¿Y qué hacemos con los violadores?
Frente a esta justicia retributiva que imparte el Estado, el libro '¿Y qué hacemos con los violadores?', basado en fanzine de Estados Unidos, plantea la alternativa de una justicia transformadora.
Una de las experiencias más traumáticas a las que me he tenido que enfrentar en mi militancia política fue cuando, allá por el año 2015, se pusieron en contacto con Comando Sororidad —colectivo feminista de Jaén en el que militaba por entonces— varias mujeres comunicándonos que estábamos haciendo una campaña de apoyo a un represaliado por la policía que había ejercido violencia machista. Las mujeres nos contaron en primera persona testimonios que nos sobrecogieron a todas.
La complejidad del momento por el que estábamos pasando en Jaén, en el que gran parte de la militancia política de izquierdas de la capital estaba volcada en el apoyo a este compañero (al que se le pedía pena de cárcel por unos hechos en una manifestación que no cometió), nos hizo quedarnos en shock dentro del colectivo. No teníamos ningún tipo de herramienta. No nos habíamos enfrentado a ninguna situación similar en nuestro escaso año de actividad. Todo el peso de la coyuntura cayó sobre nuestros hombros feministas y tuvimos que improvisar una serie de estrategias con las que pretendimos colectivizar el problema.
Tres años más tarde, una situación similar
“En verano de 2018, a quienes integrábamos Heura Negra —Asamblea Llibertària del barrio de Vallcarca (Barcelona)— nos sacudió una situación comprometida, fruto de una agresión machista que se había producido en un entorno activista cercano”, así cuenta el colectivo que está detrás del libro ¿Y qué hacemos con los violadores? Perspectivas anarquistas sobre cómo afrontar la violencia sexual y otras agresiones machistas (Descontrol, 2020). Es el punto de partida de una compilación de artículos con los que se intenta dotar de herramientas ante una situación similar a las personas o colectivos que se acerquen a su lectura.
En aquel 2018 las integrantes de Heura Negra decidieron hacer un trabajo de búsqueda de referencias que tratasen, desde una perspectiva anarquista y no punitivista, la gestión de las agresiones machistas desde lo común y lo colectivo. Se toparon con el fanzine Accounting for ourselve. Breaking the impasse against agression and abuse in anarchist scene (Contando por ti misma. Rompiendo el impasse contra la agresión y el abuso en la escena anarquista), una selección de textos editados en Estados Unidos en 2010. Tradujeron el fanzine y, ante la carencia de trabajos que abordasen este debate, decidieron presentarlo a la editorial Descontrol para así colectivizar su propio trabajo y hacerlo útil a más grupos, asambleas, colectivos… La editorial, por su parte, al aceptar la propuesta decidió incorporar otros textos (producidos en Barcelona, Galiza…), modificar el orden, darle un cuerpo más amplio que enriqueciese los puntos de vista y experiencias ante una agresión machista.
Explico todo esto porque creo que es importante saber de dónde viene y cómo se ha trabajado la edición de un libro como este. Pero me adentro en el meollo, que no es poco, porque su lectura provoca muchos sentimientos encontrados, dudas, reflexiones, esperanzas y desesperanzas y la certidumbre de que nos debemos mucho más trabajo desde lo común, no solo para afrontar situaciones tan duras en comunidad, sino para crear formas de vida antagónicas sólidas frente al modelo capitalista neoliberal.
Justicia transformadora frente a justicia retributiva
Necesitamos de la utopía para imaginar otra forma de organización social y económica posible —y urgente—, como decía Bakunin necesitamos “organizar la sociedad de tal modo que cada individuo, hombre o mujer, encuentre en el nacimiento medios casi iguales para el desarrollo de sus diversas facultades y el pleno disfrute de su trabajo”. En uno de sus textos filosóficos, Bakunin habla de la justicia humana contra la justicia legal. Esta última vendría a ser “la justicia contenida en los códigos legales y en la jurisprudencia romana, que se basa fundamentalmente en actos de violencia alcanzados por la fuerza, consagrados por el tiempo y las bendiciones de alguna Iglesia —cristina o pagana—, y aceptados como principios absolutos de los que debe deducirse toda ley por un proceso de razonamiento lógico”.
La crítica desde el ámbito libertario al Estado y a todo su entramado organizativo, en el que, por supuesto, se encuentra el sistema judicial y la justicia retributiva que imparte, es fundamental. Señalan las compañeras del C.A.M.P.A. (Colectivo de Apoyo a Mujeres Presas de Aragón) en su pequeño fanzine Las cárceles no son feministas que “el populismo punitivo tiene su base en el pensamiento neoliberal según el cual las responsabilidades son individuales y la sociedad es una suma de voluntades libres, admitiendo que no existen los condicionantes materiales o que no se construye nuestra personalidad en base a interacciones sociales”.
Frente a esta justicia retributiva que imparte el Estado, en la cual ante un daño, falta o crimen se fija una pena y donde todo el proceso queda delegado en una institución en la cual no llegamos a saber muy bien qué pasa, una institución con siglos de historia y heredera de una ilustración burguesa con intereses (neo)liberales y capitalistas, ¿Y qué hacemos con los violadores? plantea la alternativa de una justicia transformadora. Este tipo de justicia, que bien podría acercarse a lo que Bakunin llamaba justicia humana, bebe de algunas prácticas indígenas (como por ejemplo las Juntas de Buen Gobierno y las Comisiones de Honor y Justicia zapatistas), el trabajo de mediación y la justicia restaurativa.
La justicia restaurativa pone el foco en las necesidades de las personas que han sufrido un daño y también en las que lo han ejercido, rehusando del castigo y del cumplimiento de principios legales abstractos. Esta justicia intenta restaurar el momento anterior al daño causado. Tal y como se explica en uno de los textos del libro es un modelo “basado en una teoría de ‘justicia’ que interpreta el ‘crimen’ y las malas prácticas como una ofensa contra individualidades o comunidades, en vez de contra el Estado”; sin embargo, una de las debilidades de este modelo es que el propio Estado se ha apropiado de ella. La justicia transformadora da un salto más allá, intenta restaurar el momento anterior y a la vez opera en la comunidad donde sucede, formando parte la comunidad en el proceso; así, mediante la técnica de la responsabilización consciente, el cambio opera no solo en los individuos afectados sino en la propia comunidad.
Ya se señala en otro de los textos del libro, “cuando hablamos de procesos de responsabilización consciente nos referimos a esfuerzos colectivos para abordar un daño —en este caso, una agresión sexual o una situación de abuso y/o maltrato— no focalizados en el castigo o en la ‘justicia convencional’”. En el libro se muestra, con ejemplos reales de asambleas y colectivos de Estados Unidos, los pasos que hay que seguir a la hora de tomar este tipo de justicia como un nuevo horizonte dentro de nuestros espacios. Sin embargo, advierten que los obstáculos no son pocos: desde la frustración de no saber cuándo finaliza el proceso, la incapacidad a la hora de poner unos objetivos reales, el hartazgo o las normas colectivas que fomentan comportamiento irresponsables —como la cultura del desfase (el consumo de alcohol y/o drogas en los espacios)—.
Precisamente una de las riquezas del libro es que la compilación de textos va más allá y, aunque hay una apuesta fuerte por explicar qué es la justicia transformadora y la responsabilización consciente, no se quedan solo en mostrar esta posición. Se asume que “al igual que la JJ [Justicia Judicial], las concepciones ‘transformadoras’ fracasan sin un análisis del poder” y nos presentan otro tipo de herramientas alternativas. Además, de las cuatro secciones que tiene el libro, las dos últimas ofrecen experiencias de acción directa, comunicados de apoyo mutuo ante agresiones en el seno de colectivos, narraciones donde se cuenta la experiencia/sentimiento ante una agresión/violación y también hay un texto para entender el papel que juega la masculinidad en la violación y la cultura de la violación.
De la teoría a la práctica desde lo común
Pienso en una de las frases del libro: “No puede haber responsabilización consciente comunitaria sin comunidad”. Necesitamos comunidades fuertes. Esto me hace pensar en uno de los proyectos más sólidos que existen en Euskal Herria, se trata de Errekaleor Bizirik. Le pregunto a Hirune, vecina del barrio liberado, cómo viven allí los conflictos que se generan en la comunidad; me confiesa que “la teoría es una cosa y la práctica otra, aquí hemos diferenciado entre conflictos que se generan con la convivencia o con las posiciones políticas, de las agresiones sexistas y la violencia de género”.
En los primeros casos, en la asamblea se forma un grupo de personas mediadoras que inician un proceso con diferentes dinámicas para tratar la cuestión por la que se ha generado el conflicto. Por otra parte, cuando se trata de agresiones machistas o violencia de género, Hirune cuenta que con el tiempo se ha ido aprendiendo y que ningún caso se afronta de la misma manera, “antes se juzgaba y se ponía en duda la palabra de la persona agredida, pero ahora entendemos que este tipo de agresiones tienen buena parte de subjetividad y que por tanto no se puede juzgar, y menos en una asamblea en la que aún se está trabajando el feminismo”. Ahora se busca que la agredida se sienta lo más cómoda posible, se forma un grupo cercano a ella para saber cómo se siente y qué necesidades tiene, y dependiendo de esto así se hace: “Si no puede convivir en el mismo espacio la persona que ha cometido la agresión, tiene que marcharse del proyecto; sí que buscamos que haya un cambio, que la persona acepte lo que ha hecho y que haga un proceso de ‘sanación’ para que cambie y pueda volver al espacio, aunque no siempre hemos tenido fuerza para hacer esto”, confiesa la vecina de Errekaleor Bizirik. También revela el hecho de que suelen ser las mujeres las que se encargan de estos procesos, “ahora es cuando algunos compañeros han creado un espacio propio para tratar estos temas, y es que si lo hombres no tratan estos temas no se pueden deliberar en las asambleas”, asevera.
Un artefacto-guía
Este libro es un artefacto que nos puede servir en nuestros espacios, más allá de que sean libertarios o no; un libro que puede servir en asambleas mixtas y no mixtas, en grupos pequeños y más amplios. Es una guía de trabajo que abre el camino para el diálogo, del cual podemos coger o desechar planteamientos, pero que nos hace mirar otras experiencias desde la acumulación de saberes.
Quizá me chirrían ciertas afirmaciones respecto al anarquismo que son bastante superfluas y que tienen que ver con la idea de que el anarquismo es una subcultura sin un corpus teórico y práctico transformador, lejos de esto el anarquismo tiene una riqueza de siglos que hoy está inserta en muchísimos colectivos y organizaciones. Ser anarquista, o practicar el anarquismo, desde luego es mucho más que “odiar a la policía y amar los conciertos punk”. Más allá de esto, y tal y como aparece en el libro, hay que asumir que “ningún proceso va a estar libre de dolor y angustia, pero si queremos tener un cierto grado de satisfacción con sus resultados mientras minimizamos su impacto en nuestros colectivos, debemos renunciar al dogmatismo, cuestionar nuestras suposiciones y objetivos, y experimentar críticamente con una amplia gama de herramientas”.
Lo que hubiésemos dado en aquel 2015 por tener un libro como este en nuestra biblioteca de Comando Sororidad, para no sentirnos solas, para saber de lo doloroso y de lo difícil desde otras experiencias. Como bien dice Hirune, la teoría es una cosa y la práctica otra, y al final vamos aprendiendo en el camino.
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