‘La panadera’: ¿podría yo soportar algo así?
La obra de teatro escrita, dirigida y protagoniza por Sandra Ferrús cuenta la historia de Concha y de un vídeo sexual suyo que se viraliza sin su permiso. Un relato sobre el impacto físico y psicológico de la violencia digital.
La panadera es una obra de teatro escrita, dirigida y protagonizada por Sandra Ferrús. Se tratan de la historia de Concha, una vecina a la que todo el mundo conoce, porque cada día nos vende algo tan cotidiano, familiar y necesario como el pan. Un día, se filtra un video íntimo suyo y sus clientes, internautas, en lugar de cuidarla con el mismo cariño con el que ella nos ha amasado el pan durante años, la vejamos, nos reímos y, con un movimiento de pulgar, viralizamos las imágenes no consentidas de Concha practicando sexo. El impacto físico y psicológico de la violencia digital aparece delicadamente expresado, así como la fragilidad y resilencia de una vida que podría ser la nuestra. El buen teatro es un espejo, dicen. Se nos invita a sentir por un momento cómo sería si nos pasara algo así a cualquiera de nosotras. “¿Podría yo soportar algo así?”, apunta el subtítulo de la obra.
Al poco tiempo de ver La Panadera en teatro María Guerrero de Madrid, supe del caso de robo masivo de imágenes de mujeres en San Cibrao (Cervo, Lugo). Mujeres de todas las edades habían descubierto que sus genitales aparecían colgados en webs de pago. Alguien las había grabado durante las fiestas del mes de agosto. La historia de esta sustracción no consentida de imágenes es, como la de La Panadera, algo que nos puede suceder. Por resumir: el Concello de Cervo monta unas fiestas multitudinarias, pone dos o tres baños portátiles de esos que todo el mundo sabe que a los diez minutos se han vuelto completamente insalubres, alguien dedica su jornada festiva a grabar a medio pueblo (niñas, madres y abuelas) orinando y lo suben a una página web porno de pago. Por supuesto, el Concello y los dueños del servidor se lavan las manos.
En última instancia, el juez da carpetazo culpando a las víctimas, a quienes además acusa de cometer el delito de micción en la vía pública. Da la casualidad de que ese pequeño pueblo de la Mariña es donde mis hijes y yo hemos veraneado durante más de diez años y donde nos hemos agachado a orinar durante sus fiestas muchos atardeceres de verano. Son mis genitales y los de mi familia los que podían estar ahora dándole rendimiento económico al ladrón de imágenes. Es ese mismo ayuntamiento el que podría estar dejándonos desamparadas y es ese mismo juez quien podría, para finalizar, culparnos de que nuestra vagina estuviera en la web. La Panadera nos pregunta si podríamos sobrevivir a eso y nos sumerge en la descarnada lucha de Concha por su salud mental y la estabilidad de sus seres queridos. La realidad nos demuestra que no estamos tan lejos de tener que soportar algo así. No estamos tan lejos, en absoluto.
El teatro de Sandra Ferrús refleja algo que es difícil de ver en la cartelera teatral: a nuestra madre, a nuestro padre, a nuestro abuelo, nuestro amor por ellos y la conciencia de la vulnerabilidad de sus vidas. Es extraordinario ver lo pequeño bajo los focos, lo micro, el día a día, eso que Federici llama la crisis permanente de la vida cotidiana. Los personajes de Ferrús son aquellos que no presentan grandes méritos a protagonistas: enfermos, desempleadas, desahuciados, amas de casa, jubilados, quienes llegan justos a fin de mes y, sobre todo, quienes sufren violencias casi invisibles o poco reconocidas, como la digital. Todo empieza en la vida cotidiana: el pan, el click, el familiar que sufre, el que no puede pagar la hipoteca, el que sueña que vomita plástico. Las tragedias del día a día no suelen subirse a las tablas, porque les pasan a las mujeres, a las clases trabajadoras, a los desposeídos. El mérito de La Panadera consiste en dar voz a la red casi invisible de afectos que nos sostiene cuando desde el poder se nos arroja al vacío. Observando a Concha y a su familia pelear por la dignidad de su propia existencia durante la hora y media que ocupa la función, una tiene la sensación de estar recuperando ciertos espacios, ciertos discursos y cierta capacidad de justicia que los jueces, los ayuntamientos y los dueños de los servidores porno se empeñan en soterrar de manera continuada. Si esto no fuera poco para acudir a ver La Panadera en la gira que inicia en otoño, la risa, la esperanza y la alegría que destilan sus escenas a pesar de todo debería terminar por convencernos.
En febrero leíamos en Pikara Magazine sobre el telón de cristal del teatro español. Pese a ser las mujeres las amplias consumidoras de la cultura y pese a ser uno de los sectores más importantes de la economía, resulta que solo el 35 por ciento de las producciones teatrales están firmadas por autoras. Una de ellas es Sandra Ferrús, dramaturga valenciana afincada en Donostia, cuyo éxito es posible que estabilice la necesidad de un teatro feminista en la cartelera anual de los grandes teatros. De hecho, si comparamos la programación de 2020-2021 del Centro Dramático Nacional con la temporada que arranca en septiembre, parece plausible pensar que el éxito de Ferrús ha marcado tendencia a la hora de decidir qué tipo de funciones se están pidiendo en los teatros mainstream. Quizá la historia de La Panadera, que se representaba con valentía en una sala pequeñita, en mitad de una pandemia, colgando el cartel de completo, esté ayudando a subir a escena los relatos de las madres, las limpiadoras, las familias y demás eternos secundarios de la sociedad.
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