Por qué ser feminista me llevó a hacerme vegana

Por qué ser feminista me llevó a hacerme vegana

Desde intelectuales griegas a Angela Davis pasando por numerosas sufragistas muchas feministas han incluido al vegetarianismo en su revolución porque entienden que el patriarcado tiene mucho que ver con el consumo de carne.

14/04/2021
Ilustradora: Eider Agüero

Ilustradora: Eider Agüero

“Mientras hablábamos un día de libertad y de justicia para todos, estábamos sentado frente a unos filetes. Estoy comiendo miseria, pensé, mientras tomaba el primer bocado. Y lo escupí.”

Alice Walker, Am I Blue?

Siempre hay un pero. Te quiero. Pero. Me apetecía un té, pero (la inercia, tobogán) me he pedido un café. “Me gustan los animales”. ¿Dónde está tu pero? ¿Tu límite, tu miedo? Te pones el chaleco, tiras de la anilla y hasta estarías dispuesta a soplar con tal de no desinflarte, pues es esa objeción blandita y reflectante, ese pero, lo que te mantiene a flote: salvada de una verdad profunda y sin condiciones. El peligro se aleja, pero. Marejada interior mientras te debates entre la vida y el fin de las adversativas.

Yo soy feminista, pero hasta hace dos años comía carne. Dejé de hacerlo cuando entendí que comer carne significaba aceptar dos cosas. La primera, que algunos seres nacen con el derecho a oprimir, explotar y utilizar a otros seres por ser distintos a ellos. Lo que supone que ciertos individuos merecen estar en una posición superior a la del resto por el simple hecho de pertenecer a determinados grupos, a la especie humana si nos ceñimos (faja que constriñe la corporeidad interseccional que nos atraviesa) al especismo. La segunda deriva de la anterior y tiene que ver con la objetivización; con ese consumo patriarcal que convierte en mercancía, o en puta, o en manjar, a todes les que no son él. Tratar como algo a quienes se reconocen, conscientes de su existencia hasta el último grito, expresa patriarcado. Un día sencillamente ya no pude ponerme delante de un plato con partes del cuerpo de un animal muerto y disfrutar de la experiencia.

Carol J. Adams, en su libro La política sexual de la carne, recoge una situación que se dio en un encuentro de la Asociación Nacional Americana para el Sufragio de la Mujer en 1907, y que se omitió del registro oficial: “Durante un llamamiento para recaudar fondos, Harriet Taylor Upton, la tesorera nacional, informó de que le habían pedido que prometiera no utilizar el sombrero de penacho que había utilizado durante la convención. A lo que ella respondió: “Nadie que se coma un pollo, una vaca o un pez tienen ningún derecho a decir una palabra cuando otra mata a un loro, a un zorro o a una foca. Es igual de mala una cosa u otra, ¡e imagino que hemos comido pollo todas!”. Fue en este punto en el que la sombrerera vegetariana feminista interrumpió la reunión, temblando de indignación y enfado: “Debo protestar”, dijo, “en contra de ser incluida en tal declaración generalizadora. Nada podría convencerme para comerme un pollo, o hacer la vista gorda ante el horror de atrapar animales inocentes por su piel. Me estremezco de horror al acudir a una convención sobre el sufragio de la mujer y ver a cientos de mujeres con espantosos trofeos de sacrificio sobre sus personas”. Con su respuesta, se enfrentó al desafío de incoherencia que Upton había creado para desviar la crítica.

Ahora, para sonar más convincente, podría continuar con la relación entre la caza en particular (y la dominación animal en general) y las sociedades patriarcales, o del vínculo histórico entre el consumo de carne y la masculinidad o de cómo, a lo largo del tiempo, de las intelectuales griegas a Angela Davis y pasando por numerosas sufragistas como a las que alude Carol J. Adams, muchas feministas han incluido al vegetarianismo en su revolución. Sin embargo, en estos dos años también he aprendido que no estoy aquí para convencer a nadie. Y que el proceso ajeno no me pertenece. El mío fue rápido, se aceleró.

¿Alguna vez has intentado frenar el pis a la mitad?, ¿dejar de bailar en pleno subidón? Empecé el año 2019 como vegetariana, y me di un año de plazo para ir eliminando de mi dieta todos los productos de origen animal, pero (aquí va uno bien gordo) entonces comprendí que no se trataba solo de comida. Y que, cuanto más sabía, menos me apetecía ir despacio. Esa velocidad autoimpuesta no se correspondía con mis valores. Mis valores estaban en plena búsqueda y esa búsqueda me obligaba a pensar, aunque a veces no me gustara lo que pensaba, sobre todo con respecto a mí misma. Aún así, seguí buscando. Y pensando. Aquel 1 de enero rompí, en cierto modo, conmigo. Con mi educación. Con mis recuerdos. Cuesta tomar conciencia de cuánto de ti se queda sentado a la mesa, y no porque sea difícil renunciar a privilegios que en realidad no quieres, sino porque a menudo esa mesa la compartes con personas que te importan. Y más cuesta explicar que la parte que se levanta y se va es la que necesitas conservar. Porque ahí están encerradas tu esencia, tu alma, tu condición de animal humana que lucha por salir de la jaula.


Descubre más contenidos de feminismo antiespecista:

Download PDF

Artículos relacionados

Últimas publicaciones

Download PDF

Título

Ir a Arriba