El sexo de las madres: ¿dónde fue a parar el deseo?

El sexo de las madres: ¿dónde fue a parar el deseo?

"La maternidad produce muchos cambios en nuestra sexualidad y, lo más importante, nunca nadie nos lo había contado". Julia Cañero sí que lo cuenta.

30/06/2021

 

una bebé mamando

Una bebé mamando. / Foto: Pixabay

Venimos de siglos de represión de la sexualidad femenina y de una lucha feminista por el derecho de las mujeres a la libertad sexual, el conocimiento del propio cuerpo y su relación con el placer. Desafortunadamente, hoy, seguimos enfrentándonos a la hipersexualización, la cosificación y la explotación. Pensamos en términos de igualdad sexual, pero la realidad es que siguen siendo demasiadas las mujeres heterosexuales que no disfrutan en sus relaciones o que no han experimentado nunca un orgasmo, al menos, no con otra persona. Además, como ha pasado en otros ámbitos, como el laboral, la tendencia al feminismo igualitario (tomando como modelo lo masculino hegemónico) ha generado la idea de que las mujeres debemos estar siempre sexualmente activas dentro de esos parámetros (falocéntricos) olvidando que somos cíclicas, los periodos maternales y que existen diferentes formas de relacionarnos con el placer

No habrá nunca una norma que se pueda aplicar a todas las madres. Sin embargo, quienes nos relacionamos con madres en espacios de confianza nos damos cuenta de que, generalmente, la maternidad produce muchos cambios en nuestra sexualidad y, lo más importante, nunca nadie nos lo había contado (como todo lo relacionado con las maternidades). Ante todo quiero decir que no hablaré como experta, pues existen muy buenas sexólogas feministas, algunas también madres, que explican todos estos procesos mejor que yo. Hablo como madre que está en continua relación con otras madres y con sus experiencias vitales.

Durante el embarazo, hay muchas diferencias entre las mujeres y también entre los diferentes trimestres. En el primer trimestre nuestro cuerpo se está adaptando al coctel de hormonas y podría haber malestar físico que dificulte el placer. A partir del segundo trimestre, si todo marcha bien, muchas madres se sienten poderosas, muy sensuales y con más sensibilidad física para disfrutar del placer. Sin embargo, estos cambios corporales no siempre son aceptados (por la misma madre o incluso por su pareja) al no estar dentro de los cánones de deseo sexual patriarcales (la mujer embarazada como belleza celestial, pero no sensual).

Cuando nace el bebé sucede una cosa inesperada: aparece el deseo, pero materno, tal y como explica Casilda Rodrigáñez. El deseo materno ha sido muy criticado desde ciertos sectores del feminismo al haberlo considerado equivocadamente un sinónimo del instinto materno (de la maternidad como destino único de las mujeres). Pero, nada más lejos, el deseo materno es una experiencia sexual de las mujeres que eligen ser madres y negar su existencia es enormemente misógino y supone una castración de nuestra sexualidad.

Si todas las condiciones lo permiten y con la oxitocina natural al máximo, cuando nace el bebé se produce un gran enamoramiento que las madres refieren como un enorme deseo. De repente, la criatura se convierte en su centro de atención, independientemente de las ideas que tuvieran acerca de la maternidad. Esto provoca en algunas un choque fuerte, porque antes del parto habían hecho “planes” de crianza que luego no han podido llevar a cabo, porque han sentido la necesidad de tener al bebé cerca en todo momento. Este deseo es una experiencia sexual y se intensifica enormemente con la lactancia materna, pudiendo sentir, además del placer emocional, placer físico e incluso orgasmos.

A muchas personas les parecerá aberrante hablar de sexo en la relación con nuestro bebé, pero esto se debe a que tenemos una mirada muy simplista de lo que es la sexualidad y trasladar esa mirada y esas connotaciones al deseo materno es imposible: son lenguajes totalmente diferentes. Así, tal y como expone Ester Massó, desde cierto feminismo se nos habló del sacrificio y del dolor de la lactancia materna, pero no del enamoramiento, la sensualidad e incluso del desafío político. No tiene sentido que naturalicemos el dolor al amamantar, pero criminalicemos o hagamos tabú del placer. Además, este deseo orientado hacia la criatura, como bien dice Casilda, sería enormemente subversivo al romper con los esquemas tradicionales de la sexualidad falocéntrica normativa y porque “socaba los cimientos del discurso patriarcal”.

Cuando escribimos este tipo de cosas, se corre el riesgo de generalizar algo que no todas las madres han sentido. Pero, en lugar de esconder este hecho, podríamos hacer un análisis de los motivos que llevan a no experimentar este deseo, desterrando la culpa individual para poner el punto de mira en un sistema que reprime la experiencia maternal. Si se estudia constantemente desde el feminismo el placer femenino, el orgasmo femenino y todo aquello que lo dificulta, ¿por qué no se estudia todo aquello que inhibe el deseo materno como parte de la sexualidad de las mujeres madres? No se trata de clasificar (como hace este sistema) en buenas o malas madres. De hecho, no podemos olvidar que las madres patriarcales son víctimas de un sistema patriarcal (jamás sus líderes). Además, muchas madres han tenido que sobrevivir “rechazando” este deseo como mecanismo de defensa ante las violencias externas, como forma de protección o incluso de adaptación al sistema.

Encontramos numerosos factores que pueden generar esa, como explicaba Casilda Rodrigáñez, represión del deseo materno. Primero, nuestra propia experiencia vital, nuestra propia infancia y nuestra conexión con el cuerpo. Después, las normas sociales de cada cultura. En nuestra sociedad se rechaza la interdependencia, por lo tanto, muchas madres serán recriminadas si su contacto físico con las criaturas se considera “excesivo”. Aunque las madres siempre han buscado estrategias de resistencia: coger al bebé cuando nadie las ve, dar la teta a escondidas, mentir a su familia, al pediatra… (si duermen con la bebé, si dan teta cuando llora aunque “no toque”, si la cogen “demasiado”, etc.). Al mismo tiempo, también se generan expectativas y juicios sobre las madres que producen mucha ansiedad y frustración. Sentirse primeriza e inexperta, recibir consejos contradictorios, paternalistas y agresivos a cada rato y tener que seguir los patrones de crianza hegemónicos puede dificultar el deseo materno, porque el bebé se convierte en un “objeto” difícil de mantener, ajeno a ti y sin manual de instrucciones.

Otros factores que dificultan el deseo en el inicio de la vida son la violencia obstétrica, la separación de la experiencia de parto, la separación del bebé tras el parto, la falta de ayuda con la lactancia materna, una mala gestión de las emociones posparto, la ausencia de apoyo, la depresión posparto…

Cuando una madre desconecta de su cuerpo durante el parto tiene más probabilidades de desconectar de su bebé. No pretendo generar culpabilidades, porque esta desconexión en el parto la hemos sufrido todas las madres que hemos pasado por procesos de violencia obstétrica, o incluso en algunos partos sin violencia (porque nunca estuvimos conectadas con nuestro cuerpo y el entorno hospitalario, generalmente frío, impersonal y amenazante, no ayuda). Si al nacer, el bebé es separado, se dificulta mucho más esa primera impronta. Una lactancia materna dolorosa, sin apoyo, también puede producir sentimientos encontrados de amor y rechazo del bebé, debido al dolor, estos sentimientos son muy duros para las madres.

A pesar de todos esos inconvenientes, las madres sobre las que estoy realizando mi investigación actual han puntuado el deseo materno como el principal sentimiento tras el parto y durante la crianza temprana. Y, ¿os podéis imaginar cual es el que menos puntuación ha tenido? El deseo sexual hacia la pareja.

En algunas sociedades, los tabúes que existen en torno a la maternidad (que a menudo se han considerado una pérdida de libertad de las mujeres) pueden ser, sin embargo, una toma de poder. Como nos cuenta Oyěwùmí, en la sociedad Yorùbá, donde es fundamental la diada madre-criatura, las madres no tienen relaciones sexuales con sus parejas desde que están embarazadas hasta que finaliza el destete (en muchas ocasiones dos o tres años). Desde la perspectiva occidental se puede interpretar esta abstinencia como un mandato patriarcal, sin embargo, como dice la autora, esta práctica “contrasta fuertemente con las prácticas de los matrimonios europeos del mismo periodo histórico, en los cuales los maridos tienen acceso sexual ilimitado a sus esposas”. Para Oyèrónkẹ, en la sociedad occidental se produciría una pérdida de control de las mujeres sobre sus cuerpos y sus procesos.

Sin embargo, en nuestra sociedad, nos encontramos ante una realidad de la que nadie nos habla y que muchas madres llevan en silencio para adaptarse a los patrones culturales de sexualidad. La mayoría de madres presentan una pérdida temporal de deseo hacia su pareja durante el posparto y el puerperio (por supuesto sin generalizar a todas las madres ni en todos sus embarazos). En primer lugar, se produce una focalización sexual en el bebé. Además, la lactancia materna exclusiva y a demanda produce un cóctel de hormonas que, entre otras cosas, inhibe la menstruación y cambia nuestra ciclicidad (la duración es diferente en cada mujer). Esto suele producir una bajada de la libido. Además, algunas madres que han iniciado las relaciones sexuales con penetración en esta etapa también pueden sentir molestias debido a la sequedad provocada por la ausencia de menstruación (incluso aunque sientan placer). Esta pérdida de deseo normalmente va más allá de la famosa y mal llamada cuarentena, incluso puede alargarse uno o dos años, aunque con modificaciones. Además, muchas madres sienten que hay partes de su cuerpo que no desean compartir con la pareja, como los pechos que amamantan y esto hay que aceptarlo y respetar los tiempos. Cuando el padre está muy implicado en la crianza (no usurpando la díada, sino acompañando) quizás pueda producirse más deseo por parte de la madre, en primer lugar porque la madre no estará sobrecargada y, en segundo lugar, porque estarán en un plano emocional y experiencial más parecido.

El puerperio produce muchos problemas en las parejas heterosexuales. Los padres pueden sentir que sus parejas han dejado de quererlos, que han pasado a un segundo plano, que ya no son “sujeto de deseo” y no saben por qué. Sienten que están continuamente rogando tener sexo. Por otro lado, las madres se sienten culpables y responsables pero no pueden evitar lo que están experimentando y se sienten presionadas e incluso chantajeadas por sus parejas. Tienen necesidad de amor y cariño pero a veces lo evitan para no dar lugar a la relación sexual. Esto no es aplicable a todas las parejas, pero es bastante frecuente.

No tengo datos suficientes para hablar en términos generales sobre qué ocurre en las parejas lesbianas. Sin embargo, en las familias que conozco también se produce un choque, porque la igualdad que tenía la pareja se quiebra con la relación exclusiva entre bebé y madre gestante-lactante. Así, sienten que están siguiendo “roles heteronormativos”, pero es que la relación madre gestante-lactante / bebé (si la sociedad lo permite) es independiente de la orientación sexual, edad, clase social, etc. de las madres. En estas parejas, la madre no gestante también puede encontrarse desplazada y desubicada. Sin embargo, hay mucha más comprensión y diálogo en el terreno sexual. En las parejas heterosexuales, las respuestas a esta crisis son muy diferentes: algunas madres acaban teniendo relaciones sexuales sin ganas. Otras, entran en una crisis de pareja, donde se pueden producir exigencias, rechazo absoluto e incluso rupturas si no se gestiona bien. Y otras, tristemente la minoría, consiguen llegar a un entendimiento. De esta crisis solo se sale hablando y para muchas parejas quizás sea la primera vez que hablan tan abiertamente de sexo, de lo que les gusta y de lo que no, de los cambios que se están produciendo y de cómo podrían experimentar y probar otras cosas, siempre respetando los tiempos. Muchas parejas descubren formas de darse placer diferentes, adaptadas a cada momento. Algunas madres aprovechan el autoconocimiento de su propio cuerpo y de su ciclicidad que le produjo un embarazo, un parto consciente, la lactancia materna. Pero lo principal es aceptar que el cambio ha llegado para quedarse y no sentir nostalgia del pasado: hay que aprovechar ese cambio para transformar y enriquecer.

También es importante tener en cuenta la situación en la que viven cada día muchas madres, con dobles y triples jornadas laborales, en un mercado laboral con horarios que no se adaptan a la crianza, con una ausencia total de derechos para maternar y en una familia donde no existe la corresponsabilidad. Las mujeres sobrecargadas no tienen prácticamente tiempo de ocio personal y, aún así, se les exige buscar un rato para dejarse llevar en el terreno sexual: sería más fácil desconectar de la lista de tareas pendientes si fuese menor y además, compartida. Tristemente, la carga mental sigue siendo principalmente de las mujeres y el sexo jamás funciona si la mente no queda inundada por el placer.

Sin embargo, incluso en el caso de que sintiéramos deseo hacia la pareja y que fuese corresponsable y respetuosa, la madre puede venir de un parto que no lo haya sido. A la mayoría de mujeres se les realizan prácticas en el parto que pueden afectar a su sexualidad, como las episotomías innecesarias. Hasta hace bien poco, uno de los puntos se llamaba “punto para el marido”, un punto extra que estrechaba la vagina para “producir más placer en el hombre”. Estas mutilaciones están acompañadas a veces de partos muy traumáticos (con maniobras como la Kristeller) que pueden provocar en las madres prolapsos o bajadas del útero, desgarros y otros daños en el suelo pélvico. Incluso en partos supuestamente “sin violencia”, no se suelen respetar los tiempos y las posturas necesarias para que nuestro cuerpo no sufra. Os sorprendería la enorme cantidad de madres jóvenes que se mean encima si saltan, tosen o estornudan, esto es algo muy frecuente, aunque permanece silenciado. Y madres que comienzan a tener problemas y dolor en las relaciones sexuales, sobre todo con algunas posturas durante la penetración. El cuidado del suelo pélvico no es una prioridad del sistema sanitario. Las madres que deciden iniciar tratamientos, lo hacen cuando hay problemas mayores y suelen acudir a clínicas privadas (con grandes profesionales, pero debería ser un recurso público garantizado, de fácil y rápido acceso y promocionado, igual que una ecografía de tu bebé). Pero el cuerpo de la madre tras el parto ya no es importante.

En definitiva, deberíamos conocer todas estas formas de relacionarnos con la sexualidad para estar preparadas y saber cómo gestionar los cambios. No tiene sentido que dediquemos tanto tiempo a preparar la llegada de nuestro bebé, y no preparemos nuestro propio posparto y puerperio. Es imprescindible conocer las experiencias de otras madres y generar espacios de confianza. También los padres (si los hay, o las otras madres) deberían tener esos espacios. Incluso sería interesante espacios mixtos donde se hablase sin miedo y sin vergüenza. Nos queda mucho trabajo por hacer, en primer lugar desde los feminismos, que han luchado por la liberación sexual de la mujer pero en demasiadas ocasiones no han tenido en cuenta sus ciclos y sus etapas. Ciclos que muchas mujeres comienzan a descubrir tras su maternidad. Para ello, debemos incluir la maternidad dentro del feminismo y acercarnos a la experiencia de las madres. Los tabúes, los mitos y las falsas creencias solo se destruyen cuando las verdaderas implicadas alzan su voz y son escuchadas.

Nota de la editora

Este texto habla de la realidad de las mujeres cis.


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