Exigir la vida que queremos
Este texto es el prólogo del monográfico en papel 'Violencias Machistas', que publicamos en julio de 2020.
La nomenclatura “violencias machistas” no es la que se ha adoptado legalmente, no es la que más se utiliza, pero que tiene una mayor carga ideológica y que, aquí, me voy a permitir. Hablamos de numerosos comportamientos, desde algunos simplemente coactivos o insultantes hasta el asesinato, y todos tienen en común formar parte de un sistema que opera para mantener la desigualdad estructural entre hombres y mujeres. Estas violencias son una herramienta imprescindible para mantener el sistema de dominación que es el patriarcado y operan a distintos niveles para infundir miedo, para controlar, para humillar, para sujetar y definir, para marcar poder, espacios, territorios, poder…
Cuando pensaba en cómo abordar este breve artículo reflexionaba en que a estas alturas todo el mundo sabe ya lo que es la violencia de género y entonces me di cuenta de que exactamente eso: todo el mundo sabe qué es la violencia de género y eso es uno de los mayores éxitos del feminismo en los últimos años. He pensado entonces en el juicio de La Manada, un suceso (la agresión en sí y la posterior sentencia) que se ha convertido en uno de esos hitos que el feminismo comparte, un suceso catártico que dio paso a mucha rabia acumulada. Recordé la primera sentencia, aquella que consideró abuso y no violación lo infligido a la víctima, aquella que encendió la mecha de la ira de las mujeres. En pocas ocasiones tienen los jueces la fortuna de disponer de un vídeo en el que se aprecia perfectamente la comisión del delito. Los cinco jueces que dictaron la sentencia, y antes el juez instructor, vieron el mismo video. Y más allá de los tipos legales, lo que me interesa es que ante el mismo hecho unos jueces vieron terror y tortura donde otro vio jolgorio y alegría. Y entonces pensé que eso es hoy, aún, la violencia machista, las violencias machistas; ese es, todavía, el momento en el que estamos: uno en el que podemos reconocer de dónde venimos y en el que no solo sabemos hacia dónde vamos, sino que ya podemos ver el final de uno de los muchos caminos que, como feministas, hemos emprendido a lo largo del tiempo. En el espacio que separa el terror que ve un juez del jolgorio que ve otro se condensa un camino muy largo en el que las mujeres hemos luchado por visibilizar primero y por combatir las violencias de las que somos víctimas tan a menudo; por mostrar lo que es la violencia machista. El juez que apreció terror y tortura estaba viendo lo que las mujeres hemos enseñado a ver, lo que todas nosotras vemos y conocemos, ya que la violación forma parte de la experiencia común a todas, la hayamos sufrido personalmente o no. El juez que ve un terror que obliga a la víctima a quedarse quieta para sobrevivir se ha impregnado de la mirada de las mujeres, de las denuncias, de una lucha larga y sostenida en el tiempo, con muchas derrotas y aun no totalmente ganada por conceptualizar como violencia un comportamiento masculino que ha sido, a lo largo de la historia, no sólo condonado y no penalizado, sino alabado y considerado síntoma de algo positivo en relación al ser hombre; un signo de hombría y masculinidad durante gran parte de la historia. Y al otro lado tenemos a otro juez que es la otra cara de la historia. Un juez que cada día dicta sentencias que afectan a las mujeres, que en muchas ocasiones tiene que sentenciar acerca de delitos relacionados con las violencias machistas, violaciones, acoso o discriminación, un juez que ve las mismas imágenes y ve jolgorio.
La violencia contra las mujeres es tan antigua como el patriarcado, pero es muy reciente que se perciba como violencia injusta. Aún ahora hay países en los que cuando se produce una violación se castiga a la violada. Pero aun cuando en la mayoría hayamos conseguido que el castigo penal recaiga sobre el agresor; aun cuando hayamos conseguido que se considere que una violación, un tocamiento no deseado, un acoso sexual y, por supuesto, cualquier violencia física son comportamientos punibles e ilegítimos esa mirada es producto de una batalla muy larga y aun no del todo ganada, como puso de manifiesto la sentencia de La Manada.
Es obvio que todavía no hemos conseguido transformar totalmente el imaginario social. Un imaginario que sigue muy presente en determinadas miradas, en muchas sentencias, en los chistes, los comentarios y la resistencia a los cambios legislativos. Cuesta que se entienda que sólo sí es sí y que la víctima no es nunca culpable. Y por eso, todavía, es posible que coexistan en el mismo sistema judicial un juez que ve jolgorio donde otro violencia y tortura.
El combate contra las violencias machistas es la lucha del feminismo por hacerlas visibles en primer lugar y después por politizarlas y por conseguir que nuestra experiencia de las mismas, una experiencia de terror, de dolor, de humillación, de desigualdad, pero también de lucha y valor, de organización, inteligencia, unión, impregne todas las miradas. Para que no quepa duda de que hay muchas maneras en las que los hombres pueden agredir a las mujeres para controlarlas, aterrorizarlas, para mostrarles su situación de desigualdad; y que esas agresiones nos apelan a todas, pero también a todos, porque esas agresiones son parte de una estructura con múltiples manifestaciones.
Conseguir poner en el foco las violencias es poner en el foco la desigualdad. No es sólo el castigo para los agresores, ni la denuncia de todas las violencias de las que somos víctimas cotidianamente. Es, sobre todo, imaginar, exigir la vida que queremos; el derecho a una vida sin violencias.