Pandemia, cáncer y Tinder
¿Se puede tener cáncer y también deseo sexual? Pues claro que sí. Raquel Haro (www.mefaltaunateta.com) nos narra una de ¿sus experiencias? en Tinder
¿Se puede tener cáncer y también deseo sexual? Sí, se puede. Yo personalmente al estar sin trabajar pues tengo mucho tiempo libre. Y cuanto más ociosa estoy, pues más ganas me entran de que me manosee las tetas otra persona que no sea mi oncólogo (que me las toca con una frialdad que, de verdad, no hay derecho). Además de este apetito natural, tengo una inquietud: dentro de muy poco me quitarán el pecho y el proceso de reconstrucción dura casi un año (todavía no sé qué método utilizarán conmigo). Teniendo en cuenta que no me atrevo a mostrar mi cabeza sin pelo, ¿cómo me voy a atrever a que me vea un chico sin teta? Conclusión: Tengo un mes para encontrar un maromo, seducirle y llevármelo a la cama. Parece un reto fácil pero no lo es: hay una pandemia mundial, tengo un cáncer de mama y estoy tan tan tan oxidada en el ligoteo que me da miedo tocarme por si pillo el tétanos.
Me voy por la tarde con una amiga a una coctelería de moda en el centro de Madrid, cuarentones con pinta de recién separados y con más productos tóxicos en el cuerpo que yo (y mira que me meten mierdas con la quimio) además, soy la única en todo el bar que lleva mascarilla. Me siento incómoda, me acerco a la barra pero no sé si pedir una tónica o directamente un test de antígenos. Decido marcharme.
Necesito un plan. El tiempo corre en mi contra. Mis amigas me dicen que me abra una aplicación para ligar, que es lo que se lleva ahora. Me muestro reticente (“el Tinder no es para mí”, “me parece todo muy frío” o “si al final conozco al hombre de mi vida, mi príncipe azul, no les quiero contar luego a nuestros hijos que conocí a su padre en una app“). Espera, espera, espera, ¿pero por qué fantaseo tanto? Tengo cáncer de mama hormonal: ¡nunca más podré tener hijos!
Me vuelvo a recordar a mí misma que solo quiero echar un polvo de despedida con mis dos tetas naturales. No un amor romántico. Soy consciente de que mi educación judeocristiana, el maldito heteropatriarcado y las 17 veces que de adolescente me vi Pretty Woman manipulan mi mente y mi sexualidad. Me leo otra vez el prólogo de El Segundo Sexo de Simone de Beauvoir y se me pasa.
Me abro por fin un perfil en Tinder. Me autoconvenzo de que no pasa nada por ocultar que tengo cáncer, hay gente que oculta cosas más gordas: como que tiene pareja. Utilizo mis dotes de guionista para hacer una descripción de mí misma superguay y pongo fotos mías de un tiempo lejano: este verano, cuando todavía tenía pelazo y mis brazos no tenían tantas marcas de pinchazos como los de Amy Winehouse.
Enseguida me empiezan a escribir chicos afines a mí. Hablo con uno que es un gran amante de la naturaleza. Pero lo descarto porque solo lee libros sobre los poderes curativos de las plantas. Una vez que le sonsaco con disimulo toda la información que me puede ser útil para mi cáncer, paso al siguiente (sí, mi maldito corazón monógamo no me permite hablar con dos chicos a la vez). El segundo es un profesor de instituto bastante soso, pero da igual, ¡tiene una hija de cuatro años! Ay, ¡qué ilusión! Ya me imagino disfrazándola a ella de Frida y a mi Unaisito de Diego Rivera, y luego los cuatro viendo juntos una peli en el sofá. Mierda, otra vez he perdido el foco: ¡yo solo quiero echar un polvo, no hacer la segunda parte de Los Serrano!
Por último, comienzo a chatear con un tipo de aspecto bohemio que vive en Lavapiés y me llama nena. Este sí. Joder, qué simple soy.
Un día, mientras estoy en la quimio me paso las cuatro horas que dura chateando con él. La cosa se llega a poner un poco caliente. Yo, obvio, no le digo donde estoy y tampoco le cuento la verdad cuando me pregunta: “¿Qué llevas puesto?” Obvio: no le puedo decir: “Pues una peluca y una vía como la copa de un pino en el brazo derecho”.
Me insiste en quedar, le digo que vale pero que nos tenemos que hacer los dos una PCR, que la cosa con la Covid está muy mal. Se lo piensa dos veces. Le explico que la PCR es el nuevo preservativo. Finalmente… accede.
Quedamos en una terraza. La tensión sexual es palpable. Él se toma un vermú. Yo le digo que estoy con antibiótico para justificar mi mosto. Hablamos de música, cine y de los libros que nos estamos leyendo. Me excitan los chicos que hablan con pasión de sus lecturas. Me cuenta que su padre es adicto a los videojuegos y que él intenta ayudarle para que salga de su cuarto y quede con alguien. Me provoca tanta risa como ternura ver sus roles invertidos. El clima es de tanta confianza que me planteo contarle lo mío. Lo pienso todo el rato, estoy casi segura de que no saldría corriendo. Pero no me atrevo. De hecho me entra una estúpida inseguridad con mi peluca, está demasiado encrespada, estaría más mona con una nueva. Me propone ir a su casa, tiene la moto aparcada al lado. Nos ponemos el casco y atravesamos Madrid a toda velocidad. Aprieto contra él mis dos pechos naturales, me siento bien. Llegamos a su portal. Bajamos de la moto y al ir a quitarme el casco, la peluca se queda enganchada, engachadísima. ¡Mierda! Si tiro se va a quedar en el casco. No sé cómo salir de esta situación. Me bloqueo durante dos segundos y finalmente se me ocurre decirle esta tontería: “¿Sabes que siempre he tenido la fantasía de hacer el amor con un casco de moto puesto?”. El chico me mira como si le acabara de decir que me gusta que me caguen encima. Pero aún así subimos a su casa y ya no me quito el casco hasta que, al terminar el acto sexual, paso al baño y me lo desengancho con calma.
Estamos tumbados en la cama. No para de alabar mi “cuerpito”, dice que estoy muy suave y que le encantan mis tetas. Me pregunto si le seguirían gustando tanto dentro de un año, cuando una cicatriz atraviese mi pecho ya reconstruido de lado a lado y todavía no tenga pezón.
Me quedo a dormir. Al día siguiente me despierto temprano. Noto frío en la cabeza. Me la toco, la peluca se ha desprendido, la banda de silicona de refuerzo parece que no ha servido de mucho. Me pongo a buscarla por la cama y enseguida la encuentro. El chico, profundamente dormido, está abrazado a ella. Me parece muy tierna la imagen. Intento quitársela pero la aprieta con más fuerza, ¡Oh, qué dulce! Finalmente decido irme de allí dejándole con la peluca entre sus brazos. ¿Qué más da? Al fin y al cabo llevo tiempo pensando en hacerme otra de pelo más largo. Al fin y al cabo ya va siendo hora de atreverme a salir sin pelo a la calle. Al fin y al cabo qué mejor manera de contarle lo mío que se despierte con una peluca entre sus brazos. Si de verdad le he gustado tanto como decía mientras hacíamos boom boom, volverá a llamar. Y si no, da igual, yo ya he cumplido mi objetivo, tener un orgasmo sin mi satisfyer antes de que mi cuerpo cambie para siempre.
Son las diez de la mañana. Salgo a la calle por primera vez sin peluca, siento el viento sobre la piel de mi cabeza, es una sensación extraña y agradable a la vez. Algunas personas se dan la vuelta para mirarme. Pero no me importa, voy andando con la mirada fija, al frente.
Orgullosa.