“Sentí que estaba escribiendo contra mi familia, contra las instituciones y contra mí misma”

“Sentí que estaba escribiendo contra mi familia, contra las instituciones y contra mí misma”

En su primera obra, Belén López Peiró hace (auto)justicia con sus letras. 'Por qué volvías cada verano' es un grito contra el silencio de las familias y la connivencia de las instituciones ante el abuso sexual.

Fotógrafa: Alejandra López

Belén López Peiró. / Foto: Alejandra López

La historia de la porteña Belén López Peiró (Buenos Aires, 1992) es la historia de millones de mujeres de todas las épocas y siglos. Es la historia de sucesivos abusos sexuales por parte de un miembro de su familia. Es el enemigo en casa, el hogar patas arriba, los silencios estruendosos, las ausencias paternas y maternas que duelen, es el dolor hecho verbo y la (auto)justicia hecha en letras. Porque este relato cuenta su historia, pero la de muchísimas más, porque no es una cuestión doméstica, ni personal ni individual; es, más bien, un sistema que crea carne (mujeres) para la picadora (hombres): una sociedad machista, una cultura que nos cosifica y nos vende como propiedad del varón. Por qué volvías cada verano (editado en castellano por Las Afueras y en catalán por Pol.len Edicions) es su primer libro publicado y es empezar por la puerta grande.

Hablar de tu libro es hablar de los abusos que sufriste de niña, ¿esto te daña o te está curando?
El proceso de escritura fue reparador, meter las piernas en la mierda y escribir. Volver a la escena y narrarla sin tapujos, ir al hueso, describir cada detalle fue para mí reparador. Fue una manera de registrar para poder ver lo que pasó, cuál fue el contexto y la estructura que permitió que el abuso suceda y se prolongue, qué mecanismos fueron los que funcionaron para que un silencio durara diez años. Para mí escribir fue recuperar ese dominio que había perdido sobre mi historia y mi identidad.

¿Cómo te preparaste para escribir?
He tenido que distanciarme de los hechos para, sin tanto apego emocional, poder narrarlos, porque si no el apego me paralizaba. Escribir mi historia me sirvió para darme cuenta de que no soy la única que pasó por esta situación, que no se trata de mi historia personal sino una historia universal de abuso, en la que no importa ni mi nombre ni los nombres de los personajes, lo que importa es que esto pasa y también pasa puertas adentro de las casas.

En el relato hay múltiples voces que van narrando desde ángulos, pareceres y perspectivas lo que sucede. ¿Por qué esta polifonía?
El abuso no es solo víctima y victimario, no es solo ese momento preciso en el que una persona violenta a la otra; el abuso se prolonga cuando la mujer queda sola, cuando no tiene los medios económicos para denunciar, cuando se silencia, cuando se lastima, cuando una se sigue sintiendo vulnerable, cuando nos levantamos sin dominio de nuestro cuerpo, cuando vas a la justicia y te cierran la puerta, cuando te posicionan en el estereotipo de víctima…  Todo eso también es el abuso y de ahí las múltiples voces.

Has hecho un ejercicio literario de abrir la puerta de tu casa y sacarlo para que sea una cuestión colectiva.
Sí, además, los grandes personajes son las instituciones: la institución judicial, la institución familiar, la institución psicológica, la institución médica. La violencia machista se ejerce transversalmente y principalmente en instituciones que hacen que la violencia esté estructurada y tenga una base sólida, desde el propio Estado muchas veces. Para mí fue muy importante incluir, por ejemplo, el lenguaje judicial, porque es uno de los primeros espacios en el que vamos a buscar reparación y encontramos una victimización.

¿Cómo te llevas con la etiqueta víctima?
No muy bien, pero no encuentro otra forma de nombrar. No me gusta porque está muy asociado al estereotipo de la víctima, a lo que se esperaba que yo fuera, a cómo debía comportarme. Muy asociado a mujeres que no desean, que no tienen deseos sexuales, que deben ocultarse, que no pueden alzar la voz, que no pueden ni gritar ni marchar. Yo en un principio no pude hablar, tenía que quedar en el ámbito privado porque como mujer me desprestigiaba, hasta que me di cuenta de que nada que ver, que eso era lo que ellos esperaban de mí. Romper con ese estereotipo fue fundamental. Tendríamos que resignificar la palabra o inventar otra en la que se nos nombre sin desprestigiarnos.

¿En todo este proceso has sentido culpa?
Sí, sin duda. Es lo primero que te hacen sentir. La culpa siempre recae en la persona que denuncia. Por eso la pregunta Por qué volvías cada verano, por qué estás destruyendo la familia. La responsabilidad es para la persona que está destruyendo lo establecido, la que incomoda, la que hace que las personas tengan que actuar, y eso no a todo el mundo le gusta, por eso es más fácil culpar a la mujer, ignorarla o no creerla. Todo para que las cosas sigan como están y el agresor siga ocupando el lugar de poder que lo mantiene. Salirme del estereotipo de víctima también tuvo que ver con borrar mi culpa, encima una culpa tan asociada a la fe religiosa.

¿Te has encontrado a gente que le ha quitado importancia a lo que pasó porque no hubo penetración?
Sí, es la primera pregunta que me hace todo el mundo. Y al final hasta me lo preguntaba yo, para qué tanto quilombo cuando no hubo penetración. No hubo penetración con el pene, pero sí con otras partes del cuerpo. Yo entendí rápido que lo importante eran las consecuencias que habían tenido esas acciones en mí. Hubo un montón, que también te digo que en el colegio y las psicólogas tendieron a normalizar. Por ejemplo, los trastornos alimenticios o los dolores de cabeza o dolores de panza; y no, claro que no eran fruto de cambios en la adolescencia como decían. Yo experimentaba mucho malestar con mi cuerpo, somatizaba con dolores corporales. Los trastornos alimenticios estaban relacionados con la falta de dominio del cuerpo, sentir que no tenía control sobre mí. Y con el tiempo me di cuenta de que esto estaba asociado al abuso sexual, a la sensación de que una vez que una persona viene y toma posesión de tu cuerpo como territorio, sin límites, es muy difícil sentir que tu cuerpo es tuyo y que puedes reapropiártelo. En el plano sexual fue un proceso arduo y es toda una transformación pasar del displacer al goce. Estas son cuestiones trascendentales hablarlas, primero para evidenciar que somos montones de mujeres las que hemos pasado por esto y también para que los adultos puedan ver otros signos que pueden aparecer en las personas violentadas y no normalizarlos.

Fotógrafa: Alejandra López

Belén López Peiró, posa. / Foto: Alejandra López

¿Has sentido o sigues sintiendo miedo?
Hace tiempo que no lo siento. La última vez fue cuando presenté el libro, porque sentí que estaba revelándome contra todo. Sentí que estaba escribiendo contra mi familia, y contra las instituciones, y contra mí misma en ocasiones. Sin embargo, eso que estaba haciendo me estaba salvando. Yo no sé si a día de hoy lo leyeron, si lo leyó él… pero fue como decirle a la justicia y a él y a todos: váyanse a la mierda. Y yo sola, con mi libro hacer mi propia justicia. Sentí miedo y fuerza en la presentación, además hubo una mujer que levantó la mano y me dijo “yo también lo he vivido y gracias” y sentí que todo el miedo valió la pena. Miedo sentí porque le pasara a otra persona porque yo no hablara, a una prima o a una sobrina… miedo cuando veía a una nena aupada sobre él, eso sí era miedo.

¿Podemos afirmar que la justicia es patriarcal?
Es la institución más patriarcal que conozco. La justicia pone en el banquillo a la persona que denuncia, te expulsa día a día de ella, hace todo para que te vayas. Es una de las mayores deudas que tenemos: crear una justicia que sea reparadora. Somos muchas mujeres las que acudimos a la justicia y lo único que sentimos fue impotencia y tristeza. Si yo tengo que esperar, con una causa iniciada en 2014, que la reparación venga del veredicto de un juez… ¿qué hacía durante todos estos años?

Me gustó que cerraras el libro con el informe médico que dice que él no está loco. ¿No será que sistemáticamente, socialmente, culturalmente se les educa en la propiedad de los cuerpos de las mujeres?, ¿no es eso en este sistema machista la normalidad?
Desde pequeñas nos muestran que los violadores son monstruos, locos o enfermos o con ciertas patologías, y no. Él es un varón más que abusa de su poder y violenta a una mujer por la fuerza. Eso se inculca desde pequeños, se enseña, se mama y se vive. Es una cultura en la que las mujeres somos objetos y no sujetos de derechos. Para mí es importante desenmascarar eso, el abusador puede estar en tu familia y no tiene porqué ser un monstruo ni estar loco.

¿Militas en alguna asociación o alguna colectividad?
Desde que se creó en Buenos Aires el NiUnaMenos participo en las asambleas y estoy en todas las manifestaciones. NiUnaMenos nació en junio de 2015, fue muy importante porque fue la primera vez que hubo manifestaciones tan masivas. Nacieron a raíz de los feminicidios de 2014 y 2015, años en los que moría una mujer en manos de un hombre cada 24 o 26 horas. Enseguida me di cuenta que también estábamos luchando por todos los demás tipos de violencias transversales, incluyendo las muertes por abortos clandestinos. Aunque mi militancia también tiene que ver con un espacio amable para sentirme segura y arropada para escribir. Yo escribí acompañada por mi tallerista y mis compañeras, todas mujeres, fue una escritura muy colectiva, este libro lo escribí yo, pero estaba acompañada por todas ellas. Y ahora he abierto talleres para mujeres que vienen a contar sus historias y en los que yo las acompaño.

¿La ley del aborto en Argentina ha sido un chute para seguir con otras luchas?
Sin duda, la legalización fue un gran triunfo. Ahora tenemos que vigilar que se aplique porque aunque es ley, puede haber instituciones, médicos o provincias que no quieran implementarla. Ahora lo que hay que ver es por dónde seguimos y qué otras conquistas nos quedan. El tema de la reparación es trascendental, la idea es que haya una justicia reparadora: sería un Estado dando respuesta para que las mujeres nos sintamos protegidas y acompañadas, y no revictimizadas. Tendría que ser gratuita, porque no puede depender de si yo tengo plata para pagarme un psicólogo o ir a un taller de escritura o a grupos terapéuticos del cuerpo.

 


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