Negritud posmoderna
Publicamos un extracto del libro 'Afán. Raza, género y política cultural' de bell hooks, editado por Traficantes de sueños.
Extracto del capítulo Negritud posmoderna, del libro Afán. Raza, género y política cultural, editado por Traficantes de sueños.
Incluso cuando llaman la atención, también apropiándosela, sobre la experiencia de la «diferencia» y de la «otredad», los discursos posmodernos son a menudo excluyentes, dotándose de un sentido político antagonista, de legitimidad y de inmediatez cuando se les acusa de carecer de relevancia concreta. Muy pocos intelectuales afroamericanos han hablado o escrito acerca del posmodernismo. En una cena estuve hablando sobre cómo entender la importancia del posmodernismo en la experiencia negra contemporánea. Era una de esas reuniones sociales en las que solamente había otra persona negra además de mí. El escenario se transformó rápidamente en un campo de protesta. La otra persona negra me dijo que estaba perdiendo el tiempo, que «ese rollo no tiene ninguna relación posible con lo que le ocurre a la población negra». Hablando en presencia de un grupo de espectadores blancos, que nos contemplaban como si ese encuentro se hubiera concertado para beneficio suyo, nos enzarzamos en una apasionada discusión sobre la experiencia negra. Aparentemente nadie estaba de acuerdo con mi insistencia en que el racismo se perpetúa cuando la negritud se asocia únicamente con la experiencia en el nivel de las vísceras, experiencia concebida bien como oposición, bien como totalmente desvinculada del pensamiento abstracto y de la producción de teoría crítica. La idea de que no hay una conexión significativa entre la experiencia negra y el pensamiento crítico sobre estética o cultura debe ser siempre cuestionada.
Mi defensa del posmodernismo y de su relevancia para las personas negras no sonaba mal, pero me temo que me faltaba convicción, en buena medida porque abordé el tema con precauciones y con alguna sospecha.
Inquieta, no tanto por el «sentido» del posmodernismo, como por el lenguaje convencional que se emplea a la hora de escribir o hablar sobre ello y por quiénes hablan de ello, me vi fuera del discurso, mirando a su interior. Como práctica discursiva está principalmente dominada por las voces de intelectuales y/o las élites académicas masculinas y blancas, que hablan entre sí y acerca de ellos con una familiaridad codificada. Al leer y estudiar sus escritos con el propósito entender el posmodernismo en sus múltiples manifestaciones, yo tendía a apreciarlo, pero no me sentía muy inclinada a aliarme con la jerarquía académica y con la exclusividad que permea todo el movimiento hoy en día.
Al adoptar una actitud crítica sobre la mayoría de los textos sobre el posmodernismo, tal vez soy más consciente de la manera en la que el énfasis en «la otredad y la diferencia» a las que tan a menudo se alude en estas obras no parece tener un impacto concreto como análisis o punto de partida capaces de modificar la naturaleza y la dirección de la teoría posmoderna. Puesto que buena parte de esta teoría se ha construido en reacción a la alta modernidad y contra ella, apenas se menciona la experiencia negra o los escritos de personas negras, específicamente de mujeres negras (si bien en obras más recientes se puede encontrar una referencia a Cornel West, el académico varón negro que más se ha implicado en el discurso posmoderno). Incluso cuando el tema de la escritura crítica posmoderna es un aspecto de la cultura negra, las obras citadas suelen ser las de los hombres negros. Una obra que me viene inmediatamente a la cabeza es el capítulo de Andrew Ross, «Hip, and the Long Front of Color», en No Respect: Intellectuals and Popular Culture [Sin respeto: intelectuales y cultura popular]; aunque es una lectura interesante, construye la cultura negra como si las mujeres negras no hubieran jugado ningún papel en la producción cultural negra. Al final de su análisis sobre el posmodernismo, en su colección de ensayos The Pirate’s Fiance: Feminism and Posmodernism [El novio del pirata: feminismo y posmodernismo], Meaghan Morris incluye una bibliografía de obras de mujeres, identificándolas como importantes contribuciones a un debate sobre el posmodernismo, señalando que ofrecen nuevas reflexiones y que desafían la hegemonía teórica masculina. Aunque muchas de las obras no tratan directamente sobre posmodernismo, sí tratan temas similares. No hay una sola referencia a obras de mujeres negras.
La incapacidad de reconocer una presencia negra crítica en la cultura y en la mayor parte de la investigación y de la escritura sobre el posmodernismo impele al lector negro, especialmente a la lectora negra, a interrogarse sobre su interés por un tema sobre el cual quienes lo debaten y quienes escriben no parecen ser conscientes de que las mujeres negras existen, o siquiera sopesan la posibilidad de que podamos existir en alguna parte, escribiendo o hablando de algo que merezca la pena escuchar, o produciendo arte que deba ser contemplado, escuchado, abordado con seriedad intelectual. Este es especialmente el caso de las obras que insisten una y otra vez en la manera en la que el discurso posmoderno ha abierto un terreno teórico en el que «la diferencia y la Otredad» pueden considerarse temas legítimos dentro de la academia. Enfrentándose tanto a la ausencia de reconocimiento de la presencia femenina negra, que buena parte de la teoría posmodernista reinscribe, como a la resistencia por parte de la mayoría de las personas negras a atender a la relación real entre posmodernismo y experiencia negra, yo me adentraba en un discurso, en una práctica, donde era posible que no hubiera un público preparado para mis palabras, que no tuviera un interlocutor claro y donde, por lo tanto, no tenía ninguna certeza de que mi voz pudiera ser escuchada o fuera a ser escuchada.
Durante la década de 1960, el movimiento black power recibió influencias de perspectivas que adecuadamente podrían etiquetarse como modernas. Sin duda ninguna, muchas de las maneras en las que las personas negras abordaban las cuestiones de identidad se conformaban con una agenda universalizadora de la modernidad. Entre la militancia negra, no había apenas una crítica del patriarcado como narrativa dominante. A pesar del hecho de que la ideología del black power reflejaba una sensibilidad moderna, estos elementos pronto se volvieron irrelevantes, a medida que la protesta militante era sofocada por un Estado posmoderno poderoso y represivo. El periodo inmediatamente posterior al movimiento black power fue un momento en el que las principales revistas y noticiarios lucían artículos con titulares arrogantes como «Whatever Happened to Black America?» [¿Qué pasó con el Estados Unidos negro?]. Esta respuesta constituía una irónica réplica a la exigencia agresiva y no satisfecha que habían planteado sujetos negros marginales, descentrados que, al menos momentáneamente, habían exigido con éxito ser escuchados, y que habían hecho posible que la liberación negra figurara en la agenda política nacional. En la estela del movimiento black power, después de que tantos y tantos revolucionarios fueran masacrados y se perdieran, muchas de esas voces fueron silenciadas por un Estado represor; otras se volvieron inarticuladas. Ha sido necesario encontrar nuevas vías para transmitir los mensajes de la lucha de la liberación negra, nuevas formas de hablar acerca del racismo y del resto de las políticas de dominación. La práctica radical posmoderna, cuya conceptualización más potente es la «política de la diferencia», debería incorporar las voces de las personas negras desplazadas, marginadas, explotadas y oprimidas. Es tristemente irónico que el discurso contemporáneo que más habla sobre la heterogeneidad, sobre el sujeto descentrado, que declara rupturas que permiten el reconocimiento de la Otredad, aún dirija principalmente su voz crítica a un público especializado, que comparte un lenguaje común enraizado en los mismos grandes relatos que afirma desafiar. Si el pensamiento posmoderno radical quiere tener un impacto transformador, la ruptura crítica con las ideas de «autoridad», en el sentido de «dominio de», no debe limitarse a ser un recurso retórico. Debe reflejarse en las formas de vida, incluyendo el estilo de escritura así como el tema de estudio elegido. Las personas oriundas del Tercer Mundo, las élites y la crítica blanca que absorbe pasivamente el pensamiento supremacista blanco y que, por lo tanto, nunca se percatan ni miran a las personas negras en las calles o en sus puestos de trabajo, que nos vuelven invisibles con su mirada en todas las áreas de la vida cotidiana, no es probable que produzcan una teoría liberadora que desafíe la dominación racista o que fomenten una ruptura con las formas tradicionales de ver y pensar la realidad, a partir de la construcción de una teoría y una práctica estética. Desde un punto de vista distinto, Robert Storr hace una crítica similar sobre la cuestión global de Art in America cuando afirma:
Por supuesto, buena parte de la investigación crítica posmoderna se ha centrado precisamente en los temas de la «diferencia» y de la «otredad». En un plano puramente teórico, la exploración de estos conceptos ha producido algunos resultados importantes pero, en ausencia de una investigación fundamentada sobre a lo que los artistas de color y otros al margen de las corrientes mayoritarias puedan estar dedicándose, dichos debates se vuelven desarraigados antes de devenir radicales. Los interminables interrogantes secundarios sobre el imperialismo latente en la intrusión en otras culturas solamente confunden más las cosas, impidiendo o excusando a estos teóricos investigar sobre lo que los artistas negros, hispanos, asiáticos y nativos americanos pudieran estar realmente haciendo.
Sin un conocimiento concreto y adecuado y sin un contacto con el «otro» no blanco, los teóricos blancos pueden moverse en direcciones teóricas discursivas que resultan amenazadoras y potencialmente disruptivas de esa práctica crítica que apoya la lucha radical de liberación.
La crítica posmoderna de la «identidad», si bien es relevante para una renovada lucha de la liberación negra, a menudo se plantea de maneras que resultan problemáticas. Dada la política generalizada de supremacía blanca que busca impedir la formación de una subjetividad radical negra, no podemos desdeñar frívolamente la preocupación por la política de la identidad. Cualquier crítico que explore el potencial radical del posmodernismo, en lo que se refiere a la diferencia racial y a la dominación racial, tendría que sopesar las implicaciones de una crítica de la identidad en los grupos oprimidos. Muchas de nosotras luchamos por encontrar nuevas estrategias de resistencia. Tenemos que integrar la descolonización como una práctica crítica si queremos tener una posibilidad real de supervivencia, aunque a la vez tengamos que lidiar con la pérdida de terreno político que hacía posible el activismo radical. Estoy pensando aquí, por ejemplo, en la crítica posmoderna del esencialismo, en tanto este atañe a la construcción de la «identidad».
La teoría posmoderna que no busca simplemente apropiarse de la experiencia de la «Otredad» para enaltecer el discurso o para apuntarse a la moda radical no debería separar las «políticas de la diferencia» de las políticas del racismo. Para tomarse en serio el racismo hay que tener en cuenta la grave situación de las personas de color de las clases inferiores, de las cuales una inmensa mayoría son negras. Para las personas afroamericanas, nuestra condición colectiva antes de la llegada del posmodernismo y tal vez expresada de forma más trágica bajo las actuales condiciones posmodernas se ha caracterizado y se caracteriza por un continuo desplazamiento, por una profunda alienación y desesperación. Escribiendo acerca de los negros y el posmodernismo, Cornel West describe nuestra apurada situación colectiva:
Existe una creciente división y diferenciación de clases, que crea por una parte una importante clase media negra, altamente angustiada, insegura, que desea ser captada e incorporada a los poderosos sean cuales sean, preocupada por el racismo únicamente en la medida en que plantea limitaciones a la movilidad social ascendente; y, por otro lado, una clase baja negra amplia y en crecimiento, una clase baja que encarna una suerte de nihilismo andante de adicción generalizada a las drogas, alcoholismo generalizado, homicidio generalizado y un aumento exponencial del suicido. Ahora, debido a la desindustrialización, tenemos también una clase obrera industrial negra destrozada. Estamos hablando de una tremenda desesperanza.
Esta desesperanza crea un anhelo por diseñar estrategias de cambio que puedan renovar los espíritus y reconstruir el terreno para una lucha colectiva de liberación negra. El impacto general del posmodernismo es que muchos otros grupos comparten ahora con las personas negras esa sensación de profunda alienación, desesperación, incertidumbre, pérdida de terreno firme, aunque no estén afectados por circunstancias similares. El posmodernismo radical apunta a esas sensibilidades compartidas que atraviesan las fronteras de clase, género, raza, etc. y que pueden ser un terreno fértil para la construcción de empatía, de vínculos que fomenten el reconocimiento de los compromisos comunes y sirvan como base para la solidaridad y la coalición.
Afán es la palabra que mejor describe un estado psicológico, compartido por muchos de nosotros, que atraviesa las fronteras de raza, clase, género y práctica sexual. Específicamente, en relación con la deconstrucción posmodernista de los relatos «dominantes», el afán que anida en los corazones y mentes de aquellas personas silenciadas por esos relatos es el anhelo de una voz crítica. No es un accidente que el «rap» haya usurpado la posición principal del rhythm and blues entre los jóvenes negros como el sonido más deseado, o que este comenzara como una especie de «testimonio» de las clases inferiores. El rap ha posibilitado que la juventud negra de clase baja desarrolle una voz crítica, o, como me decía un grupo de jóvenes varones negros, un «alfabeto común». El rap proyecta una voz crítica, que explica, exige, apremia. Trabajando sobre esta idea en su ensayo «Putting the Pop Back into Posmodernism» [Devolver el pop al posmodernismo], Lawrence Grossberg comenta:
La sensibilidad posmoderna se apropia de prácticas que presumen y anuncian su propia existencia y, por lo tanto, la nuestra, de la misma forma que una canción de rap presume de los logros imaginarios (o reales, no supone ninguna diferencia) del rapero. Ofrecen formas de empoderamiento, no solamente ante el nihilismo, sino precisamente mediante las formas del propio nihilismo: un nihilismo empoderador, un momento de positividad mediante la producción y estructuración de las relaciones afectivas.
Al tener en cuenta que es en tanto sujeto como alguien llega a adquirir voz, el énfasis posmoderno en la crítica de la identidad parece amenazar y clausurar, a primera vista, la posibilidad de que este discurso y esta práctica permita a quienes han sufrido los efectos agobiantes de la colonización y de la dominación adquirir o recuperar una escucha. Aunque esta sensación de amenaza y el miedo que evoca se basan en una interpretación incorrecta del proyecto político del posmodernismo, moldean no obstante las respuestas. Nunca me sorprende cuando las personas negras responden a las críticas del esencialismo, especialmente cuando estas niegan la validez de las políticas de la identidad, diciendo: «Sí, es sencillo deshacerse de la identidad cuando se tiene una». No deberíamos sospechar de las críticas posmodernas del «sujeto» cuando surgen en un momento histórico en el que muchos pueblos sometidos sienten que por primera vez acceden a la voz. Aunque es un regreso válido y bastante adecuado, en realidad no interviene en el discurso de una manera que lo altere y lo transforme.
Las críticas sobre las direcciones que adopta el pensamiento posmoderno no deberían ensombrecer las reflexiones que pueda ofrecer y que amplían nuestra comprensión de la experiencia afroamericana. La crítica del esencialismo que el posmodernismo fomenta es útil para las personas afroamericanas interesadas en reformular unas concepciones anticuadas de la identidad. Durante mucho tiempo se nos ha impuesto, tanto desde el exterior como desde el interior, una concepción estrecha y restrictiva de la negritud. Las críticas posmodernas al esencialismo, que desafían las concepciones de universalidad y de una identidad supradeterminada y estática dentro de la cultura de masas y de la conciencia de masas, pueden abrir nuevas posibilidades para la construcción del yo y la afirmación de la agencia.
La crítica del esencialismo posibilita a las personas afroamericanas reconocer la manera en la que la movilidad de clase ha alterado la experiencia colectiva negra de tal forma que el racismo ya no tiene necesariamente el mismo impacto en nuestras vidas. Una crítica tal nos permite afirmar múltiples identidades negras, experiencias negras variadas. También desafía el paradigma imperialista colonial de la identidad negra, que representa unidimensionalmente la negritud de maneras que refuerzan y apoyan la supremacía blanca. Este discurso creaba la idea de lo «primitivo» y fomentaba la concepción de una experiencia «auténtica», considerando como «natural» aquellas expresiones de la vida negra que se conformaban con un patrón preexistente o con un estereotipo. Abandonar las ideas esencialistas sería un grave problema para el racismo. La lucha de resistencia contemporánea afroamericana debe arraigarse en un proceso de descolonización que continuamente se oponga a la reinscripción de las ideas de una identidad negra «auténtica». Esta crítica no debería convertirse en un sinónimo de desprecio por la lucha de los pueblos oprimidos y explotados dirigida a convertirse en sujetos. Ni tampoco debería negar que, en determinadas circunstancias, esta experiencia nos permite una ubicación crítica privilegiada desde la cual hablar. Esto no constituye una reinscripción en los relatos de autoridad magistral moderna, que privilegian a algunas voces a la vez que niegan otras. Parte de nuestra lucha por una subjetividad radical negra es la búsqueda de formas de construir un yo y una identidad que sean antagonistas y liberadores. La reticencia a criticar el esencialismo por parte de muchas personas afroamericanas se enraíza en el miedo de que provoque que la gente pierda de vista la historia y la experiencia específicas de las personas afroamericanas y las sensibilidades y la cultura única que han emanado de esas experiencias. Una respuesta adecuada a esta preocupación es criticar el esencialismo a la vez que se subraya la importancia de la «autoridad de la experiencia». Hay una diferencia radical entre repudiar la idea de que hay una «esencia» negra y reconocer la manera en la que la identidad negra se ha constituido específicamente en la experiencia del exilio y de la lucha.
Cuando las personas negras criticamos el esencialismo, nos empoderamos para reconocer múltiples experiencias de la identidad negra, que son las condiciones vivas que hacen posible las diversas producciones culturales. Cuando esta diversidad se ignora es fácil conceptualizar a las personas negras en dos categorías: nacionalistas o asimilacionistas, identificadas con lo negro o con lo blanco. Ajustar cuentas con el impacto del posmodernismo en la experiencia negra, especialmente en tanto modifica nuestro sentido de la identidad, supone que debemos y podemos rearticular la base del vínculo colectivo. Dadas las diversas crisis a las que se enfrentan las personas afroamericanas (económicas, espirituales, la escalada de la violencia racial, etc.) estamos obligadas por las circunstancias a reafirmar nuestra relación con la cultura popular y con las luchas de resistencia. Muchas de nosotras nos resistimos a afrontar esta tarea, al igual que muchos pensadores posmodernos no negros, que se centran teóricamente en el tema de la «diferencia», se resisten a afrontar la cuestión de la raza y el racismo.
El producto cultural creado por las personas afroamericanas que más ha atraído a la teoría posmoderna es la música. Pocas veces se reconoce que hay una censura mucho mayor y unas restricciones mucho mayores a otras formas de producción de las personas negras: literatura, escritura crítica, etc. Los intentos por parte de editores y editoriales de controlar y manipular la representación de la cultura negra, así como el deseo de fomentar la creación de productos que sean atractivos para un público amplio, limitan de una manera agobiante y sofocante el tipo de obras que muchas personas negras sienten que pueden realizar y que van a recibir un reconocimiento crítico. Poniéndome como ejemplo, esa escritura creativa que yo considero refleja mejor esa sensibilidad antagonista posmoderna, una obra que consiste en una narración abstracta, fragmentada, no lineal, se ve constantemente rechazada por editores y editoriales. No se ajusta al tipo de escritura que ellos creen debería practicar una mujer negra o al tipo de escritura que consideran comercial. Sin duda, yo no creo ser la única persona negra dedicada a formas de producción cultural, especialmente formas experimentales, que se encuentra limitada por la falta de público para obras de un tipo determinado. Es importante que los pensadores y teóricos posmodernos se constituyan en público para esas obras. Para hacer eso, deben afirmar su poder y privilegio dentro del espacio de la escritura crítica y abrir así el campo para que sea más inclusivo. Cambiar las prácticas exclusivistas del discurso crítico posmoderno es poner en práctica un posmodernismo de resistencia. Parte de esta intervención implica la participación intelectual negra en el discurso.
En su ensayo «Postmodernism and Black America» [Posmodernismo y el Estados Unidos negro], Cornel West apunta que los intelectuales negros «son marginales, por lo general languidecen en la interfaz de las culturas negra y blanca o están completamente acomodados en escenarios euroamericanos». No puede concebir ese grupo como potencial productor de pensamiento posmoderno radical. Aunque en general coincido con esta valoración, los intelectuales negros deben proceder con la idea de que no estamos condenados a los márgenes. La forma en la que trabajamos y lo que hacemos puede decidir si lo que producimos es o no significativo para un público amplio, un público que incluya a todas las clases de la población negra. West apunta que los intelectuales negros carecen «de cualquier vínculo orgánico con la mayor parte de la vida negra» y que esto «disminuye su valor para la resistencia negra». Esta afirmación contiene rastros de esencialismo. Tal vez tengamos que centrarnos más en aquellos intelectuales negros, por escasa que sea nuestra presencia, que no sentimos esta carencia y cuya obra se dirige principalmente a intensificar la conciencia crítica negra y a reforzar nuestra capacidad colectiva para dedicarnos a una lucha de resistencia significativa. Las ideas teóricas y el pensamiento crítico no tienen por qué transmitirse únicamente mediante la escritura o únicamente en la academia. Aunque yo trabajo en una institución predominantemente blanca, sigo estando comprometida íntima y apasionadamente con la comunidad negra. No voy a hablar sobre la escritura y el pensamiento posmoderno con el resto de académicos y/o intelectuales, mientras no pueda debatir esas mismas ideas con las personas de clase baja no académicas que son mi familia, mis amigos y mis camaradas. Puesto que no he roto los vínculos que me atan a la comunidad negra de clase baja, he comprobado que ese conocimiento, especialmente cuando intensifica la vida cotidiana y fortalece nuestra capacidad de supervivencia, puede ser compartido. Esto significa que los críticos, escritores y académicos tenemos que prestar la misma atención crítica a nutrir y cultivar los lazos con la comunidad negra que la que prestamos a escribir artículos, a la enseñanza y a impartir conferencias. Aquí de nuevo de lo que estoy hablando en realidad es de cultivar maneras de vivir que refuercen la conciencia de que el conocimiento puede ser difundido y compartido en distintos frentes. La amplitud con la que se ponga a disposición ese conocimiento, se haga accesible, etc., depende de la naturaleza de los compromisos políticos de cada persona.
La cultura posmoderna con su sujeto descentrado puede ser el espacio en el que esos vínculos se corten o puede proporcionar la ocasión para formas nuevas y diversas de vinculación. Hasta cierto punto, las rupturas, las superficies, el contexto y una serie de otros acontecimientos pueden crear huecos que dejen espacio a prácticas antagonistas que ya no requieran el confinamiento de los intelectuales a estrechas esferas separadas sin conexión significativa con el mundo cotidiano. Buena parte del compromiso posmoderno con la cultura surge del afán de crear una obra intelectual que conecte con las maneras de vivir, las formas de expresión artística, así como las estéticas que definen la vida cotidiana, tanto de los artistas y académicos, como de la gran masa de la población. En el terreno de la cultura se puede participar en un diálogo crítico con las personas pobres con educación insuficiente, con la clase baja negra que está pensando en la estética. Se puede hablar de lo que estamos viendo, pensando o escuchando; hay ahí un espacio para el intercambio crítico. Es emocionante pensar, escribir y hablar y crear arte que refleje un compromiso apasionado con la cultura popular, porque este bien puede ser «el» lugar central futuro de la lucha de resistencia, un punto de encuentro donde pueden darse nuevas y radicales ocurrencias.
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