Redes de cuidados en los campos de concentración nazis

Redes de cuidados en los campos de concentración nazis

Las presas políticas españolas durante el holocausto se organizaban como una especie de familia para ayudarse las unas a las otras a sobrevivir el infierno y para realizar sabotajes.

Texto: Sara Plaza
03/11/2021
Un carné antiguo

Carnet de combatiente de Elisa Garrido.

Cuando Lola García Echevarrieta (Bilbao, 1901) llegó al campo de concentración alemán de Ravensbrück, tras un hacinado viaje en los trenes de la muerte, fue estampada con una tenebrosa calificación. Era presa Nacht und Nebel (noche y niebla en alemán), lo que significaba que su destino final sería la cámara de gas. Tenía además prohibida cualquier comunicación con el exterior y viviría en precarias condiciones. Pese a este sello que a ratos pesaba como una losa, se convirtió en algo así como una madre para el resto. Animó, cuidó y ayudó a sus compañeras, quienes establecieron una red matriarcal de cuidados durante el horror de esos días en el campo nazi.

Y sobrevivió. Igual que sobrevivieron Olvido Blanco Fanjul, Elisa Garrido, Neus Catalá, Braulia Cánovas, Alfonsina Bueno, Lise London, Constanza Martínez, Mercedes Núñez Targa, Conchita Grangé o Violeta Friedman. Aunque la historia las haya sepultado, más de 400 españolas pasaron por Ravensbrück, el mayor campo para mujeres que construyó la Alemania nazi. Todas presas políticas y la mayoría integrantes de La Resistencia francesa contra Hitler, hoy sus vidas transcienden al paso del tiempo gracias al libro Noche y Niebla en los campos nazis (Espasa, 2021), de la escritora y periodista de La Vanguardia Mónica González Álvarez, que recoge la historia de 11 de estas luchadoras.

“En la historia siempre se ha dado mayor protagonismo a la figura masculina, no solamente en lo referente a los deportados en campos de concentración de diferentes nacionalidades, sino también en lo referente a los líderes que estuvieron al frente del Tercer Reich. La mujer siempre ha estado no en un segundo plano, sino en un tercer plano y yo creo que era primordial y para mí muy importante darles ese lugar en la Historia”, explica la autora de este libro. “Historia con H mayúscula- enfatiza- y hay que darles voz porque ellas ya no viven, ya han fallecido. Para que su lucha política y feminista siguiese calando en nuestras generaciones”.

 

Red de cuidados y de lucha

“Charly era una mujer maravillosa siempre dispuesta a ayudar a sus camaradas y amigas cuando lo necesitaban. En Ravensbrück, en el block 32 donde coincidimos era como un rayo de sol: siempre sonreía y nos animaba con palabras amables y llenas de optimismo. Cuando llegué al campo de Ravensbrück y me instalaron en el block 32 encontré a Leonor Rubiano, también española. Charly sabiendo nuestra nacionalidad nos cogió bajo su protección y desde aquel momento no nos abandonó nunca más. Nos orientaba y aconsejaba para esquivar situaciones comprometidas, siempre con una sonrisa. Fue un elemento decisivo en la organización de la solidaridad entre las deportadas”. Estas palabras de una exdeportada francesa de origen español, recogidas por la asociación Amical de Ravensbrück en su web, describen la trayectoria de Lola García Echevarría una vez asentada en el campo, quien adoptó la identidad de Charly, y son una muestra de las redes de cuidados que se establecieron dentro del campo.

Las mujeres se organizaban como una especie de familia con estructura matriarcal, las mayores y más veteranas hacían las veces de madres para ayudar a las menores a sobrevivir en el infierno. Y, del mismo modo que se organizaban para los cuidados, mantenían sus actividades de lucha aún dentro del campo a través de los sabotajes, formando lo que se conoció como el Comando Las Gandulas.

“Los sabotajes eran prácticas muy inteligentes”, explica Mónica González Álvarez. “Como no podían usar ningún tipo de arma para cargarse al enemigo lo que hacían era boicotear el armamento que ellas tenían que fabricar para la armada alemana. Los obuses para los aviones nazis que tenían que explotar sobre el bando aliado finalmente no explotaban”, añade. Y, para ello, en palabras de esta escritora, utilizaban la técnica de ralentizar la fabricación -de ahí el nombre de Las Gandulas- e introducían elementos para que no pudieran cerrar bien los percutores. “Desde tornillos, escupitajos hasta cazaban moscas o acetona. Cuando los limpiaban echaban tal cantidad de acetona que los hacían inservibles. Mediante este sabotaje conseguían que muchas vidas se salvaran”, añade González Álvarez.

foto en blanco y negro de medio cuerpo de una mujer

Neus Catalá después de la guerra.

Vejaciones y experimentación en mujeres

Las redes de cuidados y de lucha fueron una vía de escape de las vejaciones sufridas. Una de las presas más célebre, Neüs Catalá, quien falleció el 13 de abril de 2019 dejando un importante legado oral y escrito de su paso por el horror nazi, explicaba que lo vivido fue “indescriptible”. Y es que, la visión de mujeres famélicas, de los niños y niñas desnutridos era la visión del mismísimo infierno que la sumió en una gran depresión. “Se deprimió una semana, pensando en que iba a morir, pero salió rápido al correctivo de sus compañeras que le decían: “Sí, tú morirás. Y nos harás sentir culpable porque nos comeremos tu sopa””, explicaba Teresa del Hoyo, de la asociación Amical de Ravensbrück en una entrevista para Público.

“La mujer sufrió mucho más que el hombre por ser mujer”, relata González Álvarez. “Los guardias las violaban y sobre ellas se realizaban toda clase de experimentos médicos, ginecológicos. Empleaban el mismo utensilio para explorar a diferentes mujeres lo que suponía tener muy poca higiene y sufrían enfermedades. Llegaban a extirparlas el útero. Si se quedaban embarazadas, primero les practicaban el aborto y luego las vaciaban. Era una manera de erradicar una población que para los nazis estaba en un segundo plano, eran razas inferiores y al vaciarlas dejaban de menstruar y con ello conseguían que la mujer fuera más útil en el trabajo”, expresa esta escritora que, entre todas, destaca una práctica, que también sufrió Neüs Catalá: la inyección de líquidos corrosivos para evitar que menstruaran. “Neüs Catalá dijo que eso le permitió sobrevivir porque no se enfermaban tan rápidamente, estaban más fuertes y podían realizar trabajos forzados”, resume.

Desde la Resistencia

Elisa Garrido (Magallón, 1909) militó en la agrupación Mujeres Libres de CNT mientras trabajaba como empleada doméstica en Barcelona, lugar al que tuvo que emigrar para procurar un sustento a su familia. Tras el estallido de la Guerra Civil se calzó las botas de miliciana y partió hacia el frente de Aragón, donde conoció a su pareja, Mariano Ruiz. Ambos se establecieron en Toulouse (Francia) donde participaron en redes clandestinas que facilitaban la huida de españoles y españolas por los Pirineos. Es por ello que Garrido acabó activa en La Resistencia donde ejercía como enlace y correo: En 1943 fue delata y detenida; tras ser torturada llegó a Ravensbrück, donde sobreviviría al horror gracias a sus compañeras.

Braulia Cánovas (Alhama de Murcia, 1920), que hacía de enlace de Grenoble a Perpiñán (ambas ciudades francesas) y recogía documentos de los aviadores aliados que tenían que pasar a España, o Alfonsina Bueno (Moros, 1915), que transportó armas y se hizo cargo de una casa en Banyuls-sur-Mer que hacía las veces de refugio y tránsito de camaradas a España o a la montaña, participaron en actividades clandestinas hasta llegar al horror nazi.

una mujer posa con un libro en la mano en una librería

Mónica G. Álvarez con el libro.

“Mis mujeres en la Resistencia no empuñaron un arma”, explica la autora de Noche y Niebla en los campos nazis. “Lo que hicieron fueron labores de mecanografiado para redactar toda clase de documentación antifascista para poder entregar a sus camaradas para que se afiliasen a ellos. Escondían a camaradas que cruzaban de España a Francia para que se refugiasen de la Gestapo. Hacían de enlace de correos e incluso ellas mismas ayudaron mediante caminatas a cruzar los Pirineos a algunos aviadores para que no les pillasen porque conocían los caminos más adecuados. Cada una de esas misiones eran claves e imprescindibles y tan importantes que sin ellas La Resistencia no hubiera funcionado”, explica la escritora.

Y es que, pese a que la historia no haya reconocido su labor, “estas mujeres contribuyeron a derrocar al Tercer Reich. El sitio de la mujer en la historia es clave y falta un reconocimiento serio por parte de la sociedad que es ajena. Los y las jóvenes de hoy en día no conocen esta historia”, se queja González Álvarez, para quien todo el mundo debería saber lo que ocurrió para no volver a repetirlo y para desterrar la apología al fascismo que se ve hoy en día. Esta escritora envía además “un tirón de oreja a todos los gobiernos de la democracia que miraron para otro lado y no dieron importancia a la gente que luchó para que el nazismo se eliminase de Europa. Todos deberíamos de seguir el ejemplo”. Como dice Lise London, una de las protagonistas del libro, “debemos de ser resistentes en la vida, y la resistencia nace cuando sabes decir que no a aquello que consideras injusto y luchas contra ello”.


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