La energía que empobrece
Las dificultades para tener una buena climatización en las casas y para pagar la factura eléctrica afectan a un gran número de personas. Los últimos informes publicados inciden en que, más allá de un problema de recursos, es también una cuestión de género.
Este contenido ha sido publicado originalmente en el monográfico ‘Energía’. Si quieres tu ejemplar, en euskera o castellano, no te vayas sin visitar nuestra tienda online.
Los hogares son en época pandémica refugio, cuidado, salud y confinamiento. Las cuatro paredes de una casa (algunas tienen más, otras ni eso) pueden ofrecer sosiego y confort, pero también pueden ser lugar de extrañeza y de penuria. Destino de huida. No se trata solo de tener techo y cama, sino de disponer de luz, comida y energía para que las actividades diarias básicas para el sostenimiento de la vida no se conviertan en una odisea.
Encender o apagar la luz es una cuestión de vida o muerte, se publicó en Pikara Magazine. Rosa, de 81 años, falleció en 2017 porque dar el interruptor era un lujo, porque pensar en tener calefacción y ponerla en marcha era un buen argumento para una novela de ficción. Las velas que la acompañaban en los fríos inviernos alumbraron su muerte. La pobreza energética que mató a Rosa no actúa solo en invierno. Con unas temperaturas cada vez más elevadas por la emergencia climática, son amenazantes los veranos sin dispositivos de refrigeración.
Hablar de pobreza energética es hablar de no tener la casa a la temperatura adecuada, acumular retrasos en los pagos de los recibos, e incluso que te corten la luz y tener problemas de humedades o desperfectos. Hablar de pobreza energética es hablar de que hacer frente a los gastos de una energía básica es una odisea.
Con unos precios de las viviendas en constante auge, poder pagar la luz y otros suministros básicos, también con costes en curva ascendente [este reportaje está en un monográfico escrito antes de la brutal subida del precio de la electricidad, así que al auge ahora es sideral], es cada vez más complicado. Los precios de la energía no han dejado de crecer, ahogando cada vez más a las familias. La factura de la luz en España subió un 66,8 por ciento entre 2008 y 2018.
Olga vive en Barcelona y en diciembre de 2017 la cortaron la luz. Así estuvo un año y medio. Usaba linternas y velas, pero al conocer la muerte de Rosa, dejó de usar las velas por miedo.
6,8 millones de personas del Estado español, es decir, un 15 por ciento de la población, está sufriendo temperaturas inadecuadas en la vivienda o retraso en el pago de recibos, o ambas circunstancias a la vez, según los datos de la Asociación de Ciencias Ambientales. De ellas, 2,8 millones han declarado tener dos o más retrasos en el pago de recibos en los últimos 12 meses, es decir, el seis por ciento de la población. En un informe de 2018, la misma organización afirma que España está entre los países de la Unión Europea con los precios de la energía doméstica más caros y donde más han aumentado desde 2008, momento de inicio de la brutal crisis económica y sistémica.
La incidencia de la pobreza energética en las rentas más bajas fue de hecho mayor en 2016 que en 2007, lo que evidencia que las desigualdades sociales se han incrementado en los últimos años en España, apunta Gloria Gómez Muñoz, arquitecta e integrante del grupo de investigación ABIO (Arquitectura Bioclimática en un entorno sostenible) de la Universidad Politécnica de Madrid (UPM).
“Nadie puede vivir sin energía y los mercados financieros se aprovechan, al igual que en su día lo hicieron y siguen haciendo con la vivienda”, apunta el informe ‘Emergencia habitacional, pobresa energètica i salut. Informe sobre la inseguretat residencial a Barcelona 2017-2020’.
En los seis primeros meses del año pandémico 2020, cuando todas las economías se desplomaban, Iberdrola, una de las grandes eléctricas que operan en el Estado español, obtuvo un beneficio neto de 1.844,9 millones de euros, lo que supone un aumento del 12,19 por ciento respecto al mismo periodo del año anterior. Naturgy, lo que antes era Gas Natural Fenosa, también ganó en ese periodo, pero menos que el año anterior: de los 592 millones de beneficio en 2019, pasó a 334 en 2020. Aunque sigue ganando, los medios económicos utilizaron verbos como “lastrar”, “caer” o “hundir” para hablar de esas ganancias. Endesa, la otrora empresa pública ahora en manos de la transnacional italiana Enel, ha obtenido las cifras más lustrosas: 1.128 millones de euros en los seis primeros meses del año, lo que supone un aumento del 45,4 por ciento frente a los 776 millones de euros obtenidos en el mismo periodo del ejercicio anterior.
Otras noticias, con escaso espacio en los medios especializados en economía, cuentan que el endeudamiento por pobreza energética se cronifica mientras el acoso por parte de las empresas energéticas se agrava. Así lo recoge el ya citado documento que analiza la situación de Barcelona, publicado por seis organizaciones sociales en julio de 2020. Mismo mes en el que las grandes eléctricas informaban de sus cifras económicas. El estudio recoge, entre otros datos, que el 48 por ciento de las familias encuestadas declaran no poder mantener su casa a una temperatura adecuada durante los meses de invierno, y un 43 por ciento afirmaba no poder hacerlo en verano.
Una clara dimensión de género
En la pobreza energética influyen la estructura heteropatriarcal y capitalista. Según consideran desde la oenegé Setem Hego Haizea, está vinculada a la apropiación de los recursos naturales en manos de unas pocas empresas que incrementan los costes de la energía y la convierten en un bien de mercado. Y también, recuerdan, las mujeres son las que pasan más tiempo en el hogar, debido a la división sexual del trabajo, los estereotipos y los roles de género, por lo que son las más afectadas por esta problemática. Esta organización habla de una forma de violencia machista,
de feminización de la pobreza energética.
El proyecto FEMENMAD se ha centrado en eso. Después de descubrir en una investigación previa que, a pesar de que los hogares principalmente están sustentados por un hombre, la proporción se invierte en los hogares en riesgo de pobreza energética; es decir, en estos últimos es habitual que la sustentadora principal sea una mujer.
Centrada en la situación de la ciudad de Madrid, la investigación indaga que las causas que subyacen tras la pobreza energética son más complejas que la mera pobreza económica. Los datos, cuando se desagregan por sexo, revelan la dimensión de género. Aunque cifras hay pocas. “Debido a la falta de datos desagregados del nivel de ingresos dentro de cada hogar, el estudio específico de la pobreza de las mujeres sigue siendo una asignatura pendiente.
En función de las estadísticas actuales de los hogares, solo es posible evaluar las desigualdades de las mujeres en aquellos hogares en los que ellas son la persona sustentadora principal”, explica a Pikara Magazine Carmen Sánchez-Guevara, una de las integrantes del equipo de investigación ABIO, encargado del proyecto FEMENMAD y de la investigación ‘Femininización de la pobreza energética en Madrid’.
Por eso el análisis, se ha centrado en la indagación de tres tipos de hogares: aquellos con una mujer como sustentadora principal, los monomarentales y los formados por mujeres mayores de 65 años que viven solas. Más allá de estos tres casos, “no es posible detectar las desigualdades de género que tienen lugar dentro de aquellos hogares formados por más personas y en las que es un hombre el sustentador principal”, insiste Sánchez-Guevara, arquitecta y profesora de la UPM.
Un 28 por ciento de los hogares con una mujer como sustentadora principal viven bajo algún tipo de pobreza (pobreza energética, monetaria o las dos a la vez). Este valor está por encima del 23 por ciento en esta situación en la ciudad de Madrid. En el caso de los monomarentales, el 40 por ciento vive bajo algún tipo de pobreza. En cuanto a los formados por una mujer sola, mayor de 65 años, el 39 por ciento vive bajo condiciones de algún tipo de pobreza. Estos porcentajes recogidos por la investigación están por encima de la media del municipio y de los hogares en los que el sustentador principal es un hombre.
El enfoque de esta investigación ha sido fundamentalmente arquitectónico porque, según defienden las autoras, la intervención sobre las edificaciones es la solución a largo plazo del problema. “Hay que luchar menos por el bono social y más por el aislamiento”, subraya Sánchez-Guevara, quien explica esta postura: “El bono social es un trasvase de dinero público a manos privadas y no tiene solución de continuidad, no mejora el problema, es un parche. Debe existir temporalmente, pero no estamos de acuerdo con los criterios”. Y ejemplifica, una familia numerosa, independientemente del nivel de ingresos, es beneficiaria del bono social.
“Hay que preguntarse, ¿cuánto necesita este hogar para tener una vida digna?, y ¿qué renta tiene? Pues le daremos un bono social de tanto. El bono social perpetúa una situación, no va a ayudar que esos hogares salgan de ella, mientras que una rehabilitación energética va a ayudar a que sean autosuficientes”, continúa.
Problemas de salud
“Ventilo por las mañanas, cuando no están los niños”. “Encendemos la calefacción cuando la niña llega a casa”. Estas frases, o estas vidas, también están recogidas en la investigación de FEMENMAD porque, ante la falta de datos, se han realizado entrevistas personales y se ha monitorizado la situación climática de algunas viviendas. “La identidad de las mujeres entrevistadas se diluye y homogeneiza con la identidad y el bienestar del hogar, y forman una sola identidad”, incide el informe, al que ha tenido acceso Pikara Magazine.
Esta situación no es exclusiva del Estado español. El estudio ‘Women, Gender Equality and the Energy Transition in the EU’ (‘Mujeres, igualdad de género y la transición energética en la UE’) concluye que el sector de la energía en la Unión Europea está influenciado por un conjunto de desigualdades de género persistentes, como las brechas de género en el acceso a la energía. “Las mujeres se ven afectadas de manera desproporcionada por la pobreza energética y por la lucha por pagar su consumo de energía. Y esto limita la participación de las mujeres en la energía transición, al no poder permitirse inversiones en eficiencia energética para disminuir su energía consumo”, afirma el informe publicado en 2019 por la Dirección General de Políticas Internas de la Unión.
“Estaba bloqueada, no sabía por dónde salir. Estaba con depresión y ansiedad”. Olga es una de las vidas que pone rostro a los fríos datos de los informes. “El primer día que tuve luz, parecía que estaba soñando, no me lo creía. Cuando vi que se encendía la bombilla, que podía tener luz, parecía que había despertado del sueño en que estaba”, cuenta. La pobreza energética tiene un impacto en la salud derivada del frío, como son las enfermedades físicas y psicológicas, según afirma Setem Hego Haizea. Además de los problemas de depresión y ansiedad, los datos analizados para Madrid indican que la mortalidad por olas de frío o de calor es muy similar en hombres y mujeres, pero hay mayor número de ingresos hospitalarios de mujeres que de hombres por bajas y altas temperaturas.
Encender o apagar la luz es una cuestión de vida o muerte. Encender o apagar la luz es una cuestión de género.