¿Seguimos sin saber dónde se encuentra la vulva y la vagina?
Si el lenguaje no es preciso para denominar el órgano genital femenino no debe sorprender que exista tanta confusión, desconocimiento y negación a su alrededor. Un acercamiento al libro ‘Vulva. La revelación del sexo invisible’.
Hace unos meses —quizás haya pasado un año, pero con la pandemia ni me entero— leí Vulva. La revelación del sexo invisible, de Mithu M. Sanyal (Anagrama, 2012). Un ensayo que centra sus páginas en la reconstrucción del significado cultural del genital femenino. Vulva narra la historia cultural de Occidente a través de la representación de los genitales femeninos, pero también es un manifiesto que grita visibilidad para un órgano que ha sido ocultado, deseado, silenciado, temido, condenado y adorado a lo largo de nuestra historia.
Durante la lectura dejé varios pósit entre sus páginas marcando ideas que me resultaron interesantes. En este artículo quiero compartir con vosotras solo algunos —por cuestiones de espacio— de los primeros textos destacados. No esperéis descubrir revelaciones maravillosas, es simplemente un tímido intento de acercaros la lectura de Mithu M. Sanyal y una invitación a descubrirla.
A partir de esta línea cada uno de los intertítulos que os encontraréis descatados en negrita indican un pósit de color salmón en el interior del libro que ahora mismo se encuentra a mi lado mientras tecleo estas líneas y del que echaré mano para compartir con vosotras este artículo.
Vagina -Vaina
Además de su traducción literal como “vaina”, “vagina” es la denominación más habitual y más aceptada del genital femenino en alemán. Sin embargo, “vagina” se refiere únicamente a la abertura corporal que une la vulva con los órganos genitales internos. De esa forma, toda la parte visible de los genitales no solo se hacen invisibles a través del idioma, sino que también pierden un significado independiente: es solo un agujero en el que el hombre puede introducir su genital o, para continuar con la imagen, es una vaina para su espada. Y precisamente de ahí proviene el término, ya que en anatomía era habitual utilizar analogías para dar nombre. El cirujano y anatomista italiano Matteo Realdo Colombo, que introdujo la palabra “vagina” en la medicina en 1599, justificó su elección en el tratado De re anatomica con la descripción del órgano sexual femenino como “aquella parte en la que la pica es introducida como en una vaina”.
Cunt
Si el uso de la palabra (vulva) ya es difícil, el de (cunt) o (Fotze) en alemán y (coño) en español peninsular es absolutamente despreciado.
La denominación del órgano genital femenino en su forma vulgar es efectivamente el insulto más fuerte del que dispone el idioma inglés. En los medios, cunt es incluso más impronunciable que fuck. Basta pensar en la controversia que desató la BBC en enero de 2005 al lanzar al éter las palabras “cunting, cunting, cunting, cunting cunt” –algo así como “coño rastrero”– como descripción del diablo en el musical Jerry Springer: The Opera. Si ni siquiera el diablo quiere tener algo que ver con los genitales femeninos es porque algo debe andar realmente mal con ellos.
La ausencia
Debido a que el lenguaje es el sistema con el que nos orientamos en el mundo y evaluamos las cosas, la desaparición de denominaciones que expresen aprecio o sean simplemente precisas va siempre acompañada de la desaparición de un contexto positivo de aprecio. Y puesto que los seres humanos se identifican tan fuertemente con sus órganos sexuales y que en razón de ellos se ha establecido un sistema binario predominante –hombres y mujeres–, las expresiones acerca de los órganos sexuales deben ser leídas por norma general como declaraciones sobre la totalidad del sexo.
Ellos pensaron…
Según Aristoteles, solo el hombre disponía de suficiente energía para desarrollar partes sexuales completas. Galeno veía al genital femenino como un genital masculino invertido. Y la postura de Sigmund Freud puede ser expresada con la siguiente fórmula: se coge un ser humano —es decir, un hombre—, se le quita el pene y así se obtiene una mujer.
Vagina dentata
Una ilustración persistente de la vagina es la de la vagina armada con dientes afilados y cubiertos de sangre que aparece con tanta frecuencia en mitos y leyendas y que incluso tiene un nombre propio: vagina dentata. Allí donde la vagina dentata aparece amenaza al pene con convertirlo, arrancándolo de un mordisco, en aquello a lo que la mirada fálica ha degradado a la vulva, esto es, una ausencia, un agujero, un espacio en blanco. ¿Cómo puede representar un peligro así algo que supuestamente no existe? Nos encontramos aquí con lo que yo llamo un “parpadeo cultural”: cuando dos conceptos están en una situación contradictoria –como colores que se encuentran en los extremos opuestos del espectro– producen una irritación permanente tan pronto como entran en contacto. Se trata siempre de fenómenos profundamente interesantes que indican que detrás se ocultan otros estratos.
Así, en la mayor parte de las mitologías pueden encontrarse historias en las que la humanidad ha sido salvada al menos una vez por la exhibición de la vulva. Existía la creencia arraigada de que las mujeres podían resucitar a los muertos, e incluso vencer al diablo, subiéndose las faldas. El genital femenino era un lugar sagrado y curativo. La vulva no fue ignorada, sino difamada, primero con enorme esfuerzo y a continuación negada hasta provocar la opinión errada y absurda de que no valía la pena hablar de ella.
Afortunadamente nada puede ser reprimido por completo. Ee hecho, a lo largo de sus investigaciones, Sanyal descubrió repentinamente, tanto en la literatura como en el arte de Occidente, referencias al órgano sexual femenino, es decir, en aquellos medios con los que nuestra cultura se representa y se explica a sí misma. No obstante, estas referencias estaban desfiguradas y eran apenas legibles puesto que lo que no puede ser comprendido tampoco puede ser representado ni, sobre todo, transformado.
Unicidad
En rigor, deberíamos decir que el discurso occidental no está basado en una dualidad de sexos sino en una unicidad: ha fijado un sexo, a saber el masculino, y únicamente ha construido el femenino en oposición a él. Con ello, la mujer era la desviación de la norma y, puesto que un ser humano completo sin pene era inconcebible, la castrada.
Ahora bien, la analogía “vagina igual a pene invertido” se ajustaba maravillosamente a una visión del mundo, pero, a partir de algún punto, ya no a los conocimientos científicos. El resultado de esta divergencia no fue el cuestionamiento del patrón de pensamiento que le había dado origen, sino la creación de una nueva analogía, precisamente la del clítoris como un pequeño pene. Esta nueva analogía tenía su origen principalmente en el médico y botánico italiano Gabriello Fallopio, el “descubridor” de los conductos –las trompas de Falopio– que desde entonces llevan su nombre.
Invitación a la lectura
El libro es un intento de reconstruir la significación cultural de los genitales femeninos y de hacer visibles los esfuerzos que hubo que realizar para reprimir la vulva, ya que en su (re)presentación se ponía de manifiesto la lucha por el poder del que emanaba la autoridad para nombrar el cuerpo femenino, siendo en este caso el cuerpo una metonimia de aquello que definimos como “femenino”. Es importante hacer esta distinción puesto que, finalmente, este es el estudio de un ámbito cultural conflictivo y no una nueva equiparación de los conceptos “mujer” y “cuerpo”. Por encima de todo pretendo reconocer las reacciones que a lo largo de los siglos han hecho visible en palabra e imagen al “sexo invisible”, ya que, como escribió el escritor nativo americano ganador del Premio Pulitzer Natachee Scott Momaday, “somos nuestras representaciones. […] Nuestra misma existencia consiste en las imágenes que nos hacemos de nosotros mismos […]. Lo peor que puede sucedernos es que no haya representaciones de nosotros”.
Más vulvas, más vaginas: