Justicia para Julie
Tras diez años de instrucción, un juzgado en Francia sentenció en noviembre que el caso de un mujer francesa que acusa a 22 bomberos de haberla violado durante dos años cuando ella tenía menos de 15 fuera considerado abuso sexual y no violación. En marzo, el recurso presentado por su familia fue desestimado, pero permitió traer a la primera línea de la política francesa el debate sobre el consentimiento.
Abuso en grupo de miembros de los cuerpos del Estado, diferencia de edad y fuerza, abuso o violación… La historia de la francesa Julie (un nombre falso) tiene paralelismo con la sentencia de La Manada ya que los jueces no consideraron probado que la superviviente se opusiera a las relaciones sexuales que la imponían, a pesar de ser menor de edad y de tomar abundante medicación por su estado de salud mental. Tanto la investigación policial como los informes del tribunal buscaron además criminalizar a una víctima que, al contrario de lo que se vivió en España en 2018, no ha contado con una movilización feminista tan fuerte y concienciada que la sostenga y arrope.
Según recoge el auto de acusación, entre noviembre de 2009 y agosto de 2010, cuando tenía 14 y 15 años, Julie mantuvo relaciones con 22 bomberos. La víctima, que desde 2008 sufría constantes ataques de ansiedad así como de parálisis espástica y tomaba ansiolíticos, antidepresivos y antipsicóticos, había sido ingresada dos veces en psiquiatría infantil. En dos años, Julie tuvo que ser atendida por sus diagnósticos de salud mental en 260 ocasiones. En Francia, los bomberos hacen de ambulancieros en casos de urgencia, así que eran los responsables de trasladarla al hospital.
La rama sindical de la CGT del cuerpo de bomberos denuncia el “abuso de posición” que estos agentes cometieron y resalta que no hay “sitio en el cuerpo para las violencias y los depredadores sexuales”. En los últimos años, los bomberos en Francia han sido los protagonistas en numerosos casos de abusos sexuales: por ejemplo, en 2019 una estudiante noruega de 20 años acusó a seis bomberos de haberla violado en una estación de París.
Cuando en agosto de 2010 Julie fue capaz de contar lo sucedido a su madre y denunciar a los agresores, empezó un proceso largo y lento, inusualmente lento. Diez años de instrucción que portó en sus hombros la madre de la superviviente, Corinne Leriche, una profesora de primaria que enseñaba a su alumnado “a tener confianza en los representantes del orden”, como cuenta ella, y que lo dejó todo para denunciar a los agresores de hija.
“De media en Francia, una acusación por violación se juzga en cuatro años, aquí han tardado diez. La falta de medios en los casos de abusos sexuales es impresionante”, afirma la abogada de la superviviente, Marjolaine Vignola. En una década, cuatro jueces pasaron por el dosier, “pero durante los primeros sietes meses de la investigación no se hizo nada”, explica Vignola. Había que interrogar a 22 acusados y solo se asignó a un policía para llevar a cabo las pesquisas judiciales. Tres de los bomberos fueron en un principio acusados de violación por mantener relaciones con penetración con una menor de 15 años a sabiendas de su edad, otros 17 (dos bomberos murieron durante el tiempo de la instrucción) declararon desconocerla y no fueron investigados.
En julio de 2019, la familia recibió la notificación del juzgado: los magistrados no consideraron probado que Julie se opusiera a lo que ellos calificaron como relaciones sexuales así que el caso pasó de violación a ser considerado un abuso sexual, rebajando las posibles penas de entre 15 y 20 años a siete. Un elemento revelador del tono que tuvo todo el proceso judicial es esta parte del interrogatorio al que sometió la brigada de menores a Julie y que Corinne Leriche presentó en el juicio:
-¿Entiendes la diferencia entre lo que pasó y una violación?
-Sí, la entiendo.
-¿Cuál es?
-Que no chillé ni grité.
-¿Qué hubieran entendido esos tres chicos si lo hubieras hecho?
-Que no tenía ganas.
Un primer mareo y 260 intervenciones después
En abril de 2008 Julie acaba de cumplir 13 años, sufre un desmayo en clase que la deja paralizada. Los bomberos la socorren y toman sus datos personales para establecer el parte médico. Uno de los bomberos que la atendió guardó sus datos y la contactó poco después por redes sociales.
El estado de salud de Julie se degrada muy rápido: sufre crisis de ansiedad, tentativas de suicidio y se autolesiona. Deja el colegio durante un año y comienza un seguimiento psiquiátrico semanal por el que toma ansiolíticos, antidepresivos y antipsicóticos. En octubre de 2009 la hospitalizan 20 días en un servicio de psiquiatría infantil.
Cada vez que Julie tiene un problema de salud, los bomberos intervienen. Ya sea en la calle o en su domicilio. La familia vive en una localidad pequeña de la periferia de París y el parque de bomberos está en el pueblo. En dos años, intervienen de urgencia unas 260 veces. Los rostros se repiten. A fuerza de verse, se establece una forma de familiaridad entre la familia y los bomberos.
El 4 de noviembre de 2009, a la salida de su guardia, el bombero Pierre C., de 21 años, se presentó de uniforme en casa familiar, eran las ocho y media de la mañana. Pierre pidió a la madre de Julie si podía llevar a su hija a dar un paseo por el parque, y ella le avisó: “Ni un tonteo, solo tiene 14 años”. Pero Pierre C. la llevó a su casa. Esa mañana tuvieron relaciones sexuales con penetración y Pierre le preguntó si quería quedarse a tomar café. Unos 15 minutos más tarde se presentaron en la casa otros dos bomberos: fue la primera violación en grupo que denuncia la familia. “Fue entre dos ingresos en el hospital; estaba hasta arriba de medicación”, explicó más tarde Julie en el proceso.
Después de la primera violación, Pierre C. fue pasando el número de teléfono de la niña y su contacto en redes sociales de un bombero a otro, de una estación de bomberos a otra. Como afirmaron en sus declaraciones en el juicio, entre los bomberos, Julie era una “facilona”, una “cerda” de 14 años. En total, 22 hombres, unas veces en grupo, otras en solitario, reconocen haber tenido relaciones sexuales con penetración con Julie. Al menos cinco de ellos habían tratado directamente a Julie durante sus crisis, por lo tanto conocían su edad y su estado de salud.
Todos los acusados afirmaron que era Julie quien llevaba la iniciativa, que era ella quien les escribía, algo que su madre rebatió con pruebas durante el juicio: “Presentamos mensajes en las redes sociales que demuestran que eran ellos quienes la escribían, la acosaban, incluso. Llegando a mandar fotos pornográficas”.
“Un proceso contra Julie”
En la jurisdicción francesa, corresponde a la acusación y a la Fiscalía probar que los actos no fueron consentidos. Julie debía demostrar que lo que le había ocurrido no era en absoluto “normal”. Según se detalla en las actas del proceso publicadas en los medios, tanto la investigación de la policía como las del tribunal estaban centradas en el comportamiento de la supervivente.
“¿En qué momento te diste cuenta de que habías sido violada?” o “podrías haber gritado, llorado, haberle mordido, empujarlo, ¿por qué no lo hiciste?”, son otras de las preguntas que tuvo que responder Julie cuando fue interrogada por la policía. La víctima tiene que probar que es una buena víctima, que no hubo ningún atisbo de aceptación por su parte. “Los bomberos no tuvieron que explicar en ningún momento sus gustos sexuales delante de los jueces. Los jueces podían haber preguntado, por ejemplo, si consumían pornografía habitualmente y si pensaban que su comportamiento sexual estaba influenciado por ella”, explica una de las dos abogadas de la acusación, Marjolaine Vignola. Tampoco nadie les preguntó si ya habían violado a una menor antes.
Julie fue violada de nuevo por un grupo de bomberos entre junio y julio de 2010. El siguiente mes de agosto, la familia pasa sus vacaciones lejos de París, pero tienen que volver urgentemente para que ingresen a Julie. En esta nueva hospitalización, los psiquiatras que la seguían decidieron quitarle la medicación. Como explica su madre, bajo el tratamiento Julie era “casi incapaz de hablar, hacía frases muy sencillas”. Sin los medicamentos, Julie confiesa todo lo que ha vivido estos últimos dos años a su madre y juntas denuncian en comisaría.
La primera jueza instructora prometió a la familia que iba a mandar testificar a los 22 bomberos. Pero no lo hizo. En su lugar, pidió un informe al psiquiatra Paul Bensussan, un experto en las “falsas acusaciones de incesto” que ha publicado libros donde intenta desacreditar la validez de los testimonios de las criaturas en los casos de abusos cometidos por sus padres.
El informe de Bensussan, al que Leriche califica de “pro agresores”, incluye frases como esta: “Dado el éxito de los bomberos entre el género femenino, estos pudieron considerar que Julie consentía”. Sin embargo, Bensussan apuntó finalmente que “desde un punto de vista psicológico, hay que admitir que el consentimiento de una joven tan frágil, vulnerable y perturbada no puede considerarse como fundado”.
Julie lleva siendo tratada desde hace diez años por Muriel Salmona, una de las más reputadas psiquiatras francesas en temas de violencia contra la infancia. Llamada por la familia Leriche para testificar en el tribunal, Salmona afirmó que Julie es “una de las pacientes que sigo con los trastornos más severos”.
Finalmente, solo tres de los 22 bomberos fueron acusados por abuso sexual ya que quedó probado que conocían la edad de Julie, aunque al menos cinco de ellos había auxiliado a la víctima en alguna ocasión. “A los bomberos les bastó con decir que creían que la víctima consentía y que desconocían su edad para salir inocentes del proceso”, explica Vignola.
La abogada afirma que todo el proceso fue “contra Julie” ya que no se tuvo en cuenta la ausencia de consentimiento de la víctima: “Decir que consintió porque no se resistió va contra la realidad de las reacciones humanas observadas normalmente, el cerebro no está armado contra una agresión, las víctimas de violación suelen sufrir parálisis”. El problema, según Vignola, surge de una visión “machista” y “misógina” de la justicia, que entiende a la mujer como un elemento “pasivo” en el acto sexual, que consiente por principio “ante el deseo del hombre”.
“Pensabais haber acabado conmigo, ahora es vuestro turno de temblar”
Según los datos presentados en 2018 por la agencia gubernamental Infostat Justice, solo el 10 por ciento de las denuncias por violación acaban siendo juzgadas como tal en Francia, la mayoría se recalifican como abusos sexuales. El 70 por ciento de los acusados entre 2007 y 2016, apunta esta agencia, fueron absueltos.
En un país en el que la ola #MeToo despertó una incipiente movilización feminista y creó una bola de nieve de sonados casos de abusos e incesto entre miembros de la clase política, esta sentencia muestra la necesidad de abordar el debate sobre el consentimiento en Francia. Las reivindicaciones de las feministas y las denuncias de las supervivientes obligaron al presidente francés, Emmanuel Macron, a prometer, poco después de su elección, que haría de la lucha contra la violencia a las mujeres la gran causa de su mandato. Luego nombró ministro del Interior a Gérald Darmanin, acusado por dos mujeres de violación y, en la cartera de Justicia puso a un abogado conocido por su declaraciones antifeministas, Éric Dupond-Moretti.
Apoyada por organizaciones feministas como Femen, la familia de Julie decidió recurrir el auto de acusación ante el tribunal superior francés, que desde el 11 de febrero estudia el caso. Un día antes, el ministro de Justicia anunció que propondría una modificación en la ley para que cualquier acto sexual con penetración sobre un menor de 15 años pasara a ser considerado una violación (y no un abuso sexual, como hasta ahora), sin tener que demostrar la oposición de la víctima.
De momento, la ley francesa no recoge la idea de una edad mínima de consentimiento, aunque la jurisprudencia considera la mayoría sexual en 15 años. En España, el consentimiento sexual empieza a los 16 años.
Durante estos diez años, la cara del caso ha sido Corinne Leriche, la madre de la superviviente, siempre presente en las manifestaciones feministas con su pancarta de “Justice pour Julie” (Justicia para Julie). Su hija había sido hasta ahora un nombre ficticio, protegida en segundo plano, hasta que el pasado 7 de febrero tomó la palabra durante una manifestación en el centro de París. Irreconocible bajo una capucha y una mascarilla habló por primera vez en público ante 300 personas: “Tengo un mensaje para mis agresores: pensabais haber acabado conmigo, ahora es vuestro turno de temblar”.
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