Algunas sí enloquecimos

Algunas sí enloquecimos

Que a una persona cuerda la insulten con un “es que estás loca” puede resultar muy penoso e injusto. Pero defenderse diciendo “no, no, yo no estoy loca” es seguir permitiendo y perpetuando las violencias a las que nos enfrentamos las que sí lo estamos.

09/06/2021

Fotograma del vídeo de Luc Loren con Nagore Robles.

Rocío Carrasco tuvo un intento autolítico el 5 de agosto de 2019 y llevaba desde 2011 en tratamiento psiquiátrico.

Carlota Corredera, en una entrevista reciente a raíz de su participación en el programa de la docuserie Rocío: contar la verdad para seguir viva, explicaba muy resuelta los insultos que ha tenido que soportar a diario a través de las redes sociales por mantener una postura firme frente al patriarcado y a favor de las víctimas de violencia de género. Destacaba, entre todos los insultos, que la llamaban “loca”. “No, yo no estoy loca”, decía muy enfadada, “no sigáis usando el mismo argumento de siempre”.

Me gustaría que Carlota (y tantas otras) entendieran que algunas sí estamos locas. Incluso Rocío Carrasco lo está stricto sensu porque así es leída por el sistema y así es tratada médicamente.

Luego viene otra vuelta de tuerca a este discurso hegemónico: “Por ir a terapia no estamos locas”, como repite en varias ocasiones Luc Loren. Este youtuber publica, a través de su canal, una serie llamada precisamente No estamos locas en la que entrevista a distintas influencers sobre los problemas mentales y que está promovido por Somos Estupendas, un equipo de psicólogas que, además de incluir publicidad de su gabinete psicológico, asesora sobre las preguntas y los contenidos de cada capítulo.

La primera inclinación es pensar que hablar sobre la mal llamada ‘salud mental’ se está normalizando y que ese cambio de rumbo es positivo. Sin embargo, nos cuesta mucho más analizar desde dónde se está hablando de ello, es decir, desde qué lugar se producen las quejas o las reclamaciones de recursos o de comprensión.

Luc Loren y Somos Estupendas no cuestionan las estructuras, por supuesto tampoco la hegemonía psi. Se centran en el cambio “personal”, es decir, en hablar de sufrimiento psíquico como una responsabilidad individual que, por otro lado, incide muy positivamente en el marketing del gabinete psicológico que patrocina el espacio de YouTube.

Ese “no estamos locas” que repiten una y otra vez –y que hacen repetir a las invitadas a modo de consigna– y con el que han decidido titular la serie de entrevistas parece manifestar que existe una ‘salud mental’ normalizada: que ir al psicólogo, tomarte ansiolíticos y compartir con tus amigos tips de autoayuda tiene incluso un punto de chic, de moderno. Sin embargo, algunas de nosotras sí estamos locas: lo estamos y nos reapropiamos del término porque somos leídas y tratadas como locas.

Se habla desde muchos espacios progresistas, sobre todo, de trastornos “leves” (por estar normalizados y más generalizados): las estrellas son la depresión y la ansiedad; pero no se habla de otra ‘salud mental’, la de las personas que, por su condición, han tenido que estar ingresadas en un psiquiátrico, las que han sido esterilizadas forzosamente, las que han sido atadas o medicadas coercitivamente, las que han sido negadas, apartadas e individualizadas para impedirles compartir su sufrimiento con otres.

En realidad, esas personas no entramos dentro de su target porque ni siquiera somos tenidas en cuenta como sujetos políticos.

En la página web de Somos Estupendas, se publicitan sus servicios diciendo: “Unimos mente, cuerpo y alma desde el amor y la compasión” y también se apela directamente al lector o lectora diciendo que con ellas podrás “encontrar respuestas y potenciarte en todas las áreas de tu vida”. Este discurso de coaching empresarial culmina con una frase que me parece fundamental para entender desde dónde se habla del sufrimiento psíquico en este tipo de espacios: “En Somos Estupendas tú serás la protagonista de tu propio cambio”.

Otro ejemplo de programa que ha abordado distintos aspectos de la ‘salud mental’ es Gen Playz de RTVE. Del mismo modo que en No estamos locas, a las personas psiquiatrizadas se nos hace muy difícil consumir este tipo de contenido audiovisual: se hace desde un tono jocoso, desenfadado, usando un lenguaje estigmatizante pero de ‘buen rollo’, con gestos o incluso tics asociados a la catatonia, al sufrimiento extremo, y desde un discurso que casa muy bien con el “ser protagonista de tu propio cambio” que promulgan las psicólogas estupendas.

Solo se puede hablar así, solo se puede hiperbolizar el sufrimiento extremo, si se habla hacia unas iguales a las que, al parecer, nunca las van a sobrevenir unos espasmos corporales producidos, por ejemplo, por la ingesta de antipsicóticos. Solo se puede hablar así desde una posición de poder que frivoliza y, en definitiva, estigmatiza el sufrimiento de otres que ni siquiera son tenidas en cuenta en ese espacio.

Objetivar las condiciones materiales que, en mayor o menor medida, nos han afectado a todas, debido a la pandemia, ha roto una barrera hasta ahora infranqueable. No obstante, hablar de ‘salud mental’ es un eufemismo, porque al hablar de ella en realidad hablamos de su ausencia, no de su presencia. Lo que queremos decir es ‘enfermedad mental’, un término rechazado por la mayor parte de activistas y agrupaciones en primera persona y que, de usarse, se matiza enseguida poniendo el foco en el modelo biomédico imperante en el sistema de salud mental occidental.

Cuando hablamos de ‘salud’, hablamos de “estado en que el ser orgánico ejerce normalmente todas sus funciones” o de “conjunto de las condiciones físicas en que se encuentra un organismo en un momento determinado”, es decir, hablamos de un organismo. Ni la mente ni el ‘alma’ (de las que hablan Somos Estupendas) son órganos de ningún organismo y, estrictamente, no pueden enfermar. Para entender qué es un ser orgánico que cumpla normalmente sus funciones habría que definir cuáles son esas funciones y qué significa ejercerlas “normalmente”.

Del mismo modo que ser una persona discapacitada no implica necesariamente padecer una enfermedad, sino poseer determinada condición humana, la locura también es políticamente una condición: con ella tenemos que vivir de por vida tanto si nuestras crisis son cíclicas como si llevamos décadas sin entrar en una. Seguiremos bajo sospecha, porque la psiquiatría, como manifestaba Foucault, forma parte de la microfísica del poder, es una institución de vigilancia y de control sobre los cuerpos. “El espacio terapéutico tiende a individualizar los cuerpos, las enfermedades, los síntomas, las vidas y las muertes”, decía el filósofo.

No obstante, aunque el sufrimiento psíquico se trate de modo individualizante, sí que existen generalizaciones muy inapropiadas. En el programa de Loren se hacen comparaciones constantes entre los problemas físicos y mentales, con el ya tan famoso para las locas “es como si te rompes una pierna”. Incluso llegan a proclamarlo abiertamente: “Equiparemos la salud mental a la física”. Las funciones que puede o no puede llegar a ejercer el ser humano no están definidas solo física o mentalmente, sino que nacen de las estructuras en la que las sociedades están insertas.

Las personas psiquiatrizadas nos enfrentamos a un mundo en el que se espera de nosotras ciertas funciones ‘normales’ (por ejemplo, poder coger el transporte público sin problema, poder hacer llamadas de teléfono a desconocidos sin ataques de ansiedad o, sin ir más lejos, poder trabajar ocho horas sin acabar completamente rotas) y parece que ninguna de nosotras estamos autorizadas para operar en la definición de esa normalidad. Si la depresión y la ansiedad son los diagnósticos por excelencia es también, y no hay que olvidarlo, porque la finalidad vanidosa de la psiquiatría es poder reingresar a las personas en el sistema capitalista. Un problema sobrevenido y superado gracias a su intervención es un logro del sistema mismo.

En No estamos locas, Luc Loren dice en un momento dado que vienen a “hablar de sentimientos, de emociones, esas cosas que deberían estar normalizadas, pero solo tenemos como normalizada la felicidad”. Resulta contradictorio porque parece que “llegar a ser feliz” es una decisión individual, según lo que cuentan y venden las psicólogas del programa. En el canal y durante las charlas, no se profundiza en las verdaderas causas del sufrimiento psíquico y, por otro lado, se nos hace caer en una trampa artificiosa: las personas que acarreamos un diagnóstico grave (y crónico, según la psiquiatría) ni siquiera podemos optar a esa mentira neoliberal de la felicidad alcanzable. Nuestra máxima aspiración y más realista es, en todo caso, aprender a llevarnos bien con nuestro sufrimiento.

Los que también usan la metáfora de la pierna rota son Íñigo Errejón y Mónica García que, en el marco de la campaña electoral madrileña, compartieron un Twitch (disponible también en YouTube) hablando de ‘salud mental’. De nuevo, y a pesar de ser el único grupo político que habla abiertamente del tema, lo hacen desde un discurso psi, hegemónico y estigmatizante y reconociendo que la pandemia ha “socializado la patología” psíquica. “Nos puede pasar a todos”, asegura Mónica García, quien habla de las ya conocidas “angustia, ansiedad y depresión”. Después de enumerar esos malestares, se para un segundo y concluye “o cualquier otro trastorno”.

Aitor García lo sintetizaba muy bien hace poco, refiriéndose a Errejón: “Es contradictorio pedir que se normalice y despatologice el malestar psicológico (…) a la vez que se piden más recursos para el tratamiento individualista de estos problemas”. Según este activista, “cambiar el paradigma de la clínica hacia una propuesta más horizontal, desprofesionalizar la clínica sería un muy buen primer paso hacia un mejor abordaje de estos problemas que, en última instancia, tampoco son individuales”.

Esa charla entre la líder madrileña y Errejón nos recuerda que hay una ‘salud mental’ que importa: la que puede afectar a cualquier sujeto dentro del sistema neoliberal, que debe lidiar con unas condiciones de vida insostenibles y que deja fuera a las que nos hemos visto objetivadas y consideradas otredad tanto por la sociedad misma como por el sistema psiquiátrico. Recuerda Foucault que “los procesos de objetivación nacen en las tácticas mismas del poder y en la ordenación de su ejercicio”. No se nos puede ordenar si no se nos etiqueta y se nos separa estratégicamente del grueso de la sociedad: para lograrlo opera el mismo estigma que se refuerza en la consulta psiquiátrica y, por supuesto, en los ingresos.

Lo que muchas personas psiquiatrizadas sentimos es que, ahora que los mal llamados ‘problemas de salud mental’ afectan a una mayor población (o que algunos problemas como la ansiedad o la depresión están cada vez más normalizados), se puede hablar de ‘salud mental’ o se pone el foco en cómo afectan los condicionantes externos al sufrimiento mental. Sin embargo, una vez más, aunque se haya ampliado el diafragma, como el objetivo de una cámara, el foco sigue puesto discursiva y materialmente en una mayoría. ¿Qué ocurre con las personas con diagnóstico previo que hemos sufrido la pandemia? ¿Qué pasa con la gente que la ha vivido en plena crisis psiquiátrica? ¿Cómo se ha tratado a las locas en las plantas de psiquiatría en 2020? ¿Qué significa para nosotras un encierro? ¿Cómo se ha vivido la supresión de nuestros salvavidas diarios, de las rutinas que tenemos marcadas y que nos mantienen a flote como asearse, vestirse, salir a la calle, socializar? Esas son cosas que no podíamos saltarnos porque estaba en juego nuestra vida.

Por mucho que nazca de la rabia de la deslegitimidad que nos ha impuesto el patriarcado como mujeres –o como personas, en general, en los márgenes de la heteronorma–, por muy bienintencionado que sea, basta ya de enarbolar la bandera del feminismo desde el eslogan “no estamos locas”. Existe un grupo de mujeres, cuyas condiciones materiales, sociales y emocionales han hecho enloquecer, y no por ello estamos menos legitimadas para hablar en primera persona de nuestras opresiones y mucho menos para hablar del patriarcado o del neoliberalismo o de cualquiera de los condicionantes que nos afecte. Al contrario, estamos locas y eso significa sufrir doblemente y ser más vulnerables a todo tipo de violencias, incluida la machista.

Que todes estemos bajo el yugo de la psiquiatría (no en vano, se prevé que en 2030 los diagnósticos psiquiátricos sean la primera causa de discapacidad en el mundo) no significa que se puedan equiparar vivencias. No se trata de ganar la batalla de quién sufre más, se trata de poner sobre la mesa que las personas psiquiatrizadas somos subalternas, es decir, no tenemos voz porque existimos bajo unas condiciones médicas muy determinadas, diseñadas para contenernos, para callarnos; y con reglas directas como, por ejemplo, que no establezcamos relaciones con otras personas psiquiatrizadas porque nos “puede venir mal”. Significa que, para la psiquiatría, somos personas que ejercemos una mala influencia sobre otras y que, si nos juntamos, podemos acabar destapando la aparente normalidad que nos rige, podemos acabar hablando de lo que nos ocurre en consulta, en los ingresos forzosos, en las unidades de agudos o de larga estancia.

Algunas sí estamos locas y conseguimos, a pesar de todo, entrar en espacios de diálogo público para hablar por nosotras mismas. Que a una persona cuerda la insulten con un “es que estás loca” puede resultar muy penoso e injusto. Pero defenderse diciendo “no, no, yo no estoy loca” es seguir permitiendo y perpetuando las violencias a las que nos enfrentamos las que sí lo estamos.

 


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