A puntito de ser cancelada

A puntito de ser cancelada

¿En quién has pensado al leer el título? ¿Te ha venido a la mente alguien violento en Twitter? ¿Esa persona que no deja de asombrar porque "mala hierba nunca muere" y efectivamente el cortacésped de la cancelación aún no le ha pasado por encima? O por contrario, ¿puede que hayas pensado en ti?

Texto: Anna Fux
30/06/2021

Ilustración hecha inicialmente para el reportaje ‘Macroencuesta de violencia: cuando la sociedad solo interroga a las mujeres’.

Cuando hablamos de cancelación, hablamos de actos consumados. Una marca, una obra o la celebridad de turno ya no merecen nuestra atención, dinero o cariño, y su señalamiento nos parece pertinente. Pero también existimos el resto. Una silente mayoría que ve lo que ocurre. Vemos cancelaciones entre iguales, la mayoría de veces, personas que están muy lejos de la cúspide social. Sabemos de cancelaciones que se han dado sin violencia estructural de por medio, entre amistades y relaciones que en nombre de “la comunidad” fracturan esa misma “comunidad”.

En las redes sociales ya no nos juntamos en comunidad, nos dirigimos a una audiencia. Una audiencia bastante dispuesta a cancelar y cuya atención se nutre más de la rabia, la indignación y punitividad, del miedo básicamente.

Pero entonces, ¿qué hacemos con este miedo? Porque parece que del precipicio de la cancelación solo nos separa un pasito. En cualquier momento podrías verte en esa situación, y sin darte cuenta, ya te han dado un empujoncito. Adiós.

Luego están, quienes “sobreviven” una, dos, tres cancelaciones y denuncias y sentencias. Para estas personas se creó la cancelación y el cuestionamiento público. Y precisamente la lógica de la cancelación es que una debería ser suficiente. Pero no es el caso. Hay quienes van por su tercera y allí siguen tranquilamente, mientras quienes estamos abajo nos llenamos de culpa, síndrome de la impostora y vergüenza, para ser infalibles.

Eso nos hace estar en constante alerta. Porque la cantidad de cancelaciones que vemos nos manda un claro mensaje: cuidadito, que tú puedes ser la siguiente. De hecho, en un intento de no ser cancelada, yo también me he convertido en una policía de la cancelación. Sobreanalizo y juzgo automáticamente donde antes solamente me sorprendía. No sé muy bien qué órdenes ejecuto, pero dudo que este cotilleo moral me acerque a la justicia.

Es un hecho que abusadores no son cancelados. La eficacia de la cancelación es inversamente proporcional a los privilegios que alguien ostenta. Conozco a más supervivientes canceladas que agresores. Por eso, la cancelación que me interesa es la que se da entre personas marginalizadas. No me refiero a violencia sexual, agresiones físicas o maltrato psicológico, ante los cuales la cancelación es una desesperada medida que intenta solventar un sistema judicial podrido. Me refiero a espacios políticos y colectivos que se han convertido en fiestas caníbales donde se humilla públicamente a quienes no tienen la pureza política o su discurso actualizado. Hay cierta contradicción en esto, porque no podemos hacer activismo olvidando su razón de ser: el cambio y la mejora, tanto de personas como de sistemas.

 

Por eso sospecho que temer una cancelación es temer al castigo, no tanto a la rendición de cuentas. En este sentido, el miedo no ha cambiado de bando. No tengo muy claro en qué momento el cancelar, una herramienta de comunidades vulnerables para comunidades vulnerables, ha dado un vuelco de 180 grados para convertirse en algo que nos aísla.

Percibo una gran parte de la cultura de la cancelación como una gotera que impregna los fundamentos de nuestra convivencia. Colectivamente estamos evitando diálogos importantes. Estamos atrapadas en ese centro de un diagrama de Venn donde se cruzan la cultura de la cancelación y la fragilidad. Es un corto circuito del que no se sale. La culpa no puede ser la moneda de cambio que engrasa la maquinaria de nuestros espacios.

Ni la cancelación puede sustituir un sistema judicial justo, ni tampoco relevar el diálogo que necesitamos con personas que no ostentan poder estructural sobre nosotras. Entre amigas, el mantra de “lo personal es político” puede hacer mucho daño. No nos equivoquemos, hay desencuentros que son personales y no estructurales. Los sistemas de opresión van a sobrevivir la cultura de la cancelación, la pregunta es qué herramientas creamos hasta entonces.

 

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