Eugenia Tenenbaum: “Al mercado del arte no le interesa deconstruir la figura del genio porque mueve millones de euros”
Eugenia Tenenbaum lleva desde los 14 años publicando contenido en las redes sociales, primero como bloguera y ahora como divulgadora cultural. A punto de convertirse en historiadora del arte, y con una audiencia de casi 72.000 personas en Instagram, no duda en denunciar la falta de representación femenina en el arte, así como la necesidad de hacerlo accesible a la mayoría.
Para Eugenia Tenenbaum —apellido que toma prestado de la película de Wes Anderson, The royal Tenenbaums, una de sus favoritas— hablar en público no ha sido algo natural, sino todo lo contrario. “Siempre he sido una persona muy tímida e introvertida. Era, y en muchos casos sigo siendo, la típica a la que le temblaban las manos, le sudaban las palmas y se le rompía la voz”, asegura. No es extraño que se sorprenda cuando elogian su forma de comunicar tanto en redes sociales, como fuera de ellas. Es en este medio, las redes sociales, donde ha construido un perfil en Instagram (@eugeniatenenbaum) que ella considera de divulgación cultural y, aunque hay mucho de ello, un vistazo rápido sirve para entender que esa etiqueta se queda corta.
Esta no es su primera incursión en las redes sociales. Eugenia lleva por lo menos una década creando contenido en diferentes plataformas online, aunque sus primeros pasos los dio cerca de 2010 en Blogger, en pleno boom de esta red social. Es entonces cuando empezó a desarrollar en público dos de sus grandes aficiones, aunque de forma independiente: la fotografía y la escritura. A los 14 años decidió combinar ambas cosas, pero se encontró de frente con el problema de las etiquetas. “Al subir fotos de cómo iba vestida, se me encasilló como bloguera de moda y al final esa etiqueta no terminaba de representarme. Lo que más me frustraba era que la gente no leyese lo que escribía porque para mí era más importante lo que decía que lo que enseñaba”, dice. Ahora las cosas parecen haber cambiado. Con una audiencia que roza las 72.000 personas, en su perfil se pueden encontrar tanto reflexiones sobre la actualidad informativa y divulgación sobre feminismos, como experiencias personales que sus seguidoras deciden compartir con ella. Eugenia Tenenbaum ha construido una comunidad digital en la que “entre todas nos vamos educando”.
Al principio se te etiquetó como bloguera de moda, algo con lo que no te identificabas, y a final has acabado dedicándote a la divulgación cultural y el activismo político, ¿cómo se da ese paso?
Creo que todo se ha ido dando de forma bastante natural. Para mí, al principio, lo que estaba haciendo era hablar en un espacio propio de aquellas cosas de las que me apetecía hablar y que aprendía sobre la marcha. A medida que a la gente le fue interesando y que yo empecé a prestar más atención a la maquetación, además de a la manera en la que comunicaba el mensaje, entendí que eso sí que era un proceso divulgativo. Es cierto que me considero una persona bastante politizada, activista no lo sé porque creo que no soy yo la que tiene que decidir qué soy en este sentido, pero sí que me gusta estar comprometida a nivel político porque creo que es lo que hay que hacer en los tiempos que corren.
En la actualidad te siguen casi 72.000 personas. ¿Alguna vez eres consciente del impacto que tienes, ya no solo en redes, sino en la vida real de tus seguidoras?
Intento no pensarlo porque entonces me da un ataque. Creo que no soy del todo consciente de ello y son precisamente mis seguidoras las que me hacen ver que es así cuando me reconocen por la calle y me dan las gracias por lo que hago, o cuando me dicen que han empezado a estudiar Historia del Arte inspiradas por mí. Es absolutamente indescriptible, algo con lo que incluso me dan ganas de llorar. Yo me expreso desde dentro, por lo que nunca pensé que fuera a gustarle a la gente lo que decía y, por supuesto, nunca pensé que eso fuera a cambiar o a influir en la vida de nadie. Siempre que el cambio sea para bien, entiendo que es algo muy bonito.
Hablando de tus seguidoras, en tu perfil hay espacio para que ellas cuenten sus experiencias personales relacionadas con las violencias machistas. Hablo de los hashtags #Cuéntalo y #Yosítecreo en los que participaste de forma muy activa, ¿qué te impulsó a ello?
Esta iniciativa surge con el auge en 2018 del movimiento #MeToo. Una seguidora me envió un mensaje para ver si podía compartir conmigo su testimonio y después, si yo quería, publicarlos de forma anónima. Acepté, lo subí a mis historias de Instagram y a partir de ahí fue una auténtica vorágine. Aun teniendo la décima parte de seguidoras que tengo en la actualidad, en las siguientes 72 horas, cada vez que refrescaba la bandeja de mensajes, con segundos de diferencia, aparecían, por lo menos, veinte nuevas notificaciones. Al tratarse de tal cantidad de mujeres que no se conocían entre sí, pero que en sus historias podían identificarse determinados patrones, es decir, que se trataba de algo sistémico, para mí fue muy duro. Yo no tenía, ni tengo, las herramientas para hacer frente a estas situaciones relacionadas con la violencia de género, pero entendí que era un tema que había que visibilizar porque no era normal la cantidad de mujeres que habían pasado por todo tipo de abusos sexuales. Es una de las cosas que más me da que pensar debido a la audiencia que tengo hoy en día. Si por aquel entonces para mí fue ya una carga emocional muy grande, ahora, que se ha multiplicado casi por diez, no me veo capaz de hacerle frente. Sí es cierto que siempre intento darle un espacio a este tipo de debates y que mis seguidoras, por lo menos, entiendan que aunque sea una persona en la red también soy alguien con quien pueden contar.
Es decir, las mujeres somos la principal fuente de apoyo para otras mujeres.
Y así debería seguir siendo. Hay parte de razón cuando se dice que las mujeres solo competimos entre nosotras y que somos crueles las unas con las otras, pero esto es debido a la misoginia interiorizada. No es más que otra invención del patriarcado. Se nos ha educado en esa idea, hasta que finalmente nos la hemos creído y no tiene por qué ser así. En realidad, todas buscamos sentirnos apoyadas y en el momento en el que entramos a formar parte del movimiento feminista, vemos que es posible apoyarnos de formas totalmente distintas. Sororidad es también poner el hombro cuando una de tus amigas está destrozada, ayudar a una mujer por la calle o enviarle un mensaje bonito a una mujer en redes sociales. Al final, si no nos tenemos a nosotras, entre nosotras, no tenemos nada.
Estás acabando tus estudios en Historia del Arte, cuyos conocimientos también integras en tu perfil de Instagram, pero por lo que cuentas ahí, las mujeres no han abundado en las asignaturas.
La Historia del Arte, tal y como se sigue enseñando, no solo es una forma de comunicar nuestro pasado artístico absolutamente desfasada, sino que además es del todo hegemónica. No hay perspectiva de género, no hay perspectiva antirracista y no hay perspectiva de clase. Por no hablar de que, de las más de cuarenta asignaturas que he cursado, son suficientes los dedos de una mano para contar las veces en las que el profesorado han invertido tiempo y esfuerzo en romper con la hegemonía educativa institucional. Al final te das cuenta de que no es que las mujeres o los grupos minoritarios a nivel cultural no hayan contribuido a la Historia del Arte, sino que simplemente se ha pasado por encima y que se dice que no existen, cuando la realidad es que no se han querido introducir en los currículos educativos.
¿Crees que se está haciendo un esfuerzo desde las instituciones para cambiar eso?
No, desde luego que no. El esfuerzo lo llevan haciendo desde los años setenta, y de manera individual, personas que se encuentran fuera de las instituciones. La cuestión es que éstas siempre van muy por detrás y eso supone que, al final, el peso de ofrecer una educación mucho más rigurosa recaiga tanto en personas concretas del profesorado, que se saltan lo que dicta el programa de la asignatura, como en gente como yo o como otras compañeras de profesión, que utilizamos las herramientas metodológicas que nos ha ofrecido nuestra formación para seguir investigando por nuestra cuenta. Queremos profesionalizarnos como historiadoras del arte, pero incluyendo un análisis antihegemónico.
Ese esfuerzo del que hablas, el de luchar prácticamente a diario contra un sistema que parece apoyar y defender lo promulgado por la Academia y no tanto a las voces disidentes dentro de la misma, imagino que puede llegar a ser frustrante y agotador, ¿alguna vez te has sentido así?
Sí, algunos días es agotador por varios motivos. El primero de todos es que cuando asomas la cabeza, te das cuenta de que ya hay tanto que leer y tanto que estudiar que colapsas porque piensas en todo el tiempo perdido. Por otro lado, está el estado continuo de negación de la sociedad. Como genera muchísimo rechazo el hecho de ser una mujer joven y que, además, intenta estar lo más formada posible dentro de sus posibilidades, lo que recibes es mucho paternalismo. Entonces, pasas a ser una exagerada o alguien que está intentando malversar la historia, lo cual acaba siendo agotador. Por último, diría que es una responsabilidad. Yo me considero muy afortunada porque, al fin y al cabo, tengo las herramientas que me ha dado el poder estudiar lo que quiero en la universidad, pero hay mucha gente que no tiene esa posibilidad. Trasladar todos estos conocimientos, todo este capital intelectual, desde un ámbito superexclusivista de la academia al ámbito de la democratización de la cultura y del conocimiento que es, al final, la divulgación cultural, es en una responsabilidad muy grande.
En algunos de los recursos que ofreces en tu cuenta se debate sobre la polémica de separar obra de autor, ¿te encuentras a favor o en contra?
Totalmente en contra. Te voy a poner dos ejemplos de la propia historia del arte, en especial, del mercado del arte que es a donde se traslada siempre este debate, ya que son las ganancias que determinados nombres generan lo que convierte a muchas obras en verdaderos iconos y, en consecuencia, a los artistas que las han creado. Cuando en una subasta, hace unos años, se descubre que se había comprado por muy poco dinero un original de Leonardo Da Vinci, el Salvator Mundi, el cuadro pasó de valer aproximadamente cientos de dólares a valer millones. En un caso más reciente y dentro del territorio español, antes del verano sale a subasta un Ecce homo, pero en cuestión de minutos se paraliza todo ante la duda de algunas personas expertas que aseguran que ese cuadro puede ser un Caravaggio. El cuadro, de nuevo, multiplicó su valor. La razón en ambos casos es la autoría de la obra, ya que a nivel técnico y formal siguen siendo la misma. Lo único que cambia es el caché del artista. No es lo mismo que el Museo del Prado tenga un anónimo a que tenga un Caravaggio, no es lo mismo que el Louvre tenga la Mona Lisa que un retrato de una señora que está medio sonriendo. Al final, esa es una de las razones principales por los que no se ha separado y no se separa obra de artista. Se trata de un debate que ya está agotado antes incluso de comenzar. Otra cosa distinta es que nos queramos engañar para justificar actos moralmente dudosos, incluso de hombres que han cometido delitos, para quedarnos con la conciencia tranquila y para no revisar la historia del arte, ni contextualizar adecuadamente a estas personas.
¿Existe, según tu opinión, cierto interés en no comentar este tipo de datos sobre la vida de los artistas masculinos porque, de mostrarlos a un gran público, afearían su nombre?
La construcción del genio es muy excluyente. Estos artistas, estos genios, se han deshumanizado y parece que, en vez de personas, son otra cosa. Al humanizarlos y exponer su personalidad, sobre todo cuando no es para bien, ese constructo del genio se empieza a caer. Esto no le interesa ni a la Historia del Arte ni al mercado artístico porque, en realidad, son personas que mueven miles de millones de euros al año. Al final, constituye un problema económico. Uno de los argumentos que más oigo respecto a este tema, es el de no poder exigir a alguien que sea moralmente correcto. ¿Es tan difícil no ser un maltratador? ¿Es tan difícil no destrozar a mujeres o no destrozar infancias o no instrumentalizar a mujeres indígenas y abusar de ellas como hizo Gauguin? ¿De verdad? ¿Estamos dispuestas a justificar absolutamente todo por algo material? A mí me parece que la sociedad sí está dispuesta. Una de las cosas por las que me molesta tanto que se separe obra de artista en el caso de los hombres es que no ocurre lo mismo con las mujeres. Habrá, probablemente, muchas personas que no conozcan la vida sentimental de Picasso, pero casi todas las personas conocen la vida personal de Frida Kahlo y todas las personas que conocen a Artemisia Gentileschi, conocen su vida privada. Entonces, ¿por qué con ellas pasa y con ellos no? ¿Por qué solo interesa las personas que se han visto sometidas al trauma y no las que lo generan? La imagen popularizada de Frida Kahlo es la de aquella mujer que fue maltratada psicológicamente por Diego Rivera. ¿Por qué no se conoce a Diego Rivera como un maltratador? Es el problema, de nuevo, esta doble moral que a mí me parece una consecuencia tangible de la existencia del patriarcado.
Al final la imagen que queda del artista, es una imagen limpia, casi aséptica, pero basada en el desconocimiento.
Todo se resume en decidir qué contar de determinada persona para potenciar un tipo de discurso a su alrededor. Por esa razón se suele prestar mucha más atención a las luces que a las sombras. Luego, sin embargo, te encuentras con que para explicar la trayectoria de Caravaggio es fundamental conocer que se movía en ambientes marginales y que eso le generó muchísimos problemas con la élite eclesiástica porque estaba representando a santos con borrachos y a santas con prostitutas. Al papado no le interesaba hacer pública esa información, ni tampoco que fue juzgado por asesinato y que tuvo que huir de la ciudad para que no lo sometieran a pena de muerte. Son datos que también forman parte de su vida y, de hecho, deben importar porque en todas las asignaturas de la carrera hay un primer apartado donde te explican la vida de los y las autoras. Si vamos a hablar de sus biografías, que se haga bien, que se haga con rigor y sin excluir datos.
De hecho, por esto mismo que comentas, suele ‘cancelarse’ a los y las artistas. ¿Cuál es tu opinión al respecto?
En primer lugar, creo que no es en absoluto efectivo porque no conozco a ningún hombre que haya sido cancelado en redes sociales y que haya dejado de trabajar por ello. Además, hoy en día tenemos una posibilidad que antes no existía y es la de ver al resto cambiar de opinión y evolucionar en directo. Yo soy muy partidaria de que las opiniones tengan fecha de caducidad, lo cual no quiere decir que depende de la gravedad del error o del acto en sí no haya consecuencias. Sin embargo, no creo que esas consecuencias tengan que ser un acoso y derribo a la persona, sino más bien una llamada de atención. Me da la impresión, de todas formas, de que hay mucha gente que intenta purgarse a través de los errores de los demás, como si alguien cometiendo un error te hiciese a ti mejor persona porque tú no lo has cometido o porque nadie se ha dado cuenta de que tú también lo has cometido en algún momento. Al final, opino que deberíamos sustituir la cultura de la cancelación por la cultura de la concienciación.
¿Qué supone, por lo tanto, hacer una revisión de la Historia del Arte desde la perspectiva de género?
Utilizar la perspectiva de género aplicada a la Historia del Arte es hacer una lectura rigurosa y un análisis de todas estas estructuras que nos afectan porque no vivimos en una sociedad ideal, vivimos en una sociedad en la que los cuerpos de las personas se ven atravesados por múltiples impresiones. Creo que esta realidad tangible es algo a tener en cuenta tanto a la hora de historiar el pasado, como a la hora de acercarse al presente y es lo que falla en las disciplinas académicas. El punto de vista no solo es masculino, sino que es también heterosexual, privilegiado a nivel económico, blanco y eurocentrista. Se ha escrito siempre desde ahí, pero es que no hay visión más sesgada y menos representativa de la realidad en cualquier contexto y en cualquier época que esa.
La divulgación sobre feminismos es, junto con la divulgación cultural, la otra gran parte de tu trabajo en redes sociales ¿cómo se ve desde dentro de ellas la deriva actual del movimiento feminista en España?
Nos estamos enfrentando a un momento muy complicado en el que estamos muy fraccionadas dentro del propio movimiento y en lugar de dialogar o de debatir, lo que yo percibo es que se está intentando tener la razón a toda costa. No es nuevo, esto es algo circular que ha pasado en todas las olas del movimiento feminista, al menos dentro del movimiento feminista blanco y europeo. Después del boom que fue 2018 hemos ido un poco hacia abajo y no sé exactamente cuándo vamos a parar. No creo, sin embargo, que vayamos a disolvernos. Ahora, precisamente, tenemos una herramienta con la que no contaban antes las feministas, que son las redes sociales. Ver en la actualidad, por ejemplo, a adolescentes en manifestaciones feministas, que están ahí porque comprenden el significado de la palabra, hace un tiempo era impensable y es un auténtico logro. Cierto es, por otro lado, lo que dice bell hooks en su libro El feminismo es para todo el mundo, que para que un movimiento se masifique en cierto modo tiene que despolitizarse. Ese es el problema. Hay muchas más feministas o aliadas del movimiento ahora que hace quizá veinte años, pero creo que, por esta misma razón, hay también muchas más mujeres que están menos politizadas. Les falta esa rabia, les falta salir a la calle, les falta esa lucha activa, aunque entiendo que todo llegará. Los temas que se están abordando a día de hoy, por otro lado, me recuerdan mucho a aquellos que se debatieron en los años 60 respecto a incluir a las lesbianas dentro del movimiento, a aquellos de los años 70 y 80 en relación a cómo el feminismo blanco estaba expulsando las reivindicaciones de las mujeres negras de sus espacios. Ahora mismo no tengo una visión muy optimista del movimiento. Sé que, si ocurre algo, intentaremos estar todas ahí, pero no considero que sea un espacio seguro porque, en mi opinión, arrastramos debates muy longevos que todavía no hemos conseguido zanjar por esa falta de diálogo.
¿Son las redes una herramienta buena para fomentar el debate sobre feminismos?
No, no lo creo. A mí, por ejemplo, me gusta seguir a cuentas feministas muy diferentes entre sí, con las que no comparto del todo su discurso, por la simple razón de que me ayuda a salir de mi zona de confort. El problema es que la gente no está dispuesta a salir de su burbuja de realidad y cuando no sales de ahí, no eres capaz de entender que hay otros posicionamientos y muchos menos que se puede debatir sobre ellos. Lo que ocurre es que cuando se pretende abrir el debate, por lo general, la gente quiere hablar, sí, pero no quiere escuchar. No se busca el punto en común, se busca ganar. A mí me parece bastante utópico, por no decir machista y misógino, esperar que todas las mujeres pensemos lo mismo y que todas estemos de acuerdo como si fuésemos una masa homogénea. Somos mujeres, estamos atravesadas por los mismos sesgos, pero al haber distintas opresiones, va a haber mujeres con experiencias diferentes a las de cada una. Tenemos que estar dispuestas a reconocer esas diferencias y no a negarlas o intentar censurarlas. Las feministas no somos perfectas, estamos en proceso de deconstrucción. No se puede borrar de un plumazo toda la misoginia heredada, pero yo tengo claro que sororidad es, sobre todas las cosas, capaz de tratar bien a una mujer por mucho que no estés de acuerdo con ella.
Voy a acabar citándote a ti misma: “La revisión debería ser tan continúa como exhaustiva”. Parece un buen consejo.
Y es algo que debe hacerse todos los días.
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