“Todo lo que no es un buen trato es un maltrato”

“Todo lo que no es un buen trato es un maltrato”

El maltrato infantil es una violencia estructural y sistémica que se da tanto en el seno de la familia como en el ámbito institucional y social, y que en España sufren (al menos) el 25 por ciento de los niños y las niñas. Hablan supervivientes y expertas: ¿qué es maltrato infantil?, ¿qué cicatrices arrastran las víctimas?, ¿qué hay de la reparación?, ¿qué camino debemos tomar para terminar con la violencia contra los niños y las niñas?

23/06/2021

Collage de Júlia Velilla Rambla.

Helena (nombre ficticio) se dispone a vender óvulos para lograr huir de casa con el dinero que sacará a cambio, pues no soporta más los malos tratos de la familia.

—Mis padres creen que pueden hacerme lo que quieran… Hasta matarme, si se les antoja.

Habla en sentido literal: los padres han intentado asesinarla cantidad de veces, aunque lo cierto es que ya no es necesario que sigan empeñándose en ello. Helena sabe hacerlo sola desde los 16 años. Tiene 18 y no recuerda cuántas tentativas de suicidio lleva. Dice que muchas, y las narra a carcajadas (cosas del trauma).

—Ja ja ja, está aquel día que traté de tirarme por el balcón y me cogieron del jersey, ja ja ja y cuando quise ahogarme con químicos en la bañera…—.

Su historia, resumidita en un párrafo, es la siguiente. Entre los cuatro y los 17 vivió con el padre y la madrastra. Señala, a modo de prólogo de la negligencia a la que fue sometida, que en su piso había fotos del matrimonio, de hermanos y hermanastros e incluso de abuelos y abuelas, tíos y sobrinas; ninguna en la que apareciera ella. Desde hace unos meses, se ha ido a vivir con la madre y el padrastro, quienes han pasado del maltrato por omisión (no la protegieron del maltrato de los antiguos verdugos) al maltrato activo. Aquí sí sale en las fotos, pero le esconden la comida. Helena tiene que buscar el zumo de piña en el cajón de los calcetines, y los cacahuetes, galletas y demás extras en un viejo carrito de la compra encerrado en el desván.

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Las cifras y las estimaciones en lo que refiere a la violencia contra las niñas y los niños son escasas y optimistas. Por ejemplo: la Organización Mundial de la Salud (OMS) calcula que anualmente son asesinadas 41.000 personas menores de 15 años, pero puntualiza que dicha cifra subestima la verdadera magnitud del problema, dado que una gran parte de las muertes por maltrato infantil se atribuyen erróneamente a accidentes. En el Estado español, Save the Children garantizaba en 2019 que el 25 por ciento de les niñes sufrían maltrato; sin embargo, asumía que la poca cantidad de denuncias dificultaba la recogida de datos y, además, su investigación contabilizaba solo los casos de violencia en el seno de la familia.

¿Cuántas niñas y niños conformarían la sangrienta lista de víctimas de maltrato infantil si a esta se le añadiesen no solo los homicidios por negligencia sino también los suicidios? Abramos ahora la vereda y sumamos a quienes fueron asesinadas y quienes se quitaron la vida siendo ya adolescentes o mayores de edad (¡se matan tantes por no poder lidiar con el dolor de sus infancias!). A nuestra alfombra de cadáveres habrá que agregar, asimismo, quienes aún viven pero son personas muertas en vida, quienes consiguen mantenerse a flote por no pensar en ello y, claro está, las criaturas que padecen o padecieron formas de violencia poco o nada penalizadas, como el maltrato psicológico o el maltrato institucional y que ni siquiera se reconocen como supervivientes.

Los argumentos más populares atribuyen la ausencia de información sobre el tema al limitado reglamento, a la falta de consenso a la hora de precisar el concepto de maltrato y al poco criterio social (véanse los documentos de la OMS y Save the Children antes narrados). La verdad es que los adultos en general y los que mandan en particular se ocupan de otros asuntos. Si se dedicaran a juntar todos los nombres de niñes mártires y supervivientes en un mismo inventario, tendrían que registrar y juzgar el maltrato infantil como un crimen de lesa humanidad.

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Es un pasillo largo, sin iluminar, blanco médico, limpísimo; el niño que fue Mario (seudónimo) está desnudo. Al final del corredor, hay una puerta y, detrás de la puerta, una habitación con una bañera de patas llena de sangre en el centro. Una figura sin cara quiere tener relaciones sexuales con él, pero él se niega y trata de huir. La figura le coge del brazo, empieza a tocarlo, el niño sigue oponiéndose. Finalmente, la figura se enfurece, lo empuja hacia dentro de la bañera y lo ahoga.

—Quiero contarlo, por más que de forma muy limitada, para empezar a sentirme superviviente, luchador y guerrero, no víctima culpable. Por otro lado, ¿quién sabe?, quizás mis palabras sirvan de ayuda a alguien.

A Mario le pesa el alma por el maltrato en el ámbito del hogar y el bullying en el colegio y el instituto. Algunas de sus pesadillas son tan reales y angustiosas que ha llegado a mearse en la cama; sin embargo, la herida con la que le resulta más difícil convivir son los flashbacks. Esos recuerdos intrusivos que empujan a las personas supervivientes a revivir los abusos originales y que suelen ser imágenes, sonidos, olores o sensaciones.

—Te producen una ansiedad tremenda, porque pueden ocurrirte en mitad de la calle y que te pierdas aún conociendo perfectamente el camino, en tu casa tranquilo o hablando con un amigo.

Una de las mejores cosas que le ha pasado, destaca el joven, y también la peor, es que el principal maltratador muriera de forma abrupta. Con su muerte, acabó parte del sufrimiento, aunque, lógicamente, el daño ya estaba hecho; además, la familia lo repudió y no ha vuelto a saber nada bueno de ella. Mario no cree haber sanado ninguna de las heridas; a su vez, admite que va ganando calidad de vida. Hoy estudia Medicina y milita en Orgullo Loco Madrid.

—Si no estás en la lucha, te quedas solo con tus propias experiencias, como que no hay alternativas.

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Todos los malos tratos son graves por definición y deben ser rechazados por igual. Lo que pasa es que el maltrato infantil tiene unas consecuencias muy específicas, ya que perjudica directamente al desarrollo cerebral de las víctimas.

El nivel de afectación depende más de la intensidad y el tiempo de exposición que de la forma que tome el maltrato (emocional, físico, sexual o negligencia). O sea, que el maltrato psicológico puede llegar a ser peor que el físico o el abuso sexual, de acuerdo con la presidenta de la Federación de Asociaciones para la Prevención del Maltrato Infantil (FAPMI), Carme Tello. La detección precoz es importantísima.

—Si no, el maltrato tenderá irremediablemente a la cronificación y a una serie de trastornos somáticos, conductuales y psicológicos importantes— advierte Tello.

Las secuelas empeñan todas las esferas de la vida de les supervivientes. A saber, la esfera física, la emocional, la social, la sexual y hasta la socioeconómica. Les supervivientes de maltrato infantil tienen un gran riesgo de enfermar por somatización, convivir con alteraciones neurobiológicas, depresiones, trastornos alimenticios, adicciones, dificultades en las relaciones sociales y laborales, promiscuidad, pobreza y exclusión social. Del mismo modo, son más propensas a padecer otros tipos de maltrato en su adolescencia y adultez, como el bullying y la violencia machista.

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—Todo lo que no es un buen trato es un maltrato.

Las definiciones oficiales se le quedan cortas a Carmen Fernández, psicoterapueta y superviviente de malos tratos intrafamiliares en la niñez. Su trabajo consiste, precisamente, en acompañar a otres (entre las cuáles se encuentra esta periodista) a sanar los mismos horrores. Para fastidio de los amantes de las medias tintas, empieza la entrevista dejando bien clara su postura: el maltrato infantil es una violencia estructural y sistémica que ningún niño o niña se salva de sufrir ni ningún adulto de practicar.

Collage de Júlia Velilla Rambla.

—Hay distintos grados de maltrato, evidentemente. Una parte de les niñes padecen el máximo grado, que son el asesinato y la violación, pero todes son víctimas del maltrato emocional— asegura esta psicoterapeuta.

El chantaje, las amenazas, el rechazado. Carmen Fernández insiste en que el maltrato contra les niñes debe ser clasificado como tortura, ya que se trata de una violencia contra alguien que no puede defenderse, pedir ayuda ni escapar. Y que es posible y es imperativo terminar con el maltrato infantil. No se trata de atacar a los padres (Fernández puntualiza: —No lo van a entender. Les vas a hablar en un idioma que desconocen. Es más, cuando une hace eso, es porque quiere algo de ellos que no le han dado, ni le van a dar—); sino de ir a romper las estructuras, que son violentas por el simple hecho de ser. La tarea es ardua, pues el sistema es hiperprotector de sí mismo.

—Es tan protector que, si yo me quedo embarazada, me permite abortar o, por lo menos, no me obliga a hacerme cargo del bebé. En cambio, sí me niega rotundamente la posibilidad de renunciar a ser hija de.

Esta psicóloga trabajó 20 años en el sistema de protección a la infancia. Estuvo en puntos de encuentro familiar, en los juzgados de Tarragona, en una casa de acogida para mujeres y niñes y en pisos tutelados para menores con necesidades especiales. De la experiencia aprendió que el sistema no se combate desde dentro, porque desde dentro, es el sistema quién te combate a ti, dice, siempre.

—Sacamos a los niños de una organización violenta [la familia] para llevarlos a otra organización violenta [los centros de acogida]. Me cansé de intentar ser coherente y ver que era papel mojado, porque es inútil poner tiritas sin una voluntad de transformar la realidad.

Exige la utopía. Cualquier otro planteamiento, apunta, se queda dentro del sistema. La utopía de la psicoterapeuta es no tener que proteger a les niñes de nada. Que cada quien tome conciencia de las heridas que acarrea, para sanarlas y ser madres y padres con un rol adecuado. Ser personas comprometidas con el hecho de llevar al mundo un ser mediante su ser, que acompañen a les hijes desde el apoyo, el amor incondicional, la presencia, el respeto.

—Este debería ser nuestro objetivo.

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Volviendo a Helena, destaca dos eventos que le parecen sugerentes.

Cuenta, en primer lugar, que en un agarro de coraje en tercero de la ESO, habló de los malos tratos con una profesora, de manera que el instituto interpuso una denuncia. Al terminar la jornada, pero, la enviaron de vuelta a casa, así que el padre la envió de vuelta a la policía y la obligó a quitar la acusación. Luego de eso, Helena sobrevivió a otra tristemente típica tentativa de asesinato. Para colmo, la madrastra pidió reunirse con la profesora al día siguiente y, a llanto vivo, prometió que la niña se lo inventaba todo y que ¡ay! pobres de nosotros. La profesora escogió creer a la madrastra.

La segunda vez que trató de pedir ayuda fue a la psiquiatra de la unidad de salud mental infanto-juvenil donde estuvo ingresada tras los intentos de suicidio y conductas alimentarias de riesgo (consecuencias directas de los malos tratos). Más de lo mismo. En lugar de cumplir con su obligación de proteger a la menor, la mujer la tachó de embustera, de muy mala persona y de querer hacer daño a los padres. La experiencia de Helena en la planta Psiquiátrica no termina aquí. Su relato incluye contenciones, medicación forzada y aislamiento involuntario. No es casualidad que Mario también pasara por eso: donde no llegan los Padres, llega el estado.

Estos acontecimientos sugieren la insuficiente formación sobre maltrato infantil de los equipos profesionales (que la Ley sobre Violencia en la Infancia y en la Adolescencia pretende mejorar) y lo que es la revictimización. Se conoce como revictimización, victimización secundaria o doble victimización, las malas praxis institucionales y profesionales de quienes atienden a las víctimas que añaden más sufrimiento a sus experiencias traumáticas.

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Aitor (seudónimo) tenía 15 cuando sobrevivió a malos tratos por parte del personal médico de la misma unidad de salud mental infanto-juvenil en la que estuvo ingresada Helena.

A él lo maltrataron por niño, por loco y por trans.

—Me llevaron a la habitación por la fuerza, me ataron y me medicaron. Estuve así unos cinco o seis días, sin ver a nadie. No dejaban que me durmiese ni que leyera libros. Tenía que estar aislado porque no se me permitía estar ni con chicos ni con chicas. Me decían que quería ser un hombre para tener más poder. No me trataban en masculino, a veces utilizaban mi nombre pero a veces no, y cuando se lo conté al psiquiatra, dijo que nadie tenía ningún problema conmigo, que mentía. Las enfermeras entraban a la ducha sin ninguna razón, constantemente, todos los días. Alguna vez entró algún pisquiatra en las duchas de alguna chavala, pero no podíamos hacer nada porque era por nuestro bien, que estábamos flipando, que cómo podíamos pensar eso.

No espera ninguna reparación. La familia interpuso una queja mediante el médico habitual de Aitor: la única respuesta que recibieron, subraya, fue que esta era su forma de trabajar.

Este joven denunció los malos tratos en la unidad psiquiátrica recientemente vía redes sociales. Se unieron a él otras decenas de adolescentes provenientes de diferentes unidades de salud mental de todo el Estado. Le sorprende la de testimonios que le están llegando. Sabía que había más, ¿pero tantos?

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Los mecanismos de la violencia contra la infancia son una encrucijada difícil de resolver debido a las múltiples formas que adquiere y a los dispares contextos en los que se da. Es pertinente señalar la distinción entre el maltrato infligido por la institución tradicional de la familia y el que se da por parte de la institución Estado, pues se dan bajos sesgos diferentes. El resultado termina siendo el mismo: niñes sufriendo por el hecho de ser niñes.

Collage de Júlia Velilla Rambla.

El doctor Jorge Barudy, psicoterapeuta y psiquiatra superviviente de tortura por parte del régimen de Pinochet en Chile, plantea las similitudes entre ambos tipos de maltrato. El autor califica la violencia de Estado de violencia organizada en El dolor invisible de la Infancia: una lectura ecosistemática del maltrato infantil.

“En los dos tipos de violencia, la organizada y la familiar, encontramos los mismos tres grupos de personas […]. Existe un primer grupo compuesto por los represores, torturadores, abusadores, maltratadores, etc.; un segundo grupo, conformado por las víctimas: hombres, mujeres y niños perseguidos, encarcelados, torturados y exiliados; y un tercer grupo, constituido por los terceros, los otros, los instigadores, los ideólogos, los cómplices, pero también los pasivos, los indiferentes”, escribe.

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El día en el que Daniela Ortiz paría al hijo, le quitaban la custodia a Linda Porn de la hija que parió ella. Daniela y Linda son amigas íntimas y Linda estaba allí mientras Daniela daba a luz. Ambas son conocidas artistas y activistas antirracistas y maternan solas, y hace años que vienen denunciando la quita de custodias a madres migrantes.

—No teníamos ni idea de que pudiera pasarnos eso [refiriéndose a la quita de custodias]. Somos mujeres estudiadas, militantes… Claro que, si le pasa a Britney Spears, le puede pasar a cualquiera— afirma Daniela.

—Está el mito de que es muy complicado que te arrebaten la custodia de les hijes, pero es que la gente que cree eso lo hace desde el privilegio. No saben cómo somos tratadas las familias pobres, especialmente las monomarentales y encima, yo soy trabajadora sexual—apunta Linda.

Linda perdió la tutoría en menos que se tarda en preparar la merienda. La hija tenía que salir del colegio a las 16.30 horas; los educadores de la DGAIA (la institución encargada de proteger a la infancia en Cataluña) se presentaron allí a las 12; y a las 15 llamaron a Linda para comunicarle que no hacía falta que fuera a recoger a la niña.

—A mí, fue muy fácil que me quitaran la tutela. Simplemente la escuela dio una alarma y todo el tejido de Servicios Sociales se enroló hasta hoy. Cuando cumplí el plan de trabajo que me exigían para devolvérmela, se buscaron otras excusas.

Daniela sigue con la custodia, pero asegura que por poco que no se la quitan: desde que nació el hijo, el padre lo utiliza para ejercer violencia emocional, económica y judicial contra ella. Es lo que se conoce como violencia vicaria, concepto que recientemente ha causado mucho revuelo debido al segresto de dos niñas en Tenerife por parte de su padre y el asesinato de, almenos, una de ellas. La artista cuenta que el hombre les abandonó al enterarse del embarazo y que reapareció de la nada al cabo de años, reclamando la patria potestad y alegando que era la madre quien no le permitía ver al pequeño. Si bien el veredicto terminó (casi) dándole la razón a Daniela, la amenaza sigue allí, pues, cuando menos, el tipo consiguió judicializar la crianza del pequeño. La violencia de género es también maltrato infantil siempre que haya menores de por enmedio.

Cuando tuve que huir de España en 2019, a causa de las amenazas de muerte que recibí por mi activismo, casi que lo que me daba más miedo es que el tipo aprovechara para empezar otro proceso judicial con el fin de arrebatarme la custodia— ejemplifica Daniela.

Que el maltrato familiar hacia les niñes no entiende de factores económicos, sociales o culturales es un hecho estudiado y demostrado. Aun así, como recuerda el doctor Jorge Barudy, las medidas de intervención “por el bien superior del niño” se concentran en los niveles más desfavorecidos, al igual que en las familias racializadas, ya sea por racismo, por machismo, por aparofobia o por complicidad con las clases altas (todas las opciones son correctas). Generalmente y de acuerdo con el Observatorio de la Infancia del Gobierno de España, el aviso de riesgo por maltrato lo dan instituciones como los cuerpos de seguridad del Estados, los servicios sociales, el sistema educativo y el sistema sanitario, de manera que la responsabilidad se diluye. La otra cara de la moneda es que la violencia contra la infancia en el ámbito del hogar se encuentra particularmente invisibilizada en los entornos acomodados.

Al menos en Catalunya, no hay cifras actualizadas que apoyen este sesgo en la intervención, porque la DGAIA no las recoge. El último estudio sobre el tema fue publicado en 2004 por el Departamento de Bienestar, Salud y Familia, y asumía que el 70 por ciento de los padres y el 82 por ciento de las madres de los menores tutelados e ingresados en centros de acogida por maltrato físico grave “no disponía de medios económicos suficientes para cubrir las necesidades básicas de los miembros de la familia”. Asimismo, una de las psicólogas de la DGAIA que elaboró el informe admitió que “el sistema público es el que más casos detecta y está, en cierta manera, más dirigido a familias con pocos recursos”.

Daniela y Linda entienden la quita de tutelas a familias pobres como una herencia del colonialismo y del franquismo. Antes, quien quitaba era la Iglesia; ahora, son los Servicios Sociales.

—El macho mayor (el Estado) continúa secuestrando niñes pobres para dárselos a las familias blancas—. Apunta Linda.

—Es que es más, aunque la necesites, no puedes pedir ayuda, porque la DGAIA es un ente de castigo, no de apoyo a las familias—. Añade Daniela.

—La administración señala a las madres como únicas responsables, ¿pero que hay de los padres abandonadores? ¿A ellos no los van a juzgar?

Hoy es el cumpleaños del hijo de Daniela. Este año solo están invitados ellos dos a la fiesta, ya que contrajeron la Covid-19. Daniela tiene que inflar globos, pero le falta el aire; no obstante, está más o menos contenta, hasta bromea. Dice que en el pueblo donde viven ahora hay cuatro tiendas de piñatas, pero ninguna forma de conseguir bombonas de oxígeno. A Linda, tras cuatro años separada de la hija, no le han devuelto aún la custodia. Para el futuro, concluyen una y otra, apuntan a las Madres de Plaza de Mayo. Es decir, que reivindican una reparación con carácter retrógrado, auditada por organismos internacionales, que revise las intervenciones de los servicios de protección del menor desde que existe la legalidad. Que les niñes robades por el Estado recuperen su verdadera identidad.

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Quienes maltratan a las niñas y niños son personas corrientes, con amistades, aficiones y trabajos; son divertidas y generosas, en fin, buena gente, lejanas al estereotipo del monstruo perturbado que ha construido el imaginario colectivo. Es comprensible que no se identifiquen como tales, puesto que aceptar que se ha hecho tanto daño a alguien es muy doloroso. Por eso son pocos los que lo admiten, y por eso, mientras, la máquina de matar a niñes sigue torturando a sus anchas.

Los maltratadores son los familiares, los vecinos, los conocidos, los maestros, los educadores, los médicos, los curas, los policías, los políticos.

Los que alguna vez han levantado la mano, o gritado, o castigado, o los que, simplemente, no han hecho nada para proteger a las criaturas. También los que sí han hecho pero sin tener en cuenta sus necesidades.

Los que un día fueron niños y aun así, al crecer, siguen en la rueda.

He aquí el quid del asunto: los maltratadores somos todes.

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Me gustaría que me contaras tu historia
Me llamo Júlia Velilla Rambla y soy superviviente de maltrato infantil. En mi caso, los malos tratos sucedieron en el ámbito de la familia y casi nadie hizo nada para defenderme, ni a mí, ni a mis hermanes. No voy a esconder que es desde aquí donde escribo. Las lesiones que arrastro son muchas. Me aterran los hombres y las personas mayores; el dolor, el miedo y la culpa asfixian mis lazos con terceras personas; me cuestan horrores los vínculos sexoafectivos; tengo una relación confusa con mi cuerpo, porque que fue utilizado para hacerme sufrir; me siento estresada y en alerta de forma permanente; tengo dolencias en la piel, dolores de barriga y de cabeza y alergias persistentes; y hablo muy rápido, me resulta difícil vocalizar, hasta tartamudeo a veces. Si estás leyendo este artículo y, como les testimonies y la autora, sobreviviste a malos tratos en tu niñez, me gustaría que me contaras tu historia. También si fuiste tú quien maltrató, pero tomaste conciencia y quieres trabajar para reparar los daños. Puedes escribirme a juliavelillarambla@gmail.com, bajo pseudónimo, si te hace sentir más segure, y revisar el texto antes de publicarlo.

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