La falta de sexo entre lesbianas y otros dedos
Las relaciones entre mujeres parten de un alto grado de intimidad, que se desarrollan con libertad en cuanto a los roles de género, noviazgos cortos, monogamia en serie, fusión y pérdida del deseo sexual.
Algo tiene el sexo. El sexo tiene… algo. Es un algo difícil de explicar. Nos lo muestran salvaje, inexplicable, corporal, innato (sic). Nos dicen que puede ser más o menos digno; inodoro; ajeno a nuestras propias miserias, a los dolores, a las fantasías con las que crecemos todas. Parece un objetivo, una meta, un momento. Suena a jadeos, a intimidad, a luz tenue. El sexo es un algo difícil de explicar, algo que no está bien echar de menos, pero que tampoco puede pedirse con la boca llena de saliva. Está representado en cada esquina, de maneras muy distintas en cada momento histórico, en cada cultura, pero siempre se mueve entre la dignidad o la indignidad; entre el dinero y el amor. El sexo es ese algo que nos une, que nos señala el camino de los proyectos en común, ese algo que nos separa; esa intimidad que deja de serlo cuando falta. El sexo es eso que parece que solo tenemos entre las piernas aunque inunde todo nuestro cuerpo; a lo que la sexología quita valor y explica de otra manera, lo que se busca en Tinder y se pierde en camas en las que ya no se suda.
No he vivido tantas historias de amor como para que mi experiencia sea una muestra digna de ninguna conclusión, pero sin afán de toparme con grandes conclusiones, ni con intención de sellar verdades absolutas, me atrevo a mostrar aquí una preocupación: las lesbianas follamos poco. Poco según… mi propio criterio. Estas son mis letras y estos son mis lamentos. De aquellos polvos inocentes a una luna de miel agria, de risas entre amigas a llantos amargos, el sexo lésbico parece estar más presente en el imaginario hetero que en nuestras camas. ¿Más presente en nuestras conversaciones que entre nuestros dedos?
En Cómo superar un bollodrama, el primero libro de Paula Alcaide, la falta de deseo en las parejas entre lesbianas está tan presente como lo está en las conversaciones entre bolleras. Puede que ahora mis hermanas pretendan hacerse las guays y no tengan ningún interés en reconocerlo, pero la falta de sexo es un ‘problema’ recurrente entre nosotras. Puede que resulte sorprendente para la audiencia heterosexual, que se ha masturbado viendo vídeos de tías follando como no follamos casi nunca. Alcaide repasa en su libro parte de la bibliografía que se ha escrito sobre las relaciones entre mujeres y recoge un patrón que bajaría la libido a cualquiera. Dice que las relaciones entre mujeres parten de un alto grado de intimidad, que se desarrollan con libertad en cuanto a los roles de género, noviazgos cortos, monogamia en serie, fusión y pérdida del deseo sexual. Un planazo, vaya. Las hipótesis son muchas y están todas recogidas en su libro, que os animo a leer si sois heterosexuales y a tragaros sin masticar si sois bolleras. Por resumir, el planteamiento parte de reconocer que, entre dos mujeres, es habitual que se dé una simbiosis que puede acabar por convertirse en una falta de espacios propios y ahí, queridas, puede estar una de las claves de la falta de deseo. “Porque el sexo sirve para aproximarse y, si existe demasiada intimidad y no hay espacios personales delimitados, la cercanía ya no es necesaria”, escribe Alcaide. Será eso, será la precariedad, será el patriarcado, será la lesbofobia, será el cansancio, será lo que tenga que ser. La pregunta que me surge entonces es sencilla: ¿Y qué más da? ¿Importa tanto? ¿Importa tan poco? ¿Es la falta de sexo motivo suficiente para una ruptura? ¿Es el sexo motivo suficiente para una construcción en común? ¿Es o no es un problema follar poco? Si tienes una relación sana, equilibrada, de cuidados y confianza, ¿romperías si no folláis?
Las dudas y los recuerdos inundan mi cabeza, las noches de sexo invaden mis dedos y las respuestas se confunden con anhelos. El sexo –y sé que estoy tendiendo a simplificar muchísimo– es una forma de acercamiento. Entre dos o más personas, pero también con nosotras mismas. Es un espacio en blanco, un vacío, un lugar de encuentro y de huida, de estar y dejar de estarlo, de llegar y de no irse nunca; que puede ser importante o insignificante en nuestras vidas, que tiene el valor que queramos nosotras que tenga; que nada tiene que ver con los vídeos de coreanas bolleras, ni con las escenas de The L World; el sexo es eso que pasa cuando queremos que pase, que nos acerca a nuestras compañeras, que nos lleva a los susurros y a los jadeos, a la libertad más absoluta y al más profundo de los miedos. Puede que las lesbianas no follemos mucho. Qué sabré yo, en realidad, sobre lo que hacen las lesbianas en sus camas o en los portales.
Qué más da.
Sí, todo bien. Todo está bien. No pasa nada. Insisto: todo está bien. Pues si no follas, no pasa nada. Solo que, a veces, por no follar se puede ir todo a la mierda y, si te follan bien, puedes que te enganches incluso más de la cuenta.
“El sexo no es tan importante”, pienso mientras miro con ojos sugerentes unos berberechos. Me acuerdo entonces de un reportaje que republicamos en Pikara Magazine hace unos años de la revista Mirales. La autora se preguntaba algo que no resulta tan obvio: “Y para ti, ¿qué es follar?” Contaban en este texto que en un juicio contra dos mujeres acusadas de comportamientos inmorales, en Escocia en 1811, el juez las exculpó afirmando que “no existe la más mínima posibilidad de que una mujer en la cama con otra mujer mantengan comportamiento inmoral. Si una mujer abraza a otra, no quiere decir nada”.
Eso sí que no. Por ahí no paso.
Todavía hoy sigue muy arraigada en nuestro propio imaginario una idea muy coitocentrista y probablemente simplista de qué significa tener sexo. Puede que tengamos que aprender a quitarle valor, pero también es cierto que todavía tenemos que deconstruir muchas miserias para poder disfrutarlo en plena libertad porque ¿a ti nunca te ha dado miedo follar?