Sobre la productividad cíclica y otras hormonas
La autora analiza cómo incorporar una nueva metodología de trabajo adaptada a las características biológicas de los cuerpos.
La “perspectiva de cuidados” es el nuevo paradigma al que muchas organizaciones y empresas se aferran, en su pretensión de demostrar que se ponen a la altura de las exigencias de las reivindicaciones feministas y de todas aquellas personas que abogan por un mundo más sostenible, igualitario y que ponga la vida en el centro.
Pero qué entendemos realmente por “cuidados” y a qué nos referimos exactamente son preguntas necesarias en ese amago de incorporar esta perspectiva a un sistema excesivamente productivista y marcado por el capitalismo, como es el actual. ¿Cómo encajar lo que representan verdaderamente los cuidados en un entorno en el que los beneficios se miden con base en nuestro nivel de productividad? ¿Es esto verdaderamente posible?
El nuevo paradigma de la productividad cíclica
Luna Roja, de Miranda Gray, es un libro que ha cambiado la vida a muchas mujeres. Tarde o temprano, de una forma u otra, este texto siempre termina llegando a manos de las mujeres* que sentimos que nuestros ritmos biológicos no están siendo escuchados, generándonos dolor, frustraciones y patologías que nos terminan abocando a odiar nuestras fases, nuestra propia naturaleza.
En él, la autora expone cómo “en la sociedad moderna, el ciclo menstrual se experimenta como un fenómeno pasivo del que solo se admite su ‘aparición’, ya que todo el proceso restante se ignora o bien se oculta. Así, se nos enseña que debemos enfrentar nuestra angustia y nuestras necesidades sin llamar la atención, puesto que todo ello forma parte de lo que significa ‘ser mujer’. Este es el motivo por el que nosotras solemos esconder nuestras dificultades: nos impulsa el miedo a que los demás nos consideren débiles o piensen que hacemos una montaña de un grano de arena. Y es, precisamente, esta falta de comunicación y reconocimiento social lo que perpetúa el aislamiento del ciclo menstrual como un acontecimiento oculto y furtivo.” Además, la autora añade: “En realidad se trata de un suceso dinámico que, una vez liberado de los condicionamientos y restricciones sociales, puede afectar activamente el crecimiento físico, emocional, intelectual y espiritual de la mujer, así como el de la sociedad y el medio en el que ella se desenvuelve”.
En este sentido, no es algo nuevo que las mujeres –y las personas menstruantes en conjunto- pasamos por distintos ciclos y fases a lo largo de nuestra vida, las cuales, tal y como explica la autora, nos afectan en todas las esferas de nuestra vida. Y no solamente a nosotras, sino al conjunto de toda la sociedad.
Es por esto que Miranda Gray (así como muchas otras autoras y expertas del tema), insiste en la importancia de tomar consciencia sobre nuestro propio ciclo y cómo este afecta nuestras vidas, siendo capaces de potenciar y aprovechar las energías que se mueven a lo largo de las distintas fases de nuestra vida, en relación con nuestro ciclo hormonal.
Y es en este contexto que surge el concepto de la productividad cíclica, que se basa precisamente en la incorporación de las características biológicas de las mujeres –las cuales son fundamentalmente distintas a las de los hombres- como necesidades que deberían ser atendidas en el entorno laboral.
Vivir en una primavera perpetua
Bajo esta reivindicación de ofrecer una nueva perspectiva que dé respuesta a las necesidades específicas de las personas que menstrúan, hay quienes se han propuesto crear modelos y metodologías de negocio más adaptadas a las necesidades biológicas de las mujeres, como es el caso de la experta en productividad femenina Lily Yuste o las promotoras del proyecto Las Amancias, una iniciativa encabezada por tres mujeres con distintos perfiles, quienes pretenden crear “una nueva metodología de trabajo más adaptada a las mujeres”, a través de la incorporación de la ciclicidad como base.
Así, con la idea de resignificar el concepto de productividad, estos nuevos paradigmas nos sugieren trabajar con base a nuestra propia biología, dando lugar al descanso como parte imprescindible y base para nuestro propio rendimiento.
Para ello, resulta imprescindible romper con el “patrón masculino” que rige el funcionamiento de los negocios, independientemente de la finalidad y tipología de empresa u organización. Tal y como explica Marta León, la experta en alimentación y salud femenina del equipo de Las Amancias, este “patrón masculino” no va necesariamente ligado a los hombres, sino que se trata de “una manera única de hacer”, la cual se ha establecido como universal, pero que no incluye la propia biología de la mujer, sino que se fundamenta en un patrón biológico que solo tiene en cuenta las hormonas del estrés y las hormonas del descanso, sin contar con otros patrones o ritmos que necesitan otros cuerpos.
Este ritmo biológico viene definido como “circadiano”, el cual se basa en intervalos regulares de tiempo, que normalmente contemplan las 24 horas y que viene marcado por la dicotomía día-noche, es decir, trabajar por el día y descansar por la noche.
Sin embargo, tal y como explica León, “los cuerpos femeninos tienen, además de este ritmo circadiano, otro ritmo que también es muy importante: el ritmo infradiano, el cual va más allá de estas 24 horas y que responde al ciclo menstrual”. No obstante, añade, “en el ámbito laboral y de la productividad no se atiende y no se da espacio al ritmo infradiano”, lo que provoca más cansancio, frustración e incluso la aparición de patologías que responden a las fatigas crónicas que, estadísticamente, ocurren mucho más en mujeres que en hombres.
En esta misma línea, Jessica Noguez, creadora del proyecto Emprende Bonito, en el que acompaña a mujeres emprendedoras en su crecimiento online a través de una perspectiva feminista, asegura que “es indispensable preguntarse por qué lo masculino (poder, dominación, estatus, etc.) es lo que se valora”, así como “hacerse preguntas también en otras cuestiones como la explotación, el racismo, el sexismo o el clasismo”. La experta en emprendimiento femenino añade que “vivimos en una economía capitalista con principios muy masculinos: crecimiento lineal, consumo perpetuo, dominación, competencia, consumo permanente, el mito de la meritocracia, un individualismo muy marcado, jerarquías, etc.” A lo que Noguez añade una propuesta. “Una economía feminista desafiaría completamente el statu quo: luchar contra la desigualdad de género es poner las bases para ir transformando todo el resto de las desigualdades sociales”, explica.
Noguez, asimismo, define el concepto de productividad como algo intrínsecamente ligado al dinero “cuanto más dinero se produce, mejor”. Sin embargo, según ella, el verdadero éxito debería definirse según nuestra capacidad de vivir más alineadas con nuestro bienestar y con aquello que nos hace bien y nos llena por dentro. En palabras de la experta, “un negocio o emprendimiento que nos sane a nosotras, pero también al mundo”.
Sin embargo, tal y como explica Lily Yuste, el modelo de productividad actual no tiene en cuenta las necesidades específicas de las mujeres: “Las mujeres tenemos necesidades diferentes de las de los hombres… ni mejores, ni peores, diferentes. Y no, no son escuchadas porque el modelo de productividad y de trabajo se basa aún, lamentablemente, solo en las necesidades masculinas, olvidando no solo las necesidades, sino también las capacidades típicamente femeninas.” Además, esta explica cómo este sistema no solamente no atiende a las características y demandas de las mujeres, sino que tampoco tiene en cuenta las capacidades especiales de cada persona: “No tiene en cuenta, por ejemplo, que hay personas más creativas, o más comunicativas y que su productividad sería mucho más efectiva si se le permitiera basarse en sus capacidades reales”, añade la experta en productividad femenina.
Lo que está claro es que la mayoría de las mujeres somos cíclicas y es por esto que, tal y como explica Miriam Díaz, coach y terapeuta psicocorporal del equipo de Las Amancias, sea cual sea nuestra situación particular, “vamos a pasar por muchos ciclos, y eso implica pasar por muchas experiencias. Y esas experiencias implican también situaciones de estrés”.
Precisamente en relación con el estrés, Caroline Criado Pérez, en su libro La mujer invisible, expone un dato revelador al respecto: según el organismo ejecutivo de Salud y Seguridad del Reino Unido, las mujeres presentan niveles más altos de estrés, ansiedad y depresión relacionados con el trabajo que los hombres. En definitiva, generalmente, las mujeres están un 53 por ciento más estresadas que los hombres. Dicho estudio concluye que esta disparidad se debe a los sectores en los que trabajan las mujeres (educación, salud y servicios sociales), pero también radica en “las diferencias culturales entre hombres y mujeres y creencias en torno al tema del estrés”. En este contexto, la autora incluye también datos sobre estudios que demuestran que “trabajar horas extra aumenta las tasas de hospitalización y mortalidad entre las mujeres y, en cambio, tiene un efecto protector para los hombres”.
Por supuesto que esto, más allá de la biología, responde a unos procesos de socialización y educación, así como a la carga extra que la mayoría de las mujeres deben asumir por los trabajos domésticos y de cuidados.
Por su parte, Miranda Gray define las distintas fases de la vida y de los ciclos de la mujer a través de su asociación con la naturaleza. Así, las fases del ciclo menstrual responderían exactamente a las fases del ciclo lunar (ambos ciclos duran aproximadamente 28 días). En este sentido, Èlia Fibla, la experta en negocios digitales de Las Amancias, asegura que “nuestra sociedad vive en una primavera perpetua, algo que es imposible de sostener”, dado que no se da lugar al descanso más allá de los meses en los que está estipulado que debemos descansar, dejando espacio a esos momentos de “barbecho”, de descanso natural del cuerpo, y del planeta.
No hay cuidados sin autocuidado
En todo este contexto, resulta imprescindible cuestionarnos a qué responde exactamente la perspectiva de cuidados. ¿Qué abarca exactamente el concepto de “cuidado”? Lily Yuste asegura que “los cuidados siguen siendo la trampa de las mujeres”, y añade que “aún hoy somos las que más cuidan la casa, los niños, las personas mayores…y la palabra conciliación demasiadas veces no nos tiene en cuenta como personas. El cuidado realmente debería empezar por el autocuidado, por el estar bien con nosotras mismas, tanto física como emocionalmente, ese equilibrio que sería la base de nuestro bienestar, del bienestar de nuestro entorno y, sí, también de nuestra productividad”.
Normalmente, tal y como claman Las Amancias, “asociamos el cansancio y el desgaste a la entrega constante a otros”. Las políticas de cuidados están siempre dirigidas al cuidado de otras personas. Jamás al autocuidado. Cuidar se asocia a terceros, nunca para una misma. Esto, por tanto, provoca que, en el ámbito de la soltería, por ejemplo, no exista ese espacio. Las políticas de cuidados pocas veces amparan a las mujeres que, a pesar de no tener personas a su cargo, siguen teniendo necesidades específicas y quienes también son víctimas en muchos casos de la frustración que produce el hecho de no poder llegar a todo.
Pero ¿de qué manera podría incorporar el mundo empresarial una perspectiva de cuidados verdaderamente integral y adecuada a las necesidades de las mujeres? Según Yuste, “teniendo en cuenta los cambios físicos y emocionales que experimentamos a lo largo del mes, del año y de toda nuestra vida, pero no solo aceptando esos cambios sino apoyándonos en ellos y en sus fortalezas”. A lo que Noguez añade que “un buen inicio es darle el valor que tienen a nuestros cuerpos. Las mujeres somos cíclicas, tenemos más o menos energía a lo largo del mes y hay que tenerlo en cuenta”.
“Nadie quiere trabajar 60 horas a la semana sentado en un escritorio y sintiendo que no te da la vida. Necesitamos descansar, pausar, quitarnos de la cabeza el mito de la multitarea, de la superwoman o de que las mujeres ‘podemos tenerlo todo’. No es verdad. El capitalismo nos obliga a poner de lado las necesidades del cuerpo para producir más dinero. Necesitamos crear negocios que sean saludables para nuestra salud física y mental, que contribuyan a nuestro bienestar”, explica la experta en emprendimiento femenino.
En conclusión, y citando de nuevo a Las Amancias, “vivimos en un mundo muy hostil hormonalmente” y este es uno de los motivos por los que resulta imprescindible darle cabida al autocuidado, como una parte más – e imprescindible- del engranaje productivo, en el que no solamente quedan invisibilizadas las llamadas “dobles jornadas” que deben afrontar las mujeres, por ser el principal sostén de las sociedades, sino que también se omiten sus necesidades más básicas, como son las necesidades biológicas: el descanso, la auto-escucha, el poder parar cuando nuestro cuerpo nos dice “basta” y, así, aprender a amarnos en todas las etapas de nuestra vida, sin sentirnos impostoras, sin sentirnos incapaces y sin tener que morir en el intento.
*NOTA DE LA EDITORA: este texto habla de manera general mujeres cis.
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