Tú matas, yo me muero

Tú matas, yo me muero

La violencia vicaria es la que sufren los hijos e hijas de un padre maltratador para seguir haciendo daño a la madre. Y el sistema judicial, en muchos casos, lo permite.

Ilustración: Sra. Milton

Qué mala costumbre tenemos las mujeres de morirnos cuando nos matan y de vivir muertas en vida cuando nos hacen la vida imposible: la peor muerte imaginable, vivir sin estar viviendo, permanecer en una catarsis donde respirar se convierte en un castigo.

Vete a la primera, ¡ya!, siempre a la primera, sin pensar. Los príncipes azules no existen pero las princesas tampoco y los cuentos, si crecemos creyendo en ellos, son dañinos. Durante muchos años a las niñas se nos educó en que nuestro fin era hacer feliz a un príncipe azul que cruzaría montañas, valles y mares por nosotras. Nada más lejos de la realidad. Ese patrón no solo debimos descartarlo hace tiempo sino que debemos negarnos a recuperarlo e interiorizarlo.

Las mujeres contamos con arrojo suficiente, herramientas suficientes, valores, responsabilidad y fuerza bastante para vivir y ser por nosotras mismas. Esto jamás debemos perderlo de vista ni olvidarlo, solo así seremos libres.

Entre los años 2015 y 2019 en España se registraron, según un informe del Ministerio del Interior, más de 600.000 casos de violencia contra las mujeres, de la que el 51 por ciento fue violencia psíquica, el 39 violencia física, 7 sexual y el 3 por ciento económica. Un 75 por ciento de estas mujeres eran de nacionalidad española. Cifras nada desdeñables si tenemos en cuenta que la historia de los príncipes y princesas ya hace muchos años que la rechazamos de nuestras vidas. Cifras que no contabilizan las miles y miles de mujeres revictimizadas tras denunciar la violencia que se ha ejercido sobre ellas por parte del sistema. Un sistema que falla de manera estrepitosa desprotegiendo a los y las más vulnerables y produciendo una revictimización que no me equivoco si me acerco a contabilizar al cien por cien de las víctimas que se atreven a denunciar.

Y de esta revictimización voy a hablar, de este dolor que la mayoría de las mujeres madres silencian por no desvelar el daño más grande, la manera de matar más silenciosa y sin rastro, con el sistema como cómplice y el maltratador, presunto mientras no se dicta condena, como brazo ejecutor pareciendo que defiende sus derechos e inocencia; una alianza perfecta, donde el violento no dudará en utilizar para ello a los hijos e hijas.

La revictimización a quien ya se ha dañado, a una mujer herida, es sencilla y no lleva demasiado tiempo, mucho menos si es madre. La mujer madre cuando denuncia está destruida. Muerta de miedo e incapaz de luchar por ella misma; con su personalidad hundida resiste apenas por esos hijos e hijas, para darles el poco aliento que para ella no tiene. Ha vivido con la amenaza continua de perderles: “Te los voy a quitar, nadie te creerá, estás enferma”, lo ha escuchado a gritos miles de veces, de la misma forma que lo han escuchado sus hijos mientras temblaban aterrados. Niños y niñas que son víctimas de la misma violencia que sus madres y que portanto deben ser igualmente protegidos, separados de inmediato de padres violentos y abusadores; !siempre a la primera! porque después ya vamos tarde.

Sin embargo, aquí falla el sistema y los agentes que en él operan. Se aplican mal las leyes, falla el tan traído y llevado “interés superior del menor” y falla un sistema judicial que sigue defendiendo al “pater familias” frente a todo. Sigue vigente aquello de “los trapos sucios se lavan en casa” y también la vergüenza, mientras se destruyen infancias en nombre de un falso vínculo que no debe romperse, un vínculo que no es tal. Son los fallos del sistema junto con ese invocado vínculo lo que hará que se ejecute la violencia del padre hacia la madre utilizando a los hijos e hijas como armas, cosificándolos para destruirla, porque sabe que lo hará cada vez que estén lejos de ella y cerca de él; no hay dolor más grande.

Todos estos dogmas de fe siguen vigentes en nuestros días, como el de “más vale un mal padre que ninguno”. Profesionales en la materia que favorecen vínculos con padres condenados por malos tratos e incluso con padres presos tras asesinar a sus propias madres, la mayoría de veces delante de sus mismos hijos e hijas. Jueces, juezas, fiscalías que bajo ninguna causa suspenden las visitas y mucho menos la patria potestad, porque en definitiva un padre es un padre, violento o no, pero padre. Y al fin y al cabo sigue presente en esas mentes obtusas que quien se equivocó fueron esas mujeres al elegir al padre de sus hijos e hijas y que, por tanto, deben cargar con las consecuencias. No hay planteamiento más profundo; este es el verdadero argumento y no otro, el argumento que cronifica el orden de las cosas desde el machismo, desde el patriarcado que somete a las mujeres y a los niños, niñas y adolescentes.

No dejo de asombrarme cada vez que soy consciente de la interpretación que se le da al artículo 160 del Código Civil, que dice “los hijos menores tendrán derecho a relacionarse con sus progenitores”…, por parte de los operadores judiciales, la mayoría de veces operadoras, y cómo desaparece la carga de la prueba sobre los padres violentos. Tener derecho no significa “ser obligados a” y tampoco que un derecho del niño, de la niña y de la adolescente se convierta en derecho del adulto/deber del o la hija. De manera que están realizando una mala lectura e interpretación del Código Civil y además se está obligando en el siglo XXI a relacionarse con un padres que les maltratan, que es un violento.

Un padre que maltrata es un padre al que se teme, al que se obedece sin pensar si aquello que impone está bien o está mal, porque las facultades están mermadas, el miedo se apodera y el bloqueo es la reacción más habitual del niño y niña. En una situación de pánico de esta magnitud no se responde a estímulos, no se piensa con claridad y estos hijos e hijas de violentos están siendo obligados a relacionarse con ellos por el artículo 160 del Código Civil; y por sugerencia o estimación de cuantas operadoras informan sesgadamente en los casos, quienes sin ninguna perspectiva, y posiblemente conducidas por un excelente actor padre violento, creerán la impotencia de un falso padre amantísimo alejado de sus hijas e hijos a quienes ha implantado el miedo, el pánico y el terror como modo de vida. Unos hijos e hijas a los que solo hablar sobre él supone un esfuerzo terrible; y quienes lo realizan no pueden recibir, por parte de quienes deben protegerles y ayudarles, incredulidad. No creerles es maltratarles de la misma forma que lo hace el violento.

Llegadas a este punto la cuestión es: ¿quién ejerce más violencia sobre la madre: el violento, el sistema, los hijos e hijas? El violento habrá utilizado todas sus estrategias para salir bien parado y sin condena de los malos tratos que habrá infligido durante años. El maltrato físico viene precedido del maltrato psíquico, sexual y económico, en mayor o menor medida. Y ese mismo ser que maltrata se sirve de los hijos e hijas para seguir maltratando hasta extremos imposibles, con la connivencia con un sistema que le permite el acceso a la mujer madre a la que maltrata a través de sus hijos.

Cuanto más complacientes y positivos son los informes sesgados que evalúan la relación paterno filial, menos se cree a los más necesitados de protección, más tiempo solicita el violento estar con sus hijos y más extiende el terror en sus víctimas, llegando incluso a solicitar la custodia para sí o subsidiariamente compartida. No olvidemos que sus propios hijos son víctimas indefensas y expuestas al maltrato y que además les exige que a su vez maltraten a su propia madre. Esto es lo que se conoce como violencia vicaria, toda una estrategia maligna, perfectamente pensada y cuasi perfecta donde el violento utiliza como armas de matar a su propia prole sin remordimiento ninguno.

Mujeres madres que morirán si es necesario por proteger a sus hijos e hijas y que jamás desvelarán la razón de su silencio. Violentos que no tienen ningún amor por sus hijos, solo les utilizan para conseguir su objetivo.

No hay dolor más grande para una madre, no hay tiro más certero ni amenaza más temida: “Te quitaré a los hijos.

 

 


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