“El mundo adulto limita la naturalidad de las niñas que se restriegan contra los cojines”
La primera novela de Andrea Abreu, 'Panza de burro', es un milagro por lo bestia, lo descarnado, lo poco amable. Entrevistamos a la autora para hablar de este libro y de sus protagonistas. Y también de escritura.
El boca oreja. He ahí la competencia a los suplementos culturales, a los críticos que saben mucho, a la academia y a los academicistas. El boca oreja funciona con puntualidad japonesa: no falla. Y los libros por contagio, los que pican como un abejorro y estas días y días rascándote la herida de leerlos, esos libros, valen lo mismo que una madre: mucho, todo. El boca oreja ha levantado en altos vuelos la primera novela de la canaria Andrea Abreu. ¿Quién no ha escuchado hablar del milagro de Panza de burro? Es un milagro por lo bestia, lo descarnado, lo poco amable, por la risa y lo jocoso y por lo brutalmente cerrado.
Panza de burro, tu primera novela, la hemos visto en las listas de los mejores libros, la revista Granta te ha incluido como una de las mejores voces en español, ¿te has acostumbrado al éxito? ¿Y este éxito te está presionando para escribir una segunda novela que esté (lo que se espera) a la altura?
Hace poco que empecé a ir a terapia, en parte por esta cuestión de que no entiendo muy bien qué fue lo que pasó conmigo y con mi mundo después de Panza de burro. La terapeuta me dijo una cosa que yo ya sabía pero que no había racionalizado: está mi vida por un lado y por otro, en una parte alejada de mi cabeza, todo lo relacionado con el éxito y la novela. Poco a poco estoy integrando ambas partes, pero me cuesta. Mi editora, Sabina Urraca, me solía hablar de una pseudo enfermedad que ella misma se inventó: el síndrome de la segunda novela. Creo que esa expresión explica muchas cosas. Aún así, hago el esfuerzo de sentarme delante del ordenador con confianza. Es muy difícil, eso sí.
¿Te han tanteado muchas editoriales más grandes que Barrett, donde has publicado, para tu siguiente novela?
Me ha tanteado mucha gente que no me había tanteado nunca, jajaja.
Panza de burro lo escribiste mientras trabajabas de dependienta. Suponemos que con las liquidaciones de la venta del libro estarás más tranquila respecto a cubrir las necesidades básicas y pagar la luz. ¿Se escribe igual con la cuenta con pocos números a con muchos números?
Jajajaja, supones bien. No hay “comparancia”, como diría mi abuela, en el sentido económico, con mi vida antes del libro y con la actual. En general no se vive bien con tres céntimos en la cuenta a final de mes: escribir es parte de vivir, por lo que se vive mejor cuando una no tiene que dedicar todas las energías mentales a pensar maneras de pagar los suministros sin dejar de comprar comida. Debí mucho dinero en el pasado, lo pasé muy mal viviendo en Madrid, la ausencia de dinero me hacía estar muy triste. Ahora mismo soy la persona más afortunada del mundo por poder dedicarme a esto, a la escritura. Tengo demasiada suerte, pienso.
Una de las magias que tiene la novela es que está escrita en canario, o más bien, en el idioma propio de dos niñas canarias: “Los estraneros, un fisquito de café, miniña, estregarse o jediondo”. ¿Cómo decidiste usar este registro? ¿Fue consciente y pensado, o te fluyó?
Fue consciente en la medida en la que toda idea para un libro necesita un andamiaje interno que lo sostenga. Dentro de ese andamiaje se encuentra eso que podríamos llamar visión del lenguaje. Yo lo que quería era usar las palabras de la manera más cercana a la historia que quería contar. Si era una historia en un barrio del monte de Tenerife, los personajes tenían que hablar en consecuencia; si era una historia de dos niñas en 2005, tenía que dejar marcas en la novela que hablasen de ese momento y esa edad: la forma de escribir en el messenger, las faltas ortográficas… Todo es una cuestión de adecuación a las necesidades de la historia.
La historia versa sobre dos niñas muy amigas que están pasando de ser niñas a adultas. Una más espabilada y viva que la otra. La menos espabilada mira con devoción a su amiga Isora. ¿Cómo nace Isora y su amiga?, ¿cómo diste con estos dos grandes personajes?
En un principio había dos niñas. Aquellos dos personajes iniciales estaban muy relacionados conmigo y algunas amigas que tuve en la infancia. Poco a poco fui sumando detalles, porque al final escribir es ser tremendamente detallista, curiosa, como dice mi madre, que hicieron que Isora y la protagonista se convirtieran en seres con voz propia, que me hablaban y me decían, dentro de mi cabeza, hacia dónde teníamos que ir.
Otro acierto es la cubierta.
Todo se lo debo a mi editora, y a Barrett por haber puesto en marcha la máquina de la magia y conseguir finalmente los derechos de la foto. Sabina [Urraca] me dijo que tenía una serie de fotos guardadas en el ordenador desde hacía muchos años. Me las enseñó a modo de inspiración, para motivarme a seguir escribiendo, porque le recordaban a mis niñas. Me bastaron una o dos fotos para entender que no solo me iban a servir para seguir escribiendo. Yo quería una de esas fotos en mi portada. La foto, que pertenece a la serie ‘Las aventuras de Guille y Belinda y el significado enigmático de sus sueños’, de Alessandra Sanguinetti, es la imagen de la atmósfera de fatalidad que yo quise crear dentro del libro.
Y sobre el título, Panza de burro, ¿qué nos cuentas?
Es un fenómeno meteorológico muy típico de Canarias y también de lugares de Latinoamérica, como la ciudad de Lima; incluso en lugares del interior de la Península se sigue usando. La presencia de esas nubes bajas es el hilo conductor de la novela, siempre están presentes. Además de un fenómeno meteorológico, a mi parecer, estas nubes producen un efecto psicológico sobre quienes habitan lugares en los que está muy presente: una especie de tristeza que te escacha contra la tierra, un peso, una desgana de vivir mezclada con melancolía.
Isora está obsesionada con la comida, la abuela la pone a dieta o ella se provoca los vómitos para adelgazar. Es un complejo muy real en la adolescencia, ¿no te parece?
Tan real que he conocido a muy pocas chicas que no hayan vivido una relación insana con la comida en esa etapa, yo incluida. Bueno, chicas y personas en general, porque la cultura de la dieta no tiene límites.
El sexo es trascendental en la historia, Isora está obsesionada con las cucas y su amiga, obsesionada con Isora. ¿Por qué el despertar sexual de ambas es tan caliente, visceral y lleno de curiosidad?
A lo mejor porque se conocen tanto que lo sexual es una parte más del amor que se profesan. Las dos son muy salvajes en los afectos y tocarse entre ellas es parte de esa animalidad hermosa. Cuando entran en juego los niños, la experiencia deja de ser tan agradable.
Tanto en lo de estar flaca como en lo de frotarse con todo lo que se tercie puede que muchas lectoras nos veamos representadas, y he ahí la gracia que nos hace. El tabú del sexo y entrar en los estereotipos de los cuerpos, ¿dos temazos universales en la adolescencia?
Para mí el control sobre la alimentación está directamente ligado con la vergüenza hacia lo sexual. El mundo adulto se empeña en limitar la naturalidad con la que las niñas se relacionan con las papas fritas y con el restregueo contra los cojines.
“A mí me gustaban y no me gustaban las casas rurales, quiero decir: me gustaban porque eran bonitas pero no me gustaban porque entre ellas y yo había como una pared enorme de papel transparente de cocina, papel film, que no me dejaba participar en las mejores cosas de las casas rurales”. La madre de la prota trabaja limpiando en las casas rurales, Isora y ella, tan pequeña y con la lucha de clases tan presente y comprendida, ¿no?
Puede que esta sea una de las cosas en las que la protagonista se parezca más a mí. Mi madre es limpiadora y mi padre obrero de la construcción. Yo crecí odiando el modelo hiperturistificado que precariza la vida de las personas a las que quiero. También crecí, sin darme cuenta, siendo parte de la mentalidad del paraíso. La gente de mi generación nació con el anuncio turístico incorporado, como dice mi amigo poeta Yeray Barroso, le hacemos la promoción de las Islas a las instituciones sin darnos cuenta.
Hay partes cómicas que han quedado en mi libro subrayadas y marcadas para volver y reírme: “E Isora continuó diciendo que Zuleyma la del bar le había contado que después de follar a las mujeres le quedaba el chocho latiendo”. ¿Que la risa nos acompañe (por tus ocurrencias) durante todo el libro es una de las claves del éxito?
No lo sé, jajaja. A mí me gusta mucho decir machangadas y, cuando entendí que podía escribirlas, me puse muy feliz, porque yo antes pensaba que el humor era un recurso que no podía emplearse en la literatura. Aún hoy creo que mucha gente piensa que si un libro incluye cosas que dan risa ya, automáticamente, pasa a ser un libro de risa, feliz, gracioso, tierno. Aprendí de Lucia Berlin y de Lorrie Moore que los cielos más luminosos pueden colocarse arriba de realidades terribles, quiero decir, que el humor es una herramienta que hace el dolor todavía más ácido, más lacerante. Por una cuestión de contraste, juntar la alegría con la tristeza intensifica ambas emociones.
Un niño se propasa con la prota, abusa de ella, ¿es el miedo el idioma universal de las mujeres desde que somos niñas?
Este es el punto en el que la novela cambia de rumbo, el momento en el que la protagonista entiende que está siendo domesticada a través de la violencia. Es un miedo que aprendemos demasiado temprano porque es demasiado real.
La escritora Sabina Urraca es la editora de este libro, ¿cómo os conocisteis? ¿cómo ha sido el proceso de trabajo con ella?
Yo, antes que nada, fui admiradora de Sabina Urraca, de sus crónicas, de su periodismo de inmersión, de sus comentarios sobre fotos de la web de Idealista, de sus post en redes, de su novela Las niñas prodigio. Y sigo siéndolo: ahora acaba de sacar nueva novela y cuando abrí el paquete con el libro sentí los mismos nervios que había sentido cuando compré Las niñas. Ella se dejó entrevistar por mí cuando yo estaba haciendo un máster en Madrid, nos caímos bien, seguimos hablando cada tanto. Un año y pico después de ese encuentro, me regalaron un curso con ella. Siendo mi maestra, escuchó las primeras páginas de la novela. Cuando acabó el curso me ofreció editarla a través del proyecto de Barrett ‘Editor/a por un libro’.
Leo en tu bio que publicaste en un fanzine con un breve análisis poético sobre tu relación con el dolor menstrual, Primavera que sangra. ¿En qué consiste?
Ahora mismo está disponible gracias a que Demipage lo reeditó el año pasado. Es un conjunto ecléctico de textos, collages, fotos sobre el tema del dolor menstrual. Yo he sufrido mucho con la regla, demasiado, hasta que me di cuenta, gracias a activistas de la menstruación, de que no es normal sufrir tanto. Ahora me sigue doliendo, pero por lo menos sé que hay más personas acompañándome ahí fuera.
¿En qué estás trabajando ahora?, ¿tienes idea de nueva novela?
Ahora mismo estoy trabajando en la posibilidad de volver a sentarme delante del ordenador a escribir algo, jajaja. Necesito parar un poco el ritmo de exposición para poder centrarme en cosas nuevas. Y en eso estoy trabajando: en aprender a decir que no.
¿Nos recomiendas un par de libros escritos por mujeres que te hayan interesado últimamente?
Claro. En Canarias, un par no quiere decir dos sino varios o muchos. Esta es mi parte preferida de la existencia, jajaja: Sacrificios humanos, de María Fernanda Ampuero; No es un río, de Selva Almada; Pueblo yo, de Aida González Rossi; Soñó con la chica que robaba un caballo, de Sabina Urraca.
Lee autoras: