Ana Curra, una de las creadoras independientes de la escena musical
A veces enigmática y huidiza, otras como un libro abierto, Ana Curra es una de las grandes leyendas del rock español desde los tiempos de eso que llaman Movida Madrileña. La madrileña, que llegó a ser musa de este movimiento musical, ha decidido ahora abrirse en canal para protagonizar Conversaciones con Ana Curra (Efe Eme), un honesto libro escrito por la periodista Sara Morales que analiza su trayectoria musical y hace un recorrido por su azarosa vida personal.
La vida de la artista es la de una inquieta y rebelde muchacha de San Lorenzo del Escorial que empezó a estudiar piano clásico siendo pequeña y creció en un ambiente algo conservador. Según cuenta la propia Curra en este libro repleto de dolor y gloria, tenía solo quince años cuando se ennovió con un “superatractivo e inteligente” chico de Toledo que estudiaba Derecho en la Universidad de los Agustinos: “Yo, una chica del pueblo normal y corriente, tan jovencita, yendo a un colegio de monjas, estaba encantada de que un chico mayor, y tan guapo, se hubiera fijado en mí. Pero con el tiempo empecé a sufrir abusos por su parte, me amedrentaba con aislarme de las amigas, no me deja salir con nadie, quería que dejara el piano, me fue anulando… Una vez hasta me partió la nariz porque había levantado la mirada del suelo […] Estaba atemorizada, le tenía mucho miedo, estaba totalmente controlada por él, y encima yo daba por hecho que eso era lo normal”.
La violó y se quedó embarazada, lo que tuvo un enorme y duradero impacto psicológico en ella. Un día se quebró y confesó lo ocurrido a sus padres, quienes “no concebían” la posibilidad del aborto. “Me dijeron que ellos se encargarían de todo como si fuera su hijo para que a mí no se me cortara la vida de esa manera. Pero yo, aunque era muy jovencita, tenía muy claro que no, esa opción no la veía […]. En un principio, intenté asumir la alternativa que me habían ofrecido, incluso llegué a ir con mi madre a comprar cosas para el bebé… Pero tenía tan claro que no podía ser que, al día siguiente, les dije que no. Entonces fue cuando mi hermano Javi les propuso a mis padres que me llevaran a Londres para abortar, que él sabía que se estaban llevando a cabo abortos allí porque conocía algún caso”, explica Curra, a quien se le “abrió el mundo” gracias a esta propuesta.
Aquel triste viaje a Londres supuso el primer contacto con el punk para la joven, a la que sus hermanos inculcaron el amor por la música. “Mis hermanos empezaron a llevarme con ellos, solían ir a la discoteca M&M, pionera también aquellos años a la hora de programar directos”, explica Curra, que terminó saliendo del pueblo e instalándose en la capital española, donde por las mañanas acudía a la facultad (hizo hasta cuarto de Farmacia en la Complutense), y “por las tardes, a eso de las ocho, al Penta a empaparme de toda la música nueva”.
Paseando un día por el Rastro, a Curra le llamaron poderosamente la atención las pintas de tres jóvenes que andaban vendiendo allí discos y fanzines. Se trataba, ni más ni menos, de Alaska, Carlos Berlanga y Nacho Canut, que ya entonces integraban un grupo punk llamado Kaka de Luxe (de donde luego surgieron Alaska y los Pegamoides). Al poco de aquello, durante un concierto de los Zombies en una sala madrileña, Carlos Berlanga se acercó a Curra y tuvo a bien ficharla como teclista de su grupo. “Venía con una formación clásica que me ha abierto unos mundos increíbles, pero que también me había castrado al ser tan purista y rigurosa. A mí me sorprendió mucho que toda esa gente, sin tener ni puta idea, se subiera a un escenario y tocara. Para mí fue un choque, sí, pero lo envidiaba, lo admiraba, enseguida fui consciente del valor de lo que estaban haciendo […] El ambiente que se respiraba en el grupo era de pura diversión, de estar viviendo el momento a tope sin darle importancia a nada más”, explica ella en su libro.
Ana Curra recuerda que debutó en el mundo del punk en una época (finales de los setenta) en la que aquel género musical carecía de referentes femeninos, y buena parte de la sociedad española iba sobrada de machismo: “A Olvido [nombre de pila de Alaska] y a mí nos han llamado de todo por todas partes solo por cómo vestíamos. En esos pueblos de la España profunda a los que íbamos a dar conciertos, en aquellas giras del año 81 y 82 en las que nos lo recorrimos todo, nos llamaban putas y brujas […]. Pero Olvido y yo fuimos muy precoces en ese sentido, estábamos muy por encima de eso, no nos ofendía ni nos hacía daño”.
Tocar en Alaska y los Pegamoides le sirvió a Curra para saborear las mieles del éxito comercial. En esos años, se embarcó en giras agotadoras, adquirió notoriedad mediática, creció como compositora —suyo es el temazo Quiero ser santa, que “viene de esos orígenes míos en los colegios de monjas y la fascinación que me causaban las santas y sus vidas”—, y hasta comenzó una relación amorosa con el malogrado músico Eduardo Benavente, después de que este se presentara un día en el local de ensayo de Pegamoides dispuesto a integrarse en el grupo. “[Eduardo y yo] Fuimos la representación del amor a todos los niveles. A mí me reconstruyó como mujer y me dio una visión del amor que yo no había conocido. Además, siempre me sentí muy valorada por él en todos los sentidos, como persona y profesionalmente […]. Nos queríamos muchísimo, sexualmente había una química brutal y musicalmente resolvíamos muy bien”, le comenta Curra a su hábil entrevistadora.
Aquella mente inquieta y creativa que fue Benavente creó al tiempo un grupo paralelo, Parálisis Permanente, al que Curra se incorporaría en 1982. Juntos sacaron adelante el aplaudido disco El acto, grabado en apenas dos días y lanzado a través de Tres Cipreses (un modesto sello discográfico creado por Benavente, Fernando Urrutia y Andrés Cuadrado). La madrileña asegura que ganó mucha confianza en sí misma al lado de Benavente. De hecho, aquella estrella emergente fue la persona que la animó a formar otro grupo, Seres Vacíos, que durante unos meses coexistió con las demás agrupaciones.
Y también fue con Benavente con quien Curra consumió por vez primera drogas como el LSD. “Siempre he creído que para poder hablar de algo tienes que experimentarlo, tienes que haberlo vivido; pero todo eso también tiene sus riesgos, riesgos muy oscuros, y yo los he padecido. Reconozco que he sido un poco temeraria con la vida”, explica la artista, que en cierto momento llegó a sentirse “degradada, porque no era dueña de mis actos. Perdí la libertad de decidir cuándo quería tomar algo o no, se convirtió en una dependencia. Cuando estás pillado, eres esclavo”.
La pareja profesional y sentimental tocó el cielo con las manos, pero su cuento de hadas se hizo añicos en mayo de 1983, cuando Parálisis Permanente se dirigía en coche a un bolo en Zaragoza. Una inoportuna tormenta sorprendió en la carretera a varios de sus integrantes y, a la altura de Alfaro (La Rioja), el vehículo que aquel día conducía Curra se salió de la vía. Tras dar varias vueltas de campana, quedó destrozado por el fuerte impacto. Ella se rompió la clavícula y se lesionó el hombro, pero Benavente, que salió despedido por la ventanilla y se rompió el cuello, se llevó la peor parte, falleciendo poco después en el hospital.
La ‘Viuda de Madrid’ (como algunos comenzaron a llamarla a partir de ese momento) relata con dolor que, tan pronto como se recuperó físicamente y salió del hospital, acudió a visitar a su suegra: “Le llevé un montón de fotos y de recuerdos suyos para que se los quedara, para que tuviera cosas recientes de su hijo. Pero la realidad es que conmigo no se portaron bien, me hicieron muchísimo daño, querían que yo pagara la muerte de Eduardo por ser la que conducía. Me llegaron a denunciar”.
Curra —que al poco de acabar su carrera de piano consiguió una plaza como profesora en el Conservatorio de El Escorial, y aún hoy sigue dando clases— transitó por el duelo como pudo, aunque lo cierto es que quedó demasiado tocada emocionalmente y aquella ristra de varapalos la llevó a engancharse a la heroína: “Entre que yo seguía sin estar bien, ya no me quedaban muchas fuerzas para seguir tirando del carro y que, para entonces, ya estábamos todos bastante metidos en las drogas, se terminó. Las drogas eran la única forma de anestesiar los dolores de cada uno y todos arrastrábamos la misma problemática”, comenta con total lucidez en Conversaciones con Ana Curra.
La música se convirtió una vez más en la tabla de salvación de la artista, que peleaba aún por salir del pozo cuando conoció por casualidad a Alberto García-Alix, considerado el retratista español más famoso de su generación. Su sello discográfico, Hispavox, estaba al loro de aquello, y por eso intentó lanzarla como la Madonna española. Pero Curra nunca ha estado dispuesta a venderse.
“Aun siendo coetánea mía, no veía que tuviera nada que ver con ella, además no me gustaba nada. Quizá luego con el tiempo sí he valorado que es una artista que ha ido aprendiendo, una mujer que se ha hecho a sí misma y siempre ha sido muy trabajadora… pero también muy ambiciosa y eso, por ejemplo, yo no lo he sido nunca”, afirma ahora Curra, a la que parece que nunca le han quitado el sueño las ansias de subir en el escalafón de la riqueza: “Me encantaría que se diera un equilibro con el valor que tengo y entrego, pero ir por libre también tiene un precio, no entras a formar parte de las trituradoras de la industria musical y el mercadeo de los festivales”.
Con el tiempo, Curra fue mostrándose cada vez más políticamente incorrecta en las entrevistas que concedía y, hastiada de los chanchullos de la industria musical, empezó a repartir estopa a las discográficas. Sin escatimar detalles, relata en su libro lo mucho que aquella actitud suya cabreó a Hispavox (con los que dejaría de trabajar al poco tiempo), o cómo le cambió la vida el día que se topó con el poeta madrileño Ángel Álvarez Caballero, El Ángel, con quien viviría una apasionada relación amorosa que terminó cuando él falleció de sida en 1994 (tras una triste agonía de doce meses). “Alberto [García-Alix] ha sido y es una persona fundamental en mi vida. Mi relación de pareja con él se solapó con la de El Ángel, que murió muy pronto, al año más o menos de empezar a estar juntos, y cuando eso ocurrió recuerdo que pensé: ‘No puedo más con la muerte. Como se me muera Alberto, me voy detrás'”.
Por suerte para ambos, el fotógrafo no se fue al otro barrio. Como tampoco murieron las ganas de resurgir de las cenizas de Curra, que en los noventa intentó reinventarse y probó a organizar festivales de poesía, pero también volvió a refugiarse en la heroína y acabó alejándose voluntariamente de los focos durante una década. Durante aquella larga etapa de ausencia, algunos llegaron a darla por muerta varias veces. Pero eso no le quitó el sueño a Curra, que no volvió a la vida pública hasta que consideró que tenía algo que decir. Desde entonces, ha vuelto a tocar varias veces las canciones de Parálisis Permanente (asegura que Warner no le paga derechos de autor por los temas que compuso con Eduardo Benavente), se ha aliado con artistas como el músico César Scappa (su última pareja estable conocida), y hasta se ha atrevido a producir un canto a la era Covid titulado Hiel.
A nadie debería sorprenderle que se la siga considerando una de las creadoras más insustituibles e independientes de nuestra escena musical. “Esa autodestrucción a la que me llevó mi adicción solo me ha hecho ascender después”, apostilla en su libro la artista de 62 años. “Para subir, primero has de bajar y, a veces, bajar hasta el inframundo. Por eso a mí, más que fantasear con la luz, el éxito o la fama, siempre me ha interesado más indagar en mi oscuridad para iluminarme desde dentro. Nunca me ha llamado la atención ser una estrella, lo que me ha llamado la atención es encontrar mi luz interior”.
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