¿Quién le daba clase a los asesinos de Samuel?

¿Quién le daba clase a los asesinos de Samuel?

Las violencias contra las mujeres y el colectivo LGTBIQ+ en las aulas se intensifica pese al esfuerzo del profesorado sensibilizado que intenta contenerlas con los escasos medios de los que dispone.

20/10/2021

Ilustración de Catalina Parra.

Desde que empecé a trabajar en educación hace unos años, siempre me presento a los grupos nuevos de cada curso de la misma manera. Les pongo fotografías de mi pueblo, Cañada Rosal (campiña sevillana, 3.000 habitantes), para que conozcan mi contexto; les cuento que mis padres son maestros y les enseño los sitios por los que he pasado dando clase. También les propongo un juego-dinámica de presentación (clásico, de English Teacher: Two truths and a lie) y les dejo claro que no tolero actitudes machistas, lgtbifóbicas, xenófobas o clasistas. Maestra eso qué es. Les pongo ejemplos hasta que lo tienen claro. Si tengo que elegir, prefiero que te comas un chicle a que llames “maricón de mierda” a alguien. Se quedan impactados con ese momento de crudeza en el que muchos se ven directamente interpelados. Es entonces cuando veo, por uno lado, ojillos que se iluminan y alumnado que me asiente, y por otro, alumnos que resoplan o fruncen el ceño.

Una polarización creciente

En los años que llevo dando clase y si lo comparo también con mi experiencia no tan lejana en el instituto, percibo una creciente polarización entre el alumnado adolescente. De hecho, según el Barómetro Juventud y Género de 2021 recientemente publicado, en 2021 el 67,1 por ciento de chicas de entre 15 y 29 años se consideran feministas frente al 46,1 por ciento que lo hacían en 2017. En cambio, en esas mismas fechas, el porcentaje de hombres baja del 32,8 al 23,6 por ciento. Además, la cifra de chicos jóvenes que considera que la violencia machista es un “invento ideológico” se ha duplicado y en 2021 se sitúa ya en el 20 por ciento. Esto es muy grave. Estamos hablando de que uno de cada cinco chicos jóvenes niega la existencia de las violencias machistas.

Veo estas cifras reflejadas cada vez que organizo talleres que intentan dinamitar las masculinidades machistas y que interpelan a los alumnos varones de manera directa, o cuando les proyecto el monólogo de Pamela Palenciano y ellos mismos encarnan el personaje del chaval de la última fila que se cruza de brazos y bufa.

Forman parte de un sector del alumnado que se encuentra totalmente amparado y fascinado por partidos y organizaciones fascistas, que pretenden aplastar las libertades por las que tanto se luchó. Son estas las libertades que otra buena parte del alumnado luce en las muñecas mediante una bandera arcoíris. Me aterra pensar que esas manos tendrían en algún momento que defenderse de un ataque que podría costarles la vida.

Según un estudio de la Federación Estatal de Lesbianas, Gais, Trans y Bisexuales (FELGTB), hasta el 55 por ciento del estudiantado LGTBIQ+ ha sufrido acoso escolar. De ellos, un 43 por ciento ha tenido pensamientos suicidas y un 17 por ciento ha sobrevivido a, al menos, un intento de suicidio (cifras de 2016).

Esto me hace plantearme: ¿qué porcentaje de nuestro alumnado ha ejercido acoso? ¿Cuántos de ellos seguirán acosando a otras personas a lo largo de su vida? ¿Cuánto de evitable hay en todo esto? ¿De qué medios disponemos realmente las personas que nos dedicamos a la docencia para frenar estas violencias?

Lo mataron al grito de “maricón” 

El Ministerio del Interior señala que el 83 por ciento de los delitos de odio (en los que se engloban los ataques contra el colectivo LGTBIQ+) en 2019 fueron cometidos por hombres.

Como bien apunta el sociólogo Lionel Delgado en un artículo, en los centros de enseñanza públicos nos encontramos, en gran parte de los casos, ante una masculinidad por supervivencia. Muchos de los chavales que tenemos en nuestras aulas están viendo cómo la precariedad laboral en sus familias se agudiza después de la pandemia y ya ni siquiera tener éxito académico les garantiza en un futuro mantener su rol de hombre-proveedor-protector. Para compensarlo, exageran esa imagen masculina de poder y dominancia. Todos quieren ser el gallito del corral. Y ser el gallito del corral pasa inevitablemente por no solamente ser heterosexual, sino también parecerlo. Y mucho. Esto se traduce en que todo aquello que cuestiona la norma de género, debe ser rechazado enérgicamente. Preferiblemente de manera pública para así reafirmarse en la identidad propia y no ser repudiados por el resto del grupo.

Esto se arregla educando

Lo cierto es que estoy cansadísima de que esa sea la frase que sentencia todos los debates sociales: “Esto se arregla con educación”. Y cuando dicen educación se refieren exclusivamente a la educación formal que se proporciona en los centros de educación primaria y secundaria y nunca a la educación informal, ni a la reeducación o al autoaprendizaje durante la adultez.

Aunque me encantaría que verdaderamente tuviésemos la clave del cambio, ya que este artículo nace precisamente de la frustración que me provoca el no tenerla, lamento decirles que no es suficiente con educar en las escuelas e institutos. De hecho, este tipo de discursos contribuyen a la frustración del profesorado implicado en materia de igualdad y la frustración a la inacción crónica.

Este verano no podía evitar preguntarme quién le dio clases a los asesinos de Samuel. Quién llevaba la coordinación de igualdad en sus centros, quién fue su tutor en tercero de la ESO, quién era su jefa de estudios, quién estuvo con ellos durante años día tras día durante seis horas. Si tendrán la sensación de haberla cagado, de que podrían haber hecho algo más. Comparto la impotencia de saber que hay violencias campando a sus anchas que se nos escapan delante de nuestras narices.

Dicen que esto se arregla educando. Ya, ¿pero cómo con tan pocos recursos? El Plan de Igualdad en Andalucía es escasamente incentivado por parte de las instituciones al ser considerado de obligado cumplimiento. Aunque coincido en que la coeducación debe ser algo transversal y obligatorio, la realidad es que solamente una parte del profesorado se implica con las acciones y actividades coeducativas. Dicha parte del personal docente lleva a cabo estas tareas sobrecargándose de trabajo (y sin que se le reconozca oficialmente) ya que no hay un espacio de coordinación claro dentro del horario para ello.

Por otra parte, nos encontramos con que se sigue optando en muchos casos por una educación basada en un sistema punitivista, en la que los perfiles autoritarios e hipermasculinizados siguen estando muy bien valorados por toda la comunidad educativa.

Probablemente esta no sea la mejor manera de desmontar las ya mencionadas conductas violentas e hipermasculinizadas en el alumnado. Subvertir este modelo autoritario es bastante complicado dadas las realidades materiales con las que nos encontramos: aulas abarrotadas y una acuciante falta de recursos humanos y materiales que dificultan la organización de talleres, debates y encuentros. Por lo que la participación del alumnado, y con ella sus dudas y opiniones, se ven difuminadas en pos de mantener un poco el orden en clase.

Para alcanzar una coeducación de calidad tenemos que seguir reclamando que se nos dote de los recursos suficientes: psicólogas/os en los centros que nos asesoren y atiendan al alumnado, más tiempo y recursos para la formación del profesorado, disminución de las ratios mediante la contratación de más docentes, mejores infraestructuras y dotación tecnológica, un presupuesto fijo para igualdad, …

Seguir peleando contra la violencia machista y la lgtbifobia 

Con estas pésimas condiciones laborales, es difícil no limitarse a las actividades guirnalda (aquellas que lucen, pero no conducen a una reflexión profunda ni a cambios estructurales). La lucha por la igualdad (de género, clase y raza) dentro de las aulas no puede estar limitada a un puñado de docentes sensibilizadas con la misma, sino que debe ser algo que se persiga y facilite desde las instituciones y que se apoye en una estructura real y sólida. Como reivindica Andrea Momoitio, debemos “blindar las escuelas” y convertirlas en espacios de justicia y tolerancia que estén por encima de las supuestas libertades individuales que pretenden arrebatarnos a golpe de pin parental.

A pesar de estas dificultades, persistimos en nuestra intención de posicionarnos abiertamente, reeducarnos y revisarnos nuestras propias actitudes y formarnos en materia de igualdad (como en ecologismos, tecnologías, etc.) para ser lxs mejores referentes posibles para el alumnado. Y es que como bien indica Iván Gómez “apelar a la neutralidad no es posible en un sistema en el que la desigualdad estructura las posibilidades de nuestras vidas y de su articulación política”.

Seguiremos luchando por proteger al alumnado más vulnerable y por crear espacios de convivencia entre todos los agentes que componen la comunidad educativa; espacios donde enseñar y aprender a poner límites y respetarlos, así como a expresarnos y comunicarnos de formas no violentas. Espacios donde vivir y ser.

 


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