Rocío Lanchares Bardají: “Mi familia es un error del sistema. Un disparadero de mundos posibles”
La escritora y librera se encarga de novelar el 15M en lo que serían los nuevos Episodios Nacionales editados por Lengua de Trapo.
La editorial Lengua de Trapo se preguntaba en el bicentenario de la muerte de Benito Pérez Galdós cómo serían unos nuevos Episodios Nacionales. Y ha abierto el paraguas para ser casa común de una serie de escritores (Isaac Rosa, Sabina Urraca, Brenda Navarro o Elizabeth Duval) para relatar (e inmortalizar) la historia de España reciente. A Rocío Lanchares Bardají le ha tocado, diez años después, contar los días y la rabia que brotó en el 15M, así como el tsunami que mojó las plazas, los barrios y otras mareas. Con un arrojo y un estilo huracanesco nos traslada a los márgenes de Madrid en el que vivir conforme a los ideales no fue (no es) tarea sencilla. Hotel Madrid, historia triste es un paseo a ritmo de trote por las luchas que sembramos y murieron, o recogimos y seguimos cosechando. Rocío Lanchares además de ágil y rotunda con las teclas, es librera de Traficantes de Sueños. También, es pareja de la escritora Gabriela Wiener y de Jaime Rodríguez, los tres maternan (crían/cuidan) a un hije y un hijo en común.
¿Has leído los Episodios Nacionales? ¿Algo de Galdós?
Había leído a Galdós, pero ningún Episodio Nacional. Escogí uno por puro azar, titulado La vuelta al mundo en la Numancia que cuenta la historia de un marinero que se embarca hacia el Perú buscando a su hija y acaba metido en la guerra del Pacífico, en la segunda mitad del XIX. Más allá de las batallas navales que son contadas en detalle, me gusta mucho el principio de la historia, en la que una monja cae literalmente en los brazos del protagonista, cuando salta por la ventana huyendo del convento y acaban casándose. Luego está la descripción que se marca el protagonista sobre las mujeres limeñas, por ejemplo, de un racismo y un machismo bastante bestia.
¿Cómo te ha ido con el episodio que te ha tocado relatar a ti?
Es un episodio complejo por las derivas que tomó la política en el Estado español desde que tuvo lugar [el 15M]. Muchas voces se acercan a ese relato asumiendo que el ciclo institucional es parte del mismo, pero en mi caso me parecía más justo dejar que acabara precisamente en 2014, 2015. Se podría decir que empezamos tirándonos del balcón como la monja y sin saber cómo acabamos en una guerra a cañonazo limpio. El caso es que no termino de encontrar acercamientos narrativos (poéticos, sí, como los de María Salgado) al momento quincemayista, prácticamente toda la producción escrita son ensayos, aunque es verdad que hay un librito en ficción, casi de género fantástico, 2013, de Lucía Muñoz Molina (Honolulu Books, 2013). Cuenta la historia de cómo el 15M llega al poder y cómo es la revolución en la redacción de una revista de moda femenina. Es muy divertido y se acerca mucho a lo que me imagino en una narrativa sobre el 15M, mucha autoparodia, mucha imaginación y mucha rabia.
¿Qué recorrido nos propones durante tu texto? ¿Dónde has puesto la mirada?
Propongo un paseo en forma de inmersión, una historia contada en tiempo presente, que albergaba el reto de aproximarse a la idea de retrato. El foco intenta ponerse en la heterogeneidad pero en realidad solo puede aproximarse a esa construcción colectiva desde una mirada muy personal, muy propia. He querido contarlo desde el lugar de quienes no estaban tan convencidos de la deriva institucional, de quienes llegaron a la plaza sin saber lo que era una asamblea y también desde el de mucha gente que sigue poniendo el cuerpo hoy aunque no salga en las portadas. Algo así como los parias de la tierra y sus increíbles conquistas.
Te politizaste en el 15M, ¿qué recuerdas? ¿Cómo fueron los despertares?
Como en muchos otros aspectos de este tema creo que hay una lectura muy gruesa sobre esa politización de la gente en 2011. Me parece interesante diferenciar entre el hecho de estar organizada, realizando un trabajo político o militante, y estar politizada a secas. Pienso que la mayoría de gente que pasaba por allí estaba profundamente politizada, cada una con una cultura distinta, y que el hito consiste en la puesta en común de esa politización previa. En mi caso y desde muy joven, venía de darle primero la vuelta a una educación católica, de salir del armario, de moverme en ambientes contraculturales, de la facultad de Filosofía etc. Mucha gente tenía las categorías, pero no las claves para convertirlas en prácticas activas y constituyentes. Otras quizá no tenían una base teórica pero sí una experiencia igual de válida por la que llegaba a idénticas conclusiones. La década anterior había generado una gran frustración en muchas personas que sí tenían una conciencia política y que no veían claro cómo canalizar. Desde estudiantes que veían con horror la entrada de las empresas en la universidad, hasta las variadísimas afectadas por el estallido de la burbuja inmobiliaria, pasando por mayoras con una memoria muy fresca de la dictadura y de la falsa transición. Peña con una sensación de impotencia y de injusticia muy bestia. Recuerdo que todo el mundo tenía muy claros los motivos por los que estaba en la plaza y el reto era buscar soluciones conjuntas. La espontaneidad de la organización ha sido ampliamente comentada, y quizá no tanto la parte soterrada de tradiciones previas que tuvieron la oportunidad de explayarse en un contexto de propaganda y censura por parte de las oligarquías que en Madrid se remonta décadas atrás. El encuentro en la plaza permite poner en común experiencias, teorías, hipótesis y propuestas de cara a una resolución. Creo que se acercaba más a una reapropiación de lo que se entiende por político que al mito de gente que vivía ausente y de repente se cayó de un guindo. Me parece muy dañino asumir acríticamente ese relato, entre otros tantos, sobre el carácter de la protesta.
En Hotel Madrid has pasado por encima, aunque mencionas, que algunas compañeras señalaron abusos sexuales y micro(y macro) machismos durante el 15M. ¿Se habló mucho de clase pero poco de feminismos?
Se habló mucho de género, al menos en Madrid. Por ejemplo, la introducción del lenguaje inclusivo fue un trabajo de pedagogía fuerte, pero que era solo la punta del iceberg; de hecho, hace poco Fefa Vila comentaba que puede haberse tratado de la primera insurrección feminista del siglo. Uno de los temas que recorre el libro es la reflexión sobre el machismo en nuestros espacios de militancia, cual era la relación con nuestros compañeros y cómo nuestra mirada se va transformando a lo largo de los años hasta la explosión del feminismo. La retirada de la famosa pancarta y la denuncia de agresiones sexuales son el anuncio de lo que viviríamos unos años después, cuando esa conciencia trasciende al conjunto de la sociedad. Entonces creo que sí, que se habló de género como se habló de clases. Fue un jarro de agua fría a partidos, a ciertos sindicatos y a otras organizaciones clásicas que, entre otras muchas cosas, han tenido que incorporar políticas feministas para no quedarse atrás. Y en nuestros entornos algo parecido, muchas empezamos a plantearnos quién tiene el tiempo y la energía para estar al pie del cañón, por decirlo de alguna manera, y quien está relegada a la “trinchera permanente”, en palabras de Carolina León. El feminismo ha puesto los cuidados en el centro de su programa político y esto interpela con fuerza una tradición de prácticas y estrategias de la que también somos parte y que plantea la cuestión de cómo afrontar las luchas a partir de esa enfoque, empezando por la toma de decisiones.
¿Dónde ha quedado la ilusión, las ganas de cambiar el mundo, la virulencia mental que se tenía para doblarle el pulso al poder?¿Le regalamos al sistema un apaño para seguir funcionando sin problemas?
La ilusión, las ganas y la virulencia siguen ahí. Y también siguen existiendo espacios donde ponerlas en común. Como dice uno de los personajes al final del libro “al final, a toro pasado, todos somos muy listos y muy listas pero habría que haber estado ahí para entender el porqué de las decisiones que se tomaron…”. Lo que llamamos el sistema en nuestro caso es una maquinaria de estado engrasada para perpetuarse, y que ha necesitado recurrir al endurecimiento del Código Penal y la restricción de las libertades de manifestación, reunión y expresión para que no se tambalearan ciertas cosas (Ley Mordaza 2015) y que, paralelamente, ha ejercido una represión a diversas intensidades, desde la sanción administrativa y la persecución penal de causas que a día de hoy siguen pendientes de juicio, hasta la desproporción y el abuso de la fuerza policial de forma sostenida y documentada. Por no hablar del rodillo mediático y la ausencia de separación de los poderes judicial y político. Evidentemente se ha dado un movimiento de cooptación para reconducir todo ese capital político hacia un lugar funcional al estado de las cosas, decir que fue regalado me parece no recoger esa genealogía de la respuesta ultraviolenta que generó un movimiento transversal y a fin de cuentas pacífico hasta la médula. Es como revictimizar a ese sujeto colectivo sin nombre.
Afirmas tener una familia heterodisidente, ¿cómo es dormir con un hombre, una mujer, un niñe y un niño en una (gigante) cama? ¿Es tu familia un acto político y poético?
Mi familia es un error del sistema. Un disparadero de mundos posibles en el que la crianza es una de las vetas más importantes. Nos unen nuestras relaciones interpersonales, sexoafectivas, cruzadas, pero hace tiempo dejaron de ser la base sustancial de nuestra convivencia. No queremos una guerra dentro del refugio, ni tampoco queremos un búnker donde nada perturbe el estado de las cosas. Simplemente nos organizamos como lo haría una pequeña comunidad. El ejemplo más claro se da en que somos tres adultes colectivizando la reproducción de la vida, ya sea un sueldo o tiempo de cuidados. Es un acto político que parte de poner sobre la mesa dinámicas muy asentadas en la heteronormatividad monógama y darles una vuelta, en concreto aquellas que organizan los espacios de convivencia en torno a la consanguinidad genética y que definen la familia nuclear como estructura económica autosuficiente. Luchamos contra la precariedad en primer término, pero lo hacemos partiendo de la revolución sexual. Es un acercamiento a la idea de comunidad desde la práctica y a paso de hormiga, entendemos que nuestros ideales son bien ambiciosos y no vamos a caer en darlos por hechos a la primera.
¿Cómo está siendo criar a un hije adolescente?
Es un aprendizaje y una cura de humildad constante. Es acordarte de que tú también lo fuiste, la posibilidad de salir de tu mirada adultocéntrica y mirar el mundo con los ojos de la contestación en estado puro. Es acordarte de cómo era tu vida y compararla con la suya, pensar en quién lo tiene más chungo, intentar apoyar y aportar herramientas que muchas veces nadie te ha pedido (jejeje). A veces es ser poseída por la indignación del adulte que piensa que las cosas deben ser de una manera y es incapaz de explicar por qué. Entonces intenta no imponerse pero al final lo hace. Y así todo el rato. Una montaña rusa de la que me quedo con ese revivir tu propia adolescencia y sobre todo con encontrar la manera de transmitir referentes potentes lo antes posible, con la sensación de que a muchas nos llegaron tarde o mal y no querer reproducirlo con elles. Una maravilla, superrecomendable a todo nivel.
¿Qué nos cuentas del monólogo de tu mujer, Gabriela Wiener, ‘Qué locura enamorarme yo de ti’?
Es una catarsis escénica en la que Gabi expone la crisis absoluta de celos y drama romántico que tuvimos a los seis meses de nacer nuestre hije. Incluye porno emocional, cuestionamiento del poliamor, poliamor, momentos vergonzosos, un parto en escena y mucha ternura. Lo que más me gusta de la obra, que se enmarca dentro de algo llamado teatro testimonial, es el humor que lo desborda todo mientras cuenta cómo nos separamos y lloramos inmersas en un bolero sin fin, y cómo hacemos para darle la vuelta y volver a reunirnos con otros códigos, otros acuerdos. La primera vez que la vi quería gritar desde la butaca que todo era absolutamente falso, porque entre risa y risa me caen unos cuantos dardos, puñales diría (risas). Es un proyecto que involucra a toda la familia y que cada vez me gusta más, ojalá sigamos rodando todavía un tiempo.
Como librera de Traficantes de sueños, ¿nos recomiendan unos buenos libros?
Me gustaría recomendar Stone Butch Blues, una novela que ya tiene un tiempo y que acaba de traducir Antipersona. Un soplo de aire fresco para cualquiera que se encuentre ahora mismo en el punto de mira como parte de las disidencias sexuales y de género, y también para quienes piensan el feminismo como una lucha amplia y de clase. Tiene amores lésbicos, cuestionamiento de género, sindicalismo, violencia policial, feminismo de los 70… de todo vamos. Es una historia de gran dureza pero plena de ternura y que nos recuerda a todas las que vinieron antes que nosotras, como heroínas imperfectas y llenas de verdad, también de pérdidas y duelos, pero sobre todo de capacidad de transformar el mundo. En la misma línea está Kabaret Ploma 2: Socialicemos las lentejuelas de Rampova, una crónica en primera persona de un grupo de disidentes sexuales y de género que, con la Ley de Peligrosidad Social aún vigente, se presentaron por todo el territorio con su show lleno de pluma y denuncia radical. Un testimonio crudo y a la vez muy divertido aunque hable de la violencia de la que vivimos en este colectivo y también de cómo se ha resistido a ella sin dejar de ser quién se es. Por último aprovecho para recomendar una de las última publicaciones de Traficantes de Sueños, Marxismo Negro: la formación de la tradición radical negra, de Cedric J. Robinson. Un análisis exhaustivo de las formas históricas de resistencia del pueblo negro, y que pretende además no llevarse a cabo desde los marcos y categorías propias de la blanquitud, incluidas las del propio marxismo.
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