Cansadas de un feminismo maternoexcluyente

Cansadas de un feminismo maternoexcluyente

No tiene nada de patriarcal crear vínculos con nuestras criaturas, ni ofrecer una visión no adultocéntrica en todos los espacios a los que accedemos. Sin embargo, sí es patriarcal relegar la maternidad al ámbito privado.

02/02/2022

El mes pasado volvimos a encontrar en redes un mensaje: la maternidad no puede ser feminista. Acto seguido, un gran número de mujeres, mayoría de madres y feministas, empezaron a comentar, a hacer directos y publicaciones para cuestionar esta afirmación. También colectivos y asociaciones, como PETRA Maternidades Feministas, que lanzó una contundente respuesta: “Cansadas del feminismo maternoexcluyente”. Esto no es nada nuevo y parece que se repite cada cierto tiempo en las redes sociales. Ya pudimos encontrar hace años a una Pilar Aguilar lanzando críticas similares contra la maternidad y la lactancia materna en algunos artículos. A Beatriz Gimeno con su artículo en contra de la lactancia materna y su posterior libro. A María Pazos dando recursos a los padres y olvidándose de las madres. A Amelia Valcárcel burlándose de la crianza con apego. Y, más recientemente, artículos que llaman maternidades intensivas a nuestros vínculos. Ejemplos hay muchos y todos han provocado la furia de las madres.

Ya hablé en un artículo anterior de cierto antimaternalismo en determinados sectores del feminismo y también de las circunstancias que llevaron a muchas activistas a dejar fuera la maternidad. Tampoco es esta una crítica a todas las compañeras feministas y predecesoras, gracias a las cuales podemos elegir una maternidad libre y deseada. Más bien me gustaría hacer un análisis de las reacciones en redes sociales a raíz de la apertura de este debate. En primer lugar, es llamativo observar cómo la mayoría de mujeres que defienden una maternidad feminista eran madres y cómo la mayoría de mujeres que piensan que estos términos no pueden ser compatibles no lo eran. Queda reflejado el enorme componente experiencial que está en juego. Por un lado, la maternidad produce una catarsis, cambios físicos y psíquicos y una conexión con nuestro propio cuerpo. Por otro lado, las madres se encuentran con una serie de opresiones específicas y violencias machistas, como la ausencia de derechos y recursos para maternar. Por ese motivo, muchas madres comentan que han sido más conscientes de su feminismo tras su maternidad: han tomado conciencia de sí mismas y de las opresiones del sistema. Sin embargo, como la experiencia materna suele ser muy diferente a las ideas preconcebidas sobre la maternidad, es decir, al imaginario social existente, se produce una disonancia. Por eso, en este debate, los comentarios a favor y en contra hablan desde dos lugares tan diferentes que es difícil el entendimiento. Pero las madres feministas, antes de ser madres, eran solo feministas y, por lo tanto, tienen ambas percepciones.

En segundo lugar, en esta sociedad hay una tendencia a hablar por las madres. Estamos acostumbradas a que todo el mundo nos diga lo que tenemos que hacer o sentir: recibimos consejos de toda la familia, del vecindario al completo e incluso de personas extrañas. El o la pediatra actúa como gurú de nuestros procesos, dándonos pautas concretas de cómo debemos ejercer nuestra crianza. Por esa razón, cuando nuestras propias compañeras feministas nos intentan explicar qué es la maternidad o qué deberíamos sentir y hacer las madres es bastante frustrante. Nos damos cuenta de cómo ni siquiera ellas han podido escapar de las dinámicas patriarcales que juzgan y dan pautas a otras mujeres, en lugar de intentar escuchar, aprender de ellas, de sus experiencias y porqués.

El argumento principal que nos encontramos en redes es que las madres, como mujeres, sí pueden ser feministas pero no su maternidad. Separar a una madre de su maternidad debe ser como pedir que deje una parte de su cuerpo en casa como requisito para acceder al feminismo. Y sí, las mujeres madres somos más que madres, pero la maternidad está en todos nuestros espacios, nos acompaña aunque estemos en el empleo, en la asamblea feminista o haciendo pilates y seguirá con nosotras incluso cuando nuestros hijos e hijas se hayan independizado. No tiene nada de patriarcal crear vínculos con nuestras criaturas, ni ofrecer una visión no adultocéntrica en todos los espacios a los que accedemos. Sin embargo, sí es patriarcal relegar la maternidad al ámbito privado. Haber dejado la experiencia materna fuera de los espacios feministas se ha traducido en un desconocimiento absoluto de las necesidades y reivindicaciones de las madres. Esta separación tiene un sesgo occidental, aunque va colonizando feminismos de otros territorios. Sin embargo, todavía en algunos no se puede concebir un espacio feminista sin niñas y niños y sin respetar los procesos vitales. ¿Qué estamos haciendo? ¿Vamos a replicar los espacios de lucha patriarcales o vamos a reinventar formas de lucha que sean compatibles con la sociedad que queremos construir? Menos mal que existen numerosos colectivos feministas, generalmente locales y más apegados al territorio, que no solo tienen en cuenta la maternidad y la infancia, sino que establecen lazos y desarrollan acciones conjuntas con colectivos de crianza.

Las maternidades feministas son transgresoras y transformadoras, acaban con la maternidad desvinculada y ponen a la díada madre bebé por encima de cualquier otra forma de poder: heteronormativa, capitalista o patriarcal. Las madres apegadas a sus criaturas podrían contarnos cuántas veces sus parejas hombres se han sentido fuera de lugar, desplazados, incluso celosos. No parece ser esta una reacción del patriarcado, donde se esperaría plena disposición de la madre para el padre, ignorando sus propios procesos. Estos hombres desplazados, si son corresponsables, tendrán que buscar su lugar junto a la díada, aprendiendo, quizás por primera vez, a estar en ese papel secundario. Si no son corresponsables, pueden acabar con el vínculo a través de múltiples violencias: presiones, chantajes o, algo que está más de moda ahora en las nuevas masculinidades, usurpaciones. En las familias con dos madres, es interesante observar cómo a pesar de no tener roles de género diferenciados, las madres gestantes tienen unas necesidades concretas y un apego diferente con el bebé, que se va ampliando a la otra madre a medida que la criatura crece. Esto a veces provoca confusión y sentimiento de desplazamiento que, mal gestionado, puede llevar a la usurpación de los procesos sexuales de la madre que ha gestado, para alcanzar una absoluta igualación. También se puede producir una disonancia porque la primera figura de apego podrá sufrir en mayor medida la soledad, el agotamiento, la falta de apoyo, de recursos y la precariedad y se plantea el porqué, siendo ambas mujeres y madres.

Pues la maternidad puede ser feminista o no, igual que las mujeres, pero al igual que las mujeres, siempre ha estado oprimida. Sacar la maternidad de la opresión a la que se ha visto impuesta implica varias cosas. En primer lugar, ser madre debe ser una decisión libremente elegida, ninguna mujer puede ser presionada, el aborto debe ser libre y gratuito y es necesario acabar con los juicios a las mujeres que deciden no ser madres. En segundo lugar, cuando una mujer decide serlo, debe reapropiarse de los procesos sexuales y reproductivos que nos han usurpado. Esto pasa por: la protección del embarazo, un parto respetado y consciente, apoyo e información para las madres que deseen dar teta, un posparto acompañado donde se garantice la salud física y emocional de la diada madre-bebé, la libre elección del modelo de crianza y, por último, el reconocimiento del puerperio y todas sus características como una parte importante del ciclo sexual de las mujeres que eligen ser madres. Es urgente visibilizar las transformaciones por las que pasa nuestro cuerpo y nuestra mente y que el sistema se adapte a ellas, para que no tengamos que volver a enfrentarnos a una forma de vida que contradice, invisibiliza y precariza nuestros tiempos y procesos. A pesar de que la premisa “los cuidados en el centro” tiene cierto consenso dentro del feminismo, hasta ahora se ha centrado en los cuidados profesionalizados, externalizando la crianza, en lugar de reconocerla y dotarla de derechos. Una forma que parece más acorde con el capitalismo que con el feminismo.

Por supuesto, la maternidad no se reduce a la crianza temprana. Aunque sí debemos hacer una importante diferencia, porque en los primeros años se producen fuertes cambios en la madre y en la criatura, que además chocan de frente con un sistema individualista, economicista y competitivo. Poco a poco, la infancia va creciendo y aumentando su círculo de contactos y figuras de apego. Las madres van saliendo de esa fase de oxitocina, apego, deseo materno y transformaciones físicas. No significa que volvamos a ser las que éramos, la maternidad ha llegado para quedarse y genera profundas transformaciones que habitualmente cambian nuestra concepción de la vida y que, aprovechándolas bien, pueden llevarse a la reivindicación y a la lucha feminista y anticapitalista.

 

Desde el feminismo maternalista se establece una diferencia entre estas etapas, por ejemplo, al hablar de corresponsabilidad. Debemos entender que si una madre desea estar más tiempo con su bebé, no es una madre intensiva ni patriarcal. Mientras, las parejas corresponsables se deberían hacer cargo del cuidado de la vida (en todos los ámbitos) desde el respeto y el reconocimiento y no desde la usurpación. La corresponsabilidad no es darle un biberón a un bebé, sino cuidar hasta la mayoría de edad, por ejemplo, yendo a las reuniones del colegio de las que aún los padres son minoría, faltando al empleo cuando los y las niñas enferman, adaptando sus horarios laborales a la crianza (con reducciones de jornada o excedencias), encargarse de la enorme carga mental, etc.

Además se debe desmentir la premisa de que la desigualdad comienza en la crianza, pues los estudios de uso del tiempo demuestran que comienza cuando una pareja heterosexual se va a vivir junta, no cuando tiene criaturas. ¿Para cuando una ley que obligue a limpiar el polvo de forma igual e intransferible?, ¿por qué la imagen de un padre dando biberón nos lleva a pensar que ese hombre fue, es y será corresponsable? ¿Hay quizás una obsesión por quitar a la madre del medio?

Tenemos que tener mucho cuidado cuando queremos igualar sin tener en cuenta que el patriarcado jamás parte de una igualdad: el poder del padre sigue presente. Esta desigualdad da lugar por ejemplo a las custodias compartidas impuestas, normalmente impuestas en contra de la voluntad de la madre. O de la invención del SAP (Síndrome de Alineación Parental). En ocasiones incluso se arranca a bebés de las tetas o los brazos de su madre en las custodias. La corresponsabilidad no es la sustitución materna, sino el reparto de todas las tareas de la vida de forma justa y equitativa.

La experiencia maternal es muy diversa, por eso también encontramos a algunas madres que piensan que es patriarcal, debido a la opresión que están sufriendo ellas en primera persona. Y esto debe ser tenido en cuenta y acompañarlo. En primer lugar, puede haber un arrepentimiento porque no hubo una libre elección. En segundo lugar porque, a pesar de haber elegido, se chocan con la soledad, la ausencia de tribu, el agotamiento, la falta de recursos, el aislamiento, la falta de valoración, el destierro de la vida pública, la necesidad de elegir entre tu criatura y el resto de ámbitos de tu vida, la precariedad, etc. De todas estas situaciones no es culpable la maternidad, sino el sistema. Es imprescindible saber dónde estamos poniendo el foco y contra qué estamos luchando realmente: ¿contra la maternidad o contra su opresión?

Y entonces viene el debate sobre la libre elección. Seguimos pensando que la sociedad nos empuja a ser madres como antiguamente, pero la situación actual es radicalmente diferente: las mujeres somos bastante conscientes de que esta sociedad está hecha para personas sin hijas e hijos, por eso en tantas ocasiones postergamos nuestra maternidad hasta los límites, siendo una decisión bastante meditada. Es difícil renunciar a los privilegios que otorga la no maternidad en este sistema centrado exclusivamente en el empleo y el consumo. Porque mientras los resquicios patriarcales conservadores nos dicen que tenemos que ser madres para ser “mujeres completas”, el patriarcado neoliberal nos enseña lo que pasará si lo somos, cómo nos volveremos invisibles y precarias. Si aún así seguimos renegando de la función materna, el reconocimiento de los cuidados nunca se producirá.

En definitiva, como ya sabemos, la eliminación de la maternidad no es la solución para su liberación. Porque eliminar a la madre ha sido una de las principales funciones del patriarcado. Resulta evidente que desde el feminismo se haga lo contrario: la reapropiación de la maternidad. Y no nos equivoquemos, reapropiarse de la maternidad no significa abandonar todo aquello que nos suene “esencialista” para generar maternidades robotizadas. Igual que reapropiarnos del parto no significa generar úteros artificiales o hipermedicalizar. Al igual que reapropiarnos de la menstruación no significa tomar píldoras que la eliminen para siempre. Esta forma de ver las cosas sigue dejando nuestros procesos en manos externas. Las madres nos enfrentamos a toda una cultura individualista que nos dice que dejemos sola a nuestra criatura, que no la cojamos, que no durmamos con ella, que no le demos el pecho, que hagamos nuestra vida al margen de ella. Por eso cuando una madre hace lo que le sale de sus entrañas está haciendo la revolución, al reapropiarse de sus procesos y de sus decisiones. No es nada fácil enfrentarse a un sistema entero. Posiblemente algunas activistas solo hayan puesto hasta ahora unos cuantos post en redes sociales, desde la comodidad de sus hogares, quizás con su madre sosteniendo su bienestar físico y emocional, ese que no consideran feminista. Pero las madres que buscan una maternidad consciente se enfrentan cada día a la sociedad deben estar a diario, como dice la canción de PETRA Maternidades Feministas, “en pie de guerra”. Menos mal que maternar nos llena de energía para las luchas externas y, desgraciadamente, para las internas. Que alguien se atreva a decir que nuestra lucha no es feminista. Que alguien se atreva a decir que no es activismo real, cotidiano y con los pies en la tierra.

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