Monjas, peste y sexo lésbico

Monjas, peste y sexo lésbico

Paul Verhoeven cuenta en 'Benedetta' la historia de una monja italiana que tenía visiones místicas o se las inventaba, en una peli intensa y excesiva, como casi todas las del director.

06/10/2021

Un fotograma de ‘Benedetta’.

Algún día se harán en el mainstream películas sobre lesbianas en las que las mujeres cumplan sus deseos carnales mutuos, y no las fantasías de los hombres heterosexuales, pero dudo mucho que las dirija Verhoeven.

Benedetta es una película inspirada en hechos reales, aunque no lo parezca. Basándose (a su manera) en la novela de Judtih Brown, historiadora en la Universidad de Stanford, sobre la biografía de Benedetta Carlini, Verhoeven traslada su perspectiva extrema y su regodeo en la intensidad y las pulsiones al siglo XVII, de manera que no sabes si está haciendo una película histórica fallida, un videoclip estrambótico pero fascinante o una peli que admiraremos solo cuando no nos la tomemos en serio.

Yo soy de las que -cuanto más la veo, más- me gusta Showgirls (1995), y creo que algo así puede pasar dentro de unos años con Benedetta. Está claro que el director Paul Verhoeven tiene una idea muy concreta sobre lo que es el sexo entre mujeres, y está claro que le parece un espectáculo al servicio de la mirada masculina. Como en Instinto Básico (1992), en Benedetta las amantes follan en poses estéticas y fácilmente filmables, como en las pelis porno. Cuerpos normativos, belleza, delgadez, curvas oportunas, carnes que tiemblan, miradas demasiado intensas y gemidos demasiado oportunos; el sexo en esta película no se parece al sexo en la realidad. Y, mucho menos, al sexo entre mujeres. Pero es que pocas cosas se parecen a la realidad en el cine de Verhoeven ¿por qué iba a ser realista una peli de Paul sobre una monja lesbiana con visiones místicas?

Durante la película, si es que la ves, seguramente te moverás entre la ansiedad y la incredulidad. Cuando una niña inocente y de buena cuna chupa la teta de una virgen de piedra que se le cae encima, cuando una joven que ha sido torturada con un aparato que tiene que provocar terribles desgarros vaginales y cuyos alaridos desde la mazmorra estremecen a todo el convento, pero recupera la libido rápidamente, tendrás la sensación de que la clave básica de cualquier película, que resulte verosímil, no es está funcionando. Pero hay algo en esta peli que sí funciona -que es aún más clave en cualquier creación artística-: que te genera emociones a su gusto y te deja desconcertada sobre cuáles son.

No eres capaz de entender si las alucinaciones místicas de la monja protagonista son reales o inventadas, esas ensoñaciones en las que Jesús en un seductor que a ella le pone más cachonda que católica. No eres capaz de entender si la monja es consciente de que ella misma se provoca los estigmas que la hacen parecer santa. No terminas de entender si la abadesa, una siempre soberbia Charlotte Rampling -con su siempre gélida y siempre ardiente mirada-, se enfrenta a la aprendiz de santa por fe, por envidia o por venganza por su hija. No te cuadra si la novicia que lesbianiza a Benedetta, intensa y carnal Daphné Patakia, es así de perversa y cochina por deseo, por poder o porque ha tenido una vida que le impide cumplir las normas morales. Pero tú ahí te quedas. Envuelta en la música de Anne Dudley, que parece mentira que sea la misma compositora de Full Monty (1997), porque aporta una banda sonora recargada y omnipresente que lo hace todo más excesivo y angustioso.

Acabas la película baldada de tanta emoción.

Pero cuando salgas del cine, empezarás a pensar que has caído en la trampa. Verhoeven te ha tomado el pelo, y tú te lo has tomado en serio. Como en Showgirls.

Porque hay cosas que a Verhoeven no se le pueden haber escapado, a no ser que pretenda colarte como un filme histórico y biográfico una sátira sobre el fundamentalismo religioso, el postureo, las luchas de poder en todos los espacios -desde el Vaticano hasta un convento-, las pasiones “bajas” (porque suceden debajo de la cintura), una burla sobre lo básicas que somos las personas, que nos movemos por envidia, ambición o lujuria.

A medida que andaba, alejándome del cine, me convencía más de que Verhoeven nos la había colado. Vale que una monja del siglo XVII puede ser preciosa –Virginie Efira borda el papel de monja algo pirada, inconsciente de su belleza, pero dispuesta a explorar hasta dónde puede llegar con ella-, pero a ningún departamento de maquillaje y peluquería de 22 personas se le escaparía que la actriz lleva un balayage perfecto con unas capas de pelu cara. Y vale que el cine medieval nos ha convencido de que todas las mujeres, hasta las monjas, duermen con livianos y transparentes camisones de algodón blanco, que se caen a la mínima para enseñar que no se lleva nada debajo, pero esos camisones, esos hábitos enmarcando la cara, no parecen propios de unas modestas monjas teatinas de un pueblo pequeño de la Pescia del 1.600. Ni siquiera el pueblo es verosímil, da la impresión de que se ha hecho a propósito que parezca un decorado. Como si fuera un escenario de cartón piedra para representar un cuento. Hasta el cielo parece un croma.

A lo largo de toda la película hay un regodeo en lo obsceno que es muy Verhoeven, que se exacerba en el director cuando se pone en modo medieval. La sordidez de algunas de las monjas, lo descaradamente repulsivo que resulta Lambert Wilson, en el papel del Nuncio lascivo y malo sin matices, las brutales imágenes que aparecen en la mente de Benedetta, que recuerdan a Tarantino, componen una película con personajes arquetípicos, que están lejos de la cinta de mensajes implícitos que te lanza Verhoeven en la cara. Nadie es bueno en un mundo en el que todo el mundo cree que Dios le habla (o le echa los tejos) directamente.

El olor de la peste y la chamusquina atraviesan la pantalla y puedes oler los bubones renegridos y asquerosos, la carne de la teta de la monja que se autolesiona (¿o tiene un tumor?), el aire corrompido de las ciudades contagiadas. A ratos estás asqueada. Pero ahí te quedas.

No sé qué diría Verhoeven si se lo preguntamos, pero la sensación es que ha hecho una película que es una trampa, así que no sabría decirte si es una buena película. Como con Showgirls, como con Instinto básico. Mujeres malas que no saben si lo son, que tú no terminas de saber si se creen santas. Hombres que hablan en nombre de Dios, pero que actúan como pervertidos. Un pueblo que te venera, te lincha, te salva, y te vuelve a linchar, sin saber a cuál de los mensajeros de Dios hacer caso en cada momento.

Comparto con Verhoeven la fascinación por las mujeres que están dispuestas a todo por salir de la mediocridad, incluido mentir, matar y follar. Pero no sabría qué decirte sobre Benedetta. Seguramente que es la película que podíamos esperar si Verhoeven se pone a contar la historia de una monja lesbiana del siglo XVII que decía que tenía visiones místicas y que decía que le salían estigmas. Una peli intensa, inquietante, recargada y tórrida, en la que la gente se masturba, espía, se mete figuritas religiosas por la vagina, mucha sangre, mucha más de la necesaria, muchas tetas y salir del cine con la sensación de que te agobias, y no es por la mascarilla.

Benedetta Carlini existió, pero a Verhoeven le sirve como excusa para desplegar su baraja de pasiones y excesos. Si quieres jugar con él, vete a verla.

 


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