Una tele de plasma en mi chabola
Existe una idea clasista, racista antigitana y etnocéntrica según la cual una parte de la sociedad paya se siente legitimada para decidir en qué se pueden gastar las gitanas el dinero y en qué no.
Vivimos en una chabola porque nos gusta vivir así, o vivimos en casas cochambrosas que nos regaló el Gobierno y que hemos destrozado porque somos sucias y malas, pero malas, malísimas.
Y en las chabolas nos recostamos en nuestro sofá de cuero engordando coño. En el caso de las mujeres gitanas así se nos representa desde hace 600 años. Guapas, bellísimas en la juventud. Feísimas, gordas gordísimas y brujas con verruga nada más casarnos, es decir, en cuanto no nos detectan en ese mercado de objetos vendibles para el machipayismo. Incluso nos acusan de endogamia, como si eso fuera algo abominable y no fuera común el casamiento entre maestras y maestros, médicas y médicos, abogadas y abogados, ingenieras e ingenieros, ¡payas y payos!
Y ahí, sentadas en nuestro sofá tan a gustico, vemos nuestra novela o lo que sea que veamos en una tele de plasma lujosa y cara, que según la sociedad no tenemos derecho a tener, pues, al parecer, también nos la costea el Estado. ¡Que alguien me diga donde la regalan, porfis! No sabemos organizarnos, somos vagas y soportamos el machismo de “nuestros hombres”.
Día sí y día también esto es lo que escucho en las bocas racistas:
-“Luego vas a su chabola y es un palacio, mejor que mi casa, con un plasma que ocupa toda la pared”.
-“Viven del Estado, no quieren trabajar, les dan las casas gratis, para coche y tele de plasma sí que tienen”.
Estas son algunas expresiones antigitanas socialmente admitidas y subrayadas día a día. Nada tiene que ver con una forma de vivir alternativa, ni con la gitanidad, sino con un estereotipo que el Poder ha inculcado en la médula de toda la sociedad.
Nos ponen como contraejemplo y hacen ver que nosotras nos saltamos las leyes morales, sociales y organizativas para provocar vuestra ira, así tienen donde justificar la mala gobernanza, sus proyectos y programas de inclusión que no benefician al Pueblo Gitano sino al propio poder y a la industria oenegista aliada principal del Estado en el mantenimiento de este status quo ya permanente y sempiterno.
Y no es nada nuevo: ya en el siglo XVI se distinguía entre pobres verdaderos, a quienes se permitía ejercer la mendicidad, y falsos a quienes se condenaba a azotes y galeras.
Seguimos siendo protagonistas de sus novelas ejemplares ‒como las que compuso Cervantes para inventarse una gitanilla a la que por despecho amoroso, ¡qué sentimiento más machipayo!, convirtió en el reflejo especular que las buenas payas tenían que evitar‒ y otras tantas novelas patriaarcadas cuyo objetivo era sustentar el sistema que convierte a toda mujer en buena madre, buena esposa, buena hija… El método funcionaba: se sostiene el poder. El de los hombres, el de los payos, el de los heteros, el de los colonizadores… y otros tantos que acumularon primigeniamente el capital y sostuvieron la base del sistema que hoy tenemos y que les asegura su hegemonía y prevalencia.
¡Lo de la tele es pa’ morirse! ¡Ahora con el Iphone, la Play o el brilli brilli de las Salazar! Aún lo dicen convencidísimos y convencidísimas. Realmente creen que vivimos de una paguica del Estado creada ex professo para gitanas, sí, sí, exclusivamente para nosotras. Aún se piensa, se dice y nadie se lo reprocha que el poder nos tiene privilegios, que nos mima, que nos da paguicas pa’ que sigamos subsistiendo en la marginación que es realmente lo que nos mola. ¡Tócate el nardo, Bernardo!
Esta es la idea clasista, racista antigitana y etnocéntrica según la cual una parte de la sociedad paya se siente legitimada para decidir en qué se pueden gastar las gitanas el dinero y en qué no. Deciden los neoliberales que han tragado este modelo político, que nos han vendido entre anuncios de Sálvame y del que no sabemos ni nombrar, aunque lo practicamos. Si yo puedo, todas pueden. Si yo callo, ellas pueden. Si yo me trago el sistema, 12 horas laborables, puedo con la casa y las hijas, mantener la compostura, pagar la hipoteca, estas también pueden. Lo que pasa es que no quieren.
Para cierta parte de la izquierda más cansina, gastarse dinero en móviles, datos, internet, teles o videoconsolas parece ser cosa de una clase social “selecta”, impropio de proletarias. Y se les olvida que la necesidad de comprar todos estos artilugios tecnológicos nos la crearon hacen tiempo cuando te regalaban un teléfono móvil casi, casi por comprar una barra de pan. También quienes nos gobiernan tienen esa idea de que para ser considerada pobre debes estar en la mismísima miseria y así lo están demostrando con el diseño y, sobre todo, con la implementación del IMV [Ingreso Mínimo Vital]. De manera que para ser considerada en exclusión social debes de no tener, como dice mi abuela, “ni mierda en las tripas”.
Dice una gitana de mi pueblo, que cuando nos restriegan ese tipo de cosas es por envidia. Y tiene razón. La idea clasista de enfrentarnos, del individualismo que nos han inyectado desde bien pequeñas, hace que algunas se sientan encargadas de clase, el ejemplo a imitar, y otras seamos las que vamos a diversificación curricular, las malas, las que suspenden, las que se resisten al sistema, la niña que llora agarrada a la farola de enfrente de clase, la que contesta a la profe cuando no cree que solo por ejercer una jerarquía mayor debe dársele toda la razón… la que tiene bien merecido su destino por haber ejercido su rebeldía.
En el mejor de los casos, desde su atalaya biempensante y cargadas de superioridad moral, las sedicentes aliadas feministas y/o antirracistas nos salvan porque hemos sufrido la esclavitud, el genocidio/Samudaripen, la Gran Redada y seguimos sufriendo la discriminación contemporánea que nos convierte en la población más vulnerable de toda la Unión Europea pero, claro, todo ese dolor solo nos convierte en víctimas, y eso, en sus cabecitas, está bien. Seamos buenas víctimas, vivamos nuestra miseria con dignidad y con rigor, nada de brilli brilli ni de teles de plasma ni de cochazos no sea que se les desequilibre su bonita imagen de la víctima perfecta del horror.
Aquí entra también la idea de la deshumanización, un componente fundamental de la ideología antigitanista: no tenemos derecho al disfrute, al gozo, o al mero acto de sucumbir extasiadas a la caja tonta porque somos seres inferiores, no somos consideradas totalmente humanas o como diría un nazi avezado somos “vidas indignas de ser vividas” (Lebensunwertes Leben).
Pues mirad qué os digo: no tengo tele, ni con plasma ni sin plasma, porque lo que emiten es pura bazofia machista y antigitana, pero el monitor de mi ordenata es gigantosco (Carmen Manuela dixit) y no solo porque soy miope y no veo tres en un burro sino porque las películas y los documentales me gusta verlos a lo grande y como el internet es fantástico lo mismo me monto un ciclo de cine argentino con Madraza y Martín (Hache) que veo películas sobre gitanas que me gustan por lo bien hechas que están aunque me duelan como La mujer del chatarrero o me diviertan como El libro de los records de Sutka o me hagan llorar como Aferim! o disfruto del cante de La Paquera en un concierto al que no pude ir porque casi, casi acababa de nacer o me la gozo con la Fernanda y la Bernarda a las que tampoco pude ver nunca en directo.
Por cierto ¡por menos de 500 eurillos te puedes mercar un plasma! ¡Y te lo venden a plazos! ¡A ver si os modernizáis, que dais mucha grima con vuestra viejas racistadas!
Mira que cositas escribe Silvia Agüero: