Últimas tardes con Lucía
Me resisto a faltar a la cita con Pikara Magazine, el proyecto que tanto amó Lucía Martínez Odriozola y del que se sentía deudora y agradecida por haber recibido valiosísimas lecciones de feminismo –¡Ella, la profesora insobornable!– de la chicas jóvenes que compartieron sus ilusiones en la fundación de la revista.
Panxón, a 1 de septiembre de 2021
Me resisto a faltar a la cita con Pikara Magazine, el proyecto que tanto amó Lucía Martínez Odriozola y del que se sentía deudora y agradecida por haber recibido valiosísimas lecciones de feminismo –¡Ella, la profesora insobornable! – de la chicas jóvenes que compartieron sus ilusiones en la fundación de la revista. Soy consciente de que no puedo dejar escapar esta ocasión pero, por vez primera en 45 años de mi vida ante el teclado, compruebo que Larra tenía razón y siento, físicamente, que escribir es llorar. Lloro porque no puedo contar nada tan sublime y brillante que pueda estar a su altura. El dolor no me abandona y lloro sin cesar, como he llorado cada día desde su marcha por el miedo que siento ante su ausencia.
27 de junio:
Yo: ¿Cómo sigue tu recuperación? No tengo noticias tuyas desde hace días… Manifiéstate, prima. Estoy preocupada. No lees mis mensajes.
Ella: Ha sido una semana dura, de desconexión mental por las drogas que me han suministrado.
Yo: ¡Ah! Con razón me tenías preocupada.
28 de junio:
Yo: Estoy en la playa (foto de Panxón) pero salgo para Santander.
Ella: ¿Qué era lo de Santander? ¿La UIMP (Universidad Internacional Menéndez Pelayo)?
Yo: Sí. (El curso de verano) “Las periodistas hablamos”. (Mi conferencia) “Ilusas o intrusas”.
Ella: ¡A triunfar!
Yo: Antes hablaré contigo para ir bien pertrechada. Eres mi inspiración.
Ella: A ver si podemos.
Yo: ¿Hoy estás mejor? ¿Puedes hablar o todavía no?
Ella: Dentro de un rato, que es horario de visitas. Quizá a las cuatro o a las seis.
Al día siguiente de este diálogo por guasap hablamos durante casi una hora –como siempre, por la tarde– sobre mi conferencia en la Universidad Menéndez Pelayo, dedicada a analizar la situación de las mujeres periodistas en espacios de poder, tradicionalmente ocupados por varones, y que estuvo centrada en nuestra experiencia común al frente de la Federación de Asociaciones de Periodistas de España (FAPE), entre 2008 y 2010. “Es hora de decir toda la verdad. Tienes que empezar a dar nombres, Magis”. Y, por vez primera, hice una confesión –casi– completa del maltrato que padecimos las cuatro por ser mujeres y ocupar altos cargos de supuesto poder e influencia en la cúpula de la organización profesional de los periodistas: las tres vicepresidentas, Lucía Martínez Odriozola, Camino Ibarz y Covadonga Porrúa y yo como presidenta. “Hicimos muchas cosas, resulta increíble que todo lo consiguiéramos en apenas dos años”, fueron sus palabras, a las que seguían listados de hitos y avances que tan bien describía a través de certeras metáforas nunca exentas de humor. De lo que más orgullosa estaba era de su intervención ante el Parlamento de Turquía para explicar la pedagogía profesional que hacíamos en España para formar a periodistas sobre la manera correcta de informar sobre violencia de género, a través de acuerdos de FAPE con el Ministerio de Igualdad.
Lucía tenía, además, una memoria prodigiosa y recordaba a cada actor relevante de nuestra etapa de gestión, y su optimismo era contagioso cuando enumeraba la puesta en marcha del proceso de conversión de las añejas asociaciones de la prensa en colegios profesionales; la permanente presencia mediática de la voz ética de la federación para recuperar el prestigio de la profesión; la renqueante y dificultosa transformación para la descentralización y autonomía de una organización hasta entonces vinculada en exceso a Madrid…
A mis tres colaboradoras –desde entonces, amigas del alma– las llamaban nuestros enemigos “las primas de Zumosol” porque siempre estaban al quite para defenderme ante cualquier ataque de la reacción y la ofensiva interna de los partidarios del statu quo a quienes, de forma certera, tildaba Lucía “de fratría masculina”. También enfrentamos dolorosos vendavales internos de compañeras que equivocaron el camino al plantearnos una batalla que nosotras veíamos manipulada por lo más rancio y casposo de los machirulos de la profesión. Nunca dejó de combatir en aquella lucha contra la división de las mujeres y a favor de nuestro liderazgo feminista, con argumentos demoledores, razonamientos arrolladores y cargados de experiencias que ella había vivido en carne propia. Porque Lucía era una feminista hecha a sí misma –como lo somos la mayoría de las nacidas antes de la muerte de Franco– que, en su juventud, bebió hasta las heces la hiel del patriarcado. El desgarro de tan tremebunda experiencia fue compensado por la existencia de su hijo Ramón, del que presumía como una madraza porque el chico se entregó con su pareja al voluntariado solidario en América Latina. El supremo sacrificio de su entereza en aquella aciaga vivencia tuvo su recompensa cuando encontró en Pedro al compañero cuasiperfecto, al que entregó su dulce amor de madurez. Nunca se caía el nombre de Pedro de sus labios. Ni en los peores momentos, cuando nos refugiamos las cuatro en Almería y nos llenaron de angustia sus alergias que arrastramos por los servicios de urgencias, entre copa y copa, risa y risa.
Cuando renunciamos a presidir la FAPE en el Congreso de Cádiz, ante toda la FIJ (Federation International des Journalistes), nos quedamos solas en un silencio inquietante. Miramos atrás y, prácticamente, solo contábamos con el apoyo emocional de nuestra cómplice y amiga, la valiente Marta Molina, que completaba el trío de ases del equipo como pilar de la Dirección de Comunicación. Corrimos claramente el riesgo de ver morir o languidecer todo por lo que habíamos luchado, como si no hubiera servido para nada. Y fue ella quien levantó de nuevo la antorcha del liderazgo moral del grupo.
Lucía nos aventajaba a nosotras tres en el uso de las nuevas tecnologías y formó un grupo de guasap para mantenernos en permanente contacto, desde el momento mismo de nuestra dimisión al frente de la FAPE en 2010. Inicialmente éramos “las primas de Zumosol” aunque, más tarde, ella misma cambió el nombre para no dar pábulo a los que tanto nos habían hecho sufrir. “Sisters por decisión”, nos llamamos desde entonces. En paralelo al grupo de las Sisters, todas mantenemos diálogos bilaterales entre nosotras. Eso es lo que hacíamos las dos cada vez que se nos planteaba un dilema ético, profesional, feminista o de cualquier índole, ante el que compartíamos las mismas creencias, principios y convicciones. Nos consultábamos los textos y cuestionábamos mutuamente esta o aquella afirmación como mujeres, periodistas obsesionadas con la gramática, personas solidarias y humanistas progresistas. Practicábamos así un sistema de trabajo compartido que las dos entendíamos como la mejor manera de hacer periodismo sin olvidar que también era un ejemplo de solidaridad sórica.
6 de julio:
Yo: ¿Cómo está tu nuevo inquilino? ¿Ya funciona por su cuenta?
Ella: Claro. Pero falta. Quizá la semana que viene acabe.
Yo: Pues no falta nada. Ya estás en un pis pas. Los días corren que se matan (un dicho de mi abuela Livia).
El 20 de julio solo pudo escribir: “Dolores fuertes”. A partir de ese momento, respondía a nuestros mensajes de ánimo con emojis de besos. El 22 de julio, Pedro nos informó de la malhadada situación de gravedad que nos la robó. La madrugada del 14 de agosto ella se nos fue más allá del tiempo y el espacio.
No tuve tiempo de enviarte la intervención que preparamos juntas y que expuse ante las periodistas en el curso de verano de Santander. Aquí la tienes, Luci.
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