Cuidar al decir adiós

Cuidar al decir adiós

Afrontar los cuidados necesarios para despedirse de un vínculo de manera sana pasa por aceptar los sentimientos y hablar de ellos honestamente con nosotras mismas, al igual que con el resto. Querer es político, cuidar es político, separémonos queriéndonos y cuidémonos al decir adiós.

19/05/2021
Ilustradora: Myriam Cameros

Ilustradora: Myriam Cameros

18 de enero de 2020. Después de haber pasado otro día más en el hospital de cuidados intensivos y enfermedades pulmonares de mi ciudad, mi abuela había muerto por fin. La noticia me llegaba por teléfono, de parte de mi padre, cuando mi primo y yo bajábamos a descansar a nuestras casas. Todos los alientos que suspiró ese día, sedada, podían haber sido el último y podríamos haber estado allí. Nos encendimos un cigarro dentro del coche y en la primera rotonda dimos la vuelta para emprender de nuevo el rumbo al hospital, como habíamos hecho tantas veces durante ese último mes de su vida. Esta vez sería diferente porque ella ya no estaría allí. Tampoco lo estaba durante el último mes, para ser honestas. Debería haberse ido mucho antes si el dios en el que creía fuese realmente justo. Sin embargo, estuvo sufriendo muchos años las penurias de seguir respirando, sin estar viva.

El 12 de febrero del mismo año estaba dentro de un autobús, rumbo a Granada, con la certeza de que tenía que dejar a mi pareja. La decisión había sido dura, pero ya estaba tomada después de varios años de cuidados infinitos, amor del sano y una conexión inagotable. Iba a dejarle queriéndole profundamente, pero mis sentimientos de afecto romántico se habían apagado después de unos pocos meses funcionando a trompicones. Ya no vivíamos en la misma ciudad y, cuando bajé del autobús en la estación y le vi allí, solo pude ir a abrazarle. Nuestra relación la que manteníamos en esos términos se acabó una charla más tarde, en un parque cercano, también abrazados. No faltó una pregunta sin responder con sinceridad, una lágrima con la barbilla alta, mojando la comisura de una sonrisa, ni faltó un beso de despedida. A día de hoy seguimos hablando porque nos seguimos queriendo.

También era 12 de febrero cuando le escribí a mi mejor amiga. Éramos amigas desde la infancia. Las cosas no iban muy bien entre nosotras desde que un mes atrás habíamos discutido y entre una conversación muy desprovista de cuidados, nos habíamos hecho daño: “Estoy yendo a Granada a romper con él”, le dije. Ambas habíamos pasado por momentos muy difíciles en nuestra vida privada. Con todo lo que nos habríamos ayudado, no sabíamos encontrarnos. Ella me respondió: “Con el corazón abierto y con mucha pena, no quiero hablar contigo”. Yo estaba en el autobús. En ese momento, toda la respuesta que pude darle intentando no empeorar las cosas, fue no responderle.

La marcha de alguien importante para nosotras reformula en nuestra mente la visión del mundo, lo afecta, lo cambia, lo libera o lo deja devastado. Las despedidas son necesarias para enfrentarnos a un duelo sano, un duelo en el que tengamos toda la información. Difícilmente podría haber gestionado la muerte de mi abuela de no saber por qué había muerto o sin haberle dicho al oído, mientras dormía que la quería y que nunca la iba a olvidar. Que adiós y que saludara al resto, cuando llegara donde llegase. Supe que mi hermana, que no estaba allí en ese momento, necesitaba que ella supiera que la quería, así que también me despedí de ella en su nombre. También habría sido difícil para mi pareja haber gestionado nuestra separación sin entender por qué le decía que le quiero pero no quiero estar con él, por qué ya yo no estaba disponible, qué había cambiado. Era una obligación explicarlo, cuidarle y apoyarle. En la pelea con mi amiga, a ella le faltaron cuidados, a mí paciencia y a ambas capacidad para gestionar la ruptura del vínculo. Y efectivamente, es difícil. Los cuidados no son menos esenciales en los alejamientos que en el día a día. La necesidad de cerrar etapas con salud mental debería ser un trabajo concienzudo por todas las partes que se vean afectadas y estén en condiciones físicas y mínimamente emocionales para proveer un buen adiós.

Loar los cuidados, y especialmente los cuidados hablados, es una necesidad que implica entender el significado estricto y preciso de las palabras y cómo con su uso podemos sanar o herir severamente. El mimo y el cuidado en la comunicación debería dejar de ser una elección para convertirse en una obligación y un derecho de la otra persona. Pueden disminuirse, aplazarse, pueden camuflarse en acciones, pero tienen que estar ahí. Los cuidados en la palabra son esenciales al igual que los cuidados físicos de los cuerpos vulnerables. El requisito es básico para cualquier ámbito, incluyendo las despedidas; tenemos que cuidar las palabras con las que hablamos, para cuidar a las personas a las que van dirigidas.

La valentía que a veces requiere enfrentar los cuidados en la palabra está estrechamente relacionada con el miedo a sentir y con la ambición impuesta de lo impoluto, lo aséptico y lo duro, emocionalmente hablando. Afrontar los cuidados necesarios para despedirse de un vínculo pasa por aceptar los sentimientos y hablar de ellos honestamente con nosotras mismas, al igual que con el resto. Aceptar nuestros sentimientos y exponerlos nos hace sentir desnudas y vulnerables. Girar este sentimiento para hacernos responsables del poder y la valentía que supone sentir, es un trabajo que podemos y debemos intentar hacer.
Desde el concepto político de la suavidad radical (radical softness), acuñado por la escritora Lora Mathis, podemos reivindicar los cuidados en las despedidas como expresión última de los sentimientos hacia las personas que nos acompañan o dejan de acompañar. Según define la autora, la suavidad radical es la idea de que compartir nuestros sentimientos sin pedir disculpas es una herramienta política y una manera de combatir la idea social de que los sentimientos son una señal de debilidad.

No es extraño, que si en esta sociedad sentir está mal visto, a veces nos cuidemos muy mal. Los trabajos de cuidados, también a través de la palabra, deben ser el eje que vertebre nuestras vidas y nuestras relaciones. Una guía, un manual de persona politizada con voluntad de hacer bien a su alrededor, entre su familia, amistades y compañeras. Una guía que estipule que nos queramos, que nos queramos hasta que dejemos de querernos, y cuando eso pase, que nos cuidemos. Querer es político, cuidar es político, separémonos queriéndonos y cuidémonos al decir adiós.


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