Feminismo y deseo: desculpabilizando nuestras fantasías
¿Son nuestros deseos y nuestras fantasías correctas?, ¿deberían serlo? A través del análisis de diferentes perspectivas intentamos profundizar en algunas de nuestras contradicciones.
“La humillación es una cosa que las mujeres pueden desear. Y cuando digo humillación quiero decir que existe la fantasía de violación, existe la fantasía del sexo con violencia”, dijo la política Clara Serra Sánchez en un programa de La Tuerka en 2016, y recibió innumerables críticas por todos los frentes. Decir en alto tamaña afirmación asusta. Pero hoy vengo a reflexionar sobre la controversia de nuestras fantasías, de nuestros deseos más primarios y supuestamente incorrectos y de cómo se ha hablado de ellos desde los diferentes feminismos actuales.
Uno de los (tantos) debates abiertos dentro del feminismo es el tema del BDSM (bondage, disciplina, dominación, sumisión, sadismo, masoquismo). Sin embargo, la trascendencia del asunto no solo se refiere a las personas que, conscientemente, forman parte de la comunidad que practica BDSM, sino que afecta a nuestras fantasías eróticas en general y pone sobre la mesa si está bien o no el hecho de que deseemos algunas cosas con las que, fuera del terreno sexual, no estaríamos de acuerdo.
En primer lugar, nos encontramos con la corriente conocida como radfem o feminismo radical, con autoras que van desde Kate Millet a Ana de Miguel o Amelia Valcárcel, o figuras actuales conocidas a través de las redes sociales como Barbijaputa, Ayme Román, Feminista Ilustrada o Lola Lúpez, que están en contra de defender el BDSM como feminista y que consideran que las fantasías relacionadas con la sumisión o con la humillación son un ejemplo más de haber interiorizado el sistema patriarcal, donde los hombres mandan y nosotras obedecemos.
Por otro lado, tendríamos otra serie de feminismos defendiendo una postura diferente, con referentes como Virginie Despentes y su Teoría King Kong, la teoría queer de Judith Butler, Gayle Rubin o Pat Califia, de la organización lésbica feminista y BDSM conocida como SAMOIS, pasando por la activista Brigitte Vasallo escritoras como Luna Miguel y Ana Requena, o sexólogas que también han hablado del tema a través de las redes sociales como Arola Poch, Loola Pérez o Marta G. Peris (de Proyecto Khalo).
Una de las principales controversias es el mito de la libre elección, tal y como explica Ana de Miguel en su libro Neoliberalismo sexual. Si una mujer desea ser dominada en el terreno erótico, ¿es esta una decisión tomada en libertad? En mi opinión no lo es, igual que tampoco lo son otras tantas decisiones que tomamos influidas por el sistema patriarcal, como argumentan desde el feminismo radical. Sin embargo, en el caso de nuestros deseos veo una clara diferencia, y es que alegar que estos son fruto exclusivamente de lo que hemos aprendido de fuera, de una sociedad machista, de una cultura de la violación o del porno, sería una falacia. La construcción del deseo no es tan simple, influyendo otra serie de factores psicológicos que no siempre se han materializado a través del exterior, sino que son producto de nuestro inconsciente más inexplorado.
Y, puesto que se trata igualmente de deseo, sería como considerar que nuestra orientación sexual es también construida. No creo que en pleno siglo XXI a nadie que se considere feminista se le ocurriera argumentar esto, porque estaría apoyando indirectamente la idea de que las terapias de conversión son lícitas y válidas. De hecho, yo sí considero que el deseo y la orientación del mismo tienen una influencia cultural muy fuerte, y que quizá las mujeres podríamos dejar de “follarnos al enemigo”, parafraseando a Andrea Momoitio, pero no podemos olvidarnos de otra parte más biológica, innata, inconsciente, incontrolable y que tiene su origen mucho antes de que apareciera la pornografía mainstream.
Nuestras fantasías y deseos son fruto de múltiples factores. De hecho, desde la Psicología se habla de muchos aspectos de la personalidad que pueden influir en esto, como el tipo de apego o la necesidad de control. Existen incluso estudios que afirman que a través de las prácticas de BDSM en estados alterados pueden curarse traumas asociados a abusos sexuales.
Otro argumento que se ha utilizado para justificar que se puede ser feminista y defender el BDSM es que no siempre es la mujer la que aparece en el rol sumiso y el hombre el que domina, que existen hombres sumisos, mujeres dominantes, mujeres sometidas por mujeres, y hombres dominando a otros hombres. Desde el feminismo radical se contraargumenta alegando que en una relación homosexual también se reproducen los roles de género interiorizados. Y se explica como excepción a la norma que existan hombres sumisos y mujeres dominantes. Hay estudios, sin embargo, donde se habla de un 30 por ciento de hombres que preferirían un rol sumiso.
Pero el conflicto que aquí nos interesa no es tanto en torno al BDSM en general, sino a ese rol de sumisión por parte de las mujeres, que tan contradictorio parece con el pensamiento feminista. Ayme Román defiende en un hilo de Twitter la idea de que a escala individual no puede juzgarse esta práctica, pero que no se debe promover o vender como empoderante. En contraposición, nos encontramos con escritoras como Luna Miguel o Ana Requena, quienes, en sus respectivas obras, Caliente (2021) y Feminismo Vibrante (2020), hablan de sus fantasías y deseos sin pudores. Ana Requena incluso alega, ya en su portada, que “si no hay placer, no es nuestra revolución”. O como defiende Cristina Garaizábal al hablar del caso de La Manada: “Creo, por el contrario, que puede ser legítimo tener sexo con varios hombres (…) siempre que las prácticas sexuales sean consensuadas, no tengo nada que objetar”. Yo también opino que el discurso predominante en torno al sexo en los últimos tiempos se ha centrado en el “no es no”, en la cultura de la violación y en el consentimiento, dejando en un segundo plano lo que sí, obviando lo que sí, escondiendo lo que sí. ¿Cómo vamos a reivindicar el placer femenino si nos culpamos por lo que deseamos y tenemos que silenciarlo?
¿Podría llegar a ser empoderante una fantasía de tipo sumiso? Yo digo que sí. Más allá del argumento de que hacer lo que una quiera siempre va a ser feminista o empoderante, tan criticado desde el feminismo radical, creo que puede resultarlo en el momento en el que, desde un punto de vista sexológico, nos salimos de todas esas creencias y mitos ligados a la erótica que sí son, efectivamente, patriarcales y opresores. ¿Por qué iba a ser un coito vaginal al uso menos machista que recibir un azote en el culo, por ejemplo? Si se trata de simbolismo, o de representación, no se me ocurre una imagen más simbólica de poder que el coito, como explica Beatriz Gimeno en un artículo de Pikara Magazine. Las sexualidades son únicas y diversas, y todo lo que hemos recibido siempre es que hay que encajar en un determinado tipo de prácticas, heterosexuales, coitales, centradas en los genitales y con la única finalidad del orgasmo. El BDSM, las fantasías o deseos de sumisión o dominación permiten explorar diferentes roles, contactos, cuerpos, relaciones y prácticas hasta alcanzar un mayor conocimiento de una misma y un descubrimiento del propio placer, único e irrepetible.
Se trata del placer, de obtener más placer y satisfacción, pero también es un acto subversivo. En el documental Yes, we fuck aparecen numerosas personas con diversidad funcional y discapacidad practicando BDSM. Las fantasías y prácticas eróticas disidentes y no normativas permiten disfrutar del sexo también a personas que han sido expulsadas de él por el resto de la sociedad. Al final, los órganos más relacionados con el placer son la piel y el cerebro, y en eso el BDSM y las fantasías eróticas le llevan ventaja al “sexo vainilla” o sexo convencional.
Resulta que da igual el tipo de prácticas que se lleven a cabo, que incluir fantasías de sumisión no conlleva necesariamente una cosificación de la mujer si en lo que se hace se tienen en cuenta los cuidados, el deseo, la comunicación, la empatía, si se sabe atender y entender a la otra persona y, con todo ello, dar rienda suelta a la imaginación. Que una práctica en concreto no tiene la potestad de ser, por sí misma, más correcta o ética que otra, porque “el sexo en sí mismo no es cosificante si no cosificamos a los cuerpos que lo comparten con nosotras”, como escribe Brigitte Vasallo en Pensamiento monógamo, terror poliamoroso.
Un último aspecto de controversia en relación al BDSM es el que hace referencia a esta práctica como propia de personas con algún tipo de problema: “Las moderadas están dispuestas a defender (…) que se considera el sadomasoquismo, (…), como algo misterioso y problemático en una forma en que no lo son las sexualidades ‘respetables’. La búsqueda de una causa equivale a la búsqueda de algo que pudiera cambiar para que estos erotismos “problemáticos” simplemente no existieran”, escribe Gayle Rubin en Thinking sex: notes for a radical theory of the politics of sexuality. En concreto, se suele hacer referencia a causas de índole psicológica o traumática, a pesar de que la evidencia diga lo contrario.
Me gustaría finalizar con una conclusión, algo alejada del debate entre feminismos y más centrada en la perspectiva sexológica: la cuestión no es tanto si el BDSM es o no feminista en sí mismo, sino conseguir resolver esa continua disonancia cognitiva que supone ser feminista en lo ideológico y sumisa en lo erótico. Y es que, al final, las personas estamos hechas de diferentes facetas, y el camino pasa por intentar integrar todas nuestras partes, aunque en ocasiones sean aparentemente tan contradictorias o, precisamente, por ello.