Una reflexión sobre el movimiento antirracista desde la autocrítica
Debemos mantener una revisión constante de nuestro hacer dentro de la lucha antirracista, pero lo que no tiene sentido es que gastemos más energías en mirar con lupa todo lo criticable que están haciendo los demás con el fin de cancelarles que a construir espacios desde los cuales trabajar para conseguir nuestro objetivo: la erradicación de todas las formas de racismo.
Desde hace tiempo vengo reflexionando con una serie de personas racializadas que son parte activa de la lucha contra el racismo sobre los desafíos que tenemos por delante y cómo poder hacerles frente tomando en cuenta nuestra eterna condición de sujetos subalternos. Las demandas políticas, sociales y económicas del movimiento antirracista ni siquiera están en un segundo plano, simplemente no existen en el debate público.
A excepción de algunos medios críticos que sí están ofreciendo espacios para el debate, los medios masivos solo recurren a nosotras cuando suceden hechos trágicos como la muerte de Mame Mbaye en Madrid en 2018, o la de George Floyd el año pasado en Estados Unidos. El antirracismo no es un tema que esté en la agenda per se. De hecho, nos cuesta muchísimo movilizar cuando no existe un hecho mediático de por medio. A nuestras concentraciones y manifestaciones solemos ir las mismas personas y colectivos de siempre. Y a veces ni siquiera eso.
Para no pecar de pesimismo, hay que reconocer que hemos avanzado en varios e importantes aspectos este último tiempo. Sobre todo, se ha conseguido instalar un discurso que ha puesto el foco en el racismo que ejerce el Estado a través de sus diferentes leyes, aparatos y dispositivos, y se ha consolidado la idea de que somos las personas migrantes y racializadas los sujetos políticos de la lucha antirracista. Además, ha habido campañas de incidencia política con bastante impacto como la de #RegularizacionYa, articulada a través de diversos colectivos del Estado español.
Son logros importantes, claro que sí. El panorama actual no es el mismo de hace cinco o siete años. Sin embargo, y justamente tomando como referencia los dos aspectos mencionados anteriormente, que sin duda marcan un antes y un después en la narrativa contra el racismo, cabe preguntarse por qué la lucha antirracista no termina de despegar, por qué parece que siempre estamos empezando desde cero.
El frente interno o la política de la cancelación
Uno de los principales factores que nos juega en contra es, evidentemente, nuestra condición de sujetos subalternos. Al poder no le interesa dar voz a quienes cuestionamos las bases mismas de un sistema que es estructuralmente racista y que mantiene los privilegios de unas personas a costa de la opresión de otras. No interesa que nuestra voz se escuche ni que se nos vea. Somos voces incómodas. Antipáticas. Antiestéticas.
Según cuál sea la ideología política, el poder nos acusa de vagos, de aprovechados, de exagerar, de victimizarnos, y colectivos supuestamente afines nos reprochan constantemente una “agresividad” que les impide actuar de aliados.
A este frente externo que nos impone mil barreras para sacar adelante nuestras demandas debemos sumar prácticas sumamente tóxicas que se dan al interior del movimiento antirracista. Para empezar, existe una preocupante política de cancelación y anulación del otro, tanto dentro del movimiento en sí, como en las diferentes comunidades racializadas. Esta política, que se ha hecho más evidente desde que algunas personas han obtenido cierta notoriedad en redes sociales, se basa sobre todo en criticar cuatro aspectos: hablar desde la academia, estar en las instituciones, “lucrarse” con la lucha y no ser alguien lo suficientemente racializado. O lo que es lo mismo, no ser lo suficientemente negra, gitano, sudaka, etc.
Indudablemente, todas podemos tener distintas visiones respecto a los medios y la forma de luchar contra el racismo y, en ese sentido, las críticas constructivas siempre van a ser saludables. Cuando no hay disenso, el debate dentro de los colectivos pierde riqueza y perspectiva. Pero cuando estas críticas no solo no ayudan a construir, sino que desarticulan espacios de convergencias, paralizando toda iniciativa y acción, hay que preguntarse hasta qué punto es sano y estratégico seguir en esta dinámica.
Conozco a muchísimas personas que se han alejado de la primera línea del movimiento por temor a ser señaladas. Y muchas de las que hoy están activas se mantienen en una alerta constante para que no se las tache de “privilegiadas”, ni se las acuse de lucrarse o de tener algún afán de protagonismo. Esto ha conducido a una paranoia y autocensura que ha provocado momentos verdaderamente surrealistas, por ejemplo, asambleas de más de 30 personas donde nadie quiere coger la palabra para “no ocupar espacio”, o manifestaciones convocadas por nosotras mismas donde ninguna quiere leer el manifiesto o hacer una portavocía por temor a las críticas posteriores. Lamentablemente, a veces importa más que un grupo vaya por ahí hablando de “los egos” dentro del movimiento que transmitir nuestro mensaje.
Patriarcado y misoginia
A estos hechos se suman un patriarcado y una misoginia de la que no fui del todo consciente cuando comencé a participar en espacios antirracistas. Lo que se aplaude y valora en los liderazgos masculinos, se critica y rechaza cuando se trata de compañeras y/o de otres hermanes. Mientras unos son “cracks”, les otres son vistos como personas violentas, mandonas y agresivas.
A las feminidades no se nos perdona hablar con rotundidad. Eso cae mal. Tenemos que andar siempre como seres de luz, cual mariposas aterciopeladas hablando desde el amor y la infinita comprensión. No vaya a ser que luego se cuestione nuestro ego o, peor aún, se nos acuse de ejercer “prácticas de blancas”.
Todas estas cuestiones han mermado mucho la moral dentro de un movimiento que tiene grandes desafíos por delante. Por supuesto que debemos mantener una revisión constante de nuestro hacer dentro de la lucha antirracista, eso es parte de una deconstrucción necesaria en un mundo que es estructuralmente racista, hetero-patriarcal, clasista, etc., pero lo que no tiene sentido es que gastemos más energías en mirar con lupa todo lo criticable que están haciendo los demás con el fin de cancelarles (y en autoanularnos por miedo a caer mal y a que se nos critique), que a construir espacios desde los cuales trabajar para conseguir nuestro objetivo: la erradicación de todas las formas de racismo.
Estas críticas las hago desde la más profunda de las autocríticas. Seguramente yo misma he caído en alguna de estas cosas que planteo. Las personas somos susceptibles, volubles, a veces desconfiadas. Pero antes de atribuirle a alguien una mala intención, ¿no es mejor pensar que ha sido torpeza?
El racismo campa a sus anchas, todos los días se producen paradas racistas, ahí continúan abiertos los Centro de Internamiento de Extranjeros (CIEs) y nos siguen matando, golpeando y estigmatizando. Tenemos un frente externo demasiado virulento y poderoso como para jodernos entre nosotras mismas. Por eso todas somos necesarias, todas y en todos los ámbitos. Como es normal, cada quien optará, dentro del movimiento, por aquellos espacios donde se sienta más a gusto y se acercará a las personas más afines, pero eso no impide aprender de las compañeras que están trabajando desde otros lugares, ni hace imposible poner en valor el granito de arena que cada una de nosotras aporta.
realizado con el apoyo de Calala Fondo de Mujeres y financiado por el Ayuntamiento de Barcelona.