Perro no come perro (ni perra tampoco)

Perro no come perro (ni perra tampoco)

Hay personas que llevan años haciendo caja de la misoginia, facturando de las creencias que reproducen y legitiman la violencia. Asumiendo que han estado -y están- del lado chungo de la historia.

05/05/2021
Una mujer en el suelo es increpada por otra que tiene cara de odio

Serena pegando a June. Fotograma de ‘El cuento de la criada’

La historia de Rocío Carrasco lo ha cambiado todo.

La gente que iba de que no ve la tele se ha tenido que rendir, porque es como no enterarse de los resultados de las elecciones de Madrid o de quién es Rosalía. Te ha superado, cari. El mainstream, es lo que tiene.

Todas la conocíamos y a todas nos caía mal (venga, no mientas, a ti también). Niña rica, nariz respingona, famosa desde la ecografía, sin oficio visible y como pedorra, como chula, como que no le importara(mos) la gente a la que nos importaba su vida.

Pero llega una periodista feminista y clava un encargo de una productora de esas que lo producen todo, y nos muestra a una mujer herida de vida, destrozada pero viva, aplastada pero en pie.

¡Bum!

Yo me veo -como muchas- en cuestión de horas, amando, admirando y sintiendo de las nuestras a una mujer a la que no conocía, pero a la que reconozco -casi- a primera vista. Se ahoga. Se atraganta. No es capaz de nombrarle. Llora sin querer y se ríe sin poder. Es como yo. Es como tú. Es como todas, amiga. Porque la que no haya vivido violencia que me lo explique, que dudo que lo entienda.

Te han violado, te han pegado, te han explotado, te han asustado, te han ridiculizado o te han obligado a hacer cosas que no querías hacer (aunque igual pensabas que era lo que querías). Yo creo a todos los cuerpos marcados como mujeres, menos a las que dicen que a ellas no, que a ellas nunca, que a ellas ninguno.

Rocío Carrasco cuenta un relato que es imposible no creer, porque es el tuyo, el suyo, el nuestro. El de tu hermana, el de tu amiga, el de tu hija, el de tu cuñada, el de tu madre, el de tu vecina, el de tu compañera de juegos o militancia.

Sale en esa entrevista, con ese traje precioso y ese chaleco escotado, y esos tacones y ese trozo del pelo rapado y nos rompe a todas.

Todo el mundo se recoloca y no hay hueco para todas. Y, menos, para todos.

La creemos las que lo sabíamos y la creen algunas que no se lo creían.

Y empieza el circo.

Todo el mundo quiere el foco, pero no hay micro para todas. Aunque siempre hay sitio, altavoz y turno para ellos.

Los perros.

Rocío alimenta el circo que le echó a los leones (que son siempre vagos, voraces, cobardes y patriarcales) y suelta esa frase que nos deja claro que tiene guardada para decir todo lo que se ha callado años: “Perro no come perro”.

Joder, qué lista es la tía.

O qué de años lleva sufriendo, rumiando, repasando… contando y tragando y gestionando y sobreviviendo a un dolor que nos suena (aunque sea un poco) a todas.

Perro no come perro.

Lo dice en referencia directa a Alessandro Lequio, que se burla de ella y la acusa de histérica (jajaja, ¿os suena?) aunque sea el señor al que su expareja denunció -cuando nadie lo hacía-, denuncia a la que él respondió, en las mismas teles que tú ves: “Sí, sí he tirado bofetones a las mujeres”.

Perro no come perro.

Y empieza el espectáculo del (anti)canibalismo.

Te puedes creer a Rocío o no. Ese es tu problema. Porque es un problema, cari.

En un país en el que el 53 por ciento de las mujeres asesinadas lo son a manos de su pareja o expareja hombre, no creerte  la violencia de género es un problema. Lo ves o no. Lo reconoces o no. Lo intentas combatir o no. Te pones en contra o te pones a favor. No hay otra.

Si eres una señora o un señor que comenta en el bar, en la plaza, en tu casa o en el mercado, pues bueno, ahí queda eso. O no. Porque te recuerdo lo que decía Martin Luther King: que no le daban miedo las maldades de la gente mala, sino la indiferencia de la gente “de bien”.

Y le mataron, chati. Le mataron.

Pero, claro, curras en la tele, o en la radio, en un medio digital, o en un periódico, y alguien tiene que decir lo que no dice todo el mundo. Unpopular opinion, incorrección política, libertad de expresión, las dos versiones, escuchemos a ambas partes, ahora le llamáis violencia a todo, es una guerra, adoctrinamiento, miedo, censura.

Los cojones.

Perro no come perro.

Te voy a regalar una clasificación (que me he sacado del coño) de las personas que cuestionan la violencia estructural contra las mujeres en los medios de comunicación, que son las mismas (te lo prometo) que cuestionan el relato (¡¿qué “relato”, joder?! ¡la historia! ¡La Verdad!) de Rocío Carrasco.

Los que tienen mucho que perder si ganamos.

Como soy periodista y no fascista, y -por eso- mis listas no tienen consecuencias, voy a dar nombres:

Señoros heteros (con dinero) que han explotado a las mujeres más jóvenes, más pobres, más obedientes… más “mujeres”. O más borrachas, o más inconscientes, o más vulnerables. O simplemente (¡ja!) hombres conscientes de sus privilegios, pero que saben que no se los merecen. Por eso nos temen: Alessandro Lequio, Kiko Matamoros, Rafa Mora, Diego Arrabal, Antonio Montero, Joaquín Prat. Entre otros.

Señoras heteras (con dinero) que saben que tienen trabajo, programas, productoras, horas de tele, llamadas de directores y miguitas de audiencia, porque les hacen el juego a los primeros: Ana Rosa Quintana, María Patiño, Gemma López, Marta López, Lidia Lozano, Marisa Martín Blazquez, Emma García. Entre otras.

Gente “de bien” que no estuvo a la altura, que calló aunque vio, que cobró y le pareció menos grave lo que vio: Amador Mohedano, Rosa Benito, Olga Moreno, José Ortega Cano, Ana María Aldón. Entre otras.

Gente que cree a “la niña” (que tiene 25 años). Pues claro, hija. De primero de maltratador es entender que la violencia contra las mujeres siempre es más violenta, más eficaz, más dolorosa, más hasta siempre, si consigues quitarles el amor de las hijas e hijos, que es el que nos hace la mejor versión de ser mujeres: ser madres. Te quito a las criaturas, (me las llevo, las secuestro, las mato, o las pongo en tu contra) y te quito la vida y las ganas de vivir. Y la compasión del resto. Y mira que no hay miles que lo cuentan y que nadie las cree y que no se levantan. Porque no les dejan.

Personas a las que reconocer que ven lo que ven, o lo que vieron, o lo que saben que todas vemos les costaría -como mínimo- reconocer que llevan años haciendo caja de la misoginia, facturando de las creencias que reproducen y legitiman la violencia. Asumiendo que han estado -y están- del lado chungo de la historia.

Mira, la tele ya nadie la ve, pero todas la vemos.

No le vamos a pedir a la tele que sea un gulag, un taller, una fuente de sabiduría revolucionaria. No le vamos a pedir a la tele que nos cuente lo que no queremos que nos cuenten.

Pero sí vamos a exigirle a la tele que no dé alpiste y foco y micro a quienes generan el espacio propicio para que nos maten, nos violen, nos exploten, o nos secuestren a las niñas.

Seamos perras.

Comamos perro (vegeta, porfa).

Comámonos a todos y a todas las que den de comer a los perros que nos ladran.

Cabalguemos.

Juntas.

Hasta que seamos libres. Todas.


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