Sara Mesa nos pone contra la pared

Sara Mesa nos pone contra la pared

El último libro de Sara Mesa, 'Un amor', es tan bueno que molesta. La entrevistamos para hablar de literatura, renta básica o prostitución.

una mujer con pelo corto y diadema sentada en un sofá azul y apoyada en su brazo

Sara Mesa. / Foto: Lidia Lahuerta

Lo peor que tiene el mundo de la literatura son sus escritores. O mejor dicho, el ego en el que se duermen por las noches, comen y hablan al mediodía o conviven mientras ven la tele. Cuando encontramos a una mujer como la escritora Sara Mesa que rompe moldes, que es la mar de normal y terriblemente buena en el campo de escribir, es como si hubiera que celebrarla doblemente. Su último libro, Un amor, es tan bueno que molesta. Molesta porque incomoda, incomoda porque como lectoras nos pone contra la pared, pared a la que te lleva poco poco y en la que, finalmente te caza y eres suya. Yo soy de Sara Mesa aunque me conteste a esta entrevista vía email.

¿Crees que si vivieras en Madrid o Barcelona y estuvieras sumergida en el circuito postureo wannabe literario hablarías conmigo (u otros medios) aunque fuera por Skype? ¿Cómo te está marcando o no marcando vivir en un pueblo de Sevilla para que la tontuna (relaciones) literarias no te pique/aceche?
Puede que los motivos geográficos afecten y es evidente que no es lo mismo vivir en un sitio que en otro pero al final es también cuestión de carácter, en Madrid y Barcelona también hay escritores a los que es difícil ver o que son reacios a las apariciones públicas. Y en mi caso también hay una razón de tiempo y disponibilidad, tengo cosas que hacer más importantes (¡por ejemplo ponerle la insulina a mi perra a su hora!) y, afortunadamente, publico en una editorial que me proporciona visibilidad ya de partida, puedo permitirme estar un poco aparte.

¿Cómo llevas estar la número uno de los mejores libros del año porque, como decía un titular, ‘Huérfanos de nuevas novelas de Vargas Llosa, Landero o Mendoza los críticos de El Cultural han apostado por mujeres’?
Creo sinceramente que ese comentario no fue intencionado, quien lo escribió no percibió que hubiese detrás ningún tipo de ninguneo hacia las mujeres, y eso es quizá lo más preocupante. Que es improcedente, sí, no hay duda, pero en mi opinión también lo son todos esos comentarios que subrayan siempre, en primer lugar y en todo momento, la condición de mujer, comentarios del tipo: “El premio xx reconoce la escritura de las mujeres dando tal premio a tal escritora” cuando no existen comentarios de “por vigésima vez seguida el premio xx lo gana un hombre” o “el premio xx vuelve una vez más a reconocer los libros escritos por hombres”.

¿Ante estas machistadas te ríes, te es indiferente o sientes rabia?
Siento hartazgo, cansancio. Es lo que te comentaba: en mi caso, para los medios, siempre pesará primero que soy mujer y luego escritora. Me da la sensación de que eso no ocurre con los escritores hombres, que son escritores sin más adjetivos, escritores, escritores. Esto me recuerda una anécdota de hace años, cuando una vez, discutiendo con mi madre, me dijo: “Ojo, que las madres siempre llevamos razón”. Cuando le recordé que yo también era madre, dijo: “Sí, sí, pero yo me refiero a las madres, madres”. Pues eso, los escritores, escritores: es una cuestión de legitimidad.

La redactora jefa y la directora de El Cultural son dos mujeres, pero los críticos la mayoría hombres. ¿Por qué los que dictan sentencia y el canon siguen siendo ellos?
En El Cultural hay críticas mujeres, están Pilar Castro, Elena Costa, Ascensión Rivas y ahora ha entrado también Begoña Méndez. Ahora bien, si miras las votaciones de los críticos, verás que yo conseguí el número uno gracias a las votaciones de ellas, las mujeres. ¿Por qué ocurre esto? Creo que es una cuestión de género, pero ojo, también generacional, no podemos hacer análisis simplistas. Fíjate en las votaciones de Nadal Suau, por ejemplo, que es un crítico joven: siete mujeres de diez. Dicho lo cual, en El Cultural siempre han dado importancia a mi trabajo. En cuanto a las listas, por supuesto que mi libro no es el mejor del año porque no pueden hacerse rankings de libros como si se hicieran de ordenadores. Digamos que es el más votado de entre los libros que los críticos leyeron: eso es mucho más justo.

Estos últimos meses me he acordado mucho de tu librín Silencio administrativo en el que cuentas cómo intentasteis ayudar con el papeleo y la burocracia a una mujer sin hogar para recibir ayudas y que fue ardua tarea. Me he acordado por la imposibilidad de cobrar el Ingreso Mínimo Vital. ¿Qué piensas sobre esto? ¿Te escribes Silencio administrativo II?
Por lo que sé, se está cayendo en los mismos errores y en la misma crueldad burocrática con el ingreso mínimo, porque su espíritu es exactamente el mismo que las rentas mínimas: son ayudas condicionadas a la extrema pobreza, fiscalizadas e incompatibles con otros ingresos, lo que condena a quienes la reciben a no salir de la miseria. Y por supuesto no cuestiona la sagrada noción de trabajo, de producción a costa de lo que sea. No hace falta escribir Silencio administrativo II porque ya en el I, por desgracia, están todas las claves para entender lo que está ocurriendo. Ojalá algún día ese libro quede obsoleto, pero a día de hoy sigue siendo válido al cien por cien.

Las mujeres estamos siendo las más damnificadas en esta nueva crisis económica, los números de las mujeres sin hogar están subiendo mucho. ¿Crees en la renta básica?
Sí, es la conclusión a la que llegué tras mi experiencia. Solo una renta universal, no condicionada, puede poner las bases para la igualdad social. ¿Que cómo se financia esto? Con más impuestos, claro, a las clases altas. Por eso hay tanta resistencia a hacerlo.

La renta básica democratizaría la escritura. Podrían escribir pobres y ricos, no solo los que se lo pueden permitir. ¿Echas de menos más literatura de escritores trabajadores, escritura social, del precariado?
En esto sí creo que ha habido un movimiento respecto a generaciones anteriores, fruto de la generalización de la educación pública en los años 70 y 80. Hay muchos más escritores de orígenes humildes que antes, voces que no provienen de familias con tradición intelectual y que tienen otras visiones del mundo, cuentan otras historias. ¿Hace falta más? Sin duda. Historias, por ejemplo, que hundan sus raíces en la migración, como la de Margaryta Yakovenko en Desencajada.

Durante años tú escribiste y trabajabas en otras cosas, ¿cambia tu oficio de escribir cuando el hecho de escribir ya te garantiza cubrir las condiciones materiales?
Es ahora mi ocupación principal, no está supeditada a sacar tiempo libre, así que imagino que sí, cambia, aunque todavía es pronto para saberlo. Pero en la vida no todo es el trabajo remunerado, también hay otro tipo de trabajos, de problemas, de sucesos que afectan a lo que hago. La escritura es un proceso complejo que no puede resumirse en una sola variable: más tiempo, mejores libros. Ojalá fuese así de sencillo.

Con esto de salir en todas las listas navideñas de mejores libros habrás vendido mucho de Un amor. Es muy difícil explicar para que pique la curiosidad del lector sin entrar en spoilers. Pero la premisa es que Nat llega a un pueblo porque es el lugar más barato que encuentra para vivir. ¿Qué se encuentra allí y qué es lo que desencadena una cascada de rompecabezas?
Encuentra básicamente una cascada de voces que no entiende, personajes que actúan bajo motivaciones que ella no termina de comprender. Proyecta sobre ellos su desconfianza y, a la vez, es mirada con suspicacia. La perspectiva de grupo es importante aquí, es, en realidad, una historia sobre cómo se construye la comunidad.

Spoiler 1. Nat se va del trabajo porque la pillan robando y, aunque le perdonan, le es complicado sobreponerse. A la vez, tienes un libro, Cicatriz, que versa sobre el robo. ¿Por qué te interesa la expropiación? Jajaja, ¿estás poco conforme con la propiedad privada?
Es complicado explicar por aquí de dónde surge este interés, pero está claro que existe, aparece en más libros míos. Aunque yo no hablo de robos, hablo de hurtos. En el robo hay violencia y mis personajes que hurtan son, por lo general, extremadamente pacíficos. En el hurto no hay solo un deseo de apropiación, sino también de cambio de paradigma. No es solo quedármelo yo, sino quitárselo a otro. En Cicatriz era, por ejemplo, un ataque a los centros comerciales.

¿Tiene el acto en sí excepciones morales? ¿Es ético robar al rico para darle de comer al pobre?
Bueno, a mí no me gusta plantearlo en esos términos, no sé las respuestas. Lo que está claro es que los hechos tienen muchas lecturas y que las lecturas predominantes no suelen ser inocentes. Hay muchos tipos de robos. Es como cuando Coetzee en Desgracia aborda el tema de la violación. ¿La justifica? No, en absoluto. La contextualiza. Esto es lo que hace que sus libros sean polémicos.

Spoiler 2. El quid de la cuestión del libro es hasta dónde es capaz de llegar Nat respecto a sí misma, su cuerpo y con su sexualidad a cambio de un arreglo de unas goteras. ¿Es lo mismo el intercambio de sexo por dinero que por algo tan concreto como planteas en el libro? ¿Nat se prostituye?
Es una pregunta que ella misma se hace, y llega a la conclusión de que no. Ella lo centra en el asunto del dinero: como no hay dinero de por medio, puede considerarlo un mero intercambio. Pero también hay otro asunto: no hay intermediarios de ningún tipo, son dos personas que llegan a un acuerdo y punto. Aunque una vez más todo vuelve a ser más complejo que todo esto: al analizar lo ocurrido ella reconoce que no sintió repulsión, que no hubo violencia. Si el acto hubiese sido diferente, también su interpretación lo sería.

Sobre la prostitución, ¿lo consideras un trabajo?, ¿son las prostitutas mujeres que trabajan con su cuerpo como otras mujeres que trabajan con otras partes del cuerpo?
Mira, siendo completamente honesta te diré que es un asunto que no tengo claro. Lo primero, porque no conozco (quiero decir, no he tratado ni he sido amiga) a ninguna mujer prostituta, con excepción de la protagonista de Silencio administrativo, que lo fue en el pasado, y su historia desde luego era terrible. Sí conozco a personas que trabajan con prostitutas del extrarradio, mujeres muy pobres, migrantes, amenazadas por la violencia. Esto es así y es injustificable y ocupa gran parte del porcentaje de la prostitución. En el debate sobre abolición y regulación tengo mis dudas. La abolición no resolvería el problema pero la regulación en sí tampoco, igual que está regulado el trabajo en la agricultura y fíjate lo que ocurre con muchos temporeros.

A Nat le pasa como a muchas personas: el sexo desata una drástica obsesión. ¿Por qué somos tan sexuales, tan carnales, tan débiles respecto a los sentidos?
Somos sentidos, somos cuerpo, no es que seamos débiles, somos como somos y el problema es que siempre estamos tratando de reprimirlo y ocultarlo, con capas y capas de vergüenza y rígidas convenciones sociales. Nat se obsesiona porque cree que no es correspondida, porque no recibe lo que espera de acuerdo a lo que se supone que debe esperar. Pero también es cierto que el sexo tiene para ella una capacidad transformadora, un poder casi mágico. Es parte de su camino de autoconocimiento en el libro.

¿Por qué nos gusta que nos deseen incluso viniendo de personas que no deseamos nosotros? ¿Gustar nos sube la moral, la seguridad en nosotras? ¿Crees que a las mujeres nos han inculcado demasiado lo de definirnos y sentirnos en base al otro? ¿Al qué dirán, qué piensan de ti, cómo te ven?
Estas preguntas se van contestando ellas solas, hay mucho de verdad en su progresión. Hemos sido educadas en el cuidado del aspecto físico, no solo en la sexualidad, sino también en la higiene, la limpieza… Ser ordenaditas, sentarse bien, no sacar la cabeza del tiesto, gustar, gustar, gustar. Pasar de todo esto es una verdadera liberación, pero es también un aprendizaje. Yo miro hacia atrás y veo que me sentí elogiada con cosas que en realidad eran insultos. También juzgué a otras mujeres injustamente. El ejercicio autocrítico tenemos que hacerlo todos y todas.

Una mujer muy segura de sí misma puede parecernos hasta prepotente… hasta la mejor novela del año puede asustar a los críticos y decir que es así porque hombres no han publicado. ¿Las mujeres siempre seremos la alteridad?
Espero que no siempre, jaja, pero vuelvo a lo que dije en principio, incluso comentarios supuestamente elogiosos son en realidad una manifestación de la extrañeza de la situación, la celebración de que, oh, gracias, nos han dejado espacio, nos aceptan, nos dejan entrar. Hace poco en la Feria de Frankfurt nos invitaron a cuatro escritoras a una mesa redonda que se titulaba ‘Ellas escriben’. Y ojo, que yo ni lo pensé, fue Laura Freixas quien lo dijo, con toda la razón: ¿cómo que “ellas”? Ya la misma denominación de la mesa reflejaba la visión de alteridad, el lugar emisor era un nosotros masculino. ¿Por qué no llamar a la mesa ‘Nosotras escribimos’? Sería mucho más justo. Y sin duda la intención era buena pero esto es lo más curioso: lo que se nos escapa sin darnos cuenta.

¿Qué estás leyendo ahora? ¿Nos recomiendas tres libros escrito por mujeres para mover #Yoleoautoras?
Aunque ya está sonando mucho no puedo dejar de recomendar Panza de burro de Andrea Abreu, que es un libro maravilloso, único. Me pareció muy bueno también el ensayo de Ece Temelkuran Cómo perder un país, en el que describe el auge de los populismos en el mundo como quien diagnostica una enfermedad a través de sus síntomas. Y he estado releyendo a Aurora Venturini, Las primas, que es una especie de antecedente gamberro de la no menos gamberra Lectura fácil de Cristina Morales.


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