ¿crees que lo sigue siendo?
Para nada. La homosexualidad ya no es contracultural. Yo he publicado en El País. Cuando un diario de ese calibre acepta tus publicaciones, no se le puede seguir llamando contracultura o cultura marginal. Además, hay mucho maricón conservador…

Cierto. Y ocupando posiciones de poder…
Pero se desenmascaran cuando se da ese enfrentamiento reaccionario entre sus deseos y sus ideas. El hecho de ser maricón no te hace revolucionario. Ser revolucionario es lo que te hace revolucionario. Eso sí, si eres maricón, pues más revolucionario aún [ríe]. Pero si eres un facha, por muy maricón que seas, facha te quedas. Recuerdo una pareja de vecinos míos que odiaban la palabra “marica”. Creo que pensaban que ser gay era ser menos maricón.

Tengo un amigo que dice que los maricas tienen pluma y los gais tienen dinero.[Ríe] Yo había oído lo mismo con la pluma y los estudios. Aun así, lo de la pluma es un asunto muy curioso. Recuerdo una vez en que, mientras penetraba a un tío, se giró y me dijo: “Nazario, tú eres mi mujer”. Creo que lo decía porque se veía más masculino que yo. ¡Qué cosas!

Al mirar un poco tu trayectoria vital, te mudaste de Sevilla a Barcelona. ¿Qué te hizo marcharte?
En Sevilla tenía un grupo de amigos con los que llegué a salir del armario, pero hacíamos vida hetero, dentro de lo que cabe. Barcelona me dio otra libertad, en aquel momento era la ciudad más cosmopolita del Estado. Tenía un vínculo muy especial con Ocaña [performer, artista, anarquista y activista LGBTQ+ español, icono de resistencia en el posfranquismo y la transición] y el mundo marica y trans de Barcelona. También viví en una especie de comuna de artistas y allí se generó un ambiente de creatividad muy interesante.

Portada del cómic 'Alí Babá y los 40 maricones'.

Portada del cómic ‘Alí Babá y los 40 maricones’.

Me pregunto si esa vivencia comunal pudo influir en obras como Alí Babá y los 40 maricones.
Hubo de todo un poco, claro. En Alí Babá y los 40 maricones hablo sobre un grupo de homosexuales que viven en el mismo edificio y planteo una situación diferente en cada viñeta y cómo cada uno de ellos reacciona a la misma, desde que entren unos ladrones, que se vaya la luz, hasta que uno se infecte de VIH…

¿Cómo fue conocer a Ocaña?
Yo creo que tuvimos un flechazo: conocer a alguien y saber que va a ser alguien muy importante en tu vida. Ocaña tenía aura. Nos hicimos muy amigas y además no nos hacíamos “competencia”, al fin y al cabo ella era pintora y yo, dibujante de cómic. A veces sentía que no me escuchaba, pero luego miraba su obra y me daba cuenta de que recogía muchas tonterías de las que hablábamos. Era una persona que vivía mucho la vida, el día y la calle. Yo soy más racional, así que hacíamos un tándem que funcionaba muy bien.

Me da mucha envidia cuando veo esas fotos vuestras travestidas por las Ramblas.
Son imágenes de la película [Retrato Intermitente], pero están inspiradas en la vida misma. Fue por aquel entonces cuando nos metieron en la cárcel: Ocaña venía vestida de viejecita, con lunares y el pelo cubierto de talco y yo llevaba un traje celeste de Salomé y mi bigote. Rambla abajo, nos topamos con dos guardias urbanos que habían llegado nuevos y no estaban acostumbrados a nosotras, los viejos ya nos conocían y optaban por ignorarnos. Estos nuevos guardias nos detuvieron, patearon, ficharon y acabamos tres días en la cárcel Modelo de Barcelona. Antes ya me habían detenido por escándalo público en unos meaderos en Picadilly, Londres: estaba en una de las cabinas cuando noté cómo alguien me tocaba la espalda; me giré y en cuestión de segundos un policía me estaba arrastrando a su furgoneta. Ese acoso policial era parte de una campaña a favor de la “decencia”. En la comisaría me dijeron que si pagaba diez libras de multa me dejarían ir. Los del movimiento de liberación gay de Londres me recomendaron que me negase y les hice caso. Al final se quedó en susto.

A finales de los años 80 y durante los años 90, tu obra refleja la crisis del sida. ¿Cómo recuerdas todo aquello?
La gente tenía miedo a relacionarse entre sí, ya no solo sexualmente. Aun así, aquí fue muy complicado porque se juntó la crisis del sida con la de heroína. Nada estaba claro. Recuerdo una amiga que se hacía gárgaras con lejía rebajada después de comerse una polla. En Alí Babá, por ejemplo, uno de los mariquitas se acaba infectando y es precisamente el oficinista que trabaja en un banco, y no el leather o el travesti. Recuerdo también que dibujantes como Tom de Finlandia empezaron a plasmar relaciones con preservativo en sus viñetas. Yo también acabé haciéndolo.

Tus cómics nos regalaron un imaginario que ayudó a repensar nuestros afectos, pero a veces siento que, aparte de imágenes, nos han faltado palabras, palabras propias.
Es que hay palabras que yo siempre he detestado y que ahora otros intentan reclamar. Me parece bien que lo hagan, que conste. Pero yo, por ejemplo, siempre vi a Alejandro como mi novio, nunca como mi marido. Y eso que llegamos a estar 36 años juntos. Nos casamos cinco días antes de que él falleciera, pero no le recuerdo como mi marido. Y mucho menos a mí mismo como su viudo, qué horror de palabra. Siempre me gustó la palabra “novio”. Aun así, creo que ese vocabulario está cada vez más obsoleto. Necesitamos otras palabras.

No es nada fácil vivir de otra forma sin tener esas otras palabras.
Palabras o referentes. Yo tuve que darle muchas vueltas a mis relaciones, sobre todo en momentos en los que llegaba a casa y podía encontrar a mi novio con otro tío. A veces nos sale ser posesivos, supongo. Pero luego empecé a pensar: si a mí me basta con dos polvos y él necesita echar un tercero… ¿quién soy yo para reprimirle? Que lo eche con quien quiera. Pero siempre estaba ese miedo a que “encuentre a alguien que es mejor que yo”.

¿Y cómo se lucha contra ese miedo?
Con honestidad, supongo. Por ambas partes. Recuerdo un novio que tuve que me pidió que si conocía a alguien que me gustara más que él, se lo dijera. Y tiempo después conocí a mi novio noruego y me enamoré hasta las trancas, así que se lo conté. No me respondió, supongo que le dolería, pero era lo que habíamos acordado.

Esa apología de la honestidad, ¿la trasladas a tu obra?
La mentira siempre conduce al disimulo y a la hipocresía; a mantener estados absurdos que no conducen a nada y a generar situaciones surrealistas, sinsentidos. Y mis historias pueden parecer surrealistas, pero siempre traté de que fueran honestas, fuera cual fuera su temática.

Porque, aunque se te encasille, no solo has dibujado homoerótica…
Para nada. A veces me cansaba de dibujar pollas y me ponía con otros proyectos como Salomé o Turnado. Me sentía como el Doctor Jeckyll y Mr. Hyde, pero me gustaba esa ambivalencia: poder pintar polvos de maricones y martirios de vírgenes.

¿Le tuviste miedo a la censura?
Miedo no, pero sí recelo. Teníamos que publicar parte de la obra de forma clandestina, o directamente en el extranjero. En 1975 hice una tirada de La piraña divina y la edité en el Colegio de Arquitectos, en unas máquinas que había por allí. Pero poco después, surgió la paranoia de que la policía nos estaba persiguiendo y fue a raíz de aquello que se disolvió la comuna donde vivíamos. En 1978 publiqué todo este material en un álbum llamado San Reprimonio y las pirañas. Curiosamente, no hubo problema en la parte del cómic, pero sí que censuraron la obra por el texto del prólogo que escribió un amigo. Aun así, poco a poco, la censura y el puritanismo fueron relajándose.

¿No crees que estamos viviendo un repunte de la censura?
En aquel entonces tampoco te podías meter con la virgen del Pilar o con el rey. Había permisividad con chochos, pollas y culos, pero existía una censura muy rígida en lo religioso y lo político. Cuando dibujaba Vírgenes y Mártires, por ejemplo, me inspiraba en textos cristianos y ponía imagen a la descripción de esos martirios. A una le cortaban los senos, a otra la colgaban de un garfio, pero al final Jesús bajaba y las santificaba. Me escudaba en que eran textos canónicos para el cristianismo para evitar las prohibiciones. Más adelante me atreví con conceptos como el de “Nuestra Señora del Perpetuo Consumo”, hibridando una virgen con un cajero automático. Imágenes como ésta no habrían colado en aquella primera etapa y levantan ampollas aún hoy.

Me gustaría despedirme hablando de la edad. A veces pareciera que las maricas mayores no existen. Que estamos obligadas a ser jóvenes y atractivas o a escondernos.
Mira, tengo la suerte de tener amantes que están envejeciendo conmigo. Amantes que conocí a los 30, que ahora que tienen 70 y sigo encontrando atractivos. Las maricas mayores existimos y podemos disfrutar tanto como vosotras. Es cierto que el cuerpo no es lo que era, pero el placer se abre camino. Aunque cumpla 80, seguirán existiendo la gerontofilia y el viagra.

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Este contenido ha sido publicado originalmente en el número 7 de Pikara en papel. Si quieres tu ejemplar, no te vayas sin visitar nuestra tienda online.

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