Lamiae Abassi: “Cuando los chavales caen presos todo el mundo se olvida hasta que vuelven al barrio”

Lamiae Abassi: “Cuando los chavales caen presos todo el mundo se olvida hasta que vuelven al barrio”

Esta entrevista es un capítulo editado y resumido del libro ‘La revolución de los cuidados’, de María Llopis, publicado por la Editorial Txalaparta.

28/04/2021

Lamiae Abassi | Foto: Ismael Llopis

Si queremos reflexionar sobre los cuidados y la crianza en nuestra sociedad, debemos tener en cuenta a todas nuestras criaturas, también a los menores extranjeros no acompañados, los llamados MENAS. Es nuestra responsabilidad como personas adultas cuidar de ellas y ellos. Porque la maternidad es una cuestión que nos atañe a todos y a todas como sociedad, más allá del vínculo biológico, de acogida o de adopción.

Lamiae Abassi es para mí una inspiración en cuanto a cuidados y crianza. Ella no es madre, pero trabaja con menores extranjeros no acompañados, así que de alguna forma cuida y cría también. Es cofundadora de EXMENAS, un colectivo de distintos jóvenes que han sido tutelados por la administración pública, que han sido MENAS o que tienen realidades afines cuya experiencia les es útil para ayudar a los MENAS.

Conocí a Abassi en el Forat de la Vergonya barcelonés, hace unos veinte años. Entonces ella tendría unos cinco añitos y yo veintipocos. En aquella época yo era punk y okupa y estaba metida en movimientos de lucha anticapitalista y antifascista. El Forat era un proyecto social potente que sigue en marcha a día de hoy.

El Forat de la Vergonya en castellano se traduce como “el agujero de la vergüenza” y está situado en una zona céntrica de Barcelona. El nombre se lo puso el propio vecindario, por la degradación urbana que sufría todo el entorno. El Ayuntamiento expropió y desalojó a muchas de las vecinas y vecinos de toda la vida, las de rentas más bajas. Pero el vecindario se hizo fuerte en torno a la defensa de un solar central para reclamar espacios verdes y culturales. Las vecinas y vecinos realizaban, junto con los okupas, comidas colectivas para todo el barrio. Se creó un huerto que sigue funcionando, espacios infantiles de juego, zona de deportes, etcétera. Todo ello de forma autogestionada.

El día que conocí a Abassi habíamos organizado una jornada colectiva con comida. Creo recordar que estaban preparando un couscous y también una “tienda gratis”, una especie de mercadillo de ropa reciclada donde cada cual se podía llevar lo que quisiera. Inspirado en parte por aquella iniciativa surgiría años más tarde el eslogan “Dinero gratis”, de la mano del colectivo artístico YoMango. Trataban temas anticapitalistas desde un punto de vista artístico, eran superguays pero, como yo me creía la más punk del mundo, no me gustaban porque consideraba que éramos nosotras las que hacíamos “el verdadero activismo a pie de calle” y no movidas arty.

Recuerdo aquel día bien porque en algún momento me di cuenta de que la pequeña Lamiae se había hecho pis encima. Yo ahora tengo un hijo que tiene la edad que tenía ella entonces y, a veces, cuando está jugando muy concentrado, le pasa, no quiere dejar el juego y… ¡total, qué más da un poco de humedad! Así́ que cogí́ un pantaloncito de la tienda gratis y la cambié. No recuerdo más.

Yo crecí, ella creció, yo tuve a mi hijo y ahora tengo el placer de entrevistarla en un bar del Passeig Sant Joan en un mediodía soleado. El camarero la conoce y se esmera en servirle el café como a ella le gusta.

Lamiae Abassi: Llevamos haciendo este trabajo desde la asociación desde hace cuatro o cinco años. Pero era en la sombra y a través de personas que formamos parte del barrio. Yo, como he estado siempre superintegrada, me preocupo por las cosas que pasan aquí. Y cuando veo que se acerca gente nueva que está en riesgo, siempre me acerco a ver si se puede hacer algo para echarles una mano. Y no estoy sola, hay amigos, compañeras, vecinas que también se suelen involucrar. Una compañera de la asociación y yo hacíamos acompañamiento a los chavales cuando empezaron a venir. Veíamos que estaban llegando un montón de chicos y era un notición, todos querían saber qué pasaba: la cola, los robos… Y se hizo un boom.

María Llopis: ¿Lo de la cola?

L.A.: Empezó a correr la voz por todas partes, que los chicos jóvenes que llegaban esnifaban cola. Fue el punto clave. Nosotras nos activamos en el momento en el que vimos que el barrio se estaba dividiendo, que nos encontrábamos rodeadas de chavales que eran superpequeños, que estaban teniendo un montón de problemas y que no estaban recibiendo ayuda por parte del Estado. Y estaban fatal. La Imán, que es mi compañera en la asociación, les acompañaba con el tema del papeleo. No teníamos ni puta idea de papeles, pero las entidades que ya existen en el barrio sí. Nosotras les derivábamos a estos sitios en los que les podían dar asesoramiento en muchos temas. Pero los chicos se cansaban pronto: les prometían ciertas cosas, les decían de ir a un sitio para el papeleo o para hacer cursos… pero no había una mínima continuidad. Ellos con el idioma no se entendían. Buscábamos soluciones y a cada solución nos aparecía un obstáculo.

A los chicos les empezaron a grabar, les hacían vídeos sin permiso, fotos… y empezaron a salir en la prensa. Así que tuvieron que empezar a esconderse y cogieron desconfianza. Se han reído mucho de ellos. Pero al final, nosotras vimos que teníamos la ventaja de que éramos jóvenes como ellos, y de que a nosotras no nos veían como representación de ninguna autoridad. Aunque vengas a ofrecer ayuda, si ellos ven que es tu trabajo y que tienes una autoridad, ellos la rechazan. Nosotras teníamos también la ventaja añadida del idioma, la relación así es más directa, de amigo a amigo: yo soy una chavala, igual que tú, del barrio, también he tenido problemas similares… Aunque el hecho de que seamos chicas a ellos también les choca, porque el idioma ayuda, pero ellos vienen de Marruecos y la cultura es distinta.

M.LL.: Una chica no va a un chico a hablarle en la calle.

L.A.: Se lo esperan más de una chica que es de aquí que de una chica de origen árabe. Al principio se quedan un poco flipados, pero luego se acostumbran e incluso les gusta más. Ellos ven que estoy relacionada y me llevo bien con todo el mundo y eso les llama mucho la atención. Como decía antes, al principio nosotras hacíamos los acompañamientos, íbamos a buscar información, etcétera. Pero cada vez que les ofrecíamos sitios donde podían ir a pedir ayuda, les enviábamos a esta gente y esta gente les fallaba, y teníamos la sensación de que las que les fallábamos éramos nosotras porque, a fin de cuentas, éramos las que les dábamos la idea de ir a ese lugar. Y nos dijimos, ¿por qué no lo hacemos nosotras?

Cuando caían presos, por ejemplo, íbamos a verlos, porque no tienen familia y todo el mundo se olvida de ellos hasta que vuelven a aparecer en el barrio. Después está el tema de la comida, sabiendo que viven en la calle. Se creó la asociación Madres Coraje, en la que mi madre también estaba participando. Empezaron una vez a la semana a hacer comida, un couscous, para invitar a todos los chavales.

A raíz de esta iniciativa fue cuando se generó lo de la prensa. Mujeres del barrio de toda la vida, los chavales… fotón en el periódico para esto y para lo otro. Cuando salieron esas noticias fue todo fatal. Los chavales no estaban de acuerdo con lo que se publicaba: ellos explicaban una historia y la historia que veía la luz era otra. Había muchos que pedían no salir en las fotos, por el miedo a que estas noticias, que corren por redes, les llegaran a sus familias. Ellos tienen mucha historia detrás y no quieren que según qué información le llegue a su familia. Pues bien, pedían no salir y salían igual. No fue ni una vez ni dos ni tres, fueron un montón de veces. Cada viernes había periodistas. También nos dimos cuenta de que se organizan a nivel oficial infinidad de cursos, actividades… pero siempre solamente para ellos, nunca se juntan MENAS con otros chavales de aquí. De esta manera no estás ayudando en la integración de estas personas.

M.LL.: ¿No los mezclan con chavales de su edad que tienen otras realidades vitales?

L.A.: Al final toda la ayuda que recibían era de este tipo. Pero realmente no les estás ayudando del todo. Y ellos no se dan cuenta tampoco. Además, tampoco saben cuáles son sus derechos. He hecho muchas guardias por Montjuic y me he encontrado con chavales de once, incluso de ocho años. Algunos que no han estado nunca en un centro, un CIE (Centro de Internamiento de Extranjeros). Mucha vigilancia y mucho de todo, pero realmente están pasando un montón de cosas y no se dan cuenta. O hacen ver que no se dan cuenta.

Les he acompañado desde que están en la calle hasta que están en el centro y muchas veces desde por la mañana hasta la tarde. Al principio voy, hablo con ellos, los conozco, conozco el lugar, les pregunto por la situación. Les pregunto, independientemente de la situación por la que han pasado, qué es lo que ellos quieren en ese momento. Y te das cuenta de que nadie les había preguntado eso. Ellos incluso me dicen: “¿Me lo estás preguntando en serio?”. La vez que fui a Montjuic les dije: “Mañana voy a volver con comida, ropa y mantas”. Vivían en una cabañica que se habían montado ellos y estaban fatal. Y les pedí que me explicaran qué querían hacer. Unos me dijeron: “Queremos irnos a un centro”. Había otros que sí que habían estado en uno, pero estaban enfadados, se habían fugado de allí porque las condiciones de los centros también están fatal. Y eso no sale en los medios.

Cuando yo les dije que iba a volver al día siguiente, no se lo creían. Me siguió el niño pequeño y me dijo: “¿Vas a volver de verdad?”. Y yo le dije: “¿Por qué me preguntas eso?”. Me respondió que muchas veces vienen educadores de calle y les dicen que van a volver y luego no vuelven a aparecer. ¡No vuelven! Después es la palabra del educador contra la del chaval. Lugo vas tú y aunque tengas la intención de ayudarlo, después de tantas veces que se ha sentido engañado ya no va a querer recibir ayuda. En realidad, todo tiene su porqué. Nadie se interesa en preguntar y saber qué pasa. Empezamos a ver todos estos problemas. Y vimos que tenemos que tener voz, tenemos que mostrar la otra parte que sí existe y de la que no se habla.

Tampoco sale en los medios que el 82 por ciento de todos los MENAS está en buenas condiciones. Solo se muestra en prensa al 12 o 18 por ciento que está en la calle consumiendo o robando. Y se muestra eso, pero no se explican los motivos por los que llegan a hacerlo. Yo, por ejemplo, estuve tres años tutelada por el Estado. Estuve en un centro de menores.

M.LL.: ¿Por qué?

L.A.: Me fui de casa cuando tenía unos 13 o 14 años porque la relación con mi madre no era buena y estuve hasta los 18. La asociación EXMENAS está formada por siete personas, no todas hemos sido MENAS, pero hemos tenido historias, cada uno de nosotros ha tenido historias que podemos compartir con los chavales. Son cosas que nos facilitan la relación con ellos. En la asociación hay incluso dos chavales que solo hace dos años y ocho meses que están aquí. Empezaron porque les ayudábamos.

M.LL.: Ahora mismo habéis quedado a las cinco para iros a Rubí porque van a abrir un centro de menores y algunos vecinos lo rechazan.

L.A.: Cada vez que hay un acto de esos intentamos estar presencialmente y leer un comunicado hablando de xenofobia. No sabemos lo que nos vamos a encontrar en Rubí. Por ejemplo, cuando fuimos a Castelldefels sí que había gente que nos apoyaba, pero también había dos barreras de policías cogiendo y agarrando a otra gente que nos insultaba. Eso fue muy fuerte. Nosotros ya nos habíamos enfrentado con racistas antes, pero lo típico: en el metro te dicen que si eres de fuera, se agarran el bolso como si se lo fueras a robar, algún comentario de “mora de mierda, quítate el pañuelo” y ese tipo de cosas. Pero ese día nos encontramos con un grupo muy grande y encima de jóvenes. Eso fue lo que nos llamó más la atención. No solo eran los cuatro fachas que aprovechan la ocasión, sino que era gente de nuestra edad. Y porque estaba la policía, porque si no, a ver qué habría pasado. Hay mucha gente que opina, publica y dice cosas sin saber cómo funcionan los CRAES (Centro Residencial de Atención Educativa) y lo que es verdaderamente un MENA. Yo hice un trabajo de recerca (investigación en catalán) que se llamaba Endinsem-nos al món dels CRAES. Lo hice en el cole.

M.LL.: ¿En el cole?

L.A.: En el Pau Claris. En mi trabajo hablaba de toda la Administración, de la Direcció General d’Atenció a la Infància i l’Adolescència (DGAIA), ¡y había profes que no tenían ni puta idea de lo que estaba hablando! Luego me pidieron que hiciera la misma exposición para los padres, para el AMPA. O tienes la experiencia o no sabes nada sobre los centros. Aparece alguien, un blanquito que no tiene ni puta idea y que no ha pasado por lo que tú has vivido, y empieza a explicar cuáles son las soluciones sin saber nada realmente y sin preguntarnos a los que hemos pasado por eso.

M.LL.: ¿Cuál sería la solución a la actual problemática?

L.A.: Primero, escucharlos. Luego, decidir. O sea, decidir cuáles son las soluciones a partir de la escucha. Preguntarse cuál es la verdadera historia. Y antes de decidir si esta es la solución o no, preguntar qué es lo que quiere esa persona. Y tener en cuenta que vienen de otro país. Es otra cultura, otro mundo muy distinto. Y para ellos es empezar de cero. Les sorprende todo y hay que tenerlo en cuenta independientemente de la historia que traen, de la mochila que llevan detrás, de la forma de venir aquí, de cuáles son los motivos que les han hecho llegar hasta aquí. ¿Tú te paras a pensar en que si vienen chavales es precisamente porque allí no tienen padres, o no tienen familia? O se van porque su madre se ha casado con otro hombre y ese hombre la viola. Historias hay miles. ¿Realmente eres consciente de lo que está pasando?

M.LL.: Eres una criatura, lejos de tu casa, sin apoyo, sin unos padres detrás, estás en una situación de vulnerabilidad extrema.

L.A.: Y aquí es cuando también entra el tema del racismo. Por ejemplo, yo he tenido una facilidad mayor para estar en un centro y para recibir toda la ayuda por tener el DNI español. Pero estamos hablando de menores. Legalmente no se puede permitir que estén en la calle. Sean de donde sean. Pongamos que hay un chaval que tiene la suerte de que lo tutelan, entra en un centro, tiene once años y medio, no tiene papeles. Cuando pasas a ser tutelado por el Estado, una de las obligaciones que tienen dentro del centro es la de hacer los papeles para que cuando cumpla los 18 pueda salir con su pasaporte y su DNI. Y no se hace. Y salen sin permiso de trabajo. No pueden trabajar y para renovar los papeles encima les piden un contrato de trabajo.

De cada diez chavales, dos tienen la suerte de que el educador les siga ayudando. Me da rabia el hecho de que muchas veces usan la excusa del comportamiento del chaval para no ayudar. ¡Estamos hablando de niños que tienen 11, 12, 13 años! Nosotras lo hacemos de corazón, sin que nadie nos mande, sin pensar en si se ha portado mal… Todos tienen la misma oportunidad. Yo, siendo adolescente, también me equivocaba y hacía tonterías. ¿Y qué pasa en los centros? Hay centros en los que solamente hay MENAS. Hay un centro donde hay ciento y pico chavales subsaharianos, a tomar por culo en una montanyeta. ¿Y la relación con los chavales de aquí dónde está? Antes se podía pedir una prórroga: cumplías los 18 y, dependiendo de la situación, te podías quedar. Ahora no, lo han quitado. En vez de dar soluciones, se va a peor.

Por eso hemos hecho torneos y actividades para integrarles. Organizamos una actividad al mes, o cada 15 días y lo hacemos en el barrio, en el Forat. Viene gente árabe, jarracas[2]… Actividades para que se mezclen con los chavales de toda la vida del barrio. Ahora los ves y como amigos de toda la vida.

Se trata de generar actividades que les gusten. Algo que no se tiene en cuenta de los MENAS es que son chavales a los que les gusta cantar, improvisar, bailar, jugar a fútbol… Nadie les dice “toma una pelota, vamos a jugar”.

M.LL.: ¿Y no ha habido un acercamiento de las entidades hacia vosotros? ¿El interés de ahora de las asociaciones está siendo positivo?

L.A.: Al final son sitios donde nosotras pasamos la mayor parte del tiempo. Si estás en el Forat y quieres utilizar un ordenador vas al Casal. Tenemos salas y espacios que podemos utilizar gratuitamente. A los educadores los vemos todos los días y, al final, les coges aprecio y confianza. Hay muy buen rollo por mucho que estemos de acuerdo con unas cosas y con otras no, como lo que importan son los chavales, nos unimos. Nosotros les ofrecemos servir de puente.

Por otro lado, muchas veces los vecinos no tienen información, no saben la historia real que hay detrás de cada chaval. Ellos escuchan por ejemplo a la alcaldesa de Rubí o lo que ven en la tele y se lo creen. Como solución nosotros organizamos reuniones con los vecinos de los diferentes barrios para explicarles, para hablar con ellos.

M.LL.: ¿Tú estás currando?

L.A.: Sí. Y estoy estudiando para la selectividad. Para hacer Educación Social en la universidad.

M.LL.: ¿Cuál es la diferencia entre Educación Social y Trabajo Social?

L.A.: En servicios sociales están los que han estudiado Trabajo Social y los educadores de los centros han hecho Educación Social. Este último es más directamente el trabajo con los chavales, de todo tipo. Ahora hay educadores que ya me están ofreciendo trabajo. En los centros en los que he estado, donde ya me conocen y donde ya he hecho de monitora.

Al principio no creía que pudiese llegar hasta aquí. Estudié el Bachillerato y al final… ¡mira! En mi época, en la Primaria era la Lamiae, la súper lianta, la que en los casales todos conocían por ser la “pieza”. El caso es que yo repetí primero de la ESO, repetí tercero… Pero ya de pequeña veía a los educadores y me encantaba, sabía que era lo que quería estudiar. Lo que pasa es que la situación en la que yo estaba no me lo permitía y no era buena estudiante. Iba al cole y me portaba mal, pero al mismo tiempo tenía este objetivo. Y al final llegué a tercero de la ESO, que fue ya cuando cambié de domicilio y de instituto, y empecé a ver a mis compañeros: “Que voldràs fer l´any vinent?” [¿Qué querrás hacer el año que viene?]. Y fue cuando empecé a plantearme qué estaba haciendo con mi vida. Y me dije: “¡Hasta aquí! Si quiero hacer esto me tengo que poner las pilas”. Entonces me saqué la ESO y entré a primero de Bachillerato. Cuando cumplí los 18 volví al barrio y vine a matricularme en el Pau Claris, que era donde había estudiado un curso de Primaria. Al principio me dijeron que no tenían plazas y, cuando ya me iba, bajó la cap d’estudis [jefa de estudios], y me reconoció. Me dijo: “Pero tú ya estuviste aquí y tienes una hermana que está aquí también. Me acuerdo de ti. ¿Vienes a hacer bachillerato?”. Al final le dijo a la conserje: “Que se matricule”. Entré, y superbien, hice Bachillerato, salí, busqué curro. Ya estaba independizada.

M.LL.: ¿Y ahora dónde estás viviendo?

L.A.: Cuando cumplí los 18 fui a un piso de mujeres en situación de vulnerabilidad donde puedes estar hasta los 21. Pero sigue habiendo presencia educativa las 24 horas del día y no era lo que yo buscaba. Ya había estado tres años en un centro y no quería tantos educadores, ni nadie que me controlara. Al final me independicé. Cuando has cumplido tres años en un centro y eres mayor de edad tienes la oportunidad de recibir una paga hasta los 21 con condiciones: tienes que estar estudiando, no puedes volver, obviamente, con tu familia, porque si no se supone que ya estás bien. Así que decidí no volver a casa y recibir las ayudas. Fue un poco locura, pero cuando me da, me da; igual que me fui de casa, me fui de allí. Y como no tenía sitio -estaba con unos amigos-, ocupamos un piso, luego otro… Pero por los estudios necesitaba estabilidad y al final la única opción que vi fue volver a casa. Ahora estoy en casa con mi madre otra vez.

M.LL.: ¿Hay acogida de familias?

L.A.: Las familias que quieren acoger normalmente los quieren más pequeños y españoles… Como mucho está la típica persona o educador que te toma cariño y te acoge. Pero formalmente y legalmente no consta que yo soy familia acogedora tuya, está el gesto y ya está.

Al final depende de la historia personal de cada uno, porque a veces sí tienen familia, pero están aquí para ganarse la vida y poder ayudar a su familia allí. No buscan una familia, buscan recursos para poder mantener a la de allá.

En el centro yo he tenido chavales que tienen familias de acogida y su familia propia.

M.LL.: ¿Y esto es positivo?

L.A.: No sé, eso es otra cosa, está también la familia de acogida que es para irse a eventos superguays y lucirse. Pero otras lo hacen de corazón y se nota, los chavales lo notan. Al final los menores somos como juguetes. Nos lo comemos todo nosotros: los adultos están decidiendo su vida y los perjudicados somos nosotros.

Todo es más fácil si tú me explicas lo que quieres y yo te explico lo que quiero. Así podemos llegar a un acuerdo. Si no estamos de acuerdo, otra persona estará de acuerdo conmigo.

Cuando estás del otro lado, como niña, piensas que el educador no se tiene que equivocar. Pero el educador también es persona, también se equivoca y vamos aprendiendo. Ahora que lo veo desde el otro lado, son cosas que a los humanos nos cuestan: le tengo cariño a esta persona y no sé cómo separarme de ella; estás pensando desde aquí [señala el corazón]. Hay veces que pensar tanto desde el corazón no es bueno. Yo no te pido que me quieras un montón y tampoco te pido que no me quieras nada.

Esto debería ser una asignatura en la carrera, una que aborde la parte emocional; una clase donde se analicen las relaciones entre el chaval y el educador. E igual que hay una asignatura de género, sería necesaria una asignatura sobre racismo. Al final se trata de experiencias, ¿sabes?

Hablo con los educadores sobre cómo les gustaría trabajar y qué opinan de esto y de lo otro. Pero luego, en el momento de ponerlo en práctica, en su horario de trabajo, yo no lo veo. Como compañero me estás diciendo una cosa, pero en tu puesto de trabajo no te veo actuar de esa forma.

M.LL.: ¿Por qué crees que es?

L.A.: Por los de arriba. Hay gente que tiene miedo de que si actúan así les chuten del curro. He visto muchos educadores así. Al final, todo el mundo tiene sus hijos, su pareja, su vida.

Nosotros nos equivocamos, pero se supone que tú eres el profesional que me tiene que ayudar. De esto aprendes, pero ¿te estoy ayudando yo a ti o tú a mí? Se olvidan de que lo que tienen delante es otra persona. Y por el hecho de que sea un niño o una niña te crees que no piensa, que no sabe, y eso genera desconfianza. He encontrado algún educador que te dice que tiene infinidad de cosas en común contigo y te das cuentas de que hay muchas mentiras en todo lo que te han dicho.

M.LL.: Lo que estás diciendo creo que podría ser extrapolable a cualquier persona, en cualquier situación. Escúchame, trátame con respeto y no me mientas. ¿Qué te gusta hacer a ti, Lamiae?

L.A.: A mí me encanta bailar. De pequeña me preguntaban: “¿Qué te gustaría ser?”. Y yo respondía que bailarina. Ahora lo sigo diciendo, sabiendo que estoy haciendo la carrera de esto. Muchas veces organizo bailes y me pongo a hacer de profe con los niños pequeños del barrio.

M.LL.: ¿Qué tipo de baile te gusta?

L.A.: Ufff… ¡De todo! Afro house, dancehall, hip hop, popping… Son cosas que, aunque no te dediques a ellas profesionalmente, las puedes seguir haciendo.

M.LL.: ¿Qué es el popping?

L.A.: ¿Conoces los robots que hacen pasos de baile? Eso es estilo popping.

M.LL.: ¿Qué opinas del trap? Para mí es como el nuevo punk por su poder de crear rechazo en determinados sectores de la sociedad, pero esto es como comentario de abuela.

L.A.: Tengo muchos amigos a los que se les da superbien. Siempre que quedo, ahora que estamos en tiempo de ramadán, hacemos vida de noche y esto es una cosa que está súper de moda. En el barrio hay tanto talento, hay tanto talento, tanto, tanto, tanto… Así como yo estoy metida en educación, hay muchos que ahora salen en vídeos, hacen conciertos y muchos improvisan y se les da genial. Me encanta el tema de las mujeres que están haciendo trap, es muy heavy. Estamos viciadísimos todos y todas con el tema del trap.

M.LL.: ¿Qué hacéis? ¿Cantáis, bailáis?

L.A.: Están los que cantan, los que bailan, etc.

M.LL.: ¿Instrumentos?

L.A.: Nada, con sonido, a veces aunque sea con una botella, ta, ta, ta… (se pone la mano en la boca)

M.LL.: ¿Cuáles son tus artistas favoritas del trap?

L.A.: No tengo favoritas, pero me gusta mucho la música africana. Hay un evento que se hace una vez al mes que se llama Afrojam, en el Palau, en la sala de actos. Al principio es como una clase, pero luego es música libre: todo el mundo sale y se genera algo superguay, viene gente de todas partes con otros estilos de baile. El otro día vino un grupo que se llamaba Vibras afrocaribeñas. Un grupazo que flipas de cinco mujeres de Puerto Rico. Ahora que he vuelto al barrio y muchos que han estado presos también, se han vuelto a juntar todos los grupitos de cuando nosotros éramos muy pequeños. Estamos haciendo muchos encuentros por las noches y estamos haciendo una canción de El Forat. Te he contado mi historia, ¿sabes?

Anexo. Comunicado Rubí (junio 2019)

Hoy nos encontramos en esta manifestación convocada por Rubí Acull, un acto que defiende una sociedad abierta y acogedora, y que denuncia los actos racistas y xenófobos que han sufrido nuestros compañeros en estas últimas semanas. Actos jaleados, en el caso de esta ciudad, por la misma alcaldesa, lo que es aún más grave.

Muchos de nosotros estamos en contra de los actos racistas y xenófobos, a la vez indignados y preocupados buscando una solución efectiva y sobre todo pacífica. A todos vosotros os agradecemos vuestra sensibilidad y sobre todo vuestra solidaridad. Os necesitamos. Porque solo entre todos podremos conseguir hacer huir el odio de Rubí.

No queremos que estos ataques generen más violencia, más heridos o quizás más muertes. Lo que hemos vivido en Canet de Mar, Barcelona o Castelldefels se ha vuelto a repetir en Rubí en una manifestación en contra de un nuevo centro de acogida de estos jóvenes. Y la alcaldesa, en vez de pacificar, de entender, de reflexionar, animó el discurso racista de una parte de la población.

Es por eso que pedimos, por favor, que no permitáis que vuestros hijos, vuestros hermanos, vuestros maridos o vuestros amigos ejerzan el racismo sobre estos jóvenes y adolescentes. Y, si véis que lo hacen, sentaos con ellos y explicadles por qué estos chicos están aquí. Puede que así dejen de lado el odio y abracen la comprensión y la empatía.

Vecinos y vecinas de Rubí: os pedimos que este acto no termine aquí, porque la violencia y persecución de los menores continuará, los irán echando de todos los lugares donde están y porque en periodo de elecciones da votos maltratar y perseguir a los menores, sin importar su sufrimiento y su dolor.

Exijamos entre todos que no se haga política con el maltrato de los migrantes, que no se utilice a los menores para crear miedo y desconfianza en los barrios y ciudades. No es verdad que seamos los responsables de la inseguridad de esta ciudad. Hay que decirlo alto y fuerte: no es verdad y vosotros lo sabéis.

Solo hay una forma de combatir la xenofobia: convirtiendo al extranjero en próximo. Dejando de lado siglas como MENA, los eufemismos, los prejuicios y conociendo los nombres de estos niños y estos jóvenes, sus historias, sus miedos y sus sueños. Y entonces descubriremos que somos muy parecidos y que entre ellos y nosotros solo hay una diferencia, un pequeño azar.

Estamos aquí porque no creemos en las fronteras, porque creemos en instituciones al servicio de las personas y porque queremos un Rubí donde todos puedan desarrollar su proyecto vital libremente. Un Rubí que haga frente al racismo y la xenofobia. Un Rubí que se dirija a la gente por su nombre y no por su origen. Un Rubí de la gente y para la gente.


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