Las poetas frente a la violencia

Las poetas frente a la violencia

Estrenamos la sección Pikara Poétika, en la que Olvido Andújar nos hará una selección de poemas y autoras.

Decía Gloria Fuertes, referente poético al que hay que volver una y otra vez, que “antes de contar las sílabas, los poetas tienen que contar lo que pasa”.

En todos los tiempos y en todas las geografías, desde Safo de Lesbos a Amanda Gorman, las mujeres han encontrado en la poesía un lugar desde el que contar qué estaba pasando, aun cuando no tenían un cuarto propio para hacerlo.

Basta revisar sus textos para entender las inquietudes de las poetas del Al-Ándalus del siglo XI, entre ellas Wallāda bint al-Mustakfī y Ḥafṣa bint al-Ḥāŷŷ ar-Rakūniyya, quienes cantaron al amor, al erotismo y a la sátira. Recorrer de nuevo las visiones de la germana protofeminista Hildegarda de Bingen en el siglo XII, en las que el orgasmo femenino y la capacidad de la mujer para generar vida situaron a Eva como víctima de la envidia de Satán (figura masculina), quien la convirtió en falsa responsable del pecado original: doble maltrato. La mujer como víctima y culpable. Esa dualidad de violencia y culpabilización nos ha perseguido ya desde siempre y podemos rastrearla en los textos de todos los siglos y todas las geografías. Solo recurriendo a nuestras propias genealogías comprobaremos qué batallas se nos han enquistado desde siempre en los surcos de la piel, en el tuétano y en la mirada.

El odio y la violencia se nos han instalado en el patio y han ido trepando por la enredadera a las ventanas del vecindario, incluso a las que creíamos libres de peligro. El veneno tiene una facilidad asombrosa para el contagio y para el borrado de todo intento de reparación de las cuentas pendientes con nuestras antecesoras.

Hemos visto involuciones que no creíamos posibles y asistido a un blanqueamiento de la basura. Le han puesto un plato en nuestra mesa al acosador del colegio, al maltratador y al nazi, con la excusa de que todas las opiniones son respetables en un estado de derecho. Aun cuando sabemos de sobra que la defensa de la libertad, los derechos humanos y la tolerancia no juegan en la misma liga que el acoso, la violencia machista y todas sus fobias.

Vandalizaron el mural de mujeres de Ciudad Lineal y respondimos reproduciéndolo en colegios a lo largo y ancho del mapa. “Mis primeras patrias fueron los libros. Y, en menor grado, las escuelas”, decía Marguerite Yourcenar.

La poeta Ángeles Fernangómez escribió un poema para cada una de las mujeres ultrajadas en aquella tapia. Este trabajo puede leerse en su blog y quizá sea una buena manera de que sus nombres no caigan en el olvido.

Primero se niega, después se renombra y, una vez desposeído de su nombre, se invisibiliza. Lo invisible no existe. El maltrato, por ejemplo, anula a la víctima y, cuando una parte de la sociedad propone cambiar violencia machista por violencia doméstica o intrafamiliar lo que pretende es negar, invisibilizar, olvidar, enterrar.

El odio ha encontrado una grieta en el feminismo y ha entrado intentando envenenarlo todo. La violencia salpica de forma machacona a las compañeras que defienden en primera línea un hogar inclusivo y sororo. A Pamela Palenciano, por ejemplo, le han llovido golpes desde la extrema derecha y desde un oxímoron o mal llamado “feminismo excluyente”. (¿Puede excluir un feminismo?) A Pamela Palenciano la conocemos, la respetamos y la queremos quienes nos dedicamos a la enseñanza por muchas razones, pero sobre todo por dejarse la piel, literalmente, luchando contra la violencia machista en las aulas a través del teatro y con un monólogo con el que enseña a reconocer esas violencias, primero, para no cometerlas ni sufrirlas después.

A Pamela Palenciano la odian desde la extrema derecha por nombrar, por visibilizar, por luchar contra la violencia machista, y la odian desde ese oxímoron de “feminismo excluyente” por creer en la sororidad y la inclusión de las mujeres trans en la lucha feminista. Es decir, la acosan por cuidar, por no acosar ella a otras mujeres que están en la cima de las estadísticas en cuanto a violencia sufrida, desempleo o violaciones. Pamela Palenciano, que es una mujer cis, incluye en su feminismo a mujeres que sufren estas violencias, como incluye a mujeres racializadas o con diversidad funcional. Porque en el feminismo cabemos todas y hay que luchar por eliminar las violencias contra todas. Y en esta idea de partida, simplista y obvia, (me) resulta inevitable pensar si el ataque y acoso a otra mujer, a una compañera, es compatible con el feminismo. Yo no lo creo.
Si el feminismo es un movimiento surgido para luchar contra la violencia estructural que el patriarcado ha ejercido contra las mujeres, probablemente desde el Neolítico, ¿cuántas violencias sufrimos o, mejor dicho, seguimos sufriendo? ¿De cuántas han dado cuenta nuestras poetas?

Pamela Palenciano, en el libro Si es amor, no duele (Alfaguara, 2017), recoge:

No falta la historia de cuando tú vas caminando sola por un callejón oscuro en este país de libertades, porque somos muy libres, y una voz masculina te interpela (ojo: cualquier voz masculina) y te dice:
-Sssh, niña, ¿adónde vas tan sola?
Tu primera reacción, seas del país que seas y tengas la edad que tengas, será pensar: “¡Coño!”, y salir corriendo despavorida.

No creo que haya una sola mujer en el mundo que no se reconozca en esta escena, en este miedo. En octubre de 2015, un grupo de mujeres lesbianas se reunieron en Bulawayo, Zimbaue, en torno a un taller de creación poética centrado en sus experiencias. El resultado fue la antología Como el viento intocable (Baphala Ediciones, 2017), que hace un llamamiento al activismo del lenguaje, de la idea y de la acción. Duduzile Salitaire Maseko (1984) revisaba en el poema ‘Un ataque’ la violencia que sufren las mujeres, sobre todo lesbianas, en los callejones oscuros de los que nos hablaba Pamela Palenciano.

Un ataque

Me acerco a la esquina
Una pandilla también
Sudo
Me meo encima

Después vinieron la risa y los insultos
Luego el cemento manchado de sangre
Mientras los puños machacaban mi piel desnuda

Una lluvia de golpes sin fin
Hasta dejarme sin sentido
Tirada en el suelo sin defensas

Un cuerpo hinchado
Un alma vencida
Un corazón sangrante
Un espíritu hecho trizas
Un ataque a mi existencia.

* * *

El fantasma de la lesbofobia, que parecía dormido en nuestra casa, también se ha despertado en estos últimos tiempos. El ataque que sufrió Irantzu Varela reabrió el debate sobre si la violencia digital es de verdad digital o solo la antesala para que nos rompan la cara quienes romantizan el fascismo y la guerra.

Wislawa Szymborska (1923-2012) fue una poeta y ensayista polaca que, en 1996, se convertía en la novena mujer en ganar el Premio Nobel de Literatura. Hoy, y desde su primera entrega en 1901, solo 16 mujeres han conseguido este galardón. Szymborska nos hablaba en ‘Fin y principio’, traducido por Abel Murcia y recogido en Poesía no completa (Fondo de cultura económica, 2014), de esa otra violencia muda tras la batalla, en la que se tiene que tragar el duelo para reconstruir todo lo arrebatado.

Fin y principio

Después de cada guerra
alguien tiene que limpiar.
No se van a ordenar solas las cosas,
digo yo.

Alguien debe echar los escombros
a la cuneta
para que puedan pasar los carros
llenos de cadáveres.

Alguien debe meterse
entre el barro, las cenizas,
los muelles de los sofás,
las astillas de cristal
y los trapos sangrientos.

Alguien tiene que arrastrar una viga
para apuntalar un muro,
alguien poner un vidrio en la ventana
y la puerta en sus goznes.

Eso de fotogénico tiene poco
y requiere años.
Todas las cámaras se han ido ya
a otra guerra.
A reconstruir puentes
y estaciones de nuevo.
Las mangas quedarán hechas jirones
de tanto arremangarse.

Alguien con la escoba en las manos
recordará todavía cómo fue.
Alguien escuchará
asintiendo con la cabeza en su sitio.
Pero a su alrededor
empezará a haber algunos
a quienes les aburra.

Todavía habrá quien a veces
encuentre entre hierbajos
argumentos mordidos por la herrumbre,
y los lleve al montón de la basura.

Aquellos que sabían
de qué iba aquí la cosa
tendrán que dejar su lugar
a los que saben poco.
Y menos que poco.
E incluso prácticamente nada.

En la hierba que cubra
causas y consecuencias
seguro que habrá alguien tumbado,

con una espiga entre los dientes,
mirando las nubes.

* * *

Las guerras, la homofobia, la lesbofobia, de la que daba cuenta Duduzile Salitaire Maseko en ‘Un ataque’, la transfobia, las persecuciones étnicas y religiosas han llevado a miles de personas a abandonar su hogar y pedir refugio en otras tierras, en un intento de escapar de esa violencia. La poeta Warsan Shire (1988) nació en Kenia y es hija de padres somalíes. Cuando era apenas un bebé de un año, su familia emigró a Reino Unido, donde vive actualmente compaginando su labor de poeta y profesora. En su poesía explora la identidad de las mujeres negras y migrantes. En el año 2009 visitó el edificio abandonado de la que había sido la embajada somalí en Roma, ocupado por refugiados. La visita dio origen a su poema ‘Hogar’ (‘Un poema para los que se preguntan quién pone a sus hijos en una patera’).

Hogar

Nadie deja su hogar
a no ser que su hogar
sea la boca de un tiburón.
Solo corres hacia la frontera
cuando ves toda la ciudad
corriendo también
tu vecinos corren más rápido
que tú, el chico con el que fuiste al colegio
que te besó hasta el vértigo
detrás de la vieja fábrica
sostiene una pistola más grande que su cuerpo,
solo dejas tu hogar
cuando el hogar no deja que te quedes
nadie deja su hogar a no ser que el hogar
te persiga, con fuego bajo los pies,
sangre caliente en tu vientre.
No es algo que nunca pensaste en
hacer, y cuando lo hiciste,
llevaste el himno bajo tu aliento,
esperando a llegar al lavabo del aeropuerto
para romper tu pasaporte y tragártelo,
con cada bocado de papel dejando claro
que no volverías.
Tienes que entender
que nadie pone a sus hijos en un barco
a no ser que el agua sea más segura que la tierra.
Quién escogería pasar días
y noches en el estómago de un camión
a no ser que las millas de viaje
signifiquen algo más que el viaje.
Nadie escogería reptar bajo alambradas
ni ser golpeado hasta que la sombra te deje,
violado, ahogado, obligado a estar en el fondo
del barco porque eres más oscuro, ser vendido,
pasar hambre, disparado en la frontera como un animal enfermo,
ser compadecido, perder tu nombre, perder tu familia,
pasar uno o dos o diez años en un campo de refugiados,
donde te desnudan y registran, encuentras una cárcel allá donde vas
y si sobrevives y te saludan en el otro lado
con volved a casa negros, refugiados,
sucios inmigrantes, buscadores de asilo
vienen a llevarse lo que es nuestro,
negros con sus manos extendidas,
huelen raro, salvajes,
mira lo que hicieron con su país,
¿qué harán con el nuestro?
Las miradas sucias en la calle
son más suaves que un miembro arrancado,
la indignidad de la vida diaria
es más tierna que catorce hombres que
se parecen a tu padre, entre
tus piernas, los insultos son más fáciles de tragar
que las ruinas, que el cuerpo de tu hijo en pedazos…
Por ahora olvida el orgullo
tu supervivencia es más importante.
Quiero ir a casa, pero el hogar es la boca de un tiburón
el hogar es el cañón de una pistola
y nadie dejaría su hogar
a no ser que el hogar te persiguiera hasta la costa
a no ser que el hogar te dijera
que dejaras lo que no puedas dejar atrás,
aunque sea humano.
Nadie deja el hogar hasta que el hogar
es una voz húmeda en tu oído
que te dice
vete, aléjate corriendo de mí, no sé en qué
me he convertido.

* * *

Releer este poema en estos días, en los que han disfrazado de propaganda electoral el odio contra menores sin acompañantes, es cuando menos demoledor. “Tienes que entender / que nadie pone a sus hijos en un barco / a no ser que el agua sea más segura que la tierra”.

Una tierra en la que les amenaza, a su llegada, la violencia económica, la de un neoliberalismo brutal en el que tienen cabida y aplausos despropósitos como Glovo, Deliveroo, Amazon o Zara, y la mayoría de personas menores de 30 años tal vez no puedan comprar nunca una casa.

La poeta Ana Pérez Cañamares (Santa Cruz de Tenerife, 1968) es una de las voces poéticas contemporáneas más interesantes y recomendables, con una pluma afilada y siempre certera. ‘Hijo mío’ es un poema publicado en La alambrada de mi boca (Ediciones Baile del Sol, 2007), antes de que empezáramos a darnos cuenta de que la burbuja inmobiliaria se derrumbaría dejándonos un país que rebuscaba comida en los contenedores. Entonces no sabíamos que el mundo ya no volvería a ser nunca un lugar con becas de estudio y una sanidad pública suficientemente financiada. Por eso, al releer este poema desde 2021, el escalofrío aún duele.

Hijo mío
Que soy libre, me dicen.
Pero si quisiera tener otro hijo
tendría que llevarlo al Banco de la esquina
porque suya es mi casa.
Mi niño llamaría padre al director
y madre a la cajera
aprendería a andar con una silla de oficinista
dormiría en un cajón del archivador
y yo sólo sería un pariente lejano
que le sonreiría desde mi puesto en la cola.
Me pasaría de vez en cuando con la excusa de ampliar la
hipoteca
sólo para ver qué tal me lo crían
cómo le afecta el aire acondicionado si sabe poner un fax y
si el director le regala un juego de sartenes
por su cumpleaños.

* * *

Nos llegó también la crueldad de las ejecuciones hipotecarias. Despojar a alguien del hogar, del regazo, de su identidad, es probablemente una de las violencias más terribles. La argentina Graciela Zárate publicaba A contraluz de embargo (Lastura Ediciones, 2014) donde ponía en verso la experiencia del desahucio.

El aviso
Hoy vinieron los cuervos
grapados en carpetas del juzgado,
golpearon a la puerta —de la que me he escurrido—
por no ver cómo acaban con lo que no me queda.

Un bisturí de voz
—y en la cara una hiena—
llenaron expedientes
con números y barras
que, según ellos, soy.

De pronto fue un tiovivo mi cabeza
la rabia se hizo espuma entre los dientes
y no era el mar azul. Denostada gemí.
Un paso más que sola, no hubo abrazo,
no escuché una palabra
y la música hundía.
¿Qué es, si algo tuviste, aquello que te queda?

Aferrada a mi cuerpo,
por delante del sol y sin lo puesto,
a contraluz de embargo, propia y blindada, voy.

* * *

Y vamos todas con ella. “La poesía no es un lujo para las mujeres. Es la necesidad vital de nuestra existencia. Forma la calidad de la luz en cuyo seno fundamentamos nuestras esperanzas y sueños de supervivencia y cambio, primero trasformada en lenguaje, después en idea y, finalmente, en acción más tangible”, decía Audre Lorde en ‘La poesía no es un lujo’, en La hermana, la extranjera (Horas y horas, 2003). Y en esa necesidad vital seguimos en la lucha contra la violencia que, desde las primeras piezas de cerámica prehistóricas, viene golpeándonos con saña. Nos va la vida en seguir contando qué nos pasa y cómo nos están matando.

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