¿Con qué rompes cuando rompes con tu pareja?
Hemos pensado mucho en el amor, en cómo protegernos para querer mejor, pero no hemos hablado tanto de cómo romper ni de qué queremos hacer con todos esos trozos rotos. Que esto sirva como llamamiento a todas las teóricas feministas del amor para que nos cuenten ahora cómo se deshace.
Bailando indie en su salón. Así decidimos decirnos ‘adiós’ mi expareja y yo. Tras unos meses de tormentas y bosques helados, de truenos y más truenos, con un roscón de reyes sobre la mesa y los regalos ya abiertos. Me pidió calcetines gordos y compré todos los que encontré para que nunca pase frío en los pies. No será el último regalo que le haga, pero sí es el último que recibe mientras yo me refiero a ella como “amor”. Quizá muchos de los apelativos que nos pusimos cariñosamente sigan formando parte de nuestro vocabulario, pero ya no seré yo quien me gire cuando ella diga “gordi”. Queda sobre la mesa una promesa: seguir cuidando el vínculo que hemos construido juntas, seguir compartiendo cotidianeidad, planes y futuros posibles; seguir compartiendo libros y conciertos. Quizá hasta vayamos juntas al Sonorama, pero ahora borro de mi espejo su último dibujo y respiro mi pena. Nos ha salido mal el plan y, sí, duele.
Ya no vivo las rupturas como fracasos porque no podría soportar tantos. Echo la vista atrás y me veo acompañada por mujeres maravillosas que, ahora, caminan a un ritmo muy distinto al mío. Nos miramos desde la distancia, salvo en una terrible excepción, y siento cómo me guiñan el ojo. Algunas están más presentes que otras, claro; algunas solo me llaman en mi cumpleaños y otras me hacen regalos; nos mandamos canciones y preguntamos cómo están nuestras familias. Forman parte de ese grupo de personas que te cambian la vida, que hacen el amor y te lo deshacen, personas a las que confiesas muchos de tus secretos, esas que sueñan contigo sueños en común y te apoyan en los tuyos propios. ¿Quién y por qué querría deshacerse de ellas? Que quede claro, por supuesto, que hablo de esas relaciones de pareja que se rompen sin ningún tipo de violencia. Hablo de esos amores que pierden el ritmo común, pero que quieren seguir bailando.
Todas las rupturas son dolorosas. A todas nos han hecho daño y todas se lo hemos hecho a otras, pero hay veces que la situación es tan compleja que algunas deciden hacerlo de puta pena. Entiendo que en esos casos es difícil reconducir la relación y quiero que os fijéis en ese “deciden”. De la misma manera que sabemos ya que el amor no es una fuerza incontrolable que no puedes evitar, es importante que pongamos sobre la mesa también que a veces decidimos no cuidar determinados procesos. Entiendo de sobra las razones, pero debemos ser capaces de reconocer que cada una de nuestras palabras y todos nuestros silencios forman parte de las miles de decisiones que tomamos cada día. Daños colaterales de la inercia, de la cultura, del amor romántico o la dejadez, no lo sé. Yo tampoco sé cómo se hace bien.
Mi amiga Flor dice que llevarse bien con las exparejas está sobrevalorado. No me atrevo a contradecirla, pero a mí me da mucha pena ver cómo dejamos que mueran algunos amores porque nos resulta extremadamente complicado darles otra estructura, otro lugar, generar otras dinámicas. No hay una fórmula, pero uno de los elementos clave es, sin duda, el tiempo. A partir de ahí, lo que queda es voluntad. No quiero que sea esto un alegato del perdón omnipotente, no quiero que parezca que el único camino posible es mantener buenas relaciones con las exparejas. Lo que quiero es que pongamos sobre la mesa la necesidad de cuidar más allá de los manifiestos y que rompamos con la idea de que el amor se acaba y bum, ya está. Lo que suele pasar más habitualmente es que se acaba el proyecto en común y, ¡bum!, decidimos buscar otra persona con la que construir uno nuevo. Esa es precisamente la clave del éxito de la monogamia: hacernos creer que los proyectos que soñamos trascienden a las personas que nos acompañan en el camino. “Quiero novia”; “quiero casarme” o “quiero tener criaturas” son anhelos en los que nos imbuimos antes, incluso, de conocer a una persona que nos parezca adecuada para acompañarnos en cualquiera de esas odiseas.
Hemos pensado mucho en el amor, en cómo protegernos para querer mejor, pero no hemos hablado tanto de cómo romper ni de qué queremos hacer con todos esos trozos rotos. Que nadie me malinterprete: yo no tengo ni puta idea de cómo se hace eso. Ni idea, vaya. Me ha salido alguna vez bien, pero es que, como Sara Hebe, tengo “buena suerte” y “malas rachas”. Lo que sí sé es que es complicado, que exige un nivel de compromiso al que probablemente no estemos acostumbradas; además, para qué vamos a engañarnos, resulta también complicado encajarlo con nuevos proyectos. ¿Cuántas de nosotras estamos dispuestas a entender que nuestra compañera queda de vez en cuando para dormir con su ex? Seguro que nos parece razonable que mantengan cierta relación, ¿pero cómo gestionamos nuestras inseguridades cuando, además de mantener una relación, mantienen cierto vínculo de intimidad? Ni siquiera me refiero a mantener relaciones sexuales, me refiero a ver abrazadas una película, vivir juntas o, por qué no, irse al Sonorama.
Que esto sirva como llamamiento a todas las teóricas feministas del amor para que nos cuenten ahora cómo se deshace.