¿Quién es alien? Decolonizar la ciencia ficción
Autoras racializadas señalan la larga sombra del imperialismo en la literatura occidental. Sus obras aportan otros modos de explorar el espacio y el futuro de la tierra.
“¡La aventura más grande desde el descubrimiento de América!”, asegura el eslogan de la Lotería Marciana, un proyecto de colonización del planeta rojo al que opta la protagonista de Nuestro mundo muerto. Epígrafe de este cuento de la boliviana Liliana Colanzi, el lema se sitúa en clara ironía a la cabeza de un relato visceral y árido en el que terraformar Marte pasa por aniquilar el propio cuerpo, la mente o ambas cosas. Sus pocas páginas bastan para replantearse (o confirmar) nuestras dudas con respecto al peso ideológico de términos como “aventura” y, muy especialmente, “descubrimiento”, ambos presentes en el ADN del género conocido generalmente como ciencia ficción.
En este momento cultural en el que la ciencia ficción feminista en castellano empieza a abrirse un hueco en el imaginario colectivo—con autoras estadounidenses como Joanna Russ, Ursula K. Le Guin, N.K. Jemisin o Kameron Hurley en primera línea—, dudar de la potencia política de este género ya está tirando a demodé. Y, pese a las supuestamente expansivas posibilidades que ofrece el “qué pasaría si…”, ya sean utópicas o indeseables, cada vez son más visibles las perspectivas que desde este feminismo especulativo señalan de forma expresa la larga sombra de lo colonial.
Por citar a la autora japocanadiense Hiromi Goto, “las historias son un terreno ideológicamente saturado”[1]. Y la ciencia ficción no se salva: apunta John Rieder, en Colonialism and the Emergence of Science-Fiction, que la popularización del género se remonta precisamente al auge de los imperios británico y francés (con plumas como H.G. Wells y Julio Verne al frente) y, más adelante, del estadounidense —país cuya infiltración durante la Guerra Fría en las economías de medio mundo coincidió con la llamada “edad de oro” de la ciencia ficción—. Como pilar de estos relatos de invasiones, guerras y “descubrimientos” se halla una concepción occidental de esa cosa denominada “progreso”. Y, en consecuencia, también un imaginario muy concreto del espacio, de a quién le toca dentro y a quién fuera, quién es alien y quién salvaje.
De lo que no cabe duda es que el espacio es “la última frontera”, como inmortalizaba la franquicia Star Trek y recuerda la geocientífica y escritora lipán apache Darcie Little Badger[2]. Se trata de una visión heredada de algunos de los capítulos más sangrientos de la expansión europea por el continente designado como “América”; una visión, sin duda, limitante. Como afirma Noah Berlatsky, “la ciencia ficción no solo muestra futuros posibles, sino límites futuros: ese punto hasta el cual los sueños de lo que haremos permanecen bajo el yugo de lo que ya hemos hecho”[3].
En su amplia mayoría son mujeres y disidentes de género pertenecientes a diversos colectivos, culturas y movimientos literarios y artísticos quienes están abriendo camino hacia un género fantástico situado en lo descolonial y haciendo estallar los bordes de lo que entendemos por “futuro”.
Es el caso del afrofuturismo, cuya visibilización en la literatura vino de la mano de la antología Dark Matter, editada por Sheree Renée Thomas. Este libro seminal comprende un siglo de ficción y ensayos de la diáspora africana e incluye la obra de Octavia Butler, que, como apunta Berlatsky, en su trilogía Xenogénesis invirtió y cruzó las nociones de colonizador y colonizada, del yo y el otro. Colectivos afrofuturistas contemporáneos como Black Quantum Futurism cuestionan conceptos como la linealidad del tiempo —como plasma Rasheedah Phillips en su novela Recurrence Plot—, mientras que la autora nigeriano-estadounidense Nnedi Okorafor ha adoptado el término africanfuturism [futurismo africano] como modo de establecer una identidad de la prospectiva africana —ya de por sí muy lejos de ser monolítica— ligada a intereses específicos del continente, en lugar de sumada a las tendencias del afrofuturismo norteamericano más visible.
La ruptura con temporalidades lineales es algo que el afrofuturismo comparte con los futurismos indígenas, término acuñado por Grace Dillon, editora pionera de la antología Walking the Clouds, donde plantea la definición de “ciencia” y la coloca frente a frente con el conocimiento del entorno obtenido por culturas tradicionales a partir de la observación y transmitido por medio de narraciones, cimentado en principios como la responsabilidad con el resto del ecosistema. Rebecca Roanhorse, autora del galardonado relato ‘Welcome to Your Authentic Indian Experience™’, sintetiza este movimiento como “una llamada a que los autores y creadores indígenas respondan a los tropos del colonialismo, tan frecuentes en la ciencia ficción”[4], reclamando para sí otros modos de exploración del espacio o su lugar en el futuro de la tierra.
Esa recuperación de espacios también funciona retroactivamente, al estilo de algunas narrativas del viaje temporal: en 2015 Jaymee Goh y Joyce Chng editaban la antología The Sea Is Ours, una respuesta postcolonial desde el sudeste asiático al steampunk, famoso subgénero de la ciencia ficción de ambientación victoriana, basado en tecnologías a vapor y tradicionalmente reacio a cuestionar el trasfondo imperialista de sus relatos. Más recientemente, la estadounidense Nisi Shawl imaginaba en Everfair lo distinta que habría sido la hecatombe del Congo colonizado si la población nativa hubiera tenido acceso a tecnología avanzada.
Como lengua vehicular de todos estos trabajos se alza inevitablemente el inglés, cuyo legado imperial, apunta el autor y editor indio Salik Shah, es algo que toda persona asiática criada bilingüe o trilingüe debe asimilar[5]. En contraste, diversas autoras, especialmente las oriundas de regiones caribeñas, como Nalo Hopkinson, Celeste Rita Baker o RSA García, utilizan sus variedades no estándar del inglés como un instrumento más en sus narraciones afrodiaspóricas y decoloniales, ya sea en conversación con conocimientos tradicionales y su transmisión entre generaciones (Hija de Legbara, de Hopkinson) o imaginando el presente de una sociedad en simbiosis con el mar, descendiente de las personas que trataron de escapar saltando por la borda de los barcos esclavistas durante el llamado Middle Passage (De MotherJumpers, de Baker).
Esta breve nota no es un repaso exhaustivo de estas perspectivas cada vez más presentes en la prospectiva contemporánea ni lo pretende. Sí que es un intento de abrir una ventana al potencial de la ciencia ficción, por cerrar con las palabras de Goto, como un terreno “increíblemente generativo desde el cual podemos deconstruir, agitar, investigar y extrapolar. Un lugar queer donde los sueños y las visiones pueden hacerse realidad”. Son las mencionadas, y muchas más, las mujeres cuyas visiones están haciendo posible desmantelar los sistemas de opresión que aún hoy coartan el infinito potencial de la imaginación humana.
Notas:
[1] Hiromi Goto, “Notes from Liminal Spaces”; disponible en uncannymagazine.com.[2] Darcie Little Badger, “Guns. How Primitive”; disponible en strangehorizons.com.[3] Noah Berlatsky, “Why Sci-Fi Keeps Imagining the Subjugation of White People; disponible en theatlantic.com.[4] Rebecca Roanhorse, Elizabeth LaPensee, Johnnie Jae y Darcie Little Badger, “Decolonizing Science Fiction and Imagining Futures: An Indigenous Futurisms Roundtable”, disponible en strangehorizons.com.[5] Tashan Mehta, Prayaag Akbar y Salik Shah, “Remaking the Difference: A Discussion About Indian Especulative Fiction”; disponible en strangehorizons.com.
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