Tituba y el pánico en Salem Village
Extracto del libro 'Las brujas que desaparecen', historias reales sobre la brujería en Nueva Inglaterra y sus terroríficos juicios (1648-1706), de Berta Ferrer e Inés Jimm, con notas de Eugenia Tenenbaum.
Extracto del libro Las brujas que desaparecen, historias reales sobre las brujería en Nueva Inglaterra y sus terroríficos juicios (1648-1706), de Berta Ferrer e Inés Jimm, con notas de Eugenia Tenenbaum, y editado por Huevo Cósmico a través de Libros.com
Según el caso recopilado por el reverendo John Hale, con alguna anotación de los relatos de Deodat Lawson y Robert Calef.
Tituba fue la primera mujer acusada de brujería en los juicios de Salem de 1692 y su caso desató la histeria colectiva de Nueva Inglaterra.
A finales de febrero de 1692, Betty Parris y Abigail Williams se vieron aquejadas de unos males desconocidos. Eran la hija y la sobrina, de nueve y once años respectivamente, del señor Samuel Parris, pastor de la iglesia de Salem Village, quien solicitó a los médicos un diagnóstico de las dolencias, que iban en aumento. Uno de ellos afirmó que eran causa de una mano maligna, y los vecinos no tardaron en proclamar que las niñas estaban embrujadas.
El señor Parris tenía a su servicio a un hombre indio[1], cuya esposa más tarde confesó que, a espaldas de sus amos, había cogido orina de las afligidas y la había mezclado con harina de
centeno para preparar una tarta con la intención de descubrir a la bruja causante de aquellos males. Tras esto, las niñas gritaron que Tituba las había pellizcado, pinchado y atormentado profundamente, y que la habían visto aquí y allí, donde otros no pudieron verla.
Estas niñas sufrían ataques, mordiscos y pellizcos causados por agentes invisibles, que también retorcían sus brazos, cuellos y espaldas de una forma imposible para ser autoinfligidos, y que iban más allá de los síntomas de un ataque epiléptico o una enfermedad natural. A veces, enmudecían, se atragantaban y sus extremidades sufrían las consecuencias de torturas y contorsiones.
Al ver la angustia en la que estaba sumida su familia, el señor Parris decidió reunir en su casa a algunos hombres notables de Salem y pastores vecinos para consultar con ellos. Después de que estos se informaran de los sufrimientos de las afligidas, concluyeron que sus dolencias eran de origen sobrenatural y que, según temían, llevaban la firma de Satanás. Aconsejaron al señor Parris que esperara y tuviera fe en la providencia de Dios para ver lo que el tiempo les deparaba.
Examinaron a Tituba, que confesó haber hecho la tarta y que su antigua dueña en su país de origen era una bruja y de ella había aprendido algunos métodos para descubrir la brujería y prevenir los hechizos. Negó que ella misma fuera una bruja.
Poco después, otras personas, con edad suficiente para ser testigos, sufrieron las molestias de Satanás, y en sus convulsiones gritaron que las habían torturado espectros que adquirían la forma de Tituba, Sarah Osborn y Sarah Good, a quienes las niñas también habían acusado[2]. Fue entonces cuando los vecinos se quejaron a los jueces de Salem, para que examinaran tanto a las afligidas como a las acusadas.
El examen tuvo como resultado la confesión de Tituba: se declaró culpable de ser bruja y de que, junto con las otras dos acusadas, había atormentado y embrujado a las denunciantes. Añadió que ellas tres, y otras dos mujeres cuyo nombre no conocía, celebraban juntas reuniones de brujería. Las tres, Tituba, Osborn y Good, fueron condenadas a prisión. Poco después, Tituba se quejó de que sus compañeras la atormentaban por haber confesado contra ellas. Una mujer examinó su cuerpo y encontró las marcas y heridas del diablo.
Según la versión de Robert Calef, Tituba confesó que el diablo la instó a que firmara el Libro que le puso delante, que fuera malvada con las niñas, etc. Por ello, fue condenada a prisión hasta que se pagara su fianza y estuvo encarcelada durante un año y un mes. A partir de entonces, la explicación que dio fue que su amo la golpeó y la maltrató de varias maneras para obligarla a confesar y que acusara a sus hermanas brujas, y que todo lo que había declarado y las acusaciones que había hecho eran resultado de ese trato.
Si este caso tuvo tanta relevancia fue porque, a raíz de él, las confesiones de brujería aumentaron hasta llegar a casi cincuenta. Cuatro o seis mujeres admitieron durante el juicio su culpabilidad y, como a Tituba, Sarah Osborn y Sarah Good, fueron condenadas, pero no ejecutadas. Muchas de las condenadas confirmaron las confesiones de manera muy firme. Sus versiones concordaban exactamente con las acusaciones de las afligidas, y también con ciertos detalles de las declaraciones de las propias acusadas: los pactos con Satán y las razones que las empujaron a ellos; las reuniones de brujería y las burlas a los sacramentos del bautismo y la comunión; la firma en el Libro del Demonio y las heridas que algunas se habían realizado para firmar con sangre; y las marcas por las que el diablo succionaba, provocando llagas y úlceras.
Las afligidas se lamentaban de que los espectros que las molestaban insistían en que pusieran sus manos sobre un libro, que les presentaban con la amenaza de que sufrirían grandes tormentos si no lo firmaban y con promesas de alivio de esas mismas torturas si lo hacían. Entre ellas, Deliverance Hobbs declaró que, sobrepasada por los dolores que se le infligían, firmó el Libro y recibió el alivio prometido. Inmediatamente, un espectro adoptó la forma de la mujer y se le apareció a otra persona para afligirla, diciendo: «Yo he firmado el Libro y tengo paz; ahora firma tú, y también recibirás tu alivio». Un día, una de estas afectadas señaló a un punto de su habitación y proclamó que allí estaba Deliverance, a lo que un hombre acometió con su espada a la aparición, a pesar de que no la viera. La afligida dijo que había herido a la aparecida en un costado y señaló otro punto de la estancia, diciendo que allí estaba de nuevo. El hombre volvió a arremeter y, según le indicó la mujer, esta vez le había pinchado cerca del ojo. Poco después de esto, Deliverance Hobbs confesó que se había convertido en bruja al firmar el Libro del Diablo, como ya se ha dicho, y que se le había aparecido a la sirvienta que la había denunciado, recibiendo dos heridas de una espada, una en un costado y otra en un ojo, cuyas marcas les enseñó a los jueces. También confesó que había estado en una reunión de brujería y nombró a las personas que la habían acompañado; algunas de ellas ya estaban en prisión o en un proceso judicial por sospecha de brujería.
Después de este suceso, numerosas personas confesaron lo mismo que Deliverance. En particular, Ann Foster declaró que ella, junto a otras dos mujeres, fue desde Andover a Salem Village montada en un palo que se elevaba del suelo. No pasó mucho tiempo antes de que Mary Lacy, hija de esta mujer, confesara que había montado en un palo con su madre para asistir a la misma reunión, confirmando así la primera declaración. Posteriormente, la nieta de diecisiete años también admitió lo que madre y abuela habían revelado, y confesó que había viajado con ellas en el aire sobre una vara y que puso su mano sobre el Libro del Diablo. Y dijo repetidas veces: «Oh, madre, ¿por qué me entregaste al demonio?». La madre le pidió perdón y se arrepintió ante las peticiones de la hija. «Oh, Señor, dame consuelo y descubre a todas las brujas», y dirigiéndose a su abuela, «Oh, abuela, ¿por qué me entregaste al demonio? ¿por qué me persuadiste? No lo niegues, abuela». Y Ann Foster describió detalles de sus actos de brujería, demasiado minuciosos y extensos como para ser hechos inventados.
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