‘El despertar de las hormigas’, violencia fantasma

‘El despertar de las hormigas’, violencia fantasma

La ópera prima de la realizadora Antonella Sudasassi es mucho más que una película. Son tres.

21/04/2021

Fotograma de la película ‘El despertar de las hormigas’.

El despertar de las hormigas, la ópera prima de la realizadora Antonella Sudasassi es parte de un proyecto artístico interdisciplinar y feminista más amplio, que aspira a la transformación social a través del cine y la pedagogía. Un ambicioso planteamiento compuesto por una trilogía de diferentes metrajes y formatos a lo largo de las etapas vitales de una mujer:

Un corto que aborda la infancia (2016)

Un largo de ficción centrado en la juventud (2019), que constituye el texto audiovisual en el que nos centraremos en esta crítica. Fue distinguida con el Gran Premio del Jurado en la sección Iberoamerican Competition durante el Festival de Cine Internacional de Seattle. Así como con el premio al mejor largometraje costarricense del Costa Rica Festival Internacional de Cine. Fue nominada a los Goya en su 34 edición en la categoría de mejor película iberoamericana y seleccionada para participar en la sección Forum de la Berlinale.

 

Y el último engarce del tríptico, un documental asomado a la edad de la madurez, aún no estrenado: en 2019 se encontraba en fase de rodaje, según declaraciones de la realizadora a medios costarricenses. No podemos ofreceros aquí su tráiler, pero sí compartir las ganas de ver esta tercera película del proyecto que promete ser tan audaz y comprometida socialmente como sus predecesoras

Sinopsis violeta

Isabel (Daniella Valenciano) no quiere tener más hijos. Pero vive sumergida en un constructo familiar y social muy patriarcal. No puede hacer valer su deseo porque su entorno la desautoriza, en primer lugar, su marido Alcides (Leynar Gómez) y, en segundo, la familia de este, con su madre a la cabeza. Sin embargo, poco a poco, cobra forma una revuelta interior en el inconsciente de Isabel, filtrándose por todos los resquicios de su realidad. La situación de dominación que soporta lleva tan al límite su resistencia mental que comenzará a conectar con su instinto de supervivencia, las pulsiones de su cuerpo, sus propios deseos y ambiciones y la responsabilidad que ello conlleva.

Por qué violencia fantasma

Si hay algo que sabe hacer El despertar de las hormigas es expresar los machismos normalizados. El filme corporeiza violencias intangibles, pero además de verlas en acción también podemos nombrarlas, científicamente. No en la película, sino con otro instrumento que os presentamos a continuación.

Más allá de denominar a estas violencias como invisibles, que es un léxico cajón de sastre, y además engañoso (pueden verse con entrenamiento), tenemos otra voz y su significado para identificarlas. Como las palabras son cruciales para invocar, como buenas brujas que somos hemos buscado una especialmente significativa, el calificativo de fantasma. Término que acuñó Bárbara Ramajo en un Trabajo Final de Máster que se convirtió en ensayo y consiguió la Mención Especial Enma Tirado del XVII Premio de Ensayo Carmen de Burgos en 2016.

Creemos que la película muestra, sin proponérselo, qué es la violencia fantasma. Tal y como lo entendemos, el concepto de Ramajo viene a mostrarnos por qué las violencias patriarcales son tan indetectables. Su teoría nos avanza que se construyen y perpetúan desde diferentes dimensiones del género y la sexualidad. Y que además tales dimensiones interactúan entre ellas. Son el poder, la identidad, el discurso, el análisis y la performatividad. Algo así como abordar la cualidad gaseosa del patriarcado de propagarse con impunidad en múltiples facetas de nuestra realidad.

El despertar de las hormigas representa de forma extraordinaria los efectos de esta violencia espectral en la construcción de la propia identidad de las mujeres. Una violencia que se ejerce a través de una sola forma de sexualidad posible basada en la desigualdad y la dominación; a través del discurso social de cómo deben ser las mujeres en su apariencia y comportamiento y a través de la repetición sin cuestionamiento de los rituales sociales en los que vivimos inmersas.

El largo

Vayamos por partes. La obra persigue la proyección (y el debate) en entornos rurales donde no hay cines o sus habitantes no han ido nunca a uno. Como ocurrió en el marco del Festival de Costa Rica, en municipios donde el discurso fundamentalista religioso se hacía notar; hasta el punto de que algunos padres cerraron con cadenas colegios para que no se implementaran las guías de educación sexual oficiales.

Para la directora, el filme no pretende avivar enfrentamientos, sino entablar un diálogo reflexivo. Por ello, evitó un posible rechazo visceral desde la fase de conceptualización de la obra. Que esto no nos llame a engaños, El despertar de las hormigas no elude los temas conflictivos. Todo lo contrario, esta película merece el calificativo de combativa.

Descubre comportamientos machistas en entornos heterosexuales muy tradicionales que supuran una intensa violencia normalizada. Da forma a las violaciones en la intimidad de la pareja, a la violencia patrimonial, pone en entredicho la aceptación de la autoridad del varón, realiza una crítica a la falta de alianzas entre mujeres y a la supervisión de unas mujeres específicas sobre otras. Y todas estas violencias se complementan y estructuran en un mismo sistema social que afecta a las relaciones intrapersonales e interpersonales. La película refleja la realidad patriarcal que subyace en todo el planeta Tierra y quizás en otros universos.

La realizadora se ha asegurado de mostrar la diferencia entre sexualidad, placer y maternidad. De visibilizar los procesos de emancipación de las mujeres generados a fuego lento, de dentro hacia afuera y desde las disidencias, como artífices de transformación social. Aunque vayan a pasito de hormiga. Pero hormigas que emergen del subsuelo y lo ocupan todo, porque su instinto las impulsa a vivir.

Una apuesta innovadora que se adentra en las violencias naturalizadas con una cámara intimista, cercana, con primeros planos físicos y emocionales, bucea entre ambos mundos. Planos secuencia de composición conceptual que realzan la cotidianidad. Así, la protagonista se convierte en solo manos o cuerpo, o en una presencia desenfocada cuando sirve a su pareja. Somos parte de las celebraciones familiares, los careos entre la pareja, la trastienda de las relaciones entre mujeres, nos sentamos a la mesa con la familia como una más. En el montaje, prima la narración sobre la forma, pero mantiene constante conexión con la metáfora y lo onírico, cargado este último de profundo simbolismo. Este detalle de inmersión en el mundo interno y externo del personaje es crucial porque Isabel se mueve en un estado de consciencia alterado que la reconecta con su libertad.

Isabel, implosión de una galaxia

Hemos de reconocer que la protagonista es una niña buena. No es una amenaza para nadie. Es discreta, obediente, da la talla ante las expectativas que se ciernen sobre ella. Y además quiere hacerlo. Pero en realidad está bastante harta. Lo que pasa es que todavía no se ha dado cuenta. No ha llegado al límite de sus fuerzas. Ya está muy cerca, aunque aún no lo sabe.

En su interior, se expande todo un universo. Dentro de esa mujer tímida y sumisa habita un hormiguero en rebeldía cociendo una sublevación. El detonante principal será la presión de su marido, y de su familia extensa, para obligarla a tener un hijo al margen de su voluntad. Porque ella no quiere. He aquí el conflicto. Ha tenido dos hijas y eso le parece más que suficiente. Cree que más descendencia le restaría tiempo para sus aspiraciones personales de progreso económico personal. Esta presión y represión social constituye un desafío para su supervivencia. Se enfrenta al suelo pegajoso. Un tipo de violencia estructural invisible que no solo origina la precariedad, sino los valores misóginos extendidos en sociedad.

La protagonista comienza el metraje como una madre apurada por dar un resultado satisfactorio en las labores domésticas. Y esta sumisión la muestra tanto ante sus cuñadas y suegra, que la supervisan y dirigen; como ante sus propias hijas, miedosa por la llegada del marido. Como si este tuviera la autoridad moral de reprenderla o estuviera entre sus obligaciones fiscalizar su trabajo doméstico. Pero, resulta que sí tiene ese poder. Lo tiene en el contexto social que muestra el film. Y claro, de fondo hay miedo. Un miedo lógico. No podemos culparla. El miedo frente al marido que domina como así lo ha convenido una sociedad entera. De la que se supone no quiere verse expulsada. Como nadie querría. Porque este miedo atávico está en nuestro ADN humano. Forma parte de nuestro instinto. Terror al rechazo de tus congéneres. Y habíamos quedado en que las mujeres éramos humanas.

Isabel le da la vuelta a todo esto. Su interior se manifiesta con una implosión de disidencia. Comienza una lucha encarnizada por apropiarse de su sexualidad, su placer y su derecho a no ser madre. Comienza a actuar a escondidas. Aprende a mentir, a guardarse las espaldas, a tener un as en la manga, a crear una puerta de salida. Sí, también con su pareja. Sobre todo, con su pareja. Una especie de reducto íntimo y personal, indómito e inusurpable, innegociablemente propio. Algo así como que la autonomía debe partir del aliento de la sororidad, de actitudes de desobediencia y de acciones en clandestinidad para poder comenzar a establecer un estatus igualitario en la convivencia. Que la libertad no puede ser autorizada por el sistema. Que ha de ser una lucha organizada desde dentro.

Alcides, el típico buenazo que abusa y viola

Alcides (Leynar Gómez), un tipo que en apariencia parece un buenazo, no lo es tanto. Ejerce una erosionante presión física, sexual y psicológica sobre su pareja para empujarla a un embarazo no deseado con la ayuda del menosprecio de su familia, la manipulación de sus hijas y el beneplácito social. Esto es, ejerce violencia sobre su compañera. Muchos tipos de violencia.

Las formas calmadas de Alcides, en apariencia no son violentas. Solo en apariencia. Pero lo son, tenemos que fijarnos. Son violentas en el sistema, en la estructura familiar, en el clasismo establecido entre las mujeres. Y en la cama. Este punto es crucial. Cuando hablamos de violación esperamos la agresión de un extraño. La fuerza bruta, puñetazos, bofetadas. Pero sujetar un brazo es violar, especialmente si el cuerpo dice no. Cuando el varón obliga por la fuerza a adoptar la postura sexual que le da más placer a él es violar. Porque no se desea tener sexo así. Sino que se impone una manera concreta de tenerlo sin importar nuestro placer.

Esta historia no es la de una mujer que no sabe decir que no. Cuidado. Podría ocurrírsenos pensar que ella simplemente no ha dicho bien claro, que no y que es su culpa. Lo cierto es que el personaje protagonista dice que no muchas veces. Y le dice que no a su marido. Con gestos, con palabras, de muchas formas. Pero él no la toma en serio, la ignora, toma a chanza sus negativas, se aprovecha y se venga en la cama. Para él no es una igual, como mucho, un objeto sexual dispuesto a su placer y a hacerle la vida más agradable. Lo podemos ver cuando la azota por detrás, cuando la toca por la espalda sexualmente mientras ella muestra rechazo con los gestos, y, además, le dice que no a algo en el marco de una conversación. Sería interesante destacar cómo la mirada resulta un elemento de enorme peso para intervenir, imponerse o amonestar. Esto es así, porque la culpa de las violencias, de cualquiera de ellas, no es de las supervivientes o afectadas, sino de los violentos. Existe una estructura social amplia que empuja desde el pasado y es capaz de normalizar los extremos. Y puede apreciarse muy vívidamente en la película.

Fotograma de la película ‘El despertar de las hormigas’.

Los patriarcados liderados por mujeres no son matriarcados

El despertar de las hormigas nos regala la apreciación de cómo el patriarcado establece un estatus de poder diferenciado entre las mujeres. La jerarquía se establece en función de la proximidad con el varón dominante. La madre y las hermanas del padre y esposo cuentan con un gran influjo sobre la pareja, pero en especial sobre la protagonista. Tienen la facultad de avergonzar, llamar la atención a la esposa y mostrar un rechazo educado hacia sus amigas, sobre todo si estas no asumen los códigos aceptables de sumisión convencionales. En general, qué podemos hacer si tu suegra te reprende y te insta a hacer de madre ante los ojos avergonzados de tu pareja, o si tu cuñada te recuerda tus obligaciones para con tu esposo. Hemos de hacer una revolución. Poner límites. Mandar a tomar vientos a la familia extensa.

En realidad, la directora aborda un tema espinoso, la necesidad de que las mujeres asuman parte de la responsabilidad de la transmisión de roles de sumisión y servilismo. Hace una crítica a su papel en la perpetuación de las violencias machistas. Es espinoso porque puede caerse de nuevo en la culpabilización de las mujeres por toda su historia de discriminación, vejaciones y violencias ejecutadas por el patriarcado milenario.

Sin embargo, la autora plantea el tema proponiendo modelos de mujeres aceptables en una sociedad concreta, la católica costarricense, al mismo tiempo que las no aceptables. Todas ellas son mujeres poderosas. Su suegra es la jefa de su clan. Sus cuñadas detentan ampliamente ese poder en herencia. Tienen poder declarado y reconocido socialmente porque perpetúan las normas patriarcales de decoro, sumisión y represión patriarcal. Este es un estatus de poder social al que se puede acceder para ser aceptadas en sociedad. Pongamos la mirada ahora en el personaje de su amiga, aliada y clienta. Sin su presencia, la protagonista no podría haberse transformado. Es una mujer que aparentemente se ha liberado del peso del matrimonio y sus responsabilidades. Toma la píldora, parece dueña de su sexualidad, no quiere ser madre, no le importa lo que piensen otras personas de su situación. Simplemente, hace lo que quiere. Pero más adelante comprobaremos que también está sometida, se ve obligada a aguantar babosos para contener posibles abusos sexuales o violaciones. Todos los personajes femeninos se encuentran en un contexto social hostil. No son dueñas realmente de su propia sexualidad ni del uso de sus úteros. Han de sobrevivir sometidas al deseo sexual de los varones. Incluso de pequeñas soportan cierta pedofilia y pederastia normalizada en sus propios círculos familiares.

Por otra parte, la película reprueba educar a las niñas en las labores domésticas, enseñarlas a servir, vigilar el despertar sexual de las preadolescentes para cercenarlo, reprimirlo, convertirlo en algo indecoroso o fuera de lugar, proscrito. La protagonista del film tiene actitudes en este sentido. Vemos que es precisamente cuando se siente en desequilibrio cuando tiene comentarios patriarcales hacia su hija como: “A la gente cochina nadie la quiere” o “deje de moverse”. Isabel también soporta lo que soporta y no puede separarlo de su educación. Hasta que se plantea pequeños cambios, de hormiguita pueden ser, pero también sustanciales. Cambios que afectan a la expresión de sus verdaderos deseos, a la materialización de estos, a la educación de sus hijas y a la relación con su marido.

La protagonista no puede vivir con plenitud desde el contexto sexual y familiar que sufre cada día, ni desde lo que se espera de ella en los rituales familiares, desde el poder de la heterosexualidad patriarcal que la oprime. Y eso queda claro. El machismo mata. La mente, el alma, el cuerpo. A nosotras y a las que vienen detrás.

 


Lee otras críticas de cine:

Download PDF

Artículos relacionados

Últimas publicaciones

Download PDF

Título

Ir a Arriba