No hay justicia climática sin justicia social, no hay futuro sin planeta

No hay justicia climática sin justicia social, no hay futuro sin planeta

Nos es imperante confeccionar transiciones populares que recuperen soberanías, que hablen de modelos de producción y consumo desde miradas colectivas, territorializadas, solidarias y que respondan a las necesidades para la sostenibilidad de la vida digna.

03/11/2021
jóvenes se manifiestan en Bilbao

Manifestación de jJventud por el Clima Bilbao, el 26 de septiembre. / Foto: Facebook de Juventud por el Clima

Pikara Magazine, periodismo feminista online y en papel
Este contenido ha sido publicado originalmente en el monográfico ‘Energía’. Si quieres tu ejemplar, en euskera o castellano, no te vayas sin visitar nuestra tienda online.

El movimiento por la justicia climática no es nuevo. Muchas han sido las personas que nos han ido allanando el terreno para que entendamos que, si en el momento presente la juventud no lucha, estamos perdidas. Perdidas porque en el presente se están batiendo récords de concentraciones atmosféricas de dióxido de carbono, porque en los océanos habrá pronto más plástico que peces, porque la biodiversidad está desapareciendo, porque la temperatura media anual está aumentando año tras año pese a que la comunidad científica nos alerta de que no podemos superar el 1,5 grados centígrados, porque los peores impactos del cambio climático los sufren aquellas personas y países que menos han contribuido a su avance… ¿Es esa la clase de futuro que queremos?

Ya en 1888, en Huelva, se organizó un movimiento que aunó a sindicatos, agricultoras y vecinas para luchar contra las minas de Riotinto, unas minas que no solo explotaban laboralmente a las familias obreras de la zona, sino que también estaban destruyendo el medio ambiente. Una huelga y un centenar de muertos dio como resultado la primera gran victoria medioambiental en el Estado español, amarga eso sí, pero no la última. Durante todo el siglo XX, incluida la época de la dictadura aunque en menor escala, el movimiento ecologista luchó para cerrar nucleares que arrojaban vertidos al mar, contra cementeras, incineradoras y refinerías que quemaban residuos altamente contaminantes, plantó cara a la construcción de grandes complejos especulativos como el Algarrobico y otras infraestructuras como el inservible aeropuerto de Ciudad Real, se opuso al fracking, a las minerías de oro y uranio y a las prospecciones marinas de hidrocarburos, e incluso se movilizó en oposición a la construcción de embalses que sepultaron pueblos enteros.

Hoy, los motivos que nos llevan a luchar por el planeta y las injusticias ambientales apenas han cambiado. La diferencia es que, como dice el manifiesto de Juventud por el Clima, “nos encontramos en un momento clave de nuestra historia”, porque si no cambiamos de manera contundente ya, será demasiado tarde para el planeta y los seres que lo habitan, y no hay planeta B.

Así pues, estamos viviendo un momento de inflexión: las políticas de hoy marcarán nuestras formas de vida en los próximos años. Esta realidad atraviesa nuestras formas de organización y de concepción de la crisis climática, y nos empuja a cuestionar este sistema colapsado de desarrollo e íntimamente ligado a unas energías que nunca fueron eternas ni baratas. No podemos sostener modelos ciegos que sigan perpetuando y profundizando en las crisis de desposesión, degradación y precarización de las comunidades y ciclos naturales; no podemos seguir asumiendo la destrucción, el silencio y la resignación como norma de supervivencia ante sistemas que sólo hablan de beneficios. Nos es imperante confeccionar transiciones populares que recuperen soberanías, que hablen de modelos de producción y consumo desde miradas colectivas, territorializadas, solidarias y que respondan a las necesidades para la sostenibilidad de la vida digna.

Hablamos de transiciones energéticas que desafíen y rompan el paradigma neoliberal, que dejen atrás lógicas extractivistas y de especulación, y reconozcan nuestra condición interdependiente y ecodependiente. Unas transiciones que hablen de comunidad, afectos y vulnerabilidad, que abandonen los deseos y imposiciones de un sujeto BBVAh (blanco, burgués, varón, adulto y hetero) que se cree hegemónico, pero que depende de otros cuerpos. En sí, unas transiciones ecofeministas, que relocalicen los procesos de producción, de distribución y de consumo, pensando desde la suficiencia y la justicia social, desde las formas de relación de los ciclos naturales, la vida comunitaria y nuestras realidades encarnadas.

No nos sirven soluciones que pasen por la mercantilización y privatización de nuestros bienes comunes y naturales, no nos sirven aquellas soluciones que responden a elites financieras transnacionales. Y un primer paso para abandonar las miradas sobre la energía mediadas por el oligopolio, impositivas y desarraigadas, es posicionarlas en nuestra cotidianidad, es posicionarlas como un elemento central en la construcción de nuestras realidades y, por tanto, como un recurso para pensar, decidir y usar colectivamente. En otras palabras, entender que los procesos energéticos que dan lugar a nuestras formas de alimentarnos y desplazarnos, de iluminar y calentar los espacios que ocupamos y vivimos, de adaptar, modificar y transformar nuestros entornos, no son neutrales. Construir espacios de impugnación, espacios de colaboración público-comunitaria, es clave para cambiar de paradigma y construir las políticas del mañana que nos permitan superar el modelo de explotación y discriminación actual, a la vez que plantamos cara a la crisis global climática.

Para conseguir esto, una de las alternativas que nos queda, y nos quedará siempre, es la de organizarnos. Demostrar que otro mundo es posible desde la propia práctica. Juventud por el Clima es un movimiento asambleario y de base, el cual se concibió como un espacio abierto para cualquier persona que desee participar y organizarse. Un movimiento que impulse la construcción de un nuevo presente y futuro, una nueva realidad que confronte con el neoliberalismo destructivo y el tardocapitalismo renqueante que lucha por su propia supervivencia, con todas las herramientas que aún le quedan por asomar y las herramientas que ya nos ha enseñado, como las nuevas ofensivas contra las personas migrantes y las personas trans.

Entendemos que esta lucha colectiva, no violenta y por la justicia climática y social es vital. Es necesario que las propias jóvenes tomemos cartas en nuestro futuro, que seamos capaces de decidir por nosotras mismas y dejar atrás el yugo paternalista, heteropatriarcal, ecocida y capitalista que nos ha teledirigido desde nuestro propio nacimiento, como si de una manera innata nuestro valor radicara en nuestra capacidad producir. Poder decidir qué hacer con nuestros campos y nuestras tierras, poder decidir qué hacer con nuestros territorios, con los ecosistemas en los que vivimos y de los que dependemos y somos parte, poder elegir qué modelo energético queremos. Al fin y al cabo, poder decidir sobre nuestras vidas en un planeta sano y habitable donde merezca la pena vivir. Este es el ecologismo en el que creemos.

 


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