Zahara: “Hay un momento en el que pienso que estas canciones son como ese intento de suicidio”
Tiene tanta capacidad creativa y crítica como determinación para dirigir todas las facetas de su carrera. Sus letras, tristes y violentas, están acompañadas de las melodías para desatarse: pop, indie, disco, techno.
“He necesitado muchos años de terapia, de incomprensión, de pasar de la compulsividad al rechazo sexual, pasando por los grandes clásicos –vaginismo, anorgasmia… todo el pack–, y por muchas parejas, para encontrarme a una sola persona que no ha tenido ningún trauma sexual”. Con su último disco, Zahara (Úbeda, Jaén, 1983) parece haber conquistado la libertad total para romper con todos los silencios que arrastramos no ya ella, sino todas como sociedad.
Esta música española tiene tanta capacidad creativa como determinación para dirigir todas las facetas de su carrera desde casi los primeros discos. Conquistó al público en 2009 con su canción ‘Con las ganas’, en la que sus susurros siempre a punto de quebrarse provocaban unas terribles ganas de ronronear, enamorarse, besar. Pero su versión empalagosa que perfiló en una portada llena de tartas y dulces su entonces productor, Carlos Jean, pronto quedó desterrada por una artista que ha ido explorando terrenos cada vez más pantanosos y grises, en los que el cuerpo, el deseo, la insatisfacción y la religión se han ido entrelazando en un mestizaje de géneros en el que, cada vez más, las letras más tristes y violentas vienen acompañadas de las melodías que más ganas dan de desatarse: pop, indie, disco, techno ha sido su do-re-mi-sol.
Cada nuevo disco ha retirado capas de cebolla de una artista dura en sus letras, sugerente en sus melodías, delicada en su apariencia y audaz a la hora de elegir los temas que iba a desarrollar a colación de la presentación de sus discos. Con Puta ha conseguido el más difícil todavía: que al conjurar sus miedos y destapar la violencia sexual sufrida en su infancia, los pensamientos suicidas que esta le provocó en su adolescencia y cómo todo ello ha determinado su vida adulta, muchas otras mujeres se hayan atrevido a alzar la voz y compartir los abusos sufridos. Zahara ha desatado un #MeToo que abarca todas las agresiones que se dan por razón de género. Durante la entrevista, que realizamos por videoconferencia, demuestra el torrente de sinceridad en el que se ha encarnado: una elocuencia que desdramatiza tirando del humor y la autoparodia. Y aún así, lo más visible es su inteligencia.
Lo primero es preguntarte cómo estás, cómo estás viviendo esta ola #MeToo que ha desatado tu canción ‘Marichane’ y tu disco Puta, en el que abordas, entre otras cuestiones, las violencias que has sufrido y el impacto del estigma de ser llamada “puta” en el colegio.
Ahora que ya ha pasado un mes desde el estreno, estoy muy bien. Toda esta exposición, este hurgar en el terreno pantanoso de mi vida… durante las primeras entrevistas me resultaba abrumador, me costaba verlas o leerlas después porque rompía una pared que no había atravesado hasta entonces. Ahora que he experimentado todo lo que han abierto, está siendo muy positivo.
Tiene que resultar raro pasar de no hablar de episodios de tu vida como la violencia sexual, que solo conocía gente de tu círculo más cercano y que, como sociedad, es una problemática que seguimos sin querer ver, a estar continuamente hablando en público de ellos.
Es exactamente así. Toda mi vida ha sido el mayor secreto porque, en realidad, eran muchos secretos. Alguien sabía que había tenido un novio maltratador; otra persona que había sufrido un abuso; el bullying, mis amigas del momento… Pero no había nadie que tuviese el dibujo entero de mi vida. Fue saliendo muy poco a poco a lo largo de un año. Un día, hablando con mi amiga la poeta Patricia Benito, le dije: “Porque, claro, como después del que me maltrató…”. Tras un rato, me dijo: “¿Sabes que nunca me habías contado esto, verdad?”. Fue así como me di cuenta de que lo había normalizado, de que tenía la necesidad de contar cosas que nadie sabía de mí. Lo había hablado tanto con mi psicóloga que lo había conseguido colocar en un sitio que me produce tranquilidad. Ahora, compartirlo me produce liberación, pero también es cierto que con ella me sentía en una habitación acolchada donde si me daba golpes, no me hacía daño. En una entrevista es como estar rodeada de cuchillos, pero he hablado de lo que quería hablar y aunque en algunas he llorado a moco tendido, el balance es muy positivo. Ha sido muy bueno quitarme este silencio de encima.
El suicidio y las ideas suicidas siguen siendo temas tabúes. Durante décadas, no se abordó en los medios de comunicación porque se presuponía que hacerlo podría provocar un efecto contagio. En tu caso, ¿qué sentías cuando veías noticias de suicidios?
Cuando tenía unos 16 años, no había internet, así que le cogía los libros de psicopedagogía a mi madre. Entendía que los pensamientos suicidas son mucho más generalizados de lo que pensaba inicialmente, que no equivalían a conductas suicidas, y que muchos suicidios se cometen porque no hay un apoyo y un acompañamiento en esas ideas. Yo no me suicidé, pero tenía esos pensamientos continuamente. El haber tenido a alguien que me lo explicara me habría ayudado muchísimo. Yo no quería quitarme la vida. Cuando tienes pensamientos suicidas es porque no quieres vivir, pero no quieres morir tampoco. Y lo importante es que alguien te lo explique y te enseñe a colocarlo en un sitio seguro, porque son una llamada de atención. Lo que me ocurría es que estaban pasando cosas muy gordas de las que no era capaz de hablar, cada vez se acumulaban más, así que pensaba que si hacía algo por lo que acabase en urgencias, que no me muriese pero que les hiciese preguntarme qué me había pasado, entonces tendría que ser capaz de hablar porque ya no iba a poder esconderlo más. Y ese sentimiento es el que tienen muchas personas en la adolescencia.
Esta parte de tu historia te pertenece y tienes todo el derecho a contarla. Pero, ¿cómo decides hacerlo sabiendo que a tu padre y a tu madre les resultará doloroso?
Solo he sido capaz de escribir este disco porque entendí que no me importaba eso. Va a sonar muy egoísta, pero toda mi vida he querido proteger a todo el mundo callándome y, finalmente, he entendido que para protegerme a mí misma tengo que dejar de proteger a los demás. Y no valen las medias tintas, no hay un “voy a contar esto, pero no voy a explicar esto otro porque es muy feo”. No va así. Sí que pensaba en mis padres cuando iba avanzando en las canciones. Lo hablé con mi terapeuta durante muchos meses: qué quiero contar, qué no, sobre qué voy a ahondar… Hay un momento en el que pienso que estas canciones son como ese intento de suicidio, que gracias a ellas voy a poder hablar de mis cosas. Y entonces me doy cuenta de mi error, de que si yo quiero contarle algo a mis padres tiene que ser porque yo quiera; que si a raíz del disco ellos me preguntan, yo puedo contarles o no, pero que este disco no va de eso. Este disco no es para hablarlo con mis padres, ni para enfrentarme a las personas que me hicieron daño, ni para conseguir la palmadita en la espalda. Este disco es para quitarme esa montaña que tengo encima que tapa quién soy, y disfrutar así de todo lo que me está pasando, porque siempre me siento una impostora, un fracaso, una mentira. Y entiendo que explicarle o no detalles de lo que hablan las canciones es mi decisión, así como será la suya preguntar por ellos.
Es terrible esa frase que dice alguna gente de “yo que tengo un hijo (o una hija)” como si haberse reproducido les otorgase un plus de credibilidad y madurez…
Es verdad que aprendes mucho cuando ves crecer a una personita. Pero mi hijo no me ha quitado traumas, sino que me ha hecho verlos más porque yo estoy observándome.
En 2018, en algunas de las entrevistas que diste durante la presentación del disco Astronauta, hablaste sobre lo difícil que resultaba dejar de ser el centro de tu mundo cuando te conviertes en madre. Se suele hablar más sobre este asunto cuando se tiene reciente el parto que cuando pasa el tiempo y la criatura ya no es un bebé. ¿Cómo ha sido la evolución de tu relación con la maternidad?
En mi caso, estar divorciada y tener una custodia compartida me ha ayudado a centrarme en mí. Ahora, hay unos periodos de tiempo en los que, obligatoriamente, estoy sin mi hijo. Ya no es como antes que, cuando yo decidía que iba a estar trabajando, se quedaba con su padre o con los abuelos. Desde que me divorcié hace casi dos años, la mitad de la semana está con su padre. Y yo soy una persona cuando estoy con mi hijo en casa y otra cuando no está: cuando está no me permito deprimirme, puedo estar un día triste y explicárselo, como un día que le conté que echaba de menos a mis amigos. Pero no puedo estar llorándole a un niño de tres años, que quiera jugar y yo estar tirada en el sofá. Cuando tienes una criatura tienes que centrarte y cuidarle. Pero cuando mi hijo está con el padre es como “Welcome Zahara”: llamada a la psicóloga, copa de vino y deprímete rápido porque en dos días vuelve (risas). Tengo amigas felizmente en pareja que se cogen días para crear. Yo los tengo obligatoriamente por la belleza de nuestra relación. Es lo mejor para los tres porque el tiempo para una es fundamental.
Antes creía que en los conciertos reconectaba con la vida premadre y conmigo misma. Pero es falso pensar que estás bien contigo misma por el amor que te da estar en contacto con tu público, con la devoción, con un trabajo que te gusta.
¿Cómo gestionaste el divorcio y acabar con ese constructo social idealizado de la pareja con el bebé?
Fue muy fuerte porque empecé a ir a terapia para entender qué me pasaba y ver si así conseguía estar bien con mi pareja. Descubrí que el problema no tenía que ver con mi relación, sino conmigo. El choque es con lo que, considero, el meollo de la cuestión: qué entiende la sociedad por madurez. La asociamos con el compromiso y la descendencia, en lugar de con el estar soltera, el haberse encontrado a una misma, el amarse y no necesitar a nadie, que me parece el súmmum de la madurez. Ahora, lo que aparece en todos los documentos que firmo es “divorciada”, que parece significar fracasada de mierda, inmadura, vive la vida, niñata, y, encima, con un niño. Floja porque no peleó lo suficiente.
Pero es que una relación no es una lucha, es todo lo contrario, es montar equipo y a lo mejor ahora soy más equipo de mi ex que en los últimos meses de mi relación cuando no sabía lo que me pasaba y no me sentía realizada en ningún lugar. Era muy frustrante porque tenía la vida perfecta y no sabía lo que me pasaba. Reivindicar la soltería y el divorcio como símbolos de madurez es a lo que hay que llegar.
El sexo ha estado muy presente desde el principio en tu música y en discos como La pareja tóxica (2012) ya había temas que lo representaba desde la violencia y la sumión por parte del hombre, por ejemplo. ¿Cómo crees que ha cambiado la representación del sexo en tu obra?
En mi carrera ha habido dos constantes: la religión y el sexo. Y es porque forman parte de quién soy y, como en el resto de cuestiones, ahora los trato más explícitamente y sin culpa, porque lo que había antes era mucha vergüenza, a la vez que mucha necesidad de hablar de ellos. En una maqueta que saqué en 2005, y de la que hice 500 copias, ya tenía un tema que decía “más de cien relatos debajo de su falda donde guarda lo que piensa cada vez que ella te habla”. Pensaba que estaba hablando explícitamente de lo que, entonces, consideraba promiscuidad, porque había patologizado tener relaciones sexuales continuamente y con distintas personas. Y se le pone un nombre negativo, cuando no era una enfermedad, sino una clara expresión de una angustia y de un problema que arrastraba. El sexo siempre ha estado ahí, en Santa estaba la canción ‘Inmaculada Excepción’, en la que utilizo expresiones como las que empleaba el cura cuando iba a comulgar: “Yo te perdono en el nombre de aquellos que osan juzgarte / Tiro la piedra que rompe la carne / Sana el enjambre en tu pecho”. Que lo cantara de manera tan enrevesada demuestra el pudor que sentía.
Además de la feminidad complaciente, en este disco, Puta, también abordas una cuestión tan compleja como el narcisismo y la dependencia emocional de la adulación.
Mi madre decía mucho la frase de que “los seres humanos somos, la mitad, lo que esperamos de nosotros mismos, y la otra mitad, lo que los demás esperan de nosotros”. Yo pensaba que era el 95 por cierto lo que los demás esperaban de mí. Sabía que tenía el foco puesto fuera, pero no entendía hasta qué punto era algo tan determinante y apabullante en mi vida.
Yo no me quiero, ¿cómo me voy a querer si no me quiere Dios, no me quieren en el cole, no me quieren los hombres? Pues no me quiero yo. Sé que mis padres me quieren, pero eso no lo veo. Busco ese amor que me falta y que no encuentro.
Cuando empiezo a tocar y a girar, pasa eso tan bonito de la admiración, de la adulación, que tiene una parte sanísima, porque es precioso abrirte y sentirte abrazada en esa multitud, pero si basas todo el amor que sientes por ti en eso, eres la nada.
Cuando llega la pandemia, llevaba una racha de tantos conciertos, entrevistas, promos, que al final siempre iba teniendo mi dosis de amor. Y aunque mi amor propio fuese la nada, estaba bien porque siempre tenía ese afecto colectivo, ese chute que me aguantaba días. Si pasaban dos semanas sin bolos, empezaba a ponerme triste, pero inmediatamente llegaba otro y subidón, alegría. Nunca pasaba el tiempo suficiente para ver qué pasaba. Tenía una ruptura y aparecía otro chico. Nunca estaba sola: o tenía el amor del público o de algún romance. No sabía lo que era estar sola. Cuando llega la pandemia y tengo este síndrome de abstinencia no sé lo que me pasa, solo que siento rechazo y que me levanto por las mañanas llorando, sintiendo que me odio y que soy una mierda. No entendía cómo la gente podía hacer directos por internet, cantar en sus casas, y me decía que no podían estar ni un solo día sin hacer un bolo. En realidad yo tampoco, pero ellos los hacían y yo me estaba deprimiendo.
Fue cuando me di cuenta de que necesito el casito, pero no el casito divertido, sino el que está revelando que tengo un vacío existencial como mi cabeza de grande. Y que necesito tocar y ese chute de amor para compensar el odio que genero contra mí misma. Y esto es lo que más vergüenza me da reconocer de todo el disco.
Intuyo también una especie de reconocimiento sobre el uso de la amistad con un uso utilitarista para tapar otras carencias. Desde el feminismo estamos precisamente en el momento de reivindicar la trascendencia de la amistad entre las mujeres y la sororidad, pero algún día tocará abordar cómo se manipula a veces…
Estoy de acuerdo, pero en el feminismo a veces toca dar pasos grandes en una dirección, aunque eso suponga no ver el dibujo completo. En mi caso, hasta hace poco no había sentido la posibilidad de la amistad con otras mujeres, sino solo la competencia. Y fíjate, de un hombre que luego se va a aprovechar sexualmente de mí, sí.
Llegaba a un certamen y solo veía la competencia en ellas. Pensaba “a ellos me los puedo follar” pero a ellas les tengo que ganar. Este retorcimiento absurdo… Ahora que por fin tengo amistades de verdad, me han ayudado mucho.
Tu cuerpo ha estado muy presente en tu carrera: en los videoclips con la danza, en tu Instagram con el running, y ahora como objeto de toda esa violencia que cantas… ¿Cómo ha sido tu relación con tu cuerpo?
Yo he odiado mi cuerpo durante tres décadas. Cuando era adolescente y tenía un cuerpo ideal de salud y fuerza, era bulímica y lo quería destrozar. Nunca he sido lo suficientemente delgada, lo suficientemente alta, lo suficientemente culona –porque yo quería ser culona–, tenía demasiadas tetas. Siempre había odio. Tener a mi hijo me ayudó a aceptar y respetar más mi cuerpo por eso de que ha traído este muñeco al mundo… Ya ves, gracias a alguien externo valoro lo que tengo dentro.
Y con este disco ha llegado por fin el reivindicar el cuerpo, gracias a este momento en el que acepto cosas que antes me parecían aberraciones. Por eso, cuantos más referentes tengamos, no solo de cuerpos diversos, sino también normales, reales.
Yo soy recta de cintura, algo que me parecía feísimo porque para mí la belleza solo existía en la curva. Haber encontrado influencers, periodistas o actrices que me gustan con cuerpos como el mío, me ha hecho encontrar que también tiene onda. Tengo un exceso de piel en la tripa que ahora he decidido que es bonita y que voy a mostrar. Empiezo a tener arrugas, y aunque voy a cuidarme mucho la piel, voy a mostrar que está envejeciendo porque eso es que estoy viva. Y así, los complejos, que tanto tiempo me han hecho perder, se van volviendo algo ridículos. Si cambiamos y ampliamos los cánones de belleza, nos sentiremos mejor.
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