Nuestra vida con problemas de acumulación

Nuestra vida con problemas de acumulación

Los medios suelen exhibir a quienes padecen el síndrome de Diógenes como personas mayores a las que nunca se da voz, pero nunca se juzga a quien acumula riqueza en forma de arte. Leer a quienes sufren de acumulación en primera persona da una idea más clara de lo que implica y pone sobre la mesa estrategias para revertir esta situación.

26/05/2021

Tenemos un problema de acumulación. Explicamos cuál ha sido nuestro proceso a lo largo de estos últimos meses y qué herramientas hemos utilizado para tratar de liberarnos. Cualquiera diría que este último verbo se queda grande cuando hablamos de tener una cantidad excesiva de trastos. Sin embargo, cuando los objetos engullen cada uno de nuestros rincones, también engullen nuestra capacidad de decisión.

El problema de acumulación parte del sufrimiento emocional y se genera cuando el apego por los objetos es tan fuerte que te impide desprenderte de ellos. Existen varios factores por los que podría aparecer este apego: valor emocional, duelo tras una pérdida, posible utilidad futura e, incluso, necesidad económica.

En nuestro caso, actualmente, la mayor dificultad a la que nos enfrentamos es el mecanismo que se activa cuando pensamos que cualquier cosa puede servir, aunque el objeto en sí ya no sirva para aquello para lo que estaba pensado. Creer que todavía sirve, en estas circunstancias, es más una condena que cualquier otra cosa. Con ello, no queremos decir que los objetos solo tengan la vida útil para la que los destina el sistema capitalista. Lo que sucede es que, cuando se trata de acumulación, el límite que separa el reciclaje de la obsesión es casi imperceptible.

Esto, además, converge con la vergüenza y la culpa que cae sobre quienes vivimos con esta problemática. En realidad, las consecuencias del bucle del señalamiento externo y el autoodio no son nada nuevo. Se extienden a muchísimas circunstancias, que afectan a infinidad de comunidades y momentos vitales. La sociedad nos enseña a reprimir y aislar a las personas a las que se tilda de culpables, ya sea porque realmente han hecho algo dañino o, sencillamente, porque su sufrimiento es visible y molesta. Así es como se nos empuja a la inmovilidad y se nos retiran apoyos. Este funcionamiento es totalmente contraproducente.

¿Qué nos lleva a nosotras, como a muchas otras personas, a acumular tantísimo? Muy a menudo se trata de objetos que pertenecían a personas que ya no están en nuestras vidas, sobre todo a aquellas que ya no viven. Conservar retazos de recuerdos a través de lo material, de lo que sí se puede tocar y aferrar, es algo totalmente comprensible cuando hemos vivido el fallecimiento de alguien cercano. Se ha convertido en una herida en el momento en el que miramos a nuestro alrededor y nuestra casa se confunde con las de nuestras abuelas.

Hay otro factor que ha influido mucho en esta situación y es la precariedad. Esto, nos ha llevado a idear modos de rentabilizar muchas de nuestras facetas. El conflicto surge cuando cualquier lata, revista o caja de medicación vacía es susceptible de convertirse en material con el que trabajar. El hogar pasa a ser un gran proyecto de taller que no puede ser habitado y en el que tampoco se puede trabajar. Los espacios de descanso y los de trabajo se desdibujan. Lo que debería ser el rincón de refugio y cuidados, pasa a ser un gran borrón a medio camino entre lo laboral y el entorno donde duermes, lees, y te duchas. De repente, empieza a no haber respiro. Literalmente, se acaban los huecos por los que transitar sin chocarte con todo aquello que debes convertir en herramienta útil para ganarte el pan.

Al mismo tiempo, pararnos a escribir este texto nos ha hecho pensar en todas aquellas personas que viven la otra cara de la moneda. Es decir, esa pequeña parte de la población tan enriquecida que sus problemas no se juzgan desde la misma óptica. Creemos que la visión social de alguien que compra sin parar y la de alguien que recibe objetos o los recoge de la calle para acumularlos, es totalmente distinta. Está claro que las circunstancias de ambos casos son opuestas pero, además, el juicio que recae sobre las personas muy ricas tiene más que ver con el coleccionismo de antigüedades, de piezas artísticas e, incluso, con la fijación por la ropa de marca.

La higiene o la suciedad de los muebles y las estancias y la organización o el desorden en el espacio condicionan la categoría que se le asigna a tu dificultad. Nos parece evidente que no se acumula igual en una mansión que en un piso de alquiler.

Si hablamos de acumulación, como con tantas otras vivencias etiquetadas como diagnósticos, existe un perfil muy concreto y muy arraigado en el imaginario colectivo. Lo primero en lo que suele pensarse es en personas mayores, solas, rodeadas de bolsas de basura y suciedad. Se entra en sus viviendas para retransmitir imágenes sensacionalistas de sus salones y sus cocinas, en programas de televisión que basan sus índices de audiencia en los estereotipos.

El episodio 38 de la segunda temporada de Callejeros, del canal Cuatro, que hace referencia al malestar conocido como síndrome de Diógenes, podría ser un ejemplo. La reportera genera un clima de falsa confianza para entrar en las casas y extraer tanto imágenes como información privada. El enfoque ofrecido por el programa es como una ametralladora de la desgracia. Se instrumentalizan la lástima y el asco, impidiendo que quien está frente a la pantalla pueda ser plenamente consciente de la crisis real que hay detrás de estas situaciones.

La hipervisibilización que sufren estas personas mayores llega a extremos en los que la única solución ofrecida por el entorno familiar, vecinal e institucional consiste en extirparles de su hogar y arrebatarles pertenencias.

Al mismo tiempo, ¿quién piensa en jóvenes que enfrentan este mismo obstáculo? Si se hace alguna referencia es en programas cargados de morbo. Un ejemplo sería Tú ensucia que yo limpio, de la cadena DKISS, en el que alguien con una obsesión por la limpieza y el orden visita la casa de alguien con problemas de acumulación y suciedad. Disfrazándolo de buena obra y altruismo, se confronta a personas desconocidas con experiencias potencialmente opuestas, ante miles de oyentes, sin respetar en absoluto sus procesos ni sus límites.

Así, durante un corto periodo de tiempo, quien limpia y vacía la vivienda ajena es quien vive con una obsesión por la higiene. Mientras tanto, quien habita el espacio desorganizado y abarrotado ve cómo la mayoría de sus pertenencias se arrojan a un contenedor en bolsas de basura. La imagen descontextualizada y alterada que se crea de la persona que acumula es la de alguien con una pereza y dejadez desmedidas. No faltan los conflictos ni los momentos de gran incomodidad, en los que, de una forma u otra, se le acaba haciendo sentir vergüenza y culpa.

Hay un sinfín de ejemplos que podríamos poner sobre esto. En estas producciones, la profundidad de los testimonios en primera persona brilla por su ausencia. En su lugar se omite constantemente lo incapacitante que puede llegar a ser vivir con discapacidad. Primero, se nos presenta un lugar prácticamente inhabitable, cargando toda la responsabilidad de este estado sobre los hombros de quien vive allí. Después, se nos explica que se trata de una persona con una enfermedad crónica. Así, se está creando un relato malintencionado y tendencioso al desplazar la narración de esta circunstancia hacia el final de los episodios o relegándola a un segundo plano.

La invisibilización o la manipulación de nuestro dolor hace todavía más difícil que seamos conscientes de lo que estamos sufriendo. Tras ocho meses viviendo en nuestra casa, es ahora cuando nos sentamos a escribir este artículo.

Ya sabíamos que la acumulación nos estaba haciendo daño, pero era especialmente complicado abordarla como un problema. Nadie le daba la importancia que tiene y nosotras mismas estábamos demasiado sumidas en otros malestares como para afrontar esta situación.

Empezamos por nuestro dormitorio. El hecho de dormir entre montañas de ropa era agotador. Es cierto que son escasísimas las veces que la compramos, siendo la mayoría heredada o sencillamente vieja, pero el ahogo persiste porque siempre será demasiada como para utilizarla toda. Desde este punto de partida, decidimos vender gran parte a través de Espai La Gorgona, nuestro proyecto de librería y espacio sociocultural. Los objetivos son dos: ahorrar e inaugurar la caja de resistencia loca. Donaremos la mitad de lo ganado a este fondo económico para personas locas, psiquiatrizadas, en situación de precariedad, como nosotras. Así, los lemas del apoyo mutuo no se quedan en meras frases motivacionales sin puerto ni profundidad. Al contrario, nos sirven de impulso tanto para respaldar a otras personas, como para resolver nuestras propias dificultades.

Continuamos con el comedor, la cocina y el resto de habitaciones. Todo ha sido muy gradual y pensamos que esta es una de las claves importantes. Respetar nuestros propios ritmos y necesidades ha hecho que seamos constantes, evitando así que nos rindamos y caigamos en un retroceso.

En la práctica ha habido una serie de estrategias que nos han ayudado en este proceso. Hemos asumido la necesidad de deshacernos de un mínimo de cosas al día, para no posponer los propósitos que nos hemos planteado. Los vamos incluyendo en la lista de objetos de los que nos liberamos.

Nos hemos dado cuenta de que ha sido más sencillo para nosotras ser conscientes de lo que nos ocurría haciendo fotos de la casa y viéndolas que observando nuestro alrededor. Creemos que esto sucede porque la realidad sobrepasa, abruma, agobia y, en definitiva, anula. Hacer fotos a lo largo de los días resulta muy útil, además de para poder observar con una mínima distancia, para ir comprobando el avance.

Nos ha sido muy difícil hacernos cargo de todas esas pertenencias que nos impedían vivir como nos merecemos, es decir, en un entorno que no nos haga sentir mal. Por esto, una forma de organizarnos ha sido distribuirlo todo en diferentes cajas y bolsas. Algunas para vender, otras para donar, otras para tirar; y, finalmente, las que queríamos quedarnos y aquellas sobre las que decidir más adelante.

Si nos has leído y compartes esta experiencia de sufrimiento o tienes cerca a alguien que la vive, quizá te sientas tan culpable como nos han hecho sentir a nosotras. Recordar que merecemos habitar un espacio digno nos hizo recuperar las fuerzas necesarias para enfrentar el estigma y los pedazos de nuestra propia trayectoria vital acumulada en objetos.

 

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