Todas las tonalidades de la ira: las poetas bajo la ocupación

Todas las tonalidades de la ira: las poetas bajo la ocupación

Poetas sin cuartos propios. De eso escribe Olvido Andújar, de poetas de Palestina, Tíbet, Sahara, del Kurdistán y de Chipre. De poetas que dejan escrito en verso la tragedia. De territorios ocupados.

La poeta Carolyn Forché contaba en Lo que han oído es cierto: Testimonio y resistencia (Capitán Swing, 2020) que un día aparcó frente a su casa, en el sur de California, una furgoneta Toyota Hiace blanca con matrícula de El Salvador. Ella se asustó. Se había mudado hacía poco a esa casa porque en la anterior, ella y su compañera, habían recibido un sobre con fotografías obscenas y una nota donde el emisor aseguraba que iría a visitarlas. La policía les dijo que no se podía actuar hasta que “realmente pasara algo”, de modo que Forché y su coinquilina se mudaron hasta de ciudad. De pronto, una furgoneta aparcó frente a su nueva casa y de ella bajó un hombre. Junto a él, aparecieron dos niñas. “Ningún asesino viaja con dos niñas”, pensó la poeta, cuando este tocó al timbre. Se presentó como Leonel Gómez Vides y ella reconoció el nombre como el de un familiar de la poeta centroamericana Claribel Alegría, a quien había traducido hacía unos meses. Alegría mencionaba a Leonel cuando hablaba de El Salvador, donde había pasado su infancia. El hombre había leído un poemario de Carolyn Forché y no dudó en ir a conocerla. Le habló de una guerra que comenzaría en El Salvador en tres o cinco años y que se iba a cobrar miles de vidas y le pidió que le acompañara. Podría ver el país, informarse de la situación y, cuando ella hubiera regresado y comenzase la guerra, podría explicar lo que estaba ocurriendo a los lectores estadounidenses. Carolyn Forché respondió abrumada: “Creo que necesitas a alguien distinto, Leonel, quizá a un periodista, alguien con la credibilidad necesaria para hacer lo que tienes en mente”. Aquel hombre que había conducido desde El Salvador respondió sin vacilar: “Lo he pensado y no me hace falta un periodista. Necesito un poeta”.

“No hay poeta en la palabra / si no hay poeta en la vida”, decía la sevillana Sofía Serra Giráldez. Narrar la vida, contar lo que pasa, lo que duele, lo que mata, es la labor primordial de quien vive en la poesía. Incluso, o más aún, cuando son poetas que sufren una doble invisibilización. La primera, por haber sufrido la expulsión, la persecución, el exilio y la ocupación de sus tierras, de sus casas y de sus gentes. La segunda, por ser mujeres, ocultas no solo por no tener un cuarto propio que ha sido ocupado por soldados, también por sus propios compañeros y por el canon de su propia literatura. Por ello, es doblemente valioso el testimonio de estas mujeres. Hicieron de su cuarto expoliado una trinchera desde la que gritar su ira, desde la que contar el asesinato de los pájaros, las flores arrancadas del jardín, las lágrimas de las abuelas y las vidas de los bebés que nacerían con la herencia envenenada de no sentirse nunca en casa.

En 1975, Marruecos ocupó el Sahara Occidental que, hasta ese momento, había sido una provincia española. Muchos saharauis aún conservan sus DNI españoles como símbolo de la traición del padre. Quienes no reconocieron la ocupación marroquí tuvieron que marcharse y montar sus campamentos en Tindouf, en territorio argelino. A Marruecos le apoyaban Estados Unidos, Francia y la impasibilidad del Gobierno español. Entre los versos que dejan constancia del destierro saharaui, están los de la poeta Zahra Hasnaui. Nacida en 1964 en El Aaiún, la capital del antiguo Sáhara Español, tras la invasión siguió estudiando español a mil kilómetros de su ciudad natal. Más tarde viajó a Madrid para estudiar en la Facultad de Filología de la Universidad Complutense. Al terminar, regresó a los campamentos de refugiados saharauis y trabajó en el departamento de programaciones en lengua española de la Radio Nacional Saharaui.

La vida de Zahra Hasnaui se define por un exilio casi permanente. Su poema ‘Voces’ incluye un cita inicial que recuerda a todas aquellas “voces saharauis secuestradas en tumbas y cárceles: esas voces que, sin embargo, no sólo paredes revientan”. Para Begoña Pozo, profesora titular de la Universitat de València, la voz poética de Hasnaui también revienta muros y destroza fronteras, y “su discurso se instaura en medio del silencio para romperlo, para dinamitarlo y recordar al lector que, a pesar de lo que los otros crean, las palabras llegan”. Aunque se pregunta Pozo a dónde, desde dónde y por dónde llegan (‘La poesía tres veces rebelde de Zhara el Hasnaui’. Visions de l’exili: literatura, pintura i gčnere, 2011).

Como poeta, Zahra Hasnaui forma parte de la Generación de la Amistad y ha participado en diversas antologías de poesía saharaui Aaiún, gritando lo que se siente (2006), Um Draiga (2007), La primavera saharaui (2012), Las voces del viento (2014) y Generación de la Amistad, poésie sahraouie contemporaine (2016). Su obra poética se caracteriza por su identificación con el pueblo saharaui y su lucha por la independencia. Gran parte de su creación literaria se centra en la mujer, a quien dedica el poema ‘Saharauia’.

Saharauia

A la mujer saharaui.
Tuve sed, y tus dedos
escanciaron el rocío.
Tuve hambre,
de pan, de paz,
y tus cantos me colmaron.
Con la capa de estrellas,
arropaste la noche gélida,
acercaste la luna y la brisa marina.

Espíritu,
alegría, esperanza,
cómo compensarte, dime,
cómo superar la magia.

El saharaui y el palestino son dos pueblos atravesados por el mismo drama, el de haber sido ocupados y abandonados por la comunidad internacional. La ocupación de Palestina por parte de Israel ha dejado algunas de las páginas más indecentes de las últimas décadas, sucediéndose las violaciones sistemáticas de derechos humanos. Tras la Guerra de los Seis Días de 1967, Israel ocupó militarmente los territorios de Cisjordania, la Franja de Gaza y la mayor parte de los Altos del Golán en Siria. Desde entonces, han confiscado tierras, han llevado a cabo un asentamiento ilegal y han infligido un sufrimiento descomunal a la población palestina. Todo ello, a pesar de múltiples resoluciones de la ONU en contra de las implacables políticas israelíes.

Rafeef Ziadah, de ascendencia palestina, nació en Beirut, el Líbano, en 1979. Es periodista, poeta y activista en la defensa de los derechos humanos. La de Rafeef Ziadah es ya la tercera generación de personas refugiadas de su familia y nunca ha podido visitar Palestina. Se doctoró en Ciencias Políticas en la York University de Toronto (Canadá) y en la actualidad vive en Londres. Su poesía denuncia la opresión que sufre el pueblo palestino. Sus poemas han aparecido en la antología Poesía Palestina. Mujeres poetas de Palestina (Fundación para la Cultura y las Artes, Caracas, 2015). Un ejemplo de su poética es ‘Las tonalidades de la ira’, que la poeta escribió tras sufrir un ataque terrible. En una sentada en la universidad para visibilizar la causa palestina, un hombre se le acercó y le dio una patada en el estómago mientras la increpaba: “Mereces ser violada antes de que tengas hijos terroristas”. Podemos escuchar a la propia Rafeef recitar su respuesta poética en este vídeo

 

Las tonalidades de la ira

Permítanme hablar en mi lengua árabe
antes de que también ocupen mi lenguaje.
Permítanme hablar en mi lengua materna
antes de que también colonicen su memoria.

Soy una mujer árabe de color
y nosotras venimos en todas las tonalidades de la ira.

Todo lo que mi abuelo siempre quiso hacer
fue levantarse al amanecer y observar a mi
abuela postrarse y rezar
en una aldea escondida entre Jaffa y Haifa.

Mi madre nació bajo un árbol de olivo
en un suelo que, dicen, ya no es mío;
pero yo cruzaré sus barreras, sus checkpoints,
sus locos muros de apartheid y volveré a mi hogar.

Soy una mujer árabe de color
y nosotras venimos en todas las tonalidades de la ira.

¿Escucharon gritar a mi hermana ayer,
mientras paría en un checkpoint
con soldados israelíes buscando entre sus piernas
la próxima amenaza demográfica?

Llamó a su hija nacida, Jenin.
¿Y escucharon gritar a alguien
«¡estamos retornando a Palestina!»
detrás de las rejas de la prisión,
mientras le tiraban gas lacrimógeno en la celda?

Soy una mujer árabe de color
y nosotras venimos en todas las tonalidades de la ira.

Pero me dices que esta mujer que hay dentro de mí
sólo te traerá tu próximo terrorista:
barbudo, armado, pañuelo en la cabeza, negrata.
¿Tú me dices que yo mando mis hijos a morir?
Pero esos son tus helicópteros,
tus F-16 en nuestro cielo.

Y hablemos un segundo de este asunto del terrorismo…
¿No fue la CIA la que mató a Allende y a Lumumba?
¿Y quién entrenó a Osama primero?
Mis abuelos no corrían en círculos, como payasos,
con capas y capuchas blancas en la cabeza
linchando negros.

Soy una mujer árabe de color
y nosotras venimos en todas las tonalidades de la ira.

«¿Quién es esa mujer morena gritando en la
manifestación?»
Perdón. ¿Debería no gritar?
¿Olvidé ser todos tus sueños orientalistas?
El genio de la botella,
bailarina de la danza del vientre,
chica de un harén,
voz suave, mujer árabe.
Sí, amo.
No, amo.
Gracias por los sándwich de manteca de maní
que nos tiras desde tus F-16, amo.

Sí, mis libertadores están aquí para matar a mis hijos
y llamarlos «daño colateral».

Soy una mujer árabe de color
y nosotras venimos en todas las tonalidades de la ira.

Así que déjame decirte que esta mujer que hay dentro de mí
sólo te traerá tu próxima rebelde.
Ella tendrá una piedra en una mano y una bandera palestina en la otra.

Soy una mujer árabe de color…
ten cuidado, ten cuidado,
de mi ira.

 

A 390 kilómetros de Palestina se encuentra Chipre. Google Maps no da esta cifra porque la herramienta de búsqueda de ubicaciones de Google para geolocalizar un lugar concreto o calcular rutas en coche, a pie, en transporte público… ya no permite encontrar Palestina en el mapa. La tragedia del pueblo palestino ha sobrepasado la ocupación israelí, para ver también cómo su vida es negada. La negación de la víctima, de su mera existencia, ha sido siempre parte de las estrategias de tortura del verdugo. Por último, cuando ya te han arrebatado todo, solo queda negar que seas, que existas.

Con el nombre de Operación Atila se conoce la maniobra militar que el ejército turco llevó a cabo en 1974 y que culminó con la ocupación militar del 38 por ciento del territorio de la isla, donde creó la República Turca del Norte de Chipre, no reconocida internacionalmente. La isla se encontraba habitada, en su mayor parte, por la comunidad grecochipriota. Tras la invasión turca, unas 160.000 personas de esta comunidad que vivían en el norte fueron expulsadas de sus hogares y huyeron al sur.

Elena Toumazi Rembelina nació en Chipre y vivió sus primeros años en Famagusta, al este de la isla. Tras la invasión turca, Toumazi, como otros grecochipriotas, fue obligada a abandonar Famagusta, adonde no ha podido regresar nunca.

Yiannis Ioannou, de la Universidad de Chipre, apunta en su estudio The Poets of Dissent: The 1974 Generationn In Cyprus que Toumazi fue la primera mujer poeta de su generación en articular un modo de expresión feminista, antipatriarcal y en femenino. El cuerpo femenino en sus escritos no es solo el cuerpo hedonista, sino también un símbolo de individualidad y opresión.

Elena Toumazi es autora de los poemarios Ο μικρός τυφλοπόντικας και ο ήλιος (El pequeño topo y el sol, 1972), Λειτουργία του νεκρού παρόντος (Liturgia del presente de los Muertos, 1974), Τα σώματα της Χρυσόθεμης μετά το δημόσιο αποκεφαλισμό της στα τέλητου 20ου αιώνα μ.Χ (Los cuerpos de Chrysothemis después de su decapitación pública a finales del siglo XX d.C. 1977), Παραλλαγές για τη γη (Variaciones para la tierra, 1981), Ανάσες αληθινού ονόματος- σύνθεση, με στίχους αγαπημένων ποιητών και αποσπάσματα παραμυθιών (Respiraciones de nombre real – composición, con letras de poetas favoritos y extractos de cuentos de hadas, 2008), Έρχου (Erhou, 2011), con el que obtuvo el Premio Nacional de Poesía, y MARGINALIA Δυο γυναικείες φωνές εκδ (MARGINALIA Dos voces femeninas, 2016).

El país del alma

Echaba agua de mar en tu pelo ondulado
y untaba de aceite tu cuerpo
te hice un nido de ramas
con hojas aromáticas del paraíso

Yo sola te tomé en los brazos
y te llevé por los mares –recuerda
cuando te quemaba la vieja herida
con mi laúd te susurraba “duerme”

Pero vinieron tiempos tristes, años duros
y en ti se quedó el polvo
Los enemigos tomaron las rosas tiernas
de nuestro pequeño y perfumado balcón

Y la cabeza diste vuelta en seguida
cuando la lanza entró en la ciudad
olvidaste el país del alma
y dejaste que nos llevara la ola.

(Traducción de la poeta chilena Natalia Figueroa para La calle Passy 061)

Un capítulo aparte es el del pueblo kurdo, que se sitúa en la región montañosa del Kurdistán, en el Asia Occidental, una zona que se han repartido Siria, Irak, Turquía e Irán, dejando a este pueblo sin una forma legítima de autogobierno. También hay población kurda en los montes Tauro hasta el oeste de las mesetas de Irán, así como desde el monte Ararat hasta el pie de las colinas contiguas a las llanuras mesopotámicas, en la Siria oriental, en Armenia y en Azerbaiyán. El pueblo kurdo es la minoría étnica más grande de Oriente Próximo que no tiene una forma propia de Estado nación. Hablamos de unos 50 millones de personas con una lengua propia, el kurdo, del que existen variedades idiomáticas. Los kurdos de Turquía hablan el kurmanji y el zaza, en el norte de Irak hablan el sorani y en Irán, además de sorani y kurmanji, hablan otros dialectos.

Nazand Begikhani nació en Kurdistán, en la región de las montañas Zagros, en 1964. Es escritora, poeta y académica kurda que investiga sobre la violencia de género, el exilio, la identidad kurda y los derechos humanos. Ha publicado poemarios en kurdo y en inglés, entre los que destacan Yesterday of Tomorrow, Collection of Poetry (1995), Celebrations (2004), Colour of Sand (2005), Bells of Speech (en inglés en 2006 y en kurdo en 2007), Love: An inspired Absence (2008), A Promenade with John Donne (2017) y Oeuvres Completes of Nazand Begikhani’s Poetry (2019).

Aquí yo allí

Soy una sombra blanca
entre el aquí y el allí.

Mi pasado
era una diosa en el Este.
Al atardecer
mi madre me cubría con un velo de luz.
Los místicos meditaban,
los Mullahs le temían.
De noche majestuosamente
Malak Tawus tomaba su mano en el domo del auto-conocimiento.
En las mañanas
los jóvenes se arrodillaban ante sus castañas trenzas
y ella,
como Inanna
dentro de su templo de belleza,
esperaba por Dumuzy.

Mi presente
en las pálidas tardes de París
se pierde en busca del diamante de la lógica
en la oscuridad de la soledad.
Amenaza a la muerte
y le promete matrimonio a la eternidad.

Mi futuro
duerme entre aquí y allí,
soñando con los dos.

(Fuente: Jennifer Langer (Ed.) Crossing the Border, Voices of Refugee and Exiled Women. Five Leaves, 2002.)

En 1950 y tras una independencia tibetana de casi 40 años, miles de soldados del ejército de la República Popular China entraron en el Tíbet, cercaron a sus autoridades, derrotaron al ejército tibetano y tomaron la ciudad de Chamdo, al este. En el contexto de la Guerra de Corea, en plena Guerra Fría, China se armaba para evitar ser atacada por Estados Unidos desde su flanco suroeste. Tíbet, sin ser un Estado nación, posee una cultura propia, una lengua, una religión y un sistema político propio que ha mantenido durante siglos. La invasión del Tíbet llevó al exilio al Dalái Lama y dio inicio a una serie de revueltas del pueblo tibetano que rechazaba el dominio chino. Este levantamiento popular fue violentamente reprimido dejando miles de muertos. Evaluaciones independientes sitúan la cifra de muertes entre 200.000 y 800.000 y Amnistía Internacional ha reportado numerosos casos de tortura, de asesinato y muchos tibetanos han sido detenidos.

Tsering Woeser (Lhasa, 1966) es poeta, activista, bloguera y ensayista mestiza chino-tibetana. Su madre era tibetana y su padre chino. Tanto su padre como su abuelo paterno fueron oficiales del Ejército chino. Se graduó en Literatura china, trabajó como periodista en Tíbet, en Garze y Lhasa. Su libro Notas sobre el Tibet fue censurado y prohibido por el Gobierno chino en 2003. En 2007 recibió el Premio a la libertad de expresión del Sindicato de autores noruegos y la Medalla a la libertad de expresión de la Asociación de periodistas del Tíbet. En 2008, tanto ella como su marido, el escritor Wang Lixiong, fueron detenidos bajo arresto domiciliario. Dos años después, la International Women’s Media Foundation le otorgó el Premio coraje en el periodismo y en 2011, cuando recibió el Premio Príncipe Claus, el gobierno chino le prohibió recibirlo en la embajada holandesa. Su poema ‘Diciembre’ fue escrito en Lhasa en 1995.

Diciembre

DICIEMBRE

1.
¡Escucha!
La gran mentira manchará el cielo
Dos gorriones caerán en el bosque
“Tíbet” dice él, “¡Tíbet está bien y floreciendo!”
La muchacha furiosa no morderá su lengua
Por doquier los hábitos monásticos han perdido su color
Ellos dicen: es para salvar nuestra piel

Pero ese… oh…
La sangre humeante derramada, ¡la sangre caliente!
En la próxima vida, ¿quién llorará por él?

2.
Nubes de tormenta… ¡fatalidad!
En el ojo de mi mente veo

Sé que si no hablo ahora
Estaré en silencio para siempre

Silenciosos millones
Levanten sus corazones

Él se sacrificó una vez
Ese hombre de color rojo profundo

Pero así como el árbol de la vida es siempre verde
Un alma es siempre un alma

3.

¡Una derrota peor!
Miles de árboles, arruinados como nunca antes
El pequeño pueblo está en silencio como un grillo en el frío

El par de manos en oración
Fue cortado
Para atiborrarse de cometas y perros callejeros

Oh, ese rosario oculto
¿Quién con una mano firme
es digno de levantarlo del barro de este mundo?

(Publicado en el blog ‘Poesía de mujeres’, de la poeta y editora Ana Muela Sopeña)

Sobre la función del poema, Clara Janés escribía ‘Nota II, incluido en Vivir (1983):

Nota II

sobre unos versos que nacieron
espontáneos

A veces el poema es el objeto o don
y con más evidencia
pone de manifiesto ese propósito:
dar luz a una palabra
sin quitarle su magia
o ser depositario
de una visión o de un sentir
que toma cuerpo
en sílabas contadas.

“Dar luz a una palabra sin quitarle su magia”. Esa sea quizá la finalidad del poema. Esa, también, la lucha de todas estas poetas que, desde sus cuartos propios arrebatados, encienden una luz para que alguien se fije en que existen, en dónde les duele, en qué les está pasando.

“Lo he pensado y no me hace falta un periodista. Necesito un poeta”, le había suplicado Leonel Gómez Vides a la poeta Carolyn Forché. Dejar escrita en verso la tragedia. Por eso luchan todas estas poetas. Prestarles nuestra lectura es lo mínimo que podemos ofrecer desde este lado del mundo.

 

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