Después de una amiga ya no hay nada

Después de una amiga ya no hay nada

¿Las feministas hemos depositado todos nuestros afectos en las amigas? ¿Y qué pasa entonces cuando se rompe una amistad? De dudas, dolores y duelos

Imagen: Núria Frago
24/11/2021

Lo he dejado con mi mejor amiga. Sé que puede sonar raro. Quizá te encaja más si te digo que nos hemos enfadado o que hemos tenido un problema que no hemos sabido solucionar. Es eso, sí, pero lo hemos dejado también. Hemos dejado de construir un imaginario y una vida juntas. Ya no hablamos de nosotras en plural, no nos apoyamos en el día a día. No vamos juntas al supermercado, ni tomamos cañas. Ella, por cierto, prefiere otra cosa. Ya no nos escribimos a diario para contarnos cualquier tontería. No sabe qué problemas hemos tenido últimamente en la familia ni qué me dijo la médica la última vez que fui a consulta. Hemos roto el vínculo y el mundo común. Atravesar un duelo así es un proceso muy complejo y solitario. No hay canciones ni películas que te ayuden a llorarlo; no hay un lenguaje en común que se lo explique al resto en un par de minutos. Nada. Después de una amiga ya no hay nada.

Una ruptura entre amigas, que no tiene nada que ver con una ruptura amistosa, te deja sin hoja de ruta. Si rompes con una pareja siempre queda la esperanza –y el reto– de tratar de ser amigas. ¿A dónde vas entonces cuando se rompe un vínculo de amistad? A la mierda. Te vas a la mierda.

Las rupturas son siempre caminos complicados. Imagínate el asfalto ardiendo y tú caminando descalza. Es algo así. En este caso, además, todo el mundo te mira extrañado. Pocas personas se te acercan a preguntarte cómo estás y nadie te susurra al oído que era una capulla –porque no lo era–, que estarás mejor así, que ya llegará otra persona que te dé lo que necesitas. No hay consuelo para un adiós así.

Si eres feminista estás todavía más jodida. Hemos aprendido que la familia es una estructura patriarcal y violenta y que las relaciones de pareja son lugares en los que hay que estar muy alerta mientras mitificamos las redes de afecto entre amigas obviando que construir vínculos sanos es muy complicado. No tenemos tantas alertas y, por tanto, tampoco nos cuidamos. Mari Luz Esteban decía en Pikara Magazine hace unos años que “tenemos que asimilar ciertas técnicas e ideas para poder identificar cuándo las cosas van mal y cuándo bien, para comunicarnos, para negociar o para abandonar una relación”. Lo cierto es que no solemos aplicar casi nada de lo que hemos aprendido del amor romántico con las amistades.

Encuentras bajo tus pies un profundo agujero cuando te fallan las amigas.

 

Hay una revelación inevitable en la vida sí decides salirte un poquito del redil: la certeza absoluta de la soledad. No aceptar el guión que el sistema tiene preparado para ti te lleva a lugares desconocidos y apasionantes, pero te obliga también a ser consciente de tu propia soledad. Si rompes la relación con tu familia –o la colocas en un lugar secundario– y decides no depositar en una pareja todas tus necesidades afectivas tienes que saber también que la gente va y viene, que la tranquilidad, el afecto y el apego se construyen solo en ti. Si no, te pasará lo que me ha pasado a mí y es una putada, hermana.

Ni familia, ni amigas, ni amor. Pensar en algo que perdure es pensar en un trabajo diario o asumir los silencios. En esa certeza, si alguna vez encuentras calma en esa premisa, creo que es uno de los grandes aprendizajes de la vida. A partir de ahí, aceptación y un duelo eterno por todas las relaciones que ya no son.

Todo lo demás es ideología. La que intenta venderte el amor como herramienta y la que intenta convencerte de que la autonomía es la panacea.

No hay lugar al que volver cuando rompes con una amiga. Te quedas sin himno y, entonces, quizá entonces, puedas aprender a silbar.

 

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