El infinito es el dolor: las poetas filósofas

El infinito es el dolor: las poetas filósofas

La poesía es filosofía cantada en verso. Si la filosofía, como la poesía, no se cocina con ideas, está vacía y se convierte en una zambomba. Puede hacer ruido, sobre todo si recibe el apoyo de grandes editoriales o tribunas de medios con sospechosas intenciones, pero no es filosofía la una ni poesía la otra.

Podríamos decir, y no estaríamos muy desencaminadas, que la literatura es un guiso cocinado por la reflexión humana y que, en esa cazuela donde caben los miedos, el odio, las guerras, pero también el amor, la admiración y los abrazos, la poesía se erige como la filosofía aliñada en verso.

La filosofía no es un idioma indescifrable y, cuando lo es, no es filosofía. Tampoco es un mansplaining desde un Olimpo canónico y masculino porque, cuando lo es, tampoco es filosofía. Ni siquiera es la oscuridad de lo ininteligible y lo inefable, porque la filosofía es la búsqueda de la luz y su función no es otra, en última instancia, que abrir bien las ventanas para aclarar los prejuicios y los presupuestos de una sociedad.

Decía que la poesía es filosofía cantada en verso. En esa búsqueda de la luz, la filosofía trabaja con las ideas, porque el razonamiento es el único capaz de desmontar la mentira. Si la filosofía, como la poesía, no se cocina con ideas, está vacía y se convierte en una zambomba. Puede hacer ruido, sobre todo si recibe el apoyo de grandes editoriales o tribunas de medios con sospechosas intenciones, pero no es filosofía la una ni poesía la otra.

En estos tiempos que corren, de mentiras repetidas y disfrazadas de posverdad, de negaciones de todo, de vacunas, de virus, de violencias y hasta de la mayor. En estos momentos, necesitamos de ese guiso en el que la filosofía llene la cuchara que llevarnos a la boca y con la que matar el hambre de las personas que retrasan en una escuela la llegada de la edad laboral.

Y también en este punto necesitamos proteger y cuidar esa disciplina que nos ayude a distinguir la dignidad de un trabajo de la tiranía de la opresión. Si a los 13 o 14 años no aprendemos a preguntarnos qué está bien y qué está mal, si no debatimos si algo justifica el fin y los medios, si no nos entregamos desarmados y en plancha a las dudas que nos interpelan desde que se nos despierta el pensamiento, si no lo hacemos, se nos duerme esa conciencia. Y una sociedad con la conciencia dormida es una sociedad que traga cucharones de mentiras, de bulos, de prejuicios y de odio. Porque el odio se teje con el desconocimiento.

La filosofía, como el latín y el griego, nos ayudan a entender el mundo en el que vivimos. Por qué actuamos como lo hacemos, por qué necesitamos de la psicología y por qué a veces nos vemos atrapados en un mare magnum. Las tres son la base de la pirámide sobre la que se asienta nuestra lengua y nuestro pensamiento. Conocerlas nos ayuda a entendernos, a empatizar con personas de otras culturas y a aprender mejor otras lenguas. No solo, nos indica por qué utopías y contra qué distopías debemos luchar y nos dota de herramientas para comprender y mejorar el mundo. Y todo esto nos convierte en personas más autónomas, más críticas y, sin lugar a dudas, más despiertas.

Quizá sea mal pensada, pero creo que esa es la razón por la que año tras año y gobierno tras gobierno, el latín, el griego y la filosofía van perdiendo horas en nuestras escuelas. “El sueño de la razón produce monstruos”, escribía Goya en uno de sus grabados. Hace algunos años, algunos políticos de lo tripartito pedían más asignaturas orientadas al mundo laboral y menos humanidades. Porque si no pensamos y no conocemos léxico con el que nombrar al monstruo, aceptamos que se llame “laboral” a comer a escondidas, por miedo al despido, en una jornada de doce o catorce horas y un contrato por horas.

Con la nueva ley, la LOMLOE, se pierde todo rastro de Filosofía en la ESO, aunque la recupera como obligatoria en Segundo de Bachillerato. Además, las filósofas entran por primera vez en el currículo. En la LOGSE de 1990 había 23 filósofos, en la LOE de 2006, 11; y en la LOMCE de 2013, 25. Y “filósofos” no atiende al masculino genérico, sino exclusivo. Ninguna pensadora tenía cabida en esta asignatura. Hipo, Aristoclea, Cleobulina, Teano de Crotona, Aspasia, Diotima, Fintis, Perictione, Hipatia, Hildegard von Bingen, Mechthild von Magdeburg, Marguerite Porète, Catalina de Siena, Christine de Pizan, Tullia d’Aragona, Isabel de Villena, Teresa de Ávila, Marie Le Jars de Gournay, Margaret Cavendish, Anne Finch Conway, Mary Astell, Juana Inés de la Cruz, Gabrielle Émilie de Breteuil, Olympe de Gouges, Mary Wollstonecraft, Johanna Charlotte Unzer, Harriet Hardy Taylor-Mill, Bettine von Arnim, Karoline von Günderrode, Rahel Varnhagen, Germaine de Staël, Hedwig Dohm, Concepción Arenal, Helene Stöcker, Leonore Kühn, Helene von Druskowitz, Hedwig Bender, Rosa Mayreder, Harriet Martineau, Mary Whiton Calkins, Hedwig Conrad-Martius, Edith Stein, Simone Weil, Hanna Arendt, Simone de Beauvoir, Gertrude Elizabeth Margaret Anscombe, Agnes Heller, Sarah Kofman, Martha C. Nussbaum, María Zambrano y otras tantas mujeres filósofas nunca encontraron una línea de un currículo en el que escurrirse.

Por ello, la profesora Lola Cabrera escribió el manual En diálogo con… El pensamiento en femenino plural, que puso gratuitamente en línea y a disposición de docentes, del público general y también para quienes quisieran colaborar en su elaboración. En él, proponía un diálogo entre los filósofos —todos hombres— que planteaba la LOMCE con sus pensadoras contemporáneas. En el nuevo currículo de Bachillerato hay 18 autores y 8 pensadoras. Aspasia de Mileto e Hipatia de Alejandría compartirán las páginas de los apuntes manuscritos con Hildegard von Bingen, Mary Wollstonecraft —la madre de Mary Shelley—, Olympe de Gouges, Hannah Arendt, María Zambrano y Simone de Beauvoir. Todas entrarán, por primera vez, en un currículo de Bachillerato

La poesía ha encontrado en la filosofía sus ingredientes fundamentales y el pensamiento se ha encarnado en la poética. En este binomio encontramos los versos de Cleobulina de Lindos (siglos VI-V a.n.e), también conocida como Eumetis, que fue poeta y escritora de acertijos y enigmas. Era hija de Cleóbulo de Lindos, uno de los siete sabios de Grecia, que defendía el acceso de las mujeres a la educación. Mariana Gardella y Victoria Juliá proponen un acercamiento a esta pensadora en El enigma de Cleobulina. Traducción de testimonios, acompañada de estudio preliminar, notas y apéndice, libro disponible de manera gratuita en la Editoral Teseo. El valor de sus composiciones ha hecho que sea considerada una de las primeras mujeres filósofas. Tal y como apunta Mariana Gardella en el artículo ‘Heráclito de Éfeso, Cleobulina de Lindos y la tradición de los enigmas’, de Revista de Filosofía, solo se conservan cuatro enigmas de Cleobulina: el de la ventosa, el del año, el de la flauta y el del buen ladrón. Aunque Plutarco le atribuye también la autoría de la fábula del vestido de la luna.

 

El enigma de la ventosa es recogido por Aristóteles en su Retótica, pero sin citar a la autora del acertijo poético. Sin embargo, sí incluye la autoría cuando cita versos de autores varones. En este enigma dice Cleobulina: “Vi a un hombre soldar con fuego bronce a otro hombre, tan estrechamente como para hacer una misma sangre” (ἄνδρ᾽ εἶδον πυρὶ χαλκὸν ἐπ᾽ ἀνέρι κολλήσαντα). En este enigma, la poeta y filósofa jugaba con la metáfora y, partiendo del trabajo de herrería que, gracias al fuego, suelda el bronce, llega al trabajo de la medicina que aplicaba ventosas con bronce sobre el cuerpo de sus pacientes.

También explora la figura retórica, en este caso la analogía, y entre el año, los meses y los días, y un padre, sus hijos y sus nietos, en el enigma del año: “Uno el padre, doce los hijos y cada uno de ellos, treinta hijos” (εἷςὁ πατήρ, παῖδεςδὲδυώδεκα, τῶνδὲ ἑκάστῳ παῖδεςτριάκοντα).

Otro de sus enigmas conservados, el de la flauta, responde a la creencia griega de que a los dioses les gustaba más escuchar las flautas que las voces humanas. Esopo recogía que las flautas se habían dejado de fabricar con huesos de cervatillo para utilizar los de burro. Y es ahí cuando Cleobulina proponía su acertijo, introduciendo la idea del animal muerto: “Con la pata y la pezuña, un burro muerto me golpeó la oreja” (κνήμῃ νεκρὸς ὄνος με κερασφόρῳ οὖας ἔκρουσεν).

Quizá su enigma más interesante sea el del buen ladrón: “Vi a un hombre robar y engañar violentamente y hacer esto con violencia era lo más justo” (ἄνδρ᾽ εἶδον κλέπτοντα καὶ ἐξαπατῶντα βιαίως, καὶ τὸ βίᾳ ῥέξαι τοῦτο δικαιότατον). Aquí introduce la reflexión sobre la justicia y la injusticia, que no podemos definir de manera objetiva sino determinadas por su contexto o situación concreta.

Sobre la injusticia de la situación concreta de las mujeres y en el contexto del final de la Edad Media, escribió también la filósofa, poeta y escritora Christine de Pizan (1364-hacia 1430). Nació en Venecia, pero se crió en la corte del rey Carlos V de Francia, a la que se había trasladado su padre en calidad de astrólogo real, alquimista y físico. Pizan fue educada de forma autodidacta y hablaba francés, italiano y latín. A los 25 años, viuda y a cargo de tres niños, su madre y una sobrina, decidió dedicarse profesionalmente a la literatura. Sus poemas, canciones y baladas gozaron de un gran éxito que le permitieron mantener a su familia. Al comenzar el siglo XV, empezó a escribir sobre los derechos de las mujeres y fundó La Querelle de la Rose, también conocida como “la querella de las mujeres”, una agrupación femenina que debatía sobre el papel de las mujeres, su acceso al conocimiento y la denuncia de la subordinación que sufrían en la época. Este grupo estuvo activo hasta el siglo XVII. La obra más conocida de Christine de Pizan es La ciudad de las damas, terminada en 1405 y considerada como la precursora del feminismo occidental. El libro surge como respuesta a Roman de la Rose. Para refutar las afirmaciones y argumentos misóginos, la pensadora crea una ciudad alegórica en la que se dan cita una multitud de mujeres ilustres. María Magdalena, la Reina de Saba, Safo, Medea, Circe, Medusa y otras tantas habitan la Ciudad de las Damas y cada una aporta un ejemplo de contraargumentación.

En El camino del largo estudio, de Christine de Pizan, con introducción y traducción de María Vicenta Hernández Álvarez, vemos cὀmo la pensadora une un viaje fabuloso, un tratado político y un poema. Se trata del trayecto que realiza la voz de la poeta por el mundo antes de llegar al firmamento. Aunque el viaje de la poeta no recorre mares ni bosques, sino su propia vida y su pensamiento. Habla del duelo y de su viudedad:

Y ahora, ya es tiempo de mi obra comenzar;
como sucedió, sin más demora, lo relataré,
si os place oírlo y escucharlo,
de dónde, de qué y de cómo fue, tomad nota.
Como Fortuna perversa
me ha sido a menudo adversa,
y como aún no se cansa
sin cesar de hacerme daño
con su girar que a muchos mata,
del todo me ha abatido;
así, con dolor excesivo,
a menudo solita y pensativa,
estoy, añorando el tiempo pasado
y feliz, ahora todo arrebatado
por ella y por la muerte,
cuya memoria me muerde
recordándome sin cesar a aquel
por quien sin necesidad de otra cosa
yo vivía feliz
y muy placenteramente,
cuando la muerte vino a atraparlo,
a él, que para mí no tenía igual
en este mundo, así lo creo,
pues no puedo en verdad imaginar
otro más sabio, prudente, bello y bueno
que él, en todas las cosas.
Me amaba, y justo era que así fuera
que muy joven le fui entregada.
Habíamos así concertado
nuestro amor y nuestros dos corazones
mejor que hermanos o hermanas
en un único y entero querer,
en la alegría y en la pena.

Pero también de la corrupción humana:

Me vino entonces al pensamiento
que este mundo solo es viento,
poco durable, lleno de tristeza,
sin seguridad ni suerte buena,
donde los grandes no están al abrigo
de Fortuna, ni de desgracias.
Tan corrompido está el mundo
que apenas queda gente buena.
Pensaba en las ambiciones,
en las guerras, en las aflicciones,
en las traiciones, en los grandes males
que encierra, en los grandes desastres
que ocurren, las grandes faltas,
que se cometen, las grandes desgracias
-me espanto- que de ellas pueden venir,
que no podemos en paz vivir.

Las guerras también definieron la vida de Simone Weil (1909-1943), que fue filósofa, activista y poeta mística. Lúcida, honesta y extremadamente preocupada por el hambre en el mundo, tomó parte de movimientos como la Columna Durruti durante la Guerra Civil española y, en la Segunda Guerra Mundial, estuvo en la Resistencia francesa. Antes de morir de tuberculosis, con apenas 34 años, dejó multitud de escritos filosóficos, políticos y poéticos. Todos sus textos se publicaron después de su muerte y por parte de sus amistades. De los gritos de súplica hablaba en ‘La puerta’, un poema lleno de símiles, de pensamiento y de búsqueda de la justicia.

La Porte (La Puerta)

El ciclo de los días en el cielo desierto
Que gira en el silencio de miradas mortales;
La boca abierta aquí, tragando sin cesar
Tantos gritos de suplica, tantos gritos crueles;
Todos los astros bailan lentamente su danza,
Única danza fija, mudo estallido en lo alto,
Sin forma mal que pese, sin nombre, sin cadencia,
Perfectos en exceso, sin mácula ninguna;
Bajo ellos suspendidos, nuestra ira nada vale.
Pues nos rompéis el alma, calmadnos nuestra sed.
De quejas y deseos su ciclo nos arrastra;
Fueron nuestros maestros brillantes siempre airosos.
Cadenas de luz para qué lastimáis los cuerpos.
Clavados sin escándalo en un punto del Norte,
Con el alma desnuda, a toda herida expuesta,
Hasta morir queremos prestaros obediencia.
Abridnos ya las puertas, dejadnos ver los huertos,
Y beber su agua fresca marcada por la luna.
Rival del forastero, la larga senda quema.
Vagamos sin saber, sin encontrar un sitio.
Queremos ver las flores.
La sed nos ha hecho presa.
Ante la puerta estamos, expectantes y heridos.
A golpes la echaremos abajo si hace falta.
Pero la puerta es firme, no cede a nuestro empuje.
Tendremos que esperar, mirarla inútilmente.
La puerta está cerrada con aire inconquistable.
Miramos fijamente, llorando en la tortura;
Aplastados la vemos por el peso del tiempo.

La filósofa, ensayista y poeta María Zambrano (1904-1991) fue la primera mujer en ganar un Premio Cervantes. Lo hizo en 1988. Su obra defendía la necesidad de incluir lo poético en toda indagación filosófica. Era hija de maestros, defensora de la Segunda República y enemiga del pensamiento único que asoló España y Europa en los años 30 y 40. Era profesora de la Universidad Central de Madrid cuando sucedió el golpe de Estado de 1936, lo que le hizo viajar a Valencia, de ahí a Barcelona y más tarde a Francia, Estados Unidos, Cuba, México, Puerto Rico y, de nuevo, Francia. En 1984 volvía a España, donde fallecía unos años más tarde. En su obra poética incluía la raíz de su pensamiento en unos textos que ella misma llamó delirios. Para ella, la palabra tenía una doble función. Primero, estaba al servicio de la razón y debía plasmar nuestras ideas, nuestra filosofía, pero también, como palabra poética, tenía una función vinculada al espíritu. El pensamiento y el sueño tomaban lugar en su poema ‘El agua ensimismada’.

El agua ensimismada

Para Edison Simons

El agua ensimismada,
¿piensa o sueña?
El árbol que se inclina buscando sus raíces,
el horizonte,
ese fuego intocado,
¿se piensan o se sueñan?
El mármol fue ave alguna vez;
el oro llama;
el cristal, aire o lágrima.
¿Lloran su perdido aliento?
¿Acaso son memoria de sí mismos
y detenidos se contemplan ya para siempre?
Si tú me miras, ¿qué queda?

Chantal Maillard nació en Bruselas en 1951 y es una filósofa y poeta que ha ganado el Premio Nacional de Poesía en 2004 por su obra Matar a Platón y el Premio de la Crítica en 2007 por Hilos. En 1969 renunció a su nacionalidad belga para adoptar la española. Fue profesora titular de Estética y Teoría de las Artes en la Universidad de Málaga y en sus libros explora la relación de la poesía y la filosofía, siendo muy comunes las inferencias y cesiones entre su obra ensayística y poética. En Matar a Platón incluía este ‘No existe el infinito’.

No existe el infinito

No existe el infinito:
el infinito es la sorpresa de los límites.
Alguien constata su impotencia
y luego la prolonga más allá de la imagen, en la idea,
y nace el infinito.
El infinito es el dolor
de la razón que asalta nuestro cuerpo.
No existe el infinito, pero sí el instante:
abierto, atemporal, intenso, dilatado, sólido;
en él un gesto se hace eterno.
Un gesto es un trayecto y una trayectoria,
un estuario, un delta de cuerpos que confluyen,
más que trayecto un punto, un estallido,
un gesto no es inicio ni término de nada,
no hay voluntad en el gesto, sino impacto;
un gesto no se hace: acontece.
Y cuando algo acontece no hay escapatoria:
toda mirada tiene lugar en el destello,
toda voz es un signo, toda palabra forma
parte del mismo texto.

El infinito es el dolor de la razón que asalta nuestro cuerpo. El dolor de la razón siempre pospuesta. El dolor de las muchas mujeres filósofas que nunca encontraron una línea de un currículo educativo en el que colarse. El dolor de una escuela a la que le están quitando sus horas de filosofía. El dolor del poema también es infinito.

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