Un sentido común sin sentido alguno

Un sentido común sin sentido alguno

Reseña del libro 'Técnica y tecnología. Cómo conversar con un tecnolófilo', de Adrián Almazán.

Texto: Asier Arias
26/05/2021

Portada de ‘Técnica y tecnología’, de Adrián Almazán.

Sobran ejemplos con los que ilustrar los desvaríos tecnólatras de la cultura hegemónica: la inmortalidad de “transhumanos” genéticamente modificados, los viajes intergalácticos de conciencias desencarnadas a través de autopistas laser, etc. El más peligroso de estos desvaríos es, sin duda, la idea de que podemos esquivar la crisis ecosocial en curso con un simple ejercicio de sustitución tecnológica: cambiamos fósiles por renovables y ya está; si acaso, a lo sumo, añadimos al cóctel unas gotas de geoingeniería por aquí o unas de captura y almacenamiento de carbono por allá. Lo curioso de esta idea es que parece constituir un dato: mero sentido común. No obstante, se trata de un sentido común sin demasiado sentido, porque el proyecto de preservar el actual modelo socioeconómico mediante el recurso a la magia tencocientífica renovable resultaría hacedero solo en caso de que dispusiéramos de recursos minerales ilimitados y pudiéramos esquivar algunas cuantas leyes fundamentales de la física.

Adrián Almazán acaba de publicar un importante libro de entrevistas con Alicia Valero y Antonio Valero explicándonos qué es lo que sucede cuando introducimos en la ecuación esas molestas variables: los recursos minerales y las leyes de la física. Como para cerrar este círculo de escasez e hibris prometeica, Almazán publica simultáneamente un análisis minucioso de nuestros mitos tecnólatras en Técnica y tecnología. Cómo conversar con un tecnolófilo.

Se trata de un texto ambicioso, que se aproxima a la filosofía de la tecnología desde la ecología política, la filosofía social, la historia cultural y la antropología filosófica. Lo sé, el tono de la frase anterior es tan pomposo como disuasorio, pero no temáis, porque como Jorge Riechmann subraya en el prólogo del libro, no estamos ante un mero ejercicio académico, sino ante un texto con la clara vocación práctica de ayudarnos a avanzar hacia una organización social que nos permita “producir menos, consumir menos, dominar menos, comprender más, compartir más, amar más”.

Sembrar las semillas de esa sociedad futura en la existente es hoy el más apremiante de nuestros deberes morales, y la intención de Técnica y tecnología es la de contribuir a concitar la solidaridad y el compromiso necesarios para ampliar el suelo fértil de las experiencias que echan a andar fuera del capitalismo industrial, humildes y asediadas: semillas “a la intemperie, expuestas a los vientos huracanados” de una cultura frontalmente opuesta a los principios de su germinación. Con el fin de preparar ese suelo fértil se nos propone una filosofía de la tecnología capaz de diferenciar la técnica de la tecnología –y eludir así el dogma de la tecnología como ingrediente esencial de lo humano–, abandonar los mitos del progreso y la neutralidad de la tecnología y prevenirnos contra la irracionalidad del mesianismo tecnológico.

Insistamos en que la filosofía de la tecnología que Adrián Almazán nos dibuja no es –como la joven tradición de corte analítico cultivada en nuestro país por Miguel Ángel Quintanilla– una “filosofía técnica”, pasto de especialistas: cada lectora discutirá con fruto con el texto, tanto la interesada en filosofía como aquella que lea por primera vez un texto filosófico.

La concepción de la tecnología que se nos ofrece en Técnica y tecnología poco o nada tiene que ver con la propia de las teorías feministas que recurren a la tecnología como un medio para huir de esencialismos, explorar sus virtualidades emancipatorias o denunciar la escasa participación de las mujeres en el aparato tecnológico de nuestras sociedades. No busquéis aquí, pues, ciborgfeminismos ni ciberfeminismos, ni cosas “pos” en general. Si cupiera incardinarlo en esas coordenadas, lo que aquí se nos propone sería antes “pre” que “pos”: argumentos para un ecofeminismo rural y libertario.

Consciente de la indescriptible complejidad de la trama de relaciones entre las diferentes dimensiones materiales e inmateriales de la cultura, el autor traza la evolución de un conglomerado de ideas que han contribuido decisivamente a dar forma a nuestras sociedades presentándonos al animal humano como un ser independiente de la naturaleza y, de hecho, no solo llamado a dominarla, sino a hacerlo desde cierta suerte de inmunidad a los límites que ella impone. ¿Inmunidad? ¿Cómo se puede pretender inmunidad frente a los límites biofísicos? Bueno, solo tienes que abrir un periódico: no tardarás en encontrar a alguna eximia cabeza pensante explicándote que las tecnologías del futuro nos salvarán de un colapso ecosocial demasiado presente ya como para permitirnos leer estas ficciones futuristas desde la hilaridad o el cinismo.

La pérdida de autonomía en todos los ámbitos de la vida social durante el tránsito hacia sociedades industriales es el tema de fondo de estas páginas, tal y como trasluce con particular claridad la reconstrucción de la evolución del imaginario del progreso esbozada en el segundo capítulo. Ese imaginario prometía un constante progreso hacia el control y la abundancia, pero resulta manifiesto su divorcio con nuestra realidad, en la que “cada vez podemos controlar menos” mientras caemos por la pendiente del cambio climático, la destrucción masiva de biodiversidad y el agotamiento de minerales y fuentes de energía. La Revolución Científica y la Ilustración aparecen como hitos cardinales de la génesis de ese imaginario, y el espacio para los matices es escaso en las páginas dedicadas a esos hitos, pero suficiente en cualquier caso para descartar lecturas homogeneizadoras y rescatar, de entre las impurezas de una “razón degenerada en racionalismo ramplón” las luces que efectivamente cabe rastrear en aquel periodo de nuestra historia intelectual.

La ontología socio-histórica de la técnica desarrollada en el tercer capítulo es la contribución más original de Técnica y tecnología. El principal resultado de la misma es el rechazo de la independencia de los objetos técnicos respecto de fines y valores, y la más significativa de las implicaciones de este resultado la hallaríamos en la imposibilidad de transformaciones sociales desligadas de transformaciones materiales. ¿Podríamos retener, al mismo tiempo, la cultura y la economía de un ecosocialismo libertario y el aparato tecnológico del capitalismo industrial? La respuesta de Adrián Almazán es que no, esencialmente porque buena parte de lo que esas tecnologías son es el propio capitalismo industrial, del mismo modo que este es, a su vez, en un importante sentido, esas tecnologías. Se trata de una respuesta elaborada en detalle, pero una respuesta que no deja de engendrar, como casi todas, otras preguntas. Así, por ejemplo, ¿trae consigo esa respuesta cierta suerte de determinismo tecnológico? ¿En todo mundo posible, toda sociedad que haga uso de máquinas de vapor o electricidad heredará de sus artefactos todos o la mayoría de los defectos del capitalismo industrial? Nadie ha estado en todos los mundos posibles, y a pocos se les escapa que las sociedades y las culturas son sistemas cuya trama de dependencias causales –si existe– se nos escapa. En este sentido, la mejor respuesta que cabe ofrecer a estas preguntas es que, si bien las tecnologías no son factores capaces de determinar de forma autónoma el curso de la historia, lo que sí que son es una clase de “creaciones sociales con mucha inercia”.

“La gran tragedia del capitalismo industrial y sus tecnologías es que, pretendiendo haber triunfado sobre la naturaleza y haberla dominado, en realidad la están llevando hacia un nuevo estado de equilibrio incompatible con la vida humana y gran parte de la vida no humana”. El último tramo de Técnica y tecnología parte de la constatación de esta tragedia hacia la incidencia en la necesidad de contestarla políticamente, enfatizando que “la cuestión no es aquí la de construir identidades rebeldes pero inanes, sino avivar la llama de las resistencias que defienden la tierra y la vida”.

No cabe sino sumarse al deseo con el que Andoni Alonso Puelles cierra su potente epílogo a Técnica y tecnología: que sea leído y comentado, muchas veces –y con más tino y profundidad que en estas líneas.


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