Parir y nacer como en casa
Los centros de nacimientos son una alternativa al parto hospitalario que va ganando terreno: Sole Carreguí y Montse Català llevan más de 20 años defendiendo este modelo de asistencia al parto. Las suyas son historias paralelas de lucha por implantar centros donde poder ofrecer una atención humanizada en el embarazo, el parto y el puerperio, poniendo en el centro a las mujeres y al bebé y entendiendo el proceso como un acontecimiento familiar. Un cambio en la asistencia que aún es difícil de encontrar en la mayoría de hospitales.
Graciela Rangel tenía 19 años cuando parió a Laura en el Hospital de la Plana. De origen venezolano, vino a vivir a España embarazada de cuatro meses junto a su pareja. Tuvo la suerte de aterrizar en Burriana, donde el hospital público que le correspondía era el de La Plana, una referencia estatal en parto respetado. Fue en el agua, humanizado, íntimo y acompañado por las matronas. Fue su primer parto y también el mío, el primero que presenciaba y el primero que grabé para el documental Parir en el Siglo 21 (Barret, RTVE y À Punt Media, 2020). Hasta entonces no me había planteado qué era parir, lo imaginaba solo como un trámite médico por el que había que pasar, y mucho menos había reparado en que se podía ejercer violencia. Habitualmente se muestra el proceso del embarazo y del parto como una patología que debe ser intervenida por personal médico, en un ambiente quirúrgico y donde el rol de la gestante es totalmente pasivo. Las matronas de la Plana me enseñaron que debemos reivindicar este espacio y recuperar la autonomía de un proceso que es nuestro.
Ir más allá
Sole Carreguí es la supervisora del servicio de partos de este hospital público de Castellón, que se inauguró hace ya 20 años. Desde el primer momento, Carreguí sabía que era su oportunidad de instaurar un cambio de modelo en un sistema público definido por protocolos y rutinas médicas, al que considera “más enfocado a la coordinación de los profesionales que a las necesidades de la ciudadanía”. Para impulsar el cambio, su equipo contó con el apoyo de Manolo Fillol, ginecólogo y jefe de obstetricia, que se comprometió con el equipo de matronas y con su labor de humanizar la asistencia al parto; algo que sorprende en una institución históricamente tan jerarquizada donde los médicos hombres mandan y las enfermeras obedecen. Me sigue chocando cómo normalizamos esta estructura a través del lenguaje: en este caso es muy evidente al nombrar los colectivos como “ginecólogos” y “matronas”. Se trata de una cuestión feminista, tanto por la mujer usuaria como por quien que ejerce la matronería: un trabajo feminizado y, por ello, carente de valor y de estatus, como en todas las profesiones de los cuidados.
La historia de Sole Carreguí y de sus compañeras es “de muchos años mejorando la asistencia, ofreciendo mayor humanización, intentando evitar la violencia obstétrica”. A pesar de ello, cuenta que “llega un punto de madurez profesional en el que analizas y ves que seguimos estando contaminados del ambiente hospitalario”. Su apuesta es “sacar el parto de ahí y desligarnos de ese modelo médico que muchas veces supone un riesgo para las mujeres”. Y su propuesta es implementar centros de nacimientos adosados a los hospitales, espacios independientes, aunque comunicados internamente con el hospital por si es necesaria una intervención, donde poder llevar los partos de bajo riesgo en un ambiente más domiciliario, en el que se entienda el parto como un evento familiar y en el que se escuchen las necesidades de las mujeres: “El modelo de centro de nacimientos trata de poner en el centro a la persona, a la mujer, al neonato, a su familia y ofrecer una continuidad de cuidados, desde el embarazo, pasando por el parto, hasta el puerperio”.
Privadas por necesidad
Montse Català comparte la misma filosofía que Sole Carreguí aunque con una trayectoria diferente: hace también 20 años puso en marcha Migjorn, casa de naixements, una casa de nacimientos donde poder ofrecer a una asistencia personal y humana del embarazo, parto y postparto. “Se trata de devolver el parto a las mujeres, reconociendo su autoría y trabajar el vínculo con sus criaturas”, cuenta. Ginecóloga de formación, desde el principio renunció a ejercer como tal por la contradicción que le suponía esta profesión respecto a la asistencia que ella quería ofrecer: la matrona es la profesional que debe acompañar el parto normal en un ambiente domiciliario y estar al tanto para advertir si hay algún indicador de riesgo. En caso de detectar algún factor fuera de la normalidad, se deriva a un hospital y es ahí cuándo debe actuar la ginecóloga, no antes.
En la sanidad pública resulta difícil encontrar este tipo de filosofía, por eso nació Migjorn, una cooperativa de trabajo asociado: “Somos privadas por pura necesidad; la Seguridad Social, hasta ahora, no nos ha querido dentro. Eso sí, al posicionarnos fuera del sistema hemos podido trabajar con unos márgenes y unas libertades muy grandes”. Por ejemplo, cada parto es atendido por dos matronas, superando el ratio recomendado por la OMS. Català entiende, además, que para poder respetar los tiempos de los partos, son las matronas las que tienen que adaptarse a la parturienta y, al ser dos, tienen más flexibilidad y seguridad durante la asistencia, que puede variar de tres horas a tres días. Y recuerda que durante este proceso se dan dos eventos: un parto y un nacimiento.
La ginecóloga cuenta que, cuando empezaron, una de las frases que definía el trabajo que realizaban en Migjorn era “tener la sensibilidad necesaria para atender un nacimiento sin violencia”. La idea de violencia “suponía una discusión inmensa cada vez que derivamos algún parto a un hospital, porque si decíamos que asistíamos partos sin violencia, quería decir que ellos atendían partos de forma violenta y no podían asumirlo”, explica. A la vez recuerda que “ha costado mucho asimilar que las prácticas protocolarias violentan los cuerpos de las madres y de las criaturas”. Durante el último siglo se ha medicalizado excesivamente el parto, impidiendo a las mujeres disfrutar del tiempo necesario para llevar su proceso y estableciendo unas rutinas, llamadas de seguridad, de aceleración del parto y de instrumentalización, así como episiotomías, que muchas veces, lejos de estar justificadas, perjudican tanto la salud de la mujer como de la criatura. Este tipo de atención generalizada pone en el centro la parte médica y relega a las mujeres a un segundo plano, ignorando sus deseos y necesidades y llegando a convertirlas en víctimas de violencia obstétrica.
Los datos indican que en el Estado español se practican más cesáreas de las recomendadas por la Organización Mundial de la Salud (OMS), organismo que cifra el porcentaje recomendable entre el 10 y el 15 por ciento de los nacimientos. En 2018, el 26 por ciento de los partos en España fueron por cesárea: con un porcentaje mucho mayor en el sector privado que en la sanidad pública. El Ministerio de Igualdad tratará de poner fin al abuso de esta técnica quirúrgica y de la medicalización de los partos a través de las nuevas propuestas legislativas en las que está trabajando. El Observatorio de la Violencia Obstétrica recoge que, según diferentes estudios, más de un 38 por ciento de las usuarias ha percibido esta violencia en su atención durante el periodo de 2009 a 2018. Además, más de un 44 por ciento cuenta que le aplicaron procedimientos innecesarios o considerados dañinos.
Después de una década de trabajo, Montse Català y su equipo decidieron ampliar miras: además de trabajar por reforzar el vínculo con las criaturas durante la crianza, se centraron en difundir otra visión del parto en los colegios. “Si las niñas de pequeñas imaginaran parir y jugaran a parir, se podría eliminar el miedo y el tabú frente al parto, llegado el momento”, explica. El parto ha sido silenciado durante mucho tiempo, como ocurre con muchos espacios de mujeres, y es necesario reivindicar y darle visibilidad para que se inicie el proceso de cambio. La ginecóloga tiene claro que si el parto normal fuera lo habitual, el sistema público se ahorraría los gastos que supone medicalizar e intervenir por rutina estos procesos. “El one-to-one recomendado por la OMS o el dos matronas por una mujer sería más económico que poner una anestesia epidural detrás de otra o hacer cesáreas injustificadas”, subraya.
Aprender de la pandemia
La llegada del coronavirus puso en riesgo a las mujeres embarazadas. Y trajo la pérdida de derechos que se habían ganado con mucho esfuerzo por parte de asociaciones, como El Parto Es Nuestro o Dona Llum, y de profesionales, como el acompañamiento de las mujeres durante una cesárea. Sole Carreguí recuerda que “durante la primera oleada, lo primero que se nos pasó por la cabeza fue proteger a las mujeres embarazadas del ambiente hospitalario, que no era seguro”. Y añade que hay que aprender de la experiencia: “Hemos vivido situaciones muy críticas que evidencian la necesidad de separar el parto de bajo riesgo del ambiente hospitalario”. Ha hecho falta una pandemia para que los políticos se lo tomen en serio.
El 2 de octubre de 2020, se aprobó en Les Corts Valencianes una proposición no de ley sobre la implantación de casas de parto adosadas a los hospitales dentro del sistema público del País Valenciano, un paso importante que para Carreguí significó escuchar un “sí” por primera vez en 20 años y ver más cerca la realidad de crear un centro de nacimientos en la Plana. Un modelo que lleva existiendo desde 2017 en Cataluña: las trabajadoras del Hospital Sant Joan de Déu de Martorell fueron pioneras en la implantación de un centro de nacimientos público, seguidas por el equipo del Hospital Germans Trias i Pujol (Can Ruti) de Badalona que, aunque su apertura se vio pospuesta por la pandemia, el pasado mes de julio ha podido finalmente iniciar su actividad. La intención del Departament de Salut de Cataluña es reproducir el modelo en más centros públicos para garantizar el derecho a esta asistencia en todo el territorio. Una apuesta en firme por parte de las instituciones que, por ahora, sigue resultando lejana para Sole Carreguí; a pesar de la buena noticia que recibieron en octubre, no han obtenido un compromiso por parte del Gobierno valenciano: “Parecía que estaba más cerca que nunca pero se ha paralizado, no existe un compromiso real”, cuenta desanimada.
Una asistencia integral
Tanto Sole Carreguí como Montse Català hablan de los centros de nacimientos como un proyecto comunitario, de cercanía con las mujeres y sus familias, que permite acompañar y cuidar con un enfoque biopsicosocial y no solo físico. Recuerdan que el parto, además de ser un acto biológico, tiene grandes implicaciones sociales y emocionales. La continuidad de los cuidados durante el embarazo, el parto y el postparto por las mismas profesionales permite crear un vínculo y generar una confianza que facilita la segregación de las hormonas necesarias para que el parto pueda desarrollarse de la mejor manera posible.
Montse Català apunta a la necesidad de que el equipo de matronas del sistema público se reafirme en su motivación y sus objetivos para ser capaz de “defender su territorio y hacerse respetar”, si no, recalca, peligra su autonomía. La ginecóloga explica que es fundamental que los estamentos médicos estén alineados con el modelo de asistencia de las matronas: “Si los protocolos de actuación se establecen de forma rígida, no habrá mucha diferencia entre parir en esa casa de nacimientos o en el paritorio normal”. Es por ese motivo que Sole Carreguí ha luchado desde el principio, por promover un cambio de mentalidad en todas las profesionales de la Plana: ha conseguido afianzar la línea de trabajo, asumirla como parte de la identidad profesional del hospital y, de esta manera, garantizar, ya sean partos normales o intervenidos, una asistencia coherente, respetuosa y humana independientemente de la profesional que toque. La profesional ve en los centros de nacimiento la oportunidad de tener un espacio donde llevar a cabo otro tipo de actividades, talleres o formaciones sobre temas que sean útiles e interesantes para las familias y también para otras profesionales del hospital. “Partiendo de que el manejo del parto fisiológico es responsabilidad de la matrona, el resto de profesionales deben compartir la misma filosofía de trabajo. Hablamos de una atención al parto respaldada por la evidencia científica que debería extenderse, asegurando el derecho a vivir un parto respetado, tanto normal como intervenido, dentro de nuestra sanidad pública y universal”, cierra
Graciela Rangel es un ejemplo de ello. Pudo vivir un parto respetado y Laura, su hija, un nacimiento sin violencia. Al principio de su embarazo, pensaba que el nacimiento de Laura iba a ser por cesárea y, gracias a las matronas de atención primaria de la Plana, comprendió que el cuerpo está preparado para parir y que se puede y se debe decidir sobre el proceso. Antes de Parir en el Siglo 21 esta lucha no iba conmigo, ni soy madre ni es algo que vea cercano en mi vida. Acompañar a Graciela y a las matronas me ha recordado algo que debería ser obvio: el parto es nuestro y debemos seguir defendiendo nuestro territorio.
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