El fenómeno pop de Las brujas de Oriente
La selección nacional japonesa de voleibol, ganadora de los Juegos Olímpicos 1964, inspiró una eclosión de mangas y animes que llegó hasta nuestras pantallas.
La victoria de la selección nacional japonesa de voleibol en los Juegos Olímpicos de Tokio 1964 marcó un hito en el deporte femenino que dio pie a todo un fenómeno pop cuya onda expansiva alcanzó países como Italia y España.
Puede que la llamada generación X recuerde con cansina nostalgia la serie de animación Oliver y Benji y sus interminables y épicos partidos, pero Tele5 programó en 1990 una propuesta que enroló a no pocas niñas a practicar balonvolea, La panda de Julia. Sus 104 episodios la erigieron en el primer anime deportivo de superación protagonizado por chicas, género que recibe el nombre de spokon shôjô en el país del Sol Naciente.
La eclosión de mangas, ficciones y cómics se extendió y hubo otros productos televisivos que también llegaron a Europa, como Dos fuera de serie, más conocida en nuestro país por el nombre de sus personajes principales, Juana y Sergio. ¿Alguien de entre 30 y 40 años no se ha arrancado al leerlos a cantar la cabecera de la serie?
Esta celebración nipona del deporte femenino tiene connotaciones históricas. El triunfo del equipo nacional en 1964 coincidió con la reconstrucción de un país devastado tras la Segunda Guerra Mundial, que había puesto todas sus esperanzas para resarcirse en el equipo de judo masculino. El mismo día que vieron perder la medalla de oro al adalid de su deporte rey frente a Holanda, las jugadoras de voleibol restituyeron el orgullo de la población japonesa, tradicionalmente machista.
Su proeza se ha celebrado en relatos a lo largo de los años, pero raramente en primera persona. Cinco de sus protagonistas, Kinuko, Yuriko, Yoshiko, Yoko y Katsumi, han accedido a revivir sus vivencias 50 años después en un documental dirigido por el realizador francés Julien Faraud y titulado con el apelativo que les adjudicó la prensa soviética: Las brujas de Oriente. La película, The witches of the Orient, está programada del 18 al 30 mayo en Filmin, en el contexto del festival DocsBarcelona.
Obreras de día, deportistas de élite de noche
A unos 30 kilómetros al sur de la ciudad de Osaka, cerca de la estación de tren de Higashi-Kaizuka, hay una fábrica textil rodeada de campos llamada Nichibo. En 1953, la factoría formó un equipo de voleibol con sus trabajadoras que al tiempo se convirtió en el mejor del país. Las jugadoras trabajaban de día y entrenaban largas horas tarde y noche, al igual que su entrenador. De ahí la complicidad y sincronía que se forjó entre ellas.
En aquel entonces, cada equipo de balonvolea estaba vinculado a una fábrica textil. En Japón no se realizaba un destilado entre todas las jugadoras de las diferentes regiones para conformar la selección nacional, sino que se escogía al mejor equipo de entre los asociados a aquellas empresas.
Después de ganar todos los títulos domésticos, el de Nichibo Kaizuka fue elegido por la Federación Japonesa de Voleibol para representar al país en los campeonatos internacionales de Río en 1960. El equipo perdió en la final. Unas semanas después de la derrota se incorporaron nuevas jugadoras y el grupo partió para realizar una gira de tres meses por Europa.
Los medios las apodaron inicialmente el Tifón de Oriente, porque habían venido a arrasar desde el Este. Después de ganar consecutivamente 21 partidos, arribaron a Moscú, epicentro mundial del voleibol, donde se auguró que el tifón se iba a desinflar, pero también ganaron. Fue entonces cuando la prensa soviética pasó a llamarlas Las brujas de Oriente, en referencia a sus habilidades extraordinarias.
Las cinco supervivientes de aquella gesta debaten hoy el alias en una comida informal. Advierten que llamar a alguien bruja en Japón no es un comentario amable. “Tienen joroba, nariz ganchuda y se dedican a hacer artimañas”, se quejan, pero, cuando los rusos les aclararon que en el país se las aprecia por sus poderes sobrenaturales, abrazaron el sobrenombre.
Faraud las ha reunido en torno a una mesa para recoger sus testimonios. En paralelo a su carrera como cineasta, se halla a cargo del repositorio audiovisual en el Instituto Nacional de Deportes de Francia, INSEP, un centro de entrenamiento y excelencia que entrena a atletas de élite. Su trabajo funcionarial le ha permitido acceder a recursos audiovisuales que muestran los rigores de la práctica diaria de aquellas emblemáticas deportistas. En las impactantes imágenes se puede observar una lluvia de pelotas inmisericorde lanzada a las jugadoras, que se tiran exhaustas al suelo una y otra y otra vez.
Un entrenador venido del infierno
A diferencia de su anterior documental deportivo, Buscando la perfección (2018), dedicado al tenista John McEnroe, el director no estaba satisfecho con el material de archivo, porque temía que pudiera dar una imagen sesgada.
“Al buscar detalles sobre la historia de las brujas, leí periódicos de los años 60 donde entreví muchos malentendidos y errores. Es muy habitual que los occidentales traten de juzgar a la sociedad japonesa desde su propia idiosincrasia cultural. Me molestó mucho lo que fui leyendo. La prensa estadounidense de los 60 arroja un punto de vista prácticamente racista”, exponía Faraud durante el pasado Festival de Rotterdam, donde la película tuvo su premier mundial.
La portada de la revista Sports Illustrated del 6 de marzo de 1964 estaba dedicada a las japonesas. Su titular era ‘Motivadas más allá de la dignidad’. El reportaje empleaba los términos “fanático” y “profundamente turbador” al referirse a las sesiones de ejercicio físico y describía la presencia del entrenador como “de una intensidad sombría y salvaje que resulta aterradora”. El susodicho se llamaba Hirofumi Daimatsu y era un comandante del Ejército imperial que luchó en la actual Myanmar. Durante la Segunda Guerra Mundial había logrado mantener vivo a su escuadrón en la selva durante varios meses.
“Leí un trabajo académico sobre la posguerra en Japón que explicaba que las razones tras el maltrato del entrenador a sus jugadoras radicaban en que, probablemente, había sido retenido prisionero de guerra en un campo británico donde solían poner a oficiales femeninas al frente. El entrenador, según este análisis, se habría sentido humillado. La conclusión era que la disciplina aplicada a las deportistas era la consecuencia de haber sufrido abusos por parte de una mujer. Menuda tontería. Daimatsu las preparaba a la manera bushido, que es la forma ordinaria japonesa de entrenar”, distingue el cineasta, quien además, plantea y se responde a dos preguntas: “Si hubiera sufrido a manos de un oficial masculino, ¿habría entrenado a sus jugadoras de una manera más gentil o suave? Lo dudo. Si hubiera entrenado a un equipo masculino, ¿lo habría hecho de manera diferente? No lo creo”.
Las series de animación han recreado el esfuerzo de las deportistas con profusión de volteretas en el aire y efectos de sonido. Sus cuerpos musculados y curtidos aparecen elegantemente estilizados en su versión dibujada. Todas las propuestas de anime y manga tenían dos elementos en común, la dureza del entrenamiento y la necesidad de un arma secreta. Daimatsu se inspiró en los muñecos tentetieso para crear la suya propia, que consistía en lanzar a las chicas la pelota mientras rodaban sobre sí mismas en el suelo.
El entrenamiento era arduo. Se aspiraba a la perfección. Las deportistas se levantaban a las seis para entrar a trabajar en la fábrica. A eso de las 13.30 horas acudían al gimnasio y practicaban hasta la una o las dos de la madrugada. La cena era después. Trabajaban seis días a la semana, 51 semanas al año.
En el documental describen que al final del día, llegaba un momento de colapso físico y mental que les llevaba a realizar un esfuerzo sobrehumano. “No dormíamos mucho, pero nos acostumbramos. Al principio dolía mucho, luego menos y menos. Para protegernos durante los entrenamientos y no lastimarnos, se nos ocurrieron todo tipo de trucos: usábamos hombreras y almohadones para no lastimarnos al caer y cuando recibíamos el impacto de la pelota lanzada por el entrenador, la enviábamos lo más alto posible”, detallan Las brujas, que con el tiempo desarrollaron unos reflejos y una agilidad titánicos.
Daimatsu acortó sus nombres con motes. Entre ellas se llamaban así, pero se habrían puesto furiosas de haber escuchado sus apodos en boca de alguien externo al equipo. A Katsumi Matsumura, por ejemplo, la llamaban Chabin, que quiere decir tetera, porque tenía la cara brillante como una tetera de metal. Yoko Shinozaki era Chitro, por chitronada, una limonada que bebieron durante su gira en Europa, ligeramente gaseosa. Emiko Miyamoto era Otcho, que significa incansable. A Yuriko Handa la llamaban Fugu, esto es, pez globo, porque se enfadaba con facilidad. Kinuko Tanida era Paï, ya que tan pronto como empezaba a entrenar, las mejillas se le ponían rojas, y Yoshiko Matsumura, Futen, porque siempre estaba en las nubes. Daimatsu era conocido como Satanás. Las chicas, sin embargo, lo asociaban a una figura paterna. Todas ellas eran huérfanas de madre, de padre o de ambos progenitores.
Evasión o victoria
“No eran mujeres corrientes. En la fábrica había muchas más que lo intentaban, pero solo lo logró un puñado de féminas muy fuertes. Así que no podemos describirlas como víctimas. Cuando hablamos de la disciplina militar que les imponía Daimatsu, todas emplearon el verbo elegir, ellas decidieron seguir a su entrenador libremente, porque sabían que era el hombre adecuado para conseguir lo que perseguían: ser las mejores jugadoras del mundo”, apunta Faraud, quien añade a su análisis la realidad de su día a día en el INSEP.
Según ha comprobado, la mayor parte de los atletas de élite abandonan el deporte cuando se retiran, hastiados de la severidad de los años dedicados a la competición. Las brujas, en cambio, siguen jugando hoy; las que no, han renunciado por problemas físicos. “Que sigan jugando superados los 70 es una buena prueba de que no idealizan los días pasados”, explica el documentalista.
Las brujas entrevistadas, de entre 73 y 81 años, entrenan diariamente en el gimnasio, practican el voleibol en la liga mama-san, que reúne a mujeres mayores de 30, e incluso enseñan el deporte que les procuró años de gloria a las nuevas generaciones.
“Son héroes nacionales, pero vienen de una época en Japón donde las personas no exhibían sus éxitos. Su comportamiento es modesto, humilde, no les gusta hablar de sí mismas. Así que tuvimos que abordar el documental con suavidad. Pasé un día con cada una de ellas”, detalla el director acerca del proceso de rodaje.
Todas recuerdan la cara lívida de Daimatsu el 23 de octubre de 1964, cuando las pilló viendo frente a la pequeña pantalla cómo el holandés Anton Geesink machacaba al japonés Akio Kaminaga en el open de judo. Los Juegos Olímpicos eran la carta de presentación de la reconstrucción japonesa. El Comité Olímpico Internacional había incluido dos deportes locales en la competición, el judo y el voleibol. Era tanta la expectación que las tiendas de electrodomésticos habían batido un récord en la venta de televisores.
Tras la debacle masculina, las cinco cadenas japonesas retransmitían la final femenina de balonvolea. Ese partido constituye, todavía hoy, una de las mejores audiencias de todos los tiempos en el país del Sol Naciente.
Antes de salir a la cancha, L as brujas comentaron entre ellas que si perdían, tal era la presión, no podrían quedarse en Japón. Finalmente, se hicieron con el oro contra las soviéticas. Lloraron de felicidad y, entre todas, mantearon al entrenador.
El 6 de agosto de 1966, el equipo de Yashica ganó a Nichibo Kaizuka. Esta derrota puso punto final a una increíble sucesión de victorias consecutivas de las brujas de Oriente, 258, récord mundial todavía imbatido.
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