A favor de menos identidad

A favor de menos identidad

En vez de politizar las identidades colectivas, que es de lo que se trataba al principio, hemos pasado a convertir las opciones y apuestas políticas en identidades.

23/02/2022

En una reciente entrevista a la antropóloga Mari Luz Esteban, la periodista destacaba lo siguiente en el titular, como idea central de la concepción de Esteban: “Nos sintamos viejas o jóvenes, debemos crear una identidad política como feministas viejas”. Durante la entrevista Esteban desarrolla y matiza las cosas y lo anterior no es más que una frase. Pero, con su permiso, tomaré esta idea como excusa para desarrollar un poco mi punto de vista sobre la identidad.

Porque ¿de verdad necesitamos más identidad en el feminismo, o en la izquierda? ¿O acaso necesitamos más ‘identidades’? Yo creo que ni lo uno ni lo otro. Ojo, no tengo ninguna duda de que seguir reflexionando en el feminismo sobre el envejecimiento es necesario. La propia Beauvoir escribió un ensayo de más de 500 páginas sobre la vejez, y también La Cérémonie des adieux, sobre el proceso de envejecimiento concreto de Sartre, su compañero de vida. Hoy, en las ciencias sociales existe ya un campo de investigación que puede denominarse gerontología feminista, además bastante desarrollado. Como dice la propia Mari Luz, la sociedad envejece. El feminismo, que también es una reflexión sobre la sociedad, no puede ignorar la cuestión. Sin duda, el de la vejez y el envejecimiento es uno de los temas de nuestro tiempo. Tiene vínculos con cuestiones prioritarias en la agenda feminista, como los cuidados, y con otros que nos cuesta mucho abordar en occidente, como la muerte.

Pero, en mi opinión, esto no tiene por qué llevarnos a construir una nueva identidad política, en este caso la de las mujeres o las feministas mayores. Es cierto que, en la sociedad de la urgencia, lo nuevo y la innovación, la vejez no se equipara a sabiduría vital, no se valora, se desprecia y se margina, básicamente. Y en nuestro mundo, si algo podemos prever con precisión matemática es que las identidades despreciadas, las identidades humilladas, reaparecerán orgullosas con la puntualidad de un reloj suizo.

Sin embargo, quizá deberíamos recordar que las identidades eran rodeos estratégicos. Medios para un fin, no fines en sí mismos. Lo que pasa es que, sin darnos cuenta, nos hemos perdido por los rodeos, nos hemos quedado a vivir en el desvío y hemos alimentado las identidades como si fueran animales de engorde. Identidades colectivas, en plural (sexuales, nacionales, de género) e identidad personal, en singular (yo, qué y quién soy, ese ser extraordinario supuestamente irrepetible y único).

Parece que, en vez de politizar las identidades colectivas, que es de lo que se trataba al principio, hemos pasado a convertir las opciones y apuestas políticas en identidades: feministas, abertzales, de izquierdas, anarquistas, comunistas, anticolonialistas, antirracistas, queer… son propuestas y opciones políticas. No son, hablando con precisión, identidades. Claro que, en cierto sentido, puedo decir que “soy” comunista o feminista, pero eso apunta más a mis objetivos y a mi proyecto político que a lo que soy; indica qué quiero, qué busco, cómo quiero que sea el mundo.

Una persona no “es” en el mismo sentido mujer y feminista, homosexual y queer, de Euskal Herria y abertzale. Algunas cosas solo las somos de vez en cuando (por ejemplo, votantes); otras, de forma irregular (público de un espectáculo, por ejemplo); otras, inesperadamente (primas de una famosa, pongamos); otras muchas, sin darnos cuenta (peatón, digamos). Algunas cosas las somos de nacimiento; en otras nos convertimos al margen de nuestro deseo o voluntad, como en el caso de hacernos viejas; otras muchas, las decidimos, muestran el camino que elegimos. Y aunque mi proyecto político pueda ser lo que más vertebre ese “soy”, creo que es mejor denominarlo así, como “opción política” o algo parecido, diferenciándolo de la identidad. Para no enredar las cosas, digo.

 

Es cierto que, durante mucho tiempo en el que ser feminista estaba mal visto y era despreciado, las feministas tuvimos que proclamar orgullosas que éramos feministas, y eso sigue ocurriendo en cierta medida. Pero lo que reivindicábamos era una apuesta política, no una forma de ser propiamente dicha (aunque lo personal sea político y aunque haya estrechas conexiones entre los verbos “ser” y “hacer”). Es más adecuado aplicar el orgullo a la condición de mujer, gay, negra… es decir, a las formas o identidades de ser humanos o humanas que han sido menospreciadas, en lugar de a la opción política que suscribimos. El feminismo de la diferencia se encargó de reivindicar la autoestima de las mujeres, ahí está también el llamado orgullo LGTBI, o el lema que dice Black is beautiful, o lo que cantaba Kortatueuskalduna naiz, eta harro nago“. La mera reivindicación de que estamos orgullosas en todos estos casos muestra que hemos politizado la identidad. Tampoco hace falta recordar que se puede ser mujer sin ser feminista; de clase trabajadora, sin ser anticapitalista, etc. De la misma manera, no hace falta ser mujer para defender políticamente el feminismo, etc. (Según el marxismo, es el ser el que determina la conciencia; quizá sea más apropiado decir que la ‘condiciona’, porque no hay una línea directa ni necesaria entre lo que somos y lo que pensamos).

Aunque muchas veces nos guste creer lo contrario, es el lenguaje el que nos lleva a nosotras a lugares inesperados. Esto ocurre muy especialmente con el verbo “ser”. Somos muchas cosas, pero no somos todas las cosas en el mismo sentido. Hace casi 2.400 años, Aristóteles dijo de manera célebre: “El ser se dice de muchas maneras”. Esto es, el verbo ser tiene muchos significados. Lo expuso en su Metafísica, uno de los primeros tratados de ontología (la parte de la filosofía que se encarga del ser). Precisamente, según el pensamiento posmoderno (incluida en él la teoría queer), la metafísica de la sustancia era una de las cosas que había que evitar, pero de un modo contradictorio (o quizá paradójico) se ha establecido entre nosotras no solo la metafísica, sino hasta la mística de la sustancia a través de las políticas de la identidad. Sin entrar en la Metafísica de Aristóteles (¡tranquilas!) digamos que podemos ser (lo que sea) de un modo fuerte o ligero. Podemos destacar y subrayar la identidad o ablandarla y suavizarla. Viendo a dónde nos lleva la hinchazón de las identidades, yo propondría una política feminista y de izquierdas que se base en una concepción lo más leve posible de lo que somos o dejamos de ser. En otras palabras, para transformar el mundo necesitamos más “hacer” y menos “somos” o “soy”*.

Las que estamos envejeciendo podríamos aprovechar este momento clave de la vida para liberarnos de una vez por todas de las identidades estratégicas que tuvimos que asumir en su día. Tuvimos que ser mujeres, lesbianas, jóvenes, vascas, rebeldes, punkis, modernas… ¿Vamos a tener ahora que desempeñar el papel de viejas para tener cabida en la sociedad? ¿Para tener voz o agencia en el movimiento feminista?

(Ahora bien, no creáis, no se me olvida que no hay atajos y que el camino siempre será el rodeo. Pero, eso, el camino, no la morada).

Artikulu hau Naiz-en argitaratua izan da

 

*Nota de la autora: en el original en euskera hay juego de palabras con el nombre del medio en el que se publicó el 
artículo, Naiz, que significa “soy”, vinculado a su vez al medio Gara (palabra que significa “somos”). A su vez, Egin (“hacer”) fue el periódico de referencia en la izquierda abertzale años atrás, en el lugar que hoy ocupan, 
precisamente Naiz y Gara.

 


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